jueves, 30 de octubre de 2014

ALBEIRO MONTOYA GUIRAL [13.898]


Albeiro Montoya Guiral 

Nació en Santa Rosa de Cabal, Risaralda, Colombia, en 1986. Es poeta y ensayista. Actualmente se desempeña como profesor universitario. Candidato a Magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia en la profundización de Poesía. En 2011 realizó una investigación sobre los poetas Carlos Héctor Trejos Reyes y Orlando Sierra, titulada “Poesía de la muerte y muerte de la poesía” para el Portal Literario del Eje Cafetero. Dirige el portal literariedad.co).




El nombre del fuego

La vida es amarga, en consecuencia, besa.
Quémate si el fuego en que amamos es el último.
No temas a mis manos que aprietan tus senos
como si fueran dos azucenas vencidas por la noche,
así como yo no temo a tu delicada forma de abarcar mi cuerpo
de hombre o de sueño o de árbol ─qué sé yo─,
aprendí a olvidar de qué extraña sustancia amanezco
construido cada día.
Amar es lo único que nos queda por hacer.
Vivir en esta instancia de la muerte
es ínfimo comparado al amor.
Desnudarnos fue un acto apenas cotidiano
como soñar con rosas o bailar antes del sueño.
Desnuda sé amarte como si estuvieras hecha
de azucena estremecida
o de lluvia amaestrada para caer en la melancolía.
Sabe amar mi cuerpo desnudo de hombre o de sueño o de árbol.
No prestes atención a las dos palabras estremecedoras de mis ojos.
El nombre del fuego no se pronuncia:
se besa.




Eres hijo de ti mismo y te muerdes

Padre, tu único hijo ha muerto para que mis manos nazcan,
tu único silencio fue invadido
por guaduales y lámparas.
Tristes caballos miran la llovizna
de la infancia caer en la ciudad lejana.

Eres padre de ti mismo, infortunio.
Eres hijo de ti mismo y te muerdes.
Padre, tu único hijo ha muerto
y está habitando los zapatos del olvido.




Naturaleza muerta

La muerte puede ser un sombrero blanco
sobre nuestros mejores libros,
un vestido sin estrenar,
un par de camisas a rayas que huelen a café,
una mujer venteando un fogón para encender la tarde.

Pero no,
soy yo
tan solo,
barriendo imágenes
en la oquedad de este instante.





   
El verano

La tierra es un perro amarillo
que duerme a la sombra de un guayabo.
Las mujeres le llevan agua robada
en la noche de un secreto yacimiento,
pero él, indiferente, duerme el sueño del sopor.

Un pájaro de luto vuela en círculo
mientras lo espera ver morir.

Si yo no fuera niño
saldría de esta humedad donde me enterraron
para espantarle las moscas,
para espantarle la muerte al verano.




Última calle

                                A Carlos Héctor Trejos Reyes


Todas las noches vendrá a ladrarte una lejanía
y vas a soñar que te disparan con piedad.
Todas las mañanas despertarás
empuñando una paloma muerta.
De tus ojos saldrá
un agua de rosas antiguas
pero no podrás morir jamás.
La muerte te va a dejar esperando,
vestido y engalanado
a la altura de la mejor celebración.

Quienquiera que seas:
sin remedio tendrás que vivir.
A solas irás por la única calle que le queda a tu ciudad.
La imposibilidad del retorno y de la despedida
como aceite goteando de tus dedos.
Se te hizo muy tarde para morir.
Se te ha hecho tarde.




Es invencible el insomnio

Una noche lluviosa
no me dejaba dormir con sus ladridos.
Lo llevé afuera,
le introduje el cañón del revólver en el hocico
─estaba amistoso ante mí,
lamiéndome la mano, meneando su cola peluda─.
Lo miré a los ojos y, sin apiadarme, disparé.

La noche lo vio perder la cabeza
y escuchó el último latido de su corazón.

No sé cómo
a pesar de lo que cuento
va detrás de mí a todas partes,
siguiéndome de lejos por los caminos,
y llegando hasta mi lecho para interrumpir mi sueño
el perro incansable de la poesía.





Piromanía

Quiero jugar el fuego
incendiarme en tus ojos
donde todo existe
porque nada existe fuera de la noche

Quiero jugar el fuego
esta sospecha de que no existo
y apenas soy un traficante de silencios
un vendedor ambulante de la memoria

Quiero jugar el fuego
incendiarme en tu boca
donde se accidentó el deseo
por pasar en rojo las palabras prohibidas

Quiero jugar el fuego
Besarte
robar las llamas
y ganar la muerte




Velar las armas

Para qué ver en la aurora un símbolo
o el estallido de un alfabeto
cuyas esquirlas rompan los vidrios
de la memoria
si, al fin y al cabo, la poesía,
como el hombre, para nada sirve.

Velar las armas, cortar las manos
del titiritero, buen demonio
que para vaciar toda la furia
acendrada durante milenios
contra quien sopló vida en su rostro
nos provoca esta mala pasada
de hallar bello el mundo que nos mata.

Huyamos como Rimbaud a la tierra
de los elefantes, o matémonos
con un verso en una tarde de octubre.




Labios de ceniza

Café hondo el pueblo a distancia fulgurante
café hondo el silbido del viento
que confunde los árboles con perros
Café hondo la tibieza donde alguien menudo
dejó un beso marcado en nuestro espejo
con labial de ceniza
como advirtiendo que jamás volvería
Ojos morenos
Café hondo que bebo a solas




No nos amemos

Espérame
no puedo ir a ti sin saber por qué el miedo
a quienes están exentos de la felicidad
les reparte claveles morados
cartas sin firma y sonrisas póstumas
Espérame
tengo que acabar mi vida antes de amarte
Antes que nada tengo que morir




Acta de defunción

Hago constar que ha muerto en mí
aquel que se pintó en la cara una nariz de poeta
para hacer reír al mundo.
Se entregan, para cumplir su última voluntad,
el ritmo de una canción,
el bullicio desenfrenado de un amor,
la camisa de rayas infinitas de su padre,
las manos musicales de la mujer
que lo puso en la tierra
como quien arrojara una flor en una tumba,
la foto de un perro amarillo
(de fondo unos muchachos sonrientes
antes de que se los tragara la montaña),
el sombrero de un hombre que murió
a la primera luz de un día aletargado toda una vida,
y el discurso ignorado de las horas untadas de vacío.




El viento podría equivocarse

Si por un error del viento que viene del sur
llegaras a morir,
o si cayeras de pronto en el olvido,
en algún lugar no difícil de encontrar
deja un poema voluntario
que se encargue de distribuir la vida y la palabra
que queden inconclusas.

Aunque quisieras irte en silencio
no tendrías otra opción
porque la palabra es postergar la vida,
y la vida postergar la esperanza.


http://www.lapoesiaalcanza.com.ar/index.php/poemas/1416-albeiro-montoya-guiral


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