jueves, 16 de octubre de 2014

JOSÉ CAMPO-ARANA [13.699]


José Campo-Arana

José Campo-Arana (Madrid, 1847 - 1884), poeta, periodista y autor dramático español del Postromanticismo.

Abandonó la carrera militar para dedicarse a la literatura, llegando a ser el fundador del periódico satírico-literario Don Diego de Noche; usó el seudónimo "Juan Carranza" y colaboró en publicaciones como La Época, El Cronista etcétera. Fue el último censor de teatros y un poeta dotado de una gran inspiración, aunque su temprana muerte, afectado por la locura causada por el prematuro fallecimiento de su esposa, le obligó a retirarse al campo poco antes de morir y frustró las justificadas esperanzas que se habían puesto en él.

Primero de una saga de escritores, periodistas y poetas, fue padre del periodista José Campo Moreno , miembro de la primera redacción del diario ABC y abuelo del también periodista José Campo Cubillas, cronista de la Villa de Madrid y autor de obras tales como "Del Corral del Principe al Teatro Español" (prologado por Victorino Tamayo, dramaturgo y hermano de Manuel Tamayo y Baus) y "Cien Años de Madrid", editadas ambas por el taller de Artes Gráficas Municipales de Madrid en 1932.

Obra

Escribió libros de poesía, de cuentos, de crítica literaria y teatro wn varios géneros. Recogió sus poemas en Impresiones (Madrid, 1876), donde se patentiza el influjo de Bécquer y de la mejor lírica alemana; había leído y traducido, además, al conde Giacomo Leopardi, como descubre su artículo "Feuchters-Leopardi-Schumann", publicado en la Revista de España, tomo 92. De poesía fundamentalmente elegíaca, su religiosidad era agónica y desesperada. Asimismo escribió algunas zarzuelas (La clave, con música de Caballero y compuesta con Miguel Ramos Carrión, 1875) y adaptó la María Estuardo de Friedrich Schiller (1879) y, junto al crítico Manuel Cañete, En esta vida todo es verdad y todo mentira (1879) de Pedro Calderón de la Barca. Escribió además con su amigo Ramos Carrión un "sainete lírico-feroz", El domador de fieras, con música de Francisco Asenjo Barbieri (1874), la revista cómico-lírica Madrid y sus afueras (1880), con música de Ruperto Chapí, el drama lírico-musical sobre el descubrimiento de América titulado ¡Tierra! (1897), las comedias Las penas del purgatorio y Las medias naranjas, y los juguetes cómicos Torrelaguna, Las orejas del lobo, Después de la boda, Perro 3, tercero izquierda, Los trapos de cristianar, Casado y con hijos, entre muchas otras piezas. Participó en el volumen de cuadros costumbristas Los españoles de hogaño con el artículo "La mamá de teatro".





MELANCOLÍA.

Yo padezco, lector, frecuentemente,
—sin que sepa la causa verdadera
ni si es cosa del cuerpo ó de la mente,—
una tristeza amarga, que inclemente
me domina, me rinde y desespera.
La sangre que en mis venas comprimida
caminaba en raudal impetüoso,
parece detenerse en su carrera,
y sin calor, sin fuerza, empobrecida,
se desliza con paso perezoso
como si en mí la vida se extinguiera.
La luz no hiere con su lumbre pura
mis ojos apagados
donde ántes su fulgor resplandecía,
y á través de una niebla siempre oscura
miro la alegre claridad del dia.
No hay eco que hasta mí llegue distinto,
ni idea que despierte mi entusiasmo;
no hallo placer que excite en mí el instinto,
ni dolor que me saque del marasmo.
Dios, la gloria, el amor, la patria, el arte,
ídolos de mi ardiente desvarío,
sólo me inspiran pesaroso hastío;
que parece domar mi sér inerte
la calma precursora de la muerte.
Un remedio á mi mal buscando en vano,
ya me siento al piano
y recorro con mano perezosa
las teclas de marfil de uno á otro extremo,
modulando en su marcha caprichosa
extrañas melodías
en las que siempre va del alma parte,
llenas de extravagantes fantasías,
sin hilacion, sin formas y sin arte,
brillantes una vez y otra sombrías;
canto salvaje que mi mente eleva
sin que el arte lo cubra con su manto,
que el viento nunca lleva
á donde yo lo envío;
notas de una oracion ó de un lamento
que nadie escuchar quiere,
y que van á perderse en el vacío
ignoradas y solas,
como el grito del náufrago que muere
en el rumor de las revueltas olas.
Ya el exánime cuerpo abandonando
á la extraña inacción que le avasalla,
los tristes ojos á la luz cerrando,
sin que la voluntad le oponga valla,
dejo á mi pensamiento libre vuelo;
mas de un sueño imposible en pos se lanza,
y vaga en loco anhelo
de un recuerdo á un dolor ó á una esperanza,
de una idea á otra idea,
sin conseguir hallar lo que desea.
Ya queriendo fijar mi pensamiento,
sobre el blanco papel la mano puesta,
expresar con palabras mi ánsia intento;
y comienzo novelas y canciones,
y poemas, y dramas, y cien cosas
que no pasan jamás de tres renglones.
Fragmentos que conservo en mi cartera,
que leo con el alma estremecida,
porque en esos fragmentos está entera
la historia de mi vida.
Mas todo en vano: ni en los dulces sones
de la rica armonía,
ni en las anchas regiones
donde mi pensamiento desvaría,
llenas de luz, de amor y de belleza,
puedo encontrar alivio á mi tristeza.
Si vuelvo á Dios el ánimo contrito
y piedad de mi pena le demando
con humilde fervor y acento blando,
el aliento maldito
de la duda cobarde y acerada
á envenenar mis pensamientos viene,
y en mis labios detiene
Una oracion apenas comenzada.
Vuelvo entónces los ojos á la tierra
y de mí se apodera horrible espanto
al ver los séres que en su seno encierra.
Unos con rabia atroz, otros con llanto,
alzan al cielo punzador gemido,
y el de unos en el de otros confundido,
en concierto infernal, que crece y crece
como el mar al alzarse enfurecido,
hacen llegar sin tregua hasta mi oido
un grito de dolor que me enloquece.
Por fin, tras largas horas
de ignorado martirio, el mal se aleja
trocándose en hondísima amargura
que ya nunca me deja.
Entónces, á mi afan suelto la llave
y escribo, sin pensar adquirir gloria
ni de fama ó de títulos ansioso,
—que esa ambicion en mí fuera irrisoria.
Escribo, como llora el desgraciado,
como canta el alegre; porque el pecho
es para el hondo sentimiento estrecho
y se desborda el duelo ó la alegría,
ésta con expansiva carcajada,
aquél en una lágrima sombría.
Escribo sin buscar otra ventura,
sin anhelar más precio á mis canciones
que desahogar un poco mi amargura.
No busques pues, lector, en mí al poeta
ni al hablista galano,
ni al pensador severo:
Dios me negó favor tan soberano
y yo que fiel su voluntad venero,
á mi modesta inspiracion me allano.
Dotes tan altas, ni fingirlas puede
el mortal á quien Él no las concede.
Mas no por eso cesará mi canto,
que en el concierto inmenso,
de la tibia mañana
que la dulce y alegre primavera
con aromas y flores engalana,
del grillo entre las yerbas escondido
el ingrato chirrido,
se une al canto de amores regalado
del pardo ruiseñor enamorado,
y al zumbido monótono y constante
del insecto infeliz, el tierno arrullo
de la tórtola amante
y del arroyo el plácido murmullo;
y de unos en la de otros confundida
la voz, ésta apacible, aquélla ingrata,
forman, por atraccion desconocida,
el himno poderoso de la vida
que en los aires fermenta y se dilata.




¿DÓNDE ESTÁ?

¡Oh! sí: para vivir, yo necesito
lucha, esperanza, amor.
Los instantes de dicha y de abandono,
ciclo de la pasion;
la duda inquieta del desden fingido,
tormento abrasador,
que con lágrimas baña las pupilas
y de ira el corazon;
el tembloroso afan de la respuesta
y del primer favor;
el nervioso delirio de los celos,
que turba la razón.

Mas ¿dónde hallar una mujer que sepa
comprender mi dolor?
¿Dónde encontrar una mujer, esclava
del mismo afan que yo?
¿Una no habrá en el mundo que me escuche,
que sienta así el amor?
¿Una no habrá en el mundo, que me quiera
mentir por compasión?




¡SOLO!

Solo... Solo... Siempre solo,
siempre solo con mis penas!
Solo mientras dura el dia,
solo en la noche serena,
solo cuando pienso en Dios,
solo al pensar en la tierra,
solo cuando canto alegre,
y solo con mi tristeza!...
Solo siempre... Mas ¿por qué,
esa soledad eterna?
Es ¡ay Dios! que el alma mia
no ha hallado su compañera,
y siento que me hace falta
la mitad de mi existencia;
es que soy un pobre loco,
ó la humanidad entera
es ménos buena que yo,
y que su maldad me aterra;
es que el mundo me rechaza,
ó que mi alma le desprecia,
porque en él, ¡ay! no ha podido
encontrar su compañera.
Es que yo adoro las lágrimas
y el mundo se rie de ellas;
es que es mi ambicion muy grande
ó que mi alma es muy pequeña:
es que siempre, combatido
por encontradas ideas,
fluctúa mi pensamiento
por que la verdad no encuentra;
es que no tengo la fé
del mártir ni del poeta;
es que todos mis dolores
son despreciables miserias
que no levantan el ánimo
y que las fuerzas enervan;
es que anhelo un imposible,
delirio de mi tristeza;
es que me falta un apoyo
á que asir mi mano trémula;
es ¡ay Dios! que el alma mia
no ha hallado su compañera.
Es que me siento vencido
en esta lucha suprema,
y no hallo un amante seno
donde apoyar mi cabeza,
y á cuyo tibio calor
resuciten mis ideas;
es que veo, á mi pesar,
cerradas todas las puertas,
y sólo me ofrece asilo
la muerte... Quizás en ella,
al otro lado del manto
que la eternidad nos vela,
mi alma que triste y doliente
su camino hace en la tierra,
podrá conseguir su anhelo:
encontrar su compañera.





ÁNSIA.

Y qué ¿de esta inquietud jamás postrada,
de esta lucha sin tregua que en mí siento,
de este loco y altivo pensamiento,
¿no habrá de quedar nada?—¡Nada!...—¿Nada...
La pobre flor en el pensil tronchada,
deja sus hojas y su aroma al viento;
la ola al besar la playa, su lamento
deja, y la linda concha nacarada.
Yo tambien dejar quiero mi memoria;
aunque agostado como débil lirio,
quiero esculpir mis huellas en la historia.
Quiero que un dia el mundo con delirio
orne mi tumba con laurel de gloria...
Laurel de gloria, ó palma de martirio.




SÚPLICA.

¡Ay Dios! ¿No quereis decirme
dónde la podré encontrar?
Largos dias há, su huella
busco con ardiente afan...
Yo quiero verla un instante...
Un instante nada más.
Yo ahogaré en mi pecho el grito
de inmensa felicidad
que al volverla á ver de nuevo
el amor me arrancará.
Yo la dejaré camino
viéndola, triste, pasar
sin pedirle una sonrisa
que calme mi ardiente afan.
Yo me esconderé en la sombra
cual medroso criminal...
No buscaré su mirada...
Su voz no me arrastrará...
La veré como un delirio
irrealizable y fugaz...
Mas... quiero verla un instante,
un instante nada más.
—Por Dios, ¿no quereis decirme
dónde la podré encontrar?





DIOS.

Lucha tenaz; mi espíritu se aterra,
y en vano busca el insoluble arcano
tras de el que en pos, el pensamiento humano,
riñe consigo mismo cruda guerra.
¡Dios! ¡Un tiempo tirano de la tierra!
¡Terrible agitador del Occeano
que sumerge azotándola inhumano
la pobre nave que en su seno encierra!
Mas nó; los elementos obedecen
sólo una ley, y ante ella, cual el suelo,
los infinitos mundos se estremecen.
Mintió quien en tu sér forjó su anhelo...
—Mas... ¿por qué mis pestañas se humedecen
al levantar los ojos hacia el cielo?




SOMBRA EN LA LUZ.

I.


A mi ruego tenaz por fin rendida,
ella, oculta en la sombra, me esperaba,
y yo, de orgullo y gozo el alma henchida,
buscándola, en la sombra caminaba.
Sólo la tibia luz de las estrellas
mis pasos alumbraba:
su pálido fulgor me parecia
aún más alegre que la luz del dia.


II.


Al dejarla, sus tintas de oro y grana
esparcía en el cielo la mañana,
y cuando el sol se alzó en el horizonte,
pensando en la victoria
que al dulce amor debia,
yo no sé qué sentia
que en medio del recuerdo de mi gloria
triste la luz del sol me parecía.





Á CÁRLOS COELLO.

nosce te ipsum.

¡Rey de la creacion, hombre! Despierta.
Sál del letargo en que sumido vives,
abre una vez á la verdad tus ojos,
si á resistir su luz tu vista acierta.
Despierta contemplando los despojos
de tu pobre grandeza,
mezquino sueño de tu sér soberbio.
Despierta con presteza,
baja del trono de oropel y harapos
que rico solio en tu locura crees.
Suelta el cetro de caña con que riges
el engañoso mundo que posees,
y sombras vanas con afan diriges.
Deja caer la máscara arrogante
con que encubres tu bajo pensamiento
de bien y de grandeza vergonzante.
Hipócrita insensato,
que de soberbia en insondable abismo,
en tu loco arrebato
te mientes la grandeza áun á tí mismo.
¡Ah! no es ciego extravío
la fuerza poderosa que arrebata
la templada razon, y se apodera
del pensamiento mio.
Nó; no es la duda ni la envidia artera,
no es la fiera afliccion de la amargura,
ni el débil grito del herido esclavo.
La envidia mata, si la duda altera,
la amargura tan sólo el llanto funde,
la cobardía besa al que la azota.
Yo vivo y pienso, y, al error atento,
del tirano el poder no me confunde
ni doblego á su antojo el pensamiento;
pues sé que ante la voz conmovedora
de la santa verdad, en su flaqueza
caerán, sobre su asiento mal seguros,
como de Jericó los anchos muros,
sus sueños, su poder y su grandeza.
Y esa verdad sus alas me ha prestado,
á su cielo de luz me ha conducido,
y ora desesperado,
ora preocupado ó divertido,
al ver el hombre desde allí he llorado,
y volviendo á mirarle, me he reido.
Envidia ó egoismo; ese es el hombre
por más que luche en disfrazar su anhelo
con un hermoso nombre.
Llama amor al deseo disoluto
á que rinden tributo,
sin la inmunda torpeza á que él se entrega,
el ave, el pez, el bruto,
la misma flor inmóvil que despliega
su cáliz á la brisa y al rocío.
Llama ambicion á la locura ciega
que tenaz le persigue hasta en sus sueños
sin que olvido ó reposo se demande,
no por ser él más grande,
sino por ver á los demás pequeños.
Llama equidad á la ruïn codicia,
llama heroismo al crímen más sangriento,
saber á la malicia,
redencion al tormento,
y á la venganza bárbara, justicia.
Ciencia al enmarañado laberinto
en que su limitada inteligencia
se pierde errante sin hallar salida;
alma á su ciego instinto,
al vil temor prudencia,
fé al fanatismo ciego,
ley al hierro homicida,
y á la inaccion estúpida, sosiego.
Caridad á la dádiva avarienta,
migaja de su mesa suntüosa,
que presta, haciendo cuenta
de recobrar crecida
de la mano potente y dadivosa
de un Dios que se ha forjado en otra vida.
Y se cree un sér grande porque siente
afectos que orgulloso diviniza,
cuando acaso los miente.
¡Amor de patria! dice, imaginando
que es privilegio la atraccion sagrada
que hace al ave viajera
amar á la enramada
donde elevó su voz por vez primera,
donde pasó el estío,
donde vuelve á anidar la primavera.
¡Razon! exclama con acento grave,
y áun blanquean al sol en la llanura
las osamentas de cien mil soldados
que asesinó su bárbara locura;
el paso de la fiera muchedumbre
áun destroza la miés de la campiña,
y cadáveres mil ensangrentados
alimentan las aves de rapiña.
¡Arte!... Tal vez tan sólo ese deseo
es en él verdadero y grande y puro...
Tal vez... Mas, ese mismo sentimiento,
¿no es acaso el altivo desvarío
de hallar de Dios el ignorado asiento,
adivinar su imágen escondida,
sorprender su existencia en un momento,
y robarle el secreto de la vida?





LA VUELTA.

—Cuando tras tanto penar
llegas, cubierto de gloria,
á gozar de la victoria
al amor de nuestro hogar,
dime: ¿Qué negro pesar
turba, hermano, tu alegría?
¿Qué negra melancolía
te entristece á nuestro lado?
—¡Ay, Julián! ¡Que me ha olvidado
la mujer que yo quería!
—Hijo, ¿y por eso abatido
al dolor te rindes ciego?
¿Perdiste el valor y el fuego
con la sangre que has perdido?
¿Lloras?... Mas dime, ¿qué ha sido
del valor que yo sentia
cuando tus cartas leía
ansioso y entusiasmado?
—¡Ay, padre! ¡Es que me ha olvidado
la mujer que yo quería!
—Hijo: tu dolor me mata,
ven y reposa en mi seno,
de amor para tí está lleno,
en él tu llanto desata,
¿Qué te importa si una ingrata
de sus brazos te desvía?
Toda es tuya el alma mia,
reposa en mí confiado.
—¡Ay, madre! ¡Que me ha olvidado
la mujer que yo quería!





¡REBELDÍA!

No, ya no quiero consolar al triste,
ni con mis manos enjugar su llanto:
ya mi alma, endurecida, se resiste
hasta del bien al goce sacrosanto.
Ya el dolor me arrebata y desespera,
sin que consuelo á la paciencia pida:
ya aborrezco el dolor... ¡el dolor, que era
la ilusion más hermosa de mi vida!
Espíritu rebelde, á Dios me atrevo,
y de su fé rompiendo ya los lazos,
como reproche, ante sus ojos llevo
de mi alma destrozada los pedazos.
Si al escuchar mi queja en la agonía,
de la lucha feroz al fin rendido,
me echa en cara mi osada rebeldía,
yo le podré decir: «Tú lo has querido.
Tú me marcaste de la vida el paso,
tú un cuerpo débil para mi alma diste:
si era para el licor frágil el vaso,
¿por qué no lo cambiaste ó lo rompiste?
¿Dónde está tu justicia, que no acudes
un remedio á aplicar á los dolores
del que siente la fé de las virtudes
y el gérmen del amor de los amores?»
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¡Ah, no sabeis vosotros, desdichados,
que acaso oís riendo mis gemidos,
los momentos de angustias ignorados
que guardan estas letras escondidos!
Con los años de vida que se aleja,
una ilusion tras otra desparece,
y hasta el rastro de fuego que en mí deja
también año tras año palidece.
Una sola, no más, conservo entera,
refugio fiel donde mi fé se escuda,
y esa ilusion bendita, la postrera,
hoy viene á arrebatármela la duda.
¡Dios! ¿Dónde está? Mis ojos le veian
en un tiempo feliz, yo no sé donde;
pero siempre encontrarle ellos sabian...
¡Hoy no le encuentro ya! ¿Dónde se esconde?





A...

Suave el dorado virginal cabello,
puros y azules los rasgados ojos,
blanca la tez, enrojecido el labio,
lánguido el talle.
¡Cuántas bellezas por mi mal nacidas!
¡Cuántos tesoros, para mí vedados!




Á UNA LÁGRIMA

Rueda, bañando mi mejilla helada,
lágrima temblorosa y vacilante;
pára al tocar mis labios un instante,
y refresca su piel seca y quebrada.
Contigo va de la mujer amada
el último recuerdo delirante;
contigo va de mi ambicion gigante
la ilusion ántes muerta que soñada.
Mas no sigas... Detente... Si supieras
que al sentir en mis labios tu frescura,
me dá vida el dolor, te detuvieras...
Tánta es la hiel que en tí mi labio apura,
que tornándose dulce el mar, pudieras
tú sola devolverle su amargura





MI HIJA MARÍA.

Hija, ¿qué te diría
que fuera de mi amor vivo traslado?...
Dos palabras no más; oye: ¡hija mía!
—¿Es poco?... Al escribirlas he llorado






DEBILIDAD

Me sentía morir, y quise verla,
darle mi maldición;
y... vino... y ví sus ojos, y... le dije...
«¡Que te bendiga Dios




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