miércoles, 4 de julio de 2012

7203.- ALEJANDRO RUBIO


Alejandro Rubio (Argentina, 1967) es escritor. Ha sido incluido en varias antologías nacionales y latinoamericanas. Ha publicado, entre otros libros de poesía:  Prosas cortas (2003), Rosario (2006), y Sobrantes (2008).
Personajes hablándole a una pared"(1994), "Música mala" (1997), "Metal pesado" (1999),
"Novela elegíaca en 4 tomos" (Vox, 2004).



Pesadez en el aire de agosto,
tu pie, mi nariz, otro domingo salvaje.
Si lo que abunda, es decir, la aridez
fuera un truco: una lona que cubriera
nuestro legado, la fe de nuestros padres. Rumiar
la grasa del asado, cada pensamiento,
cada percepción. Nacimos pobres, pobres. Pero no es
que no hayamos estado en la fiesta; es que nos quedamos
para limpiar y ser testigos
de lo que hace la luz con los restos.






PERSONAJES HABLÁNDOLE A LA PARED

La casa abierta, el aire
con olor a repollo hervido. Si me dieran un peso
por cada uno de los días que pasé
esperando en un cuarto de hotel...
No todos fueron así, pero así
se me aparecen: quemaduras en el borde de la mesa, la sombra
de la silla en la pared, mirar tranquilo
las motas de polvo de espaldas
a la ventana: y un día igual, otro año,
te llama el chancho y te dice:
Heredia,
Heredia, usted es gardel.
Gracias por todo. Ahora vivo en una especie
de ático o altillo, tres por tres, casi nada me rodea.
Pocas visitas, cuando vienen
les sirvo mate o en su defecto café, hablan y me distrae
el temblor de la mano entre las piernas, una mancha
en la baldosa; pero lo que de verdad me inquieta
es la decadencia del oficio





VEO TAMBIÉN ROSTROS EMBOTADOS

Qué fue de la bicicleta nueva del niño pobre,
qué de los diques, los embalses,
los flujos dominados, orientados
que dejaban un claro en el centro
donde podíamos prender un fueguito
y contarnos historias de la miseria pretérita.
A veces salgo a caminar por mi suburbio
como si no viviera ahí y veo alucinado
detrás de una valla de chapas un limonero
que cada año da suficientes limones
para alejar la gripe, el resfrío y otros males
de la zona donde la madre cuece su bizcochuelo.
Veo también rostros embotados
con el rastro de un sueño en la comisura
de los párpados, alcohólico tal vez,
pero preñado de una justicia incomprensible,
mágica, como si el premio esperara
por cada uno en la puerta del juzgado o templo,
envuelto en papel de regalo, con moño y leyenda
alusiva a las crueldades padecidas.
Cuando se inclinan a pegar el tacazo
en el pool desangelado donde la cerveza
sale uno cincuenta, el Capital
les mete un dedo, suave
y profundo dedo del Capital,
hasta la garganta y atravesados
por el medio sus instintos
giran en torno a tal eje sin zafar
hacia la tierra prometida del interés propio.
Las tarotistas les muestran porvenires de caramelo
sin lucha ni fragor ni cárcel honorable;
pagan y se van con la nueva
de otro contrato por seis meses, de un posible
brote en el huerto polvoriento donde un malvón
alza solo su cabeza al sol semiescondido.
A veces fantaseo, con los adolescentes
que se insultan entre sí por costumbre,
con una música que acompase cada pie
en la marcha arcaica hacia la capital desdeñosa
y con fuego en Recoleta, con artistas de tevé
empalados que al Señor rueguen
por la continuidad de sus depósitos.






Quejas y reclamos

Después de escuchar la septuagésimo sexta petición del día 
y otra vez la señal de ocupado, sentado en una silla giratoria, 
las piernas cruzadas, me abstraigo revolviendo té. 
Debería tener la nobleza del árbol 
y permanecer mudo mientras me mutilan. 
De pie, oyendo cómo se quiebran los retoños 
y viendo caer al piso las hojas verdes, 
empezando así la primavera, con las raíces 
en pleno salto molecular, dispuesto todavía 
a que savia nueva bañe lo que queda 
y a agitar mi copa como una actriz recién peinada.






Música ambiental

En un taller del conurbano 
donde piezas obsoletas se acumulan en el suelo 
junto a pilas de basura sin identidad 
y cuyo único ventanuco pringado de telas 
añosas de araña ya pardas deja pasar 
un rayo leve, no se escuchará a Mozart. 
Mozart es para los grandes teatros 
de palcos repletos de escotadas señoras 
donde orondas molduras atraen la vista 
tanto como el brillo áureo de las joyas. 
En un taller del conurbano 
donde piezas obsoletas se acumulan en el suelo 
junto a pilas de basura sin identidad 
y cuyo único ventanuco pringado de telas 
añosas de araña ya pardas deja pasar 
un rayo leve que ilumina 
la cara de una mujer en la pared

no se escuchará a Mozart.





El enamorado

Te ofrezco mi bazo como si fuera un corazón. 
Te ofrezco quinientos euros. 
Te ofrezco noches en vela en un banco duro 
frente a las puertas selladas de un consultorio externo. 
La emoción perdura mientras se deshace 
la sustancia pétrea de la discordia. 
Te ofrezco jeroglíficos sobre el polvo. 
Te ofrezco un castellano perfecto.







El guardabarrera

Ninguna duración contiene la frente 
marchita de este despedido. Las ideas 
como vinieron se fueron en la mecánica 
de las jornadas, leves y caprichosas 
como esos panaderos que flotaban entre los arbustos 
vistos por la ventana de una sólida caseta. 
La resistencia de los materiales nobles 
al agua y al fuego por desgracia no se transmite 
a los encajados en una estructura de ladrillo y fierro, 
fanáticos cebadores de mate y adictos al tabaco sin filtro. 
Incluso lo soñado y recurrente, lo 
calcáreo del fondo, el carozo compacto 
de la experiencia -incendiar todo e iluminado 
por las llamas bailar hasta que llegue la autobomba-

es , menos que un deseo, la huella a medio borrar 
de mensajes crípticos que volaban por el éter 
a velocidad lentísima, a la pesca de un continente 
vacío y apto como el vientre de una mogólica.







Museo de la Televisión

Amplio salón de techo estrellado 
donde se pisa sobre superficie vidriada de pantallas 
que se repiten de arriba abajo en las paredes 
transmitiendo cincuenta y un mil seiscientas cuarenta y ocho 
imágenes empotradas unas en otras 
bajo el trino, no el zumbido, de zorzales, 
mirlos, golondrinas, etc., acordado 
con la cabeza sin ojos del bebé sacro, 
objeto y testigo de la representación:

interminable casa chorizo cuyas habitaciones 
se recorren entre repletas repisas 
y plataformas con todos los
-lavarropas, combinados musicales, radios a galena, 
licuadoras- artefactos cubiertos de polvo venerable 
para producir esa leve debilidad en el pecho que se asocia 
con la nostalgia, hasta llegar al fondo 
donde en una pieza con el parqué destrozado 
descansa colgado de cuatro brazos de acero un Grundig 
enorme en cuyo centro exacto un punto 
luminoso parpadea mirando nada.








A un enemigo

Aunque tu nombre casualmente se pronuncie 
para dar paso a una sonrisa o 
ademán en la sucesión que se desovilla 
a nuestro pesar, yo sé lo que significa. 
Si un campo magnético borrara 
de su memoria cada bit que aludiera 
a tu cara, voz y circunstancias, 
aún en su tracto vaginal quedarían 

moléculas de esperma tuya como garfios que me abrazan. 
Y si con una hoja plateada raspase 
hasta llegar a la fina capa profunda 
donde rozarme cálido y primero, 
tu sombra aún caería sobre la línea media 
de la cama donde duerme de espaldas 
y yo vigilo sus arritmias para sorprenderte en su sueño. 
Maldito, tu marca está en lo mío. Mi odio 
crece con amor y compite 
por el espacio que debería ocupar 
un sentimiento puro hacia el mundo. 
Tendría que conseguirme una chica de doce. Tendría 
que desatender los llamados, faltar a los cumpleaños, 
dejarla sola bajo la llovizna en una esquina, 
mientras bajando vodka me sereno y olvido.







Vie, vie, vie...raire

La novela circula como vino entre estos 
invitados. Es la sangre hecha alcohol benéfico 
para los acólitos que en diversos estados de lucidez 
sólo se embriagan para no 
morir. Es la cultura que mejora 
el espíritu humano y promueve 
el progreso del espíritu humano y progresa 
en la espiral descendente 
del espíritu humano. Si un perro entrara 
y en un rincón se pusiera en silencio 
a defecar los presentes en sus puestos 
con una media sonrisa horrenda se helarían 
y el calor mefítico de la bosta 
los derritiría.

Poemas del libro Sobrantes





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