martes, 3 de febrero de 2015

PABLO CRUZ VILLALBA [14.669] Poeta de México


Pablo Cruz Villalba 

(Ciudad de México, 1992) es actualmente estudiante de la licenciatura en Filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México. 

Publicó Epigramas en marzo de 2014 y algunos de sus poemas han aparecido en antologías en México, Estados Unidos y España (Somos poetas ¿y qué? Antología regional 1 —México D.F., México, (H)onda Nómada, 2011; Con otra voz, Washington, Latin Heritage Foundation, 2011 y Porciones creativas. Pluma, tinta y papel, Madrid, Diversidad Literaria, 2012). Obtuvo mención honorifica en el III Concurso internacional de poesía «El mundo lleva alas» (2012) y tercer lugar en el 2º Concurso de Poesía en Voz Alta de Casa del Lago.




PRIMER CONTACTO

Es lo único que siento.
Todo es oscuro
y sólo se escuchan las respiraciones.

Te estoy queriendo
y no sé qué piensas.

Tu cara,
suave y alegre,
está frente a la mía y no la veo.

La noche es cegadora
aunque hoy tengamos la luna más grande del año.

Preguntas, entre risas, si soy yo.
Te digo que sí con nervios.
Te acuestas, yo también.
Te estiras, yo no.
Tomo tu mano que se aleja cada vez más.

Tus pies descalzos.
Los estoy queriendo
como si fueran tus cabellos cortos,
tus ojos,
tus orejas,
labios y lunares,
tu cuello,
tus hombros,
brazos y manos,
tus dedos y uñas,
tu espalda cordillera,
tus senos,
abdomen y ombligo,
tus caderas,
muslos y tus largas piernas,
los estoy queriendo, a tus pies descalzos.

Estoy queriendo todos los pliegues
de las plantas de tus pies,
plantas de una semilla desconocida.
Me enamoro de tus dedos, siempre inquietos.
Me abrazas el pasado y el presente con ellos diez.
Abrazas con ellos todo este cuerpo invisible.
Versan mi lengua en besos
que quedaron en deseo.

Ese talón quiere que lo ame.
Ese que ha pisado tu tiempo
y ha atestiguado tu vida en cuerpo.
¿Qué más ha pisado?
Quizá mis manos ahora.
Deslizo todo mi cuerpo en los pliegues
de una planta que puede ser venenosa,
pero que vale la pena.

Pero mientras siento que ellos me quieren,
tu boca se distrae con otra.





DESDE DONDE SÓLO LA ESPERA ESTÁ PRESENTE

No quiero temer a tu abrazo
porque sea frío,
porque sea sutil e inesperado,
porque me abraces,
porque me toques,
porque me ames,
sino porque me da miedo amarlo.

Tus brazos ya fueron una vez
raíces hundidas en mi manos
al solo contacto de mis pupilas y tu piel.

No es que quiera sofocar tus palabras,
obras aún en andamio de labios
que fueron rojos antes del tiempo.
No es que quiera detener tu silencio
que raspa como humo las primeras vertebras de quien escucha
una estampida de estertores malformados,
hermosos versos.
No te envidio,
no te temo,
no te extraño, no te pienso,
no te sigo, no te dejo, no te deseo,
no te odio, no te escucho, no te hablo
y no quiero
que todos estos gritos sean inciertos.

Me pongo a llorar decepciones
luego de no ser atado por tus grietas laberintos,
luego de verte engañarme con otros cientos de oídos
y orejas donde quedaste enviciada.

Me incorporo, y voy, vengo.
Empiezo lo que a veces acabo,
pero no siempre acabo lo que empiezo,
sino que muchas veces acabo antes de haber empezado,
como ese beso que te di ayer en la noche
mientras me abrazabas,
mientras me enredabas tus cabellos
que cuando rozaron mi olfato te sentí cerca,
tan dentro,
que dejé de ser yo para ser uno de ellos.
Acabé antes de siquiera intentar convertirme,
por eso ahora puedo escribirte lamentos
de andanzas bailables de entre los que hoy somos.

Para no ver tus paseos,
te imagino liviana,
siempre, a donde vayas,
pero sé que pesas más que
invisibles pasos sedimentarios.
Pisas mucho más fuerte que el mar a la arena
y casi diario estoy enterrado en tus mareas
donde sólo la espera está presente.

Y volviste con el susurro de dedos dédalos
que me encerraron entre ellos
sin más hilo que sólo sus caricias.
Y otra vez soñé junto a ti
tu gusto multiforme del que soy esclavo.
Soñé junto a tus huesos con
ovarios encausados a la determinación de la inexistencia,
de los que soy hijo.




EL OTRO HABITANTE DE LERNA
O
VERSOS DE LUTO A LA QUIMIOTERAPIA PARA CUANDO EL AMOR ES UN VERDUGO AJENO


 a y con María F. M. T.
El ke se eça kon gatos
se alevanta areskunyado.

I

Sin saberlo
Nacimos en cáncer.
Nacimos con cáncer.
Nacimos
y había nacido también el cáncer.

Era, sencillamente,
el principio impreciso.

Nos hablaba con lunares del color de las plantas,
otros eran negras envolturas de virgen engaño:
pudor metafísico siempre en ciernes,
dolor metafísico siempre en ciernes.
Nos hablaba en hermosas lenguas
de sílabas mentirosas.
Sonidos minados con cáncer.
Movimientos de labios mirados desde los cánceres.

Nos tocaba con dolores furtivos
como eclipses de sentidos,
oscuros espíritus de agresión de colores en silencio
y miradas miradas miradas de Luna,
mirando a cada rato hacia el mundo en el mundo
en su soledad en el mundo.

Era una existencia subcutánea,
misteriosa sordera,
presbicia memoria,
pozo de realidad,
oscura muralla de metáfora,
tenue como los sueños tan viejos.

Duele algo,
duele muchas veces aquí y allá
esto y lo otro,
hasta la nimiedad
de nimiedad
que nadie
que nadie
pensó.



II

Un nombre empezó a arrancar
su naturaleza en voz baja.
Un nombre empezó a arrancarse
naturalezas en voz baja.
Una naturaleza resquebrajada
empezó a cobrar un nombre:
La trampa de Hera,
el que se oculta en el Lerna.

Ojos afiebrados
de culpa mirada
habían despertado
espacio tiempo,
(en) silencio,
inmóvil como estatua.
Voz apagada,
tiempo en sus ojos
mirando miedo
con nostalgia.
Estaba baldío,
de espaldas
frente al espejo.

Los ojos del nombre nos miran.
La voz de los ojos nos nombra.



III

Por fin,
frente a la gruta donde duerme la carne,
oscura masa de escalofrío cosificado,
donde duermen los olores de piel castaña
y donde duermen labios calientes,
donde duerme otra vez el ánfora de carne de miserias y fealdades,
se nombró a sí mismo.
¿La sensación?:
soledad inenarrable
escurriéndose sobre las paredes del tiempo.

El engaño era más profundo
que los huesos y la carne:
un rostro menos físico que la mirada,
más inmiscuido en las venas que el aire,
Metástasis nunca en ciernes.

Todo es distinto ahora entre sus manos de fluido,
el tono de sus palabras,
inquietantes palabras
de otras palabras que latían
un sordo dolor,
reventaban aneurismas de pasado.

Mala sangre por todas partes,
mala sangre por nada,
nada de nada.

Nosotros, en el fondo,
conservábamos la esperanza,
pero aquella esperanza
no tenía ningún hijo.



IV

Teníamos ante nosotros un sueño
riéndose irónico
al servicio del destino ctónico.

¡Las gargantas gritaron
insultos de rabia que guardábamos
para nuestros propios defectos!

¡Mientras, los ojos mataban
labios de tierras lejanas
y palabras de muerte sin tiempo!

¡Sentíamos que nos limaban
nuestros ásperos seres
hasta sentir cada vez menos!

¡La angustia roe la espera lentamente
a mordidas irregulares,
y cada diente duele como
llenando un abismo con vacío!

Ya no hay palabras en nosotros,
ya se han salvado.
Ya no queda nada,
ya sólo dolernos como muertos,
ya como cosas que no pueden existir.

Toda la libertad ardía en deseos
frente a la inmensidad en
ruinas de devenir,
todas descascaradas
como si tuvieran lepra:
abandonada sensación de poderío:
el miedo del miedo de noche abanonada.

No sabíamos qué decir,
Pedimos a algún dios que hiciera
pero no podíamos dejar de hablar,
morir cada noche,
sabíamos que cuando alguno de los dos callara
porque aquella debía ser la última,
todo habría acabado.
debía ser eterna y única.



V

Los dolores expandidos,
los dolores metastáticos
cuyos rasgos parecían murmullo secreto
de los rastros de conversaciones entre
la vida
y el destino,
hacían de nuestra existencia
un pendiente hilo de seda,
con la suficiente mala suerte genética.

La necesidad carcinógena sobre nosotros
con sus dos manos nos sometía,
llorando de rabia,
absurda
(con la idea de dejarnos ahogar).
El absurdo sucedía torpe
bajo una cúpula inmensa
de universo opaco.

La memoria acechaba con
llegar a la esquina de todo.

¿Habría huido?
(deseos que ardían en libertad secuestrada
frente a la inmensidad)

Sí.

Al borde del suicidio sucedió.
Volvió,
con todas sus manchas.

Un minuto de percato,
en el suelo retorcido
en el silencio,
es años
en una litografía con errores de molde
tatuada en el cuerpo de la realidad.

No sabíamos qué decir,
pero no podíamos dejar de hablar.
Sabíamos que cuando alguno de los dos callara
todo habría acabado.

Y callamos,
y en medio del caos
se produjo el destino
de mala gana.

Morimos, por fin,
envueltos en las noches
y las horas.
Y así el cáncer ha permanecido
tan absurdo.

–Murieron los que viven –dicen–
si te das cuenta de que los ha infectado el Tiempo.
Una memoria es natural,
una flor también, es realidad,
todo lo demás ya no existe
ni siquiera en las esquinas.
Parecía imposible, pero
nuestra vida y lenguaje
se habían detenido
en regiones huecas.

Gemían lamentos mientras nos embalsamábamos
con el natrón de luto
y tiras de abrazos falsos.

Y así el cáncer ha permanecido
tan absurdo.

Entre los epitafios,
las flores son nuestros ojos,
pero  también una curiosa sutileza
en el césped.

Y ardiendo ya en fuegos fatuos,
leímos tu epigrama:
                                                                      No me amas, eres cobarde.
Y entonces me hice confesar:
                                                                      María, nuestro cáncer fui yo.
Y leímos tu epigrama:
Pues ya no es tu silencio
el constante que ocupa el hueco
que sigo habitando.
¡Qué inconcluso!
Y qué concluso yo.
E inconscientemente concluí
con tus voces muertas:
Pues ya no es tu silencio
el constante que ocupa el hueco
que sigo habitando.

Ya no es tu silencio,
es tu presencia
de muerta tortura,
de tergiversación del amor en mi nombre,
de mentiras impías.
Ya no es tu silencio, amor,
el constante que ocupa el hueco
que sigo habitando.
Eres tú mismo,
eres tú muerte,
eres tú engaño,
eres tú cobarde.

Pero el Gran Nunca volverá,
hijo de la supuesta esperanza infértil.
Vendrá hecho cuerpos de sueños
casi inermes.



VI

Inundado de culpa,
sin cara con la cual respirar porque no es necesario,
desataba los nudos de palabras ininteligibles:

¡Y la savia del invierno hacía otras flores,
flores secándose arrastradas por los vientos
                                                          del otoño esperanza!

Un momento nos perdonó.
Y una vieja edad memorizada
teñía los hilos color calma,
momentos de calma
que estallaban de nuevo
con toda su furia.

Y después, nuestra tierra es mi cuerpo.



Instrucciones para ponerse los anteojos
Procure nacer con los ojos de Linceo.
Retire cada mañana el cristal del armazón de sus anteojos
y coloque un espejo de doble cara.
Con sus ojos de humano podrá mirar su interior.
Con sus ojos ajenos podrá observar el interior de la tierra.
Con sus ojos de Linceo podrá entender el interior del espejo.
El movimiento de sus pupilas, la tierra y el espejo
                   es uno y el mismo.
Retire los anteojos durante veinte minutos
en intervalos de dos horas
                                                                 (comprender el devenir puede provocar
                                                                 raquitismos metafísicos de tercer grado
                                                                 con absoluta exposición ósea).
                                                                                                                           Repita.






Gesto
Un gesto, aunque efímero, distante, extranjero,
supera y somete al reino del vocablo.
Pero la venganza del lenguaje es hacer del «gesto» una palabra
y no poder decir nada con ella.






Tierra
Tierra tan sólo. Tierra
de los pueblos desmemoriados.
Tierra que no
se levanta con el viento,
con el tiempo.
Sus grietas se beben la noche
y se limpian los labios
con las huellas de la lluvia
que vienen del olvido del mismo cielo.
Tierra tan sólo. Tierra.






Determinaciones
Odiamos la esencia propia de
todas nuestras determinaciones
como vida
que nos separan.
Pero sólo inocentemente
inmiscuidos en ellas podemos
ser lo que nunca hemos sido
y no ser lo que simplemente podríamos.






Las mañanas solas
Despertar con las pestañas rotas
y el tacto fracturado en flores.
Unas palabras atravesaron el sueño
y sacudieron a la mañana
para decirme que
todavía no soy suficiente.






Te seguí
Te seguí hasta que fuiste
la disipación en parvada negra
de un panal de libélulas
luego del contacto levísimo
de una huella digital
y su membrana de aleteos.
Te seguí por obtusos caminos
que no perdonan a
sus cicatrices,
huellas hirientes
de las suelas
de la infertilidad.
Te seguí hasta una grieta oculta
entre matorrales
y dentro de esa mazmorra
fuiste manjar.
Te seguí
del amor a la obsesión,
de la obsesión al discurso,
del discurso a la excusa
y de la excusa al recuerdo.
Te seguí hasta aquí,
hasta el recuerdo,
que no es más que la repetición
de una posibilidad de mí mismo.

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