viernes, 5 de diciembre de 2014

KENIA MARTÍNEZ GÓMEZ [14.187] Poeta de Colombia


Kenia Martínez Gómez

Nació en Cereté, Córdoba. Licenciada en Español y Literatura de la Universidad de Córdoba, 2003. Sus textos han sido publicados en diferentes revistas y periódicos culturales de la región Caribe colombiana. Ha participado en los Encuentros de Mujeres Poetas, Centro Cultural Raúl Gómez Jattin, Cereté, Córdoba. Actualmente se desempeña como docente en Español y literatura en Caucasia, Antioquia. Cuenta con varios libros de poesía inéditos.
Claramente, Kenia Martínez Gómez, en este poema, que juega con una doble visión del yo y la otra, tiene un marcado ritmo de tambor africano. Comienza por dos trocaicos (TA ta), pero inmediatamente se introduce el ritmo del anfíbraco (ta TA ta), que se acentúa con el golpe agudo (TA) del comienzo de la segunda línea.
La segunda estrofa comienza con un yámbico (ta TA), pero en su totalidad contiene trece anfíbracos, cortos y largos, matizados con dos trocaicos y los dos golpes agudos del espondeo (TA TA), con los cuales comienza el verso final, que termina con dos anfíbracos.




1

Nunca tuvo un hijo.                             TA ta/ TA ta/ ta TA ta/
No sembré un árbol.                           TA/ ta TA/ ta TA ta/
Sus dedos escarbaban la tierra.       Ta TA ta/ ta-ta TA ta/ ta TA ta/
La herían,                                             ta TA ta/
brotaba llanto.                                     ta TA ta/ TA ta

Trató de escribir un libro                    ta TA/ ta-ta TA ta/ ta TA ta/
y solo nacieron estos versos.             ta TA ta/ ta TA ta/ TA ta
Anduve por caminos y mares,           ta TA ta/ ta-ta TA ta/ ta TA ta/
vi ríos de sangre y de risa.                 ta TA ta/ ta TA ta/ ta-ta TA ta/
Di una mano,                                        ta TA ta/ TA ta
y me negaron la otra.                         TA TA/ ta TA ta/ ta TA ta/




Poemas de otros días


I

Nunca tuvo un hijo.
No sembré un árbol.
Sus dedos escarbaban la tierra.
La herían,
brotaba llanto.

Trató de escribir un libro
y solo nacieron estos versos.
Anduve por caminos y mares,
vi ríos de sangre y de risa.
Di una mano,
y me negaron la otra.


II

Me paso las horas persiguiendo sueños.
Tratando de encontrar el amor en cada paso.
En cada canción,
en cada beso.
Soy.


III

De todos los hombres que van por la calle,
espero encontrar uno para mi alegría.
Uno que huela a flores,
a tierra.
Uno que sea real,
corpóreo.

Que sepa reír y maldecir si lo amerita
y mienta sin remordimientos.
Y un día cualquiera me abandone sin palabras
y regrese sin promesas.

Un hombre planta,
pez,
un hombre gorrión.



IV

Los pájaros han dejado de cantar.
Como signo de venganza
han decretado el silencio.



V

Lo sabía,
Eva lo presintió desde el mismo instante
en que abrió los ojos al mundo.
La verdad habitaba en ella,
se había quedado en ella
en el momento de la separación.

Eva no fue imprudente,
guardó silencio.
Por eso culpó a la serpiente.



VI

Mi cama está vacía,
sin vida.
Sin despojos de amores
o raptos furtivos.
Soy una ocupante sin gracia,
un cuerpo inerte
que no sabe qué hacer con sus miembros,
una boca llena de rutina,
un nombre que no tiene esencia,
ni ganas.

Una muerta anticipada



VII

Cuando la mano extendió los dedos,
no encontró el rostro,
y no supo qué hacer con las caricias.
La mano volvió a ser puño.
Asestó el golpe.



VIII

Cuando los sueños se apagan,
el día se oscurece.
La noche
se hace insomnio.
Y los pies
y las manos se vuelven pesadas.

Encuentras excusas en todas las esquinas,
pierdes los dientes y el cabello.
Te haces triste.
Sin saberlo
mueres.



IX

Dormir con un hombre que no nos pertenece
suele ser doloroso.
Encuentras otros olores,
acaricias otras caricias,
su boca se confunde de nombres.

No puedes decir mi amor sin que te duela,
sin que se quiebre la palabra entre tus labios.
Miras sus zapatos
con ojos de adiós.

Sus manos,
pájaros de otro nido,
te recorren,
te hacen
mar,
lluvia,
y luego agua quieta

Abandonada para siempre sin su barca.



X

El rostro del mundo ahora es una máscara,
una calamidad larga y silenciosa.
Un niño defraudado.
Solitario.
Que perdió la cuerda de su trompo.



XI

La escoba duerme intranquila
agobiada por el caer de las hojas.



XII

Mientras te espero,
mi cuerpo se cansa de fugarse,
de lacerarse,
de las pequeñas cosas,
de las citas trasnochadas,
del humo de los bares.

Mi sexo
se hace quieto,
pierde licencia,
caduca.

La noche es una enemiga insaciable,
no te reconoce
y pide sus derechos.



XIV

Una mujer puede ser cualquier cosa.
Una cena bien servida a las cinco de la tarde.
Unos zapatos olvidados.
La leche que se derramó en la estufa
porque nadie llegó a tiempo.

¡Tantas cosas puede ser una mujer!

El hombre que perdió la cabeza
y se tiró al fondo del lago.
Un farsante que duerme sin su miembro.
La serpiente que mató al caballo.
Un hijo olvidado en un cesto de basura.
Una gota de sangre detrás de la puerta.

Una mujer casi siempre puede ser cualquier cosa.

Pero no casi siempre
cualquier cosa puede ser una mujer.



XVII

Soy la dama solitaria
que no tuvo apellido
ni sangre azul
que la respaldara.

La hija de un soñador de miseria
que maldijo mi nombre para siempre.
La que surcó los caminos
y aprendió tres versos
para protegerse del mundo y sus cuchillos.

La que vio la luz y se ocultó tras de una soledad mal fabricada.
La que espera de ti lo mismo que espera de los otros,
un poco de tiempo,
un falso amor.

Cualquier cosa para engañar a la desdicha.



XXX

Por qué se quedarán en silencio
los que deben tomar la palabra.
Qué impostura falaz les selló la boca.

Es hora de que algún grito
nos despierte en la noche.

No temo a la tragedia,
la quietud es la que me espanta.

Cuando los pájaros no cantan
la fiera siempre está cerca.



XXXI

De todas las palabras solo las vivas me habitan.

Nunca quise ser árbol,
ni hoja,
mucho menos pájaro.

Mi lugar siempre fue la tierra.
Su oscura profundidad me produce paz.

Entonces,
¿qué hago ahora levantando este vuelo?



XXXII

Del vientre de la tierra
ha de venir mi paz.

Entre su lecho oscuro
encontraré el reposo.

No se puede vivir siempre
de espalda a la verdad.

No se puede estar eternamente de mala racha,
todo el trabajo del mundo
no me purificaría.

Quiero ir al vientre de la tierra.
Todo lo que en ella reposa nace nuevo,
limpio.

No se puede repetir dos veces el mismo designio.



XXXIII

Qué hago ahora subiendo y bajando ascensores,
repitiendo cotidianidades.
Mirando largo como la tarde devora el día.

Qué especie de letargo es este,
donde la Luna solo inspira el aullido de los perros.

¡No!
El sueño tampoco me salva.
Es hora de que vuelva al pasado,
es hora de ir tras lo mío,
de espantar los cuervos a pedradas
y sembrar nostalgias como un capullo nuevo.




XXXIV

El rostro del mundo ahora es una máscara,
una calamidad larga y silenciosa.
Un niño defraudado.
Solitario.
Que perdió la cuerda de su trompo.

Cuando la mano extendió los dedos,
no encontró el rostro,
y no supo qué hacer con las caricias.
La mano volvió a ser puño.
Asestó el golpe.

Mi cama está vacía,
sin vida.
Sin despojos de amores
o raptos furtivos.

Soy una ocupante sin gracia,
un cuerpo inerte
que no sabe qué hacer con sus miembros,
una boca llena de rutinas,
un nombre que no tiene esencia,
ni ganas.
Una muerta anticipada.



XXXV

Estamos cansados
de tantas palabras,
de tanta letra muerta
que consume el papel
y lo debilita.
Tenemos que ser grito,
convocación de lo perdido.
Es hora de que el hombre enfrente sus culpas,
que abandone el capullo
y decida ser algo,
aunque muera en el primer vuelo




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