lunes, 30 de diciembre de 2013

AMÉRICO REYES [10.794]



Américo Reyes

Américo Reyes (Curicó, Chile, 1960). Ha publicado Los poemas plumaveral, Editorial B 612, Curicó 1992, artesanal; Boleros son boleros, Mosquitos Editores, Santiago 1995; Antología secreta, Ediciones Zaguán, Curicó 2001; El Centinela y su cántaro, Editorial B 612, Curicó 2010, artesanal, y Que los cuerpos cumplan su destino, Ril Editores, Santiago 2012. Fue incluido en Poetas del Maule, Antología para el Bicentenario, Editorial Universidad de Talca, 2007.

Entre los premios que ha obtenido destacan: Tercer lugar en Concurso de Poesía organizado por Universidad Católica, sede Talca, en 1980; Primer lugar en II Concurso Nacional de Literatura, género poesía, organizado por la Sociedad de Escritores de Talca y Centro de Estudios y Promoción Social (CENPROS) en 1988; Tercer lugar en Concurso de poesía Homenaje a los 80 años de Nicanor Parra, convocado por Fondo de Cultura Económica y Banco Estado Chile, en 1994. Su poesía ocupa un lugar destacado dentro de las últimas promociones de poetas maulinos.






El centinela y su cántaro
(Fragmentos)

No seré tu guardián.
Espero tu bandera con su verdor en alto
y a mi zaguán llegan profetas refunfuñones
y un silencio enorme golpea mi cara
-y apenas lo distingo de otros silencios-
pero no seré tu guardián.
Aunque me digas: -Huí de mi generación
para encontrarme contigo-
no seré tu guardián.


-Bebe de este cuajo paterno -me dijo-
y comprenderás.

  

Fue una mañana estallando contra los yuyos
y yo había salido a recoger legañas de serpiente 
en las oquedades de la orilla
donde el río pulsa y se contrae
cuando lo vi*: era un hombre primitivo**
aferrado a las escamas tiernas de una roca,
pensando en sí mismo
con el corazón apretado bajo su barba sin tiempo.
¡Tantos siglos lejos de la tribu
y sin embargo fiel a su destino*** de cazador al trote!


* Lo trajo hasta el Guaiquillo la tos del ventarrón
cuando el ventarrón no se llamaba ventarrón,
supe después.

** No queda de él sino su recuerdo de greda
-la espuma india o fugitiva
que nunca tuvo abecedario-
y sin embargo en el temblor que vigilo
se me ha pegado su gesto fulminante y casi sometido.

*** Todo era verde -sospecho-, todo chilca,
todo pensamiento burbujeante
o seminal acuarela
de alegres dioses inexpertos.



No me conformé con ser el único:
quise ser el mejor.



Cuando fui cebollero*, te escribí versos tales como:

No te perdono esta tristeza
ni las raíces en mi lecho.
Han pasado los días como áspides
por un desierto
que es esta parte de mi vida.

Cuando fui cebollero, escribí versos contra ti,  que me 
/rebotaban como acetatos de lírica vileza:

 Estoy ocupado recordándote,
tratando de llegar al espacio de mí mismo 
en donde estás.

Cuando fui cebollero, todas las palabras significaban, 
/en sentido figurado, más o menos lo mismo:

Aunque no te tengo
eres lo único que tengo.
  

* Ahora que te amo te pregunto
por el precio de los cigarrillos,
por la muerte o la infancia
que se nos olvidó compartir
y por qué estamos tan libres
de pecado.




Quemé todo mi oro
para luego bailar sobre cenizas doradas.

  

Me volví a encontrar con él
en noviembre de ese mismo año
en la fila para operarios de aquella frutícola, en Lontué.

Quizás resulte improcedente decirlo en estos versos
pero bastaron quince centímetros de desolación
y un crepitar de entrañas
para que de ahí en adelante
dejara de pasar el tiempo.

Puesto que él, 
que era nada más que un rey silencioso*
que escribía te quiero con faltas de ortografía
y usaba botas en primavera,
optó por descubrirme sin piedad,
impunemente.

-Hola, me dijo. Y al oído en susurros: -Lo haría de 
/nuevo.
Pero yo no entendí su metáfora
y me escabullí hacia mi cotona
con una sonrisa dolorosa en todo el cuerpo.
Desde entonces veo pasar noviembres a cada rato
y vuelvo a aquella frutícola, en Lontué
cada vez que puedo.

Y me devano los sesos.



 * Su reinado era mi pundonor.


  
No besabas.

   

Cuando llegues al cielo
y Dios te diga: -Y no me convidaste 
de tus estrujones,
tú dirás: -Cuándo, pero cuándo, Señor?
Y Dios te dirá: -Esa tarde entre las rocas,
en el río de Los Queñes.
  


Entonces comprendí: ese día era sábado
y alguien de veintidós
quería besar a alguien de dieciocho.



Miré la fotografía una y otra vez
hasta que adiviné su pasado.
No obstante, a duras penas logré descifrar
lo que mi amigo había garrapateado en el dorso:


De los tres que 
aparecemos 
en esta fotografía
apenas seis seguimos con vida:
nueve han muerto, dieciocho 
fracasaron.
El de la izquierda
huyó de todo,
el de la derecha convalece aún
de enamoramiento ancestral.
La muchacha que sonríe
quedó huérfana
de muchas humedades, 
la que llora suspiró tardíamente.
Y yo que aparezco 
con mi perro
abrazándolo
cumplo años cada vez 
que vuelvo
a mirar
esta fotografía.



Escribir un cántico
es estar solo.



Le gustaba escribir sobre aquellas cosas
que sólo ocurren en la vida.
Decía: Hace más frío que la cresta
y lo caliente no se me quita.

O bien: Mi amigo echado en la ventana
no deja ver el sol que hay al otro lado.

El uno es rojo, verde es el dos,
el tres no existe, solía cavilar.

En más de una ocasión exclamó:
¡Que pasen luego cien años!

Y aunque nadie lo escuchara con atención 
reflexionaba: El vicio de ser joven (…)
puede hacer que el tiempo pase en vano.

Dejó entrever sentimientos de augusta desfachatez 
en una de sus fábulas, de la cual se cita a continuación
la moraleja, donde el protagonista*
declara a su antagonista:
Otras heridas no tengo -manifestó con impostada 
/inquietud-.
Habrás de besar éstas: las que ves.

A quien amaba le dedicó, sin pudores, esta singular y 
/brevísima balada:
Ven a mirar cómo no muero.

Elaboró una suerte de epitafio, que es, por lo demás, el
/que figura en su lápida:

Por suerte
no seguiré envejeciendo.


* Se supone él mismo.



(de Que los cuerpos cumplan su destino, 2012)



http://www.panoramacultural.net/?pag=2198







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