miércoles, 4 de febrero de 2015

DEBORAH MIRANDA [14.699] Poeta de Estados Unidos


Deborah Miranda 

Nació en Los Ángeles, Estados Unidos, en 1961. Es poeta y escritora, perteneciente a la comunidad nativa Eselen-Chumash. Profesora de Inglés en la universidad de Washington y en la Universidad de Lee, donde dirige cursos de escritura creativa (poesía), así como literatura de los pueblos americanos y literatura femenina. Ha publicado entre otros los libros de poesía: Cartografía Indígena, 1999; El Zen de La Llorona, 2005; y Ciervo, una plaquette de poemas.




CONSEJOS DE LA LLORONA

-Un poema encontrado

Cada dolor tiene su lado único.
Elije el que te guste.
Ve suavemente.
Tu cuerpo necesita energía para reparar la amputación.
Mima el dolor fantasma.

Tus células cerebrales se empapan de sal;
conexiones fallan inesperadamente y a menudo.
Pide ayuda.
Acepta ayuda.

Lee tu dolor como un diario:
titulares pueden tener la información que necesitas.
Grita. Brinca y patea la caneca de basura en la calle.

No te sientas culpable si pasas un buen rato.
No actúes como si no hubieras sido golpeado por un camión.
Haz las cosas de forma un poco diferente
pero no hagas un montón de cambios.
Disfruta la contradicción.

Habla con la persona que murió.
Dile lo que piensas.

Trata de tocar a alguien al menos una vez al día.
Acércate a la tristeza con determinación.
Haz como si la meta no estuviera alejándose.
Inclínate hacia el dolor.
No puedes escapar de él.




VIEJO TERRITORIO. NUEVOS MAPAS.

Planeas una ruta sin complicaciones
a través del polvo rojo de Colorado,
alrededor del borde cáustico de las llanuras salinas de Utah
una sola noche en un hotel
en el enclave Idaho. Nuestros planes cambian.
Es primavera, somos dos mujeres indígenas juntas
a los días se abren:
Amanece sobre un camino largo y agradable,
antílopes contra secas colinas,
garza emergiendo de campos oscuros.
Me dices que esto es un viaje
que siempre has querido hacer.
Me pides que te diga lo que quiero.

Quiero que mi anhelo milagrosamente
te traiga a través de la barrera de tu piel
dentro de mi sangre para que pueda poseerte
enteramente y aun ser enteramente poseída.
Dices no, tu cara tensa de dolor, lágrimas
quemando tus ojos, manos apretando el volante.
Te creo. Conducimos cientos de kilómetros
por desiertos esculpidos por el viento y la historia,
y aprendo la distancia de mi mano a tu muslo,
tu boca a mi boca, la curva de un cuello
a lo largo de un cálido cuello suave.
Sonríes como si nadie te hubiera visto nunca así:
desnuda, salvaje, feliz.
Aquel es el comienzo del sí.

Fantasmas están por todas partes.
Los oímos cantar en esa montaña del país de Ute,
los chillidos de tu flauta complacen espíritus antiguos.
Como aquellas personas cuyas tierras cruzamos,
no vivimos por líneas trazados en el papel.
En lugar de ello, marcamos la cascada de besos tímidos,
una seca ciudad ventosa donde intercambiamos secretos en susurros,
el alto acantilado hueco que nos cobija
en el borde del bosque de Uinta.
Flores silvestres se doblan bajo nuestros cuerpos,
ahuecan el peso tembloroso del contacto.
Caminamos por un tiempo en un vasto lugar suficiente
para contener todas las posibilidades.

Después de 1.200 millas juntas
nos adentramos en el espeso bosque verde a lo largo de un río sin miedo.
Esta densa topografía no nos deja ver,
no podemos encontrar el horizonte para juzgar distancias
o el arco del sol para conocer el este del oeste.
Allá por fin agarras mi mano, la guías
a un lugar más allá de los mapas,
a un universo nunca conocido.
Es un paisaje crudo; somos peregrinas
abrumadas por el choque peligroso de la llegada.
Detenemos el auto, caminamos por el río,
torpes, asustadas por el deseo. Yo deseo
más que el cuerpo o el alma que puedo soportar.

Dulces, estos son los mapas que hicimos juntas,
territorios que tontamente juramos poseer.
Aquí, el lugar donde nos alejamos del mapa,
Conmovidas hondamente en una tierra sin cicatrices
donde cada dirección nos llevó a casa
pero ningún lugar podía refugiarnos.
No sé cómo sobrevivir el despertar
en el cuerpo de una mujer con un roto corazón
de niña. Caigo de rodillas, nuestro amor
una piedra desnuda en el alféizar entre nosotros.
¿Cómo puedo aprender este truco, con la voluntad de volver
tu cuerpo al otro lado de mi piel? Ayúdame a
traducir la pérdida como esta tierra lo hace
inundaciones, terremotos, derrumbes--
terrible, y viva.





POEMA DE AMOR A UNA MUJER FUERTE

Así soy yo:
tan fuerte, quiero extraer el huevo
desde tu vientre y alimentarlo dentro del mío.
Quiero ser madre de un hijo hecho sólo
de nosotras dos, de mí, de ti: de ninguna semilla prestada
de ningún hombre. Quiero volver a moldear
la matriz de la creación, hacer un ser humano
desde el amor humano que pasa entre
nuestros cuerpos. Cariño, así son las cosas:
cuando sales de la habitación
en limpia camisa de algodón, mangas remangadas hasta los
antebrazos, perfumados con colonia
de una botella de ámbar-Quiero abrir
mi corazón, la más brillante rendija de dolor
de mi alma, recibir tu perla.
Observo tus manos, espero el signo
que significa que me tocarás,
me abrirás, me llenarás; espero ese momento
cuando tu deseo salte dentro de mí.


Poetas indígenas del mundo: Deborah Miranda (Nación Eselen-Chumas, Estados Unidos)
Photo: Poetry Foundation



Deborah Miranda was born in Los Angeles, USA, in 1961. She is a poet and writer and belongs to the native community Eselen-Chumash. She is professor of English at the University of Washington and Lee University, where she conducts courses in creative writing (poetry) and literature of the American peoples and women's literature. She has published, among others, the books of poetry: Indian Cartography, 1999; The Zen of La Llorona, 2005; and Deer, a chapbook.



ADVICE FROM LA LLORONA

—a found poem

Each grief has its unique side.
Choose the one that appeals to you.
Go gently.
Your body needs energy to repair the amputation.
Humor phantom pain.

Your brain cells are soaked with salt;
connections fail unexpectedly and often.
Ask for help.
Accept help.

Read your grief like the daily newspaper:
headlines may have information you need.
Scream. Drop-kick the garbage can across the street.

Don’t feel guilty if you have a good time.
Don’t act as if you haven’t been hit by a Mack Truck.
Do things a little differently
but don’t make a lot of changes.
Revel in contradiction.

Talk to the person who died.
Give her a piece of your mind.

Try to touch someone at least once a day.
Approach grief with determination.
Pretend the finish line doesn’t keep receding.
Lean into the pain.
You can’t outrun it.




OLD TERRITORY. NEW MAPS.

You plan an uncomplicated path
through Colorado’s red dust,
around the caustic edge of Utah’s salt flats
a single night at a hotel
in the Idaho panhandle. Our plans change.
It’s spring, we are two Indian women along
together and the days open:
sunrise on a fine long road,
antelope against dry hills,
heron emerging from dim fields.
You tell me this is a journey
you’ve always wanted to take.
You ask me to tell you what I want.

I want my longing to miraculously
bring you through the barrier of your skin
into my blood so that I can possess you
entirely and yet be entirely possessed.
You say no, your face tight with pain, tears
burning your eyes, hands clenching the steering wheel.
I believe you. We drive hundreds of miles
across deserts sculpted by wind and story,
and I learn distance from my hand to your thigh,
your mouth to my mouth, the curve of a collar
along a warm, smooth neck.
You grin as if no one has ever seen you thus:
naked, savage, happy.
That is the beginning of yes.

Ghosts are everywhere.
We hear them singing on that mountain in Ute country,
the cries of your flute pleasuring old spirits.
Like those people whose land we cross,
we don’t live by lines drawn on paper.
Instead, we mark the waterfall of shy kisses,
a dry windy town where we exchange secrets in whispers,
the high cliff hollow that shelters us
on the edge of the Uinta forest.
Wildflowers bend beneath our bodies,
cup the trembling weight of touch.
We wander for awhile in a place vast enough
to contain all possibilities.

After twelve hundred miles together
we enter green forest thick along a fearless river.
This dense topography we can’t see through,
can’t find the horizon to judge distances
or the arc of the sun to know east from west.
There at last you clasp my hand, guide it
to a place beyond maps,
no universe I have ever known.
It is a raw landscape; we are the sojourners
overcome by the perilous shock of arrival.
We stop the car, walk by the river,
clumsy, frightened by desire. I wish
for more than body or soul can bear.

Sweet, these are the maps we made together,
territories we foolishly vowed to own.
Here, the place we wandered off the map,
moved deep into a land without scars
where every direction took us home
but no place could give us shelter.
I don’t know how to survive awakening
in a woman’s body with a child’s
broken heart. I fall on my knees, our love
a bare stone on the windowsill between us.
How can I learn this trick, will your body
back to the other side of my skin? Help me
translate loss the way this land does—
flood, earthquake, landslide—
terrible, and alive.





LOVE POEM TO A BUTCH WOMAN

This is how it is with me:
so strong, I want to draw the egg
from your womb and nourish it in my own.
I want to mother your child made only
of us, of me, you: no borrowed seed
from any man. I want to re-fashion
the matrix of creation, make a human being
from the human love that passes between
our bodies. Sweetheart, this is how it is:
when you emerge from the bedroom
in a clean cotton shirt, sleeves pushed back
over forearms, scented with cologne
from an amber bottle—I want to open
my heart, the brightest aching slit
of my soul, receive your pearl.
I watch your hands, wait for the sign
that means you’ll touch me,
open me, fill me; wait for that moment
when your desire leaps inside me.

Worldwide Aboriginal Poets: Deborah Miranda (Eselen-Chumas, United States)
http://www.wpm2011.org/node/647





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