sábado, 21 de febrero de 2015

ESMIR GARCÉS QUIACHA [15.018] Poeta de Colombia


Esmir Garcés Quiacha

Nació en Algeciras, Huila, en 1969. Comunicador Social con Énfasis en Comunicación Comunitario, (Unad), Periodista Cultural, Editor, Promotor Literario. Presidente del Comité de Literatura del Huila (2005), Exconsejero Nacional de Literatura por la Zona Suroccidente ante el Ministerio de Cultura (2005-20006) y Consejero Departamental por el Área de Literatura ante la Secretaría de Cultura y Turismo del Huila (2005-2007). Cofundador del Encuentro Nacional de Escritores “José Eustasio Rivera” (2005, 2006 y 2007). Primer puesto en el concurso Organización Casa de Poesía, 1997. Primer puesto en el concurso de poesía “José Eustasio Rivera”, 1998, 2000, 2001, 2004 y 2007 y segundos puestos (1999, 2002 y 2003). Incluido en el programa de televisión nacional Poetas Colombianos Capitulo Nº 69 Señal Colombia del 2000. Hace parte de las antologías de poesía Crónica poética del Huila (1997), Nuevas voces de fin de siglo (1999), La lluvia y el ángel (1999), Antología de Ganadores de los concursos Departamentales de cuento y poesía, Fondo de Autores Huilenses de la Secretaría Departamental de Cultura (2001 y 2002), Antología de 7 poetas Homenaje 60 aniversario de la Biblioteca Departamental del Huila (2005) y Matamundo, una muestra de literatura huilense contemporánea (2005). Compilador de los libros Memoria secreta de la infancia: Textos de veintiún escritores del Huila (2004), Parvulario: Dieciocho textos de maestros sobre la infancia (2005) y Memorias del primer Encuentro Nacional de Escritores “José Eustasio Rivera” Zona Suroccidente (2005). Autor del libro de poemas Todos los ríos (2006) y Para hacer volar un cuervo (libro inédito de poemas).




Cada paso que damos es mortal. La vejez de todas los casos de cuanto vemos y tocamos, y todo ello, se revela ante los ojos como el temblor del aire. Se adhiere la tarde como una clara pintura sobre los muros, pero algo agoniza en cada paso que damos, en una ciudad donde deambula una piedra, un perro, una hoja. Una daga lanzada desde la muchedumbre viaja a lo largo de la noche. El hilo se rompe y abandona la madeja como los pájaros lo hacen de las ramas, pero la ciudad como un dios inventa sus propias batallas, sus propios verdugos, sus propios heridos.





Primer vuelo

En la página en blanco, el cuervo tiene su propio mundo y no depende de la mano del poeta. Una estela de palabras hace temblar el aire. Nada detiene su mirada, el vacío tiene su propio vértigo. La gramática va trazando su vuelo. El tiempo es un árbol de sonidos y de palabras en el corazón del ave.

Con el pájaro llega el día, noticia de bosques cercanos y de una posible lluvia. Trae en sus entrañas el rocío de su canto y el vuelo fugaz de una estrella.

Cuervo dijo: “Vuela”, y abrí los brazos, y el viento movió mis alas. Cuervo dijo: “Grazna”, y mi boca expidió un horrible sonido. Cuervo dijo: “Ilumina los ojos”, y mis pupilas se volvieron ruedas de fuego. Cuervo dijo: “Ama”, y aprendí a despedirme de la muerte.

Para hacer volar a un cuervo, primero pienso en el aire. Un pequeño punto en el horizonte como un grano de trigo. Un punto es la nada, esa misma fuerza que hace abrir la almendra en la tierra. Y luego, doy paso a la imagen y nace de la cáscara el pájaro. Aletea como señal de vida, escapa de la misma palabra y su cuerpo flota entre el mar invisible. Nada sorprende al ave: grazna porque sabe que en las páginas siguientes habitan otras aves.

Todas las noches dibujo una jaula distinta, línea tras línea, barrote tras barrote. Este ejercicio lo sé de memoria, lo aprendí en la infancia con mis abuelos y lo perfeccioné en la escuela. Lo puedo repetir cuantas veces quiera. Me es fácil: poseo la destreza de encerrar los espacios, de asignarles sus colores y sus ambientes. Me ha parecido difícil que los cuervos vuelen dentro de ella.

El cuervo agita sus alas
para advertirnos que el mundo comienza en el aire.





EL PAN ESTÁ EN LA MESA

Una canción nace entre los trigales
y las legiones de hojas,
la luna moja su luz solitaria
y se hace gigante en las espaldas de
los sembradores.
Aún así, el pan está en la mesa
alumbrando los ojos de los inermes:
huele a humo,
a sudor de trabajo,
a potentado eterno.
El sol moribundo por el torso de la tierra
por la herida de los árboles.
Aún así; todo es cansancio. Rabia de los venenos.
El corazón pertenece sólo a la cosecha,
no hay una fiesta para los huesos.
Ira inmortal.
Una canción regresa al grano de la alacena
y a las entrañas del gallo;
la sangre bulle como la luz de los volcanes.











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