jueves, 19 de marzo de 2015

EDUARDO PADILLA [15.248] Poeta de México



EDUARDO PADILLA 

México, 1976. Poeta

"Eduardo Padilla es una de las voces más arriesgadas de la novísima poesía mexicana", 
León Plascencia Ñol, Revista de poesía filodecaballos.



Auto-retrato con escuadra

Siendo la vida una vela impertinente,
izada en la impermanencia del eje vertical
— y —
siendo la muerte una vela intermitente,
arrojando su luz negativa sobre la permanencia incontinente del eje horizontal:
tomaré mi escuadra y tocaré el arpa en silencio,
como quien finge decir algo urgente detrás de un cristal blindado,
bien sabiendo de antemano
que no hay sordomudos en el área.





NAIPES

Las palabras comodín
son la mejor opción
para sus fiestas infantiles:
divierta a su familia
haciendo figuras de animales
por una fracción del costo
de un mago o un payaso.
Extensa variedad de formas y colores.
Lo que usted necesita
son palabras que parezcan abarcarlo todo
aunque en realidad no digan mucho.
“Dios” y “Locura”
son nuestros modelos
más populares.

Por cada orden de seis
nosotros le ofrecemos una frase comodín
a mitad de precio.
¿Alguna vez se ha encontrado
a medio relato o discusión
tratando de describir
algo
sin tener la más remota idea
de cómo hacerlo?
La frase comodín
es una descripción flexible
que se acomoda a sus necesidades
sin importar el contexto.
“Fuego fatuo que nada alumbra”
es una demostración
libre de costo.





UNA PIERNA ROTA ES COSA SERIA

Hay bromas que esconden cosas serias.
Pon atención y se ve un matón agazapado,
un destello de dientes o arma blanca.

Luego a la inversa las cosas serias—
parecen imbatibles sobre el montículo
pero de la nada
se rompen una pierna.

Vaya fragilidad
en las piernas
la de las cosas serias.

Paso por el yonque
y veo torre tras torre
de ley obsoleta,
filas y pilas
de leyes como
estalagmitas.

Viajo por un país de montañas
que de vuelta son meros pedruscos,
guijarros para guardar en el bolsillo
y pensar en cálculos renales.

Vuelo y contemplo
el Gran Cañón,
donde tractores como hormigas
van y vierten
los residuos de las grandes gestas.





OBTUVE SU AGUJETA SIN VIOLENCIA

De nada me sirve un autógrafo,
su escritura es banal y su nombre nada me dice;
yo no lo admiro a usted por su obra.
Sea tan amable de enviarme mejor una agujeta.
Yo la mandaré a encerrar en una caja oblonga
y le daré un lugar prominente en mi colección.
Invitaré a chambones y a don nadies
a estudiarla bajo la luz de los astros.
Los tomaré del codo y les diré a sotto voce:
Hombre, esta agujeta es más que tú y que yo
y que todos tus ancestros hechos pirámide.
Pequeño y mortal hermano, esta agujeta será observada
y discutida siglos después
de que nuestra tumba sea exhumada
para pavimentar el lote y hacer campo
para un nuevo supermercado.



CON­STAN­TINO­PLA

Vivo en las afueras del mundo,
soy el peor histrión del vecindario.
Con­sidero una ven­taja estratég­ica estar a la som­bra de la Puerta Dorada,
colosal atea que va siem­pre al grano y pre­fiere la des­o­lación al adorno.
La admiro por lo mismo.
Cuando pienso que su muerte es mi muerte
me doy por satisfecho,
ya puedo anun­cia­rle a todos que estoy en una relación sentimental.
La raza de mi queren­cia no es impor­tante, lo que cuenta es su sen­tido del diseño.
No odio a los chi­nos por ser chi­nos, los odio
por ser inca­paces de inven­tar la belleza trascen­den­tal de un
1950 Stude­backer Cham­pion Convertible.
La ima­gen de dicho auto reside en el reli­cario de plata que habré de arro­jar dese alguna cima
el día de mi finiquito.
Bara­je­ando mis opciones, me inclino por la cima de aquel puente.
Hay que enten­der que el puente sufre el peso del tiempo
como ningún már­tir jamás podría
y además sin drama o
mácula,
sin ensu­ciar los pantalones.
Golden Gate,
en tu nom­bre rutila
una grosera promesa
que ya pienso capitalizar
cuando sea hora de can­jear mis fichas.
¡Tú no eres ningún vul­gar puente, oh mon­taña servil!
Las pelir­ro­jas me estim­u­lan a tal grado, y entre más heladas y utilitarias,
más vivo es el rojo de mi entusiasmo.
Habría que seguir tu ejem­plo, mi humilde giganta,
y sopor­tar el plomo de los días
con el gris acero de tu parsimonia.


2.

Bruto y astroso el jamelgo
del lúgubre hidalgo
(no aquel Hidalgo sino el genérico, el de noble abolengo)
ren­quea cual oblea, tose cual tren
y san­gra escorbuto
par­o­dia tísica de loco­mo­ción clásica
que de la sedi­ción es el fruto.

Un calambre lo tuerce y le trunca
la car­rera castrense
(la car­rera de un gato y su ovillo de estambre)
y ahora lo tienen pase­ando a aquel fiambre
en car­roza, tam­bién a su esposa, la momia canalla.
Tú espera en la esquina y seguro te tira
con­feti circense
desde el asiento de alambre
de esta seca antigualla.




SENDAI

Tengo un sis­mó­grafo junto a la silla giratoria,
un globo ter­ráqueo traspasado de agujas
donde las pla­cas tec­tóni­cas se ahorcan;
tengo un mirador cónico donde el fin del mundo es un diorama
con partes móviles y exquis­i­tas répli­cas de trenes
y cochecitos a escala.

La aguja brinca y baila con el trompo.
La gran ola se mueve y devora a veloci­dad insólita.

Los muer­tos fluyen, se revuelven
en un cos­mos piroclástico.

No hay defensa. Todo corre
menos las piernas,
los relo­jes…

…las moscas son moscas desde siempre.
De su errar derivo
una lec­ción pasmosa
una mod­esta constante
un fru­gal ultraje
y un prismático
temblor-abismo.




EL PARAÍSO ERA UN BALU­ARTE CIRCULAR

El paraíso era un balu­arte circular,
sus habi­tantes feliz­mente para­peta­dos en la certeza binaria
de un estado de sitio.
Nosotros o Yo
aden­tro;
Ellos o Él
afuera.
Él cir­cund­aba la muralla,
su vol­un­tad siem­pre idén­tica a sí misma…
al ritmo de un cara­col sus jinetes
cir­cund­a­ban la muralla
afi­lando en ella sus dagas
como después el agua
cuando ero­siona las rocas.
Su nom­bre es multitud
pero entre ellos brilla la hélice
espi­ral
el remolino abismal
y el viejo escar­got que deja su baba en el álbum de la familia.
Aden­tro, Nosotros
en uní­sono de serpentina
pre-serpentina
cir­culábamos el único signo posible,
y esto Nosotros
lo hacíamos sin manos o sin bocas.

Hoy con justa razón sen­ti­mos repug­nan­cia y bus­camos no hundirnos en ninguna pan­tanosa monomanía
pero en aquel entonces todo era sim­plon­a­mente divino.




El primer portero
cor­rupto
fue el primer agujero
amoroso.
El primer agu­jero corrupto
fue el primer portero amoroso.





Hoy reina la Mon­eda, la Rueda y el Fuego.

El fuego es la man­i­festación vis­i­ble de una rueda invisible.

La rueda rueda con la sim­plona divinidad de la moneda.

La mon­eda es el balu­arte cir­cu­lar en el que la rueda existe y es con­sum­ida por el fuego.

Y lo que queda fuera de la moneda,
o todo lo que no es moneda,
es lo único que habilita y sostiene la exis­ten­cia de la moneda.

Y

amén
entonces
o etcétera
pues.



4.

Doro­teo, arenga a las tropas,
hazlas subir por el filo de Marte,
da la orden, que ras­guen las ropas
y a usar los jirones para un nuevo estandarte.

Ya encar­ri­ladas en demás rasgaduras
las huestes valientes vio­len­tan los lechos
ras­gando las fal­das de nenas maduras
los muer­tos vivientes se arro­gan derechos.

Feroz cen­tauro, cazador de la enagua,
big­ote y carisma de fatal rabble-rouser,
aunque ayer gob­ern­abas Chihuahua
hoy en Texas sub­as­tan tu Mauser.







Titulo: Blitz
Autor: Eduardo Padilla
Editorial: filodecaballos
Lugar y Año: México, 2013


por Luis Alberto Arellano 

En el folklore malayo, la figura de Naranath Branthan es conocida por ser un mujta (una persona de origen divino) que simulaba estar loco y que, debido a su comportamiento excéntrico, revelaba enseñanzas de muy diversa índole. Naranath es representado siempre como un hombre que empuja grandes rocas hasta la cima de una colina, para dejarlas caer rodando hasta el valle, mientras ríe a carcajadas de la constatación permanente de la ley de gravedad. Una vez que la roca dejaba de rodar, volvía a comenzar el ascenso, difícil y escarpado, empujando la roca, con la seriedad de quien realiza una tarea de suma importancia para la comunidad. La colina de estos ejercicios, en donde se ha construido un templo dedicado a la diosa Devi, se encuentra en el estado indio de Kerala, cerca de la ciudad de Palakkad, al sur de la península índica. En la cima, al lado del templo, hay una gran escultura del profeta loco y una gran roca que empuja hasta la cima. El loco del Naramad, se le conoce también a este Sísifo malayo, con más humor, realiza el trabajo inútil una vez y otra con un placer inusitado, porque de él se desprenden enseñanzas sobre el mundo y su futilidad.

Este personaje es uno de las apariciones extraordinarias que pueblan los poemas de Blitz, de Eduardo Padilla. En la galería de personajes mínimos, pero tocados por algo parecido al genio, que Padilla hace dialogar con un entorno siempre enfermizo y particularmente cercano al fracaso, la figura de Naranath se acompaña por la profesional del theremin, Clara Rockmore, y por Jonás, el profeta que tuvo por residencia temporal el interior de una ballena. Vale la pena aclarar qué es el theremin: es un instrumento electrónico que funciona con dos antenas en los extremos de una caja, una colocada en forma vertical, a la derecha (que es el control del tono); y una a la izquierda, y colocada de forma horizontal (que es el control del volumen). Debido a que el ejecutante no toca las antenas, sino que regula la amplitud y frecuencia de las ondas que emiten por la proximidad de sus manos, pareciera que se palpa el vacío para producir música. Al inicio de su producción industrial, al theremin se le conocía como eterófono, por aludir a que la digitación accionaba el éter para producir sonido. Suena inverosímil que existiera una concertista profesional, reconocida a nivel mundial, que tuviera ese instrumento como el elegido para dar recitales. Pues bien, Clara Rockmore es la mayor exponente del theremin que la historia consigne. Así, aparece un patrón. Los personajes que Padilla convoca son partícipes de una visión única, pero imposible de consignar comunalmente. Son una especie de genios autistas, que encontraron su nicho de desarrollo en un devaneo que tiene muy poca importancia y que la historia recuerda como una curiosidad al pie de página.

“He observado que las cosas no terminan nunca de acabarse”, dice un poema de este libro. Y es que la figura de lo circular, de lo que retorna, son leitmotiv en estas páginas. Las esferas que forman un panal por acumulación de hexágonos; la pista de carreras donde un Porsche Gioconda realiza sus evoluciones; el mundo que nunca se acaba, sino que retorna más siniestro e imposible de creer; Jonás el profeta que no se decide a salir a pregonar la buena nueva. Es decir, procesos inacabados, pero que comienzan de nuevo cada vez más degradados, sin terminar de consumirse. Esto es lo que la poesía de Padilla pone de relieve: la necesidad de un cierre es un lujo para la humanidad. Esta serie de poemas dan cuenta de los impulsos para vencer la resistencia de las cosas que nunca llega a ser del todo fructífera.

Mención aparte merecen dos poemas que han sido replicados en redes sociales desde la salida del libro: “Delta” y “La fecundación de las cajeras chinas”. En el primero, el viaje de un padre con su hija rumbo a la zona más poblada de su región les permite ver en el lago un grupo de patos azulados. De este encuentro fortuito se deriva una reflexión sobre lo torcido que parece estar el mundo en sus ribetes y sobre cómo la “normalidad” es un imperativo que la naturaleza no se da el gusto de cumplir. La figura de los patos permite adentrarse en las fisuras que ese mundo relajado y feliz, que aparece en la superficie del poema, no permite ocultar del todo y que toma con mucha fuerza el papel de narrativa predominante. En “La fecundación de las cajeras chinas”, el yo poético realiza un diálogo mental con la cajera del supermercado que asegura que la especie se siga perpetuando. El instrumento de sujeción al mundo que opera es el de la fantasía como motor de la voluntad. En nuestra cabeza todos somos grandiosos, potentes rockstars. La realidad es una simple y muy aburrida sugerencia.



Fragmento del poema 'Pereza'.

“Los domingos me visitan las ideas simples,
Yo las llevo al jardín  donde ellas se sientan,
En sillas de mimbre y en hamacas
Y sacan sus abanicos orientales
(tigres, aves, ideogramas)

Les pregunto qué hay de nuevo
Y ellas gorjean y cantan himnos”




DELTA

El domingo bajamos hasta el delta
con la idea de asistir a un matrimonio arreglado
entre dos antípodas.
Compraríamos víveres,
venderíamos pieles,
pasearíamos por la plaza a la hora desierta
y ajustaríamos el reloj de mi padre
con el reloj de la iglesia.

En algún punto del río llegamos a un remanso.
Un pato azulón nadaba junto al bote
con la magia particular de los patos,
esa forma de andar fácil sobre el agua.

“Qué pato tan guapo”, decía Sarah, mi hija,
mientras yo miraba absorto la estela
y asentía mansamente.
Años después Sarah me escribe para contarme
del fenómeno de la necrofilia homosexual
en el Anas Platyrhynchos.
“Uno de cada diez patos azulones es marica, y una lo entiende,
pues si te fijas, las hembras del ánade real son aburridas e insípidas,
su color es marrón, sin ese collarín blanco tan dandy que tienen los machos,
sin esa cabeza azul de ensueño. Leí también
que el pato azulón a veces coge por la fuerza, que de hecho
la violación es común y frecuente,
y que muchos de los estupros se dan en el aire
(me voy a hacer un tatuaje que diga
The canard may give a flying fuck, but I don’t).
En Holanda un hombre de ciencia
estaba ocupado escribiendo un ensayo
cuando dos patos azulones chocaron contra su ventana.
Los dos eran machos.
Al salir a observarlos el hombre dedujo que uno de los patos buscaba amor
al momento del choque,
mientras que el otro le huía;
ahora uno de ellos estaba muerto
mientras que el otro le picoteaba la cabeza.
Al comprobar que el otro estaba inmóvil y pasivo,
como los muertos bien suelen estarlo,
el pato activo montó el cadáver con gran energía,
soltando graznidos a metralla,
y desplegó su plumaje con pompa solar
como si estuviese posando para una insignia
o para la contracara de una moneda.”

El pato azulón nos acompañó hasta que el río dio un nuevo giro,
y las aguas retomaron su vivo pulso.
Sarah y yo bromeamos sobre la cola metronómica del pato
y observamos su estela disolverse en la nebulosidad del bosque.
A media tarde llegamos a las orillas del pueblo,
donde el violeta de las flores
y el rojo de los ladrillos
anunciaban la mundana muerte y resurrección
de todas las cosas.

De Blitz (filodecaballos, 2013)







Zimbabwe, de Eduardo Padilla

Por Luis Jorge Boone

El billar de Lucrecia ha puesto en las mesas de novedades una serie de poéticas raras, desacostumbradas en el panorama casero. Libros de poetas con bastante trayectoria, desde el barriobajero Washington Cucurto, hasta la tanaticoerótica Damaris Calderón, pasando por el culto y esquizofrénico Germán Carrasco, esta aventura editorial ha recalado en su más reciente entrega en un puerto que (confesémoslo) muchos de nosotros ni siquiera teníamos registrado en el radar: Eduardo Padilla, nacido canadiense y radicado en México, quien en este consistente primer título presenta una poesía esquiva pero no imposible, aleatoria pero no mecánica, arriesgada pero no vacía.

Aunque lo primero es una impresión: el libro no suena a español, parece haber sido escrito en un inglés, digamos, apenas traducido (“Necesitamos más gente como usted ¿sabe?”, podríamos imaginarlo en el guión de cualquier film policiaco serie b). La dicción del libro tiene una cualidad telegráfica, una ambigüedad gangsteril, una dureza que a altas temperaturas se vuelve inesperadamente maleable. O quizá el lector no debería esperar un uso literario del idioma en este libro.

Constructo postnarrativo que acierta cada uno de sus tiros al aire, Zimbabwe cuestiona una frágil realidad a la que nunca hay que darle la espalda (“He visto castillos de naipes/ estructuralmente más sólidos”), levantando, a partir de un zapping involuntario, un trance nirvánico de la conciencia sin amarras. La percepción del poeta maximiza los pormenores (“el diablo está en los detalles”) y minimiza las estructuras para desplazarse errático, anárquico, entre la pedacería de su paisaje interior por métodos aleatorios, generadores de la entropía en que ciertas poéticas recientes parecen aposentarse: subordinación de frases, encadenamiento precario de imágenes, ideas y alucinaciones –el pensamiento viajando sobre su propia trayectoria irregular, irrecuperable, de escape– que terminan siendo ajenas a la propia inteligencia que las enuncia, relatos de una versión intermitente, metamórfica, digresiva de la realidad. “Supongo que eso explica, en parte, por qué aquí nadie/ nunca/ se atreve a andar en línea recta.”

Padilla arma el plano de sus referencias sobre el estrato de la cultura más popular, las frases hechas y el lenguaje de las ciencias exactas. Algunos ejemplos: A) el poema “Caribdis antes de la calvicie”: test donde el espectador intenta descubrir al culpable de un acto completamente banal que se va tornando metafísico, mitológico, enrarecido, afín a la entropía de sus propias reglas; ninguna interpretación sobrevive al poema, ni se sostiene más allá de la lectura. B) “W.D. es filmado en Churubusco peleando hasta la muerte contra la Hidra de Hiroshima”: guión de ciencia ficción con tintes apocalípticos y autobiográficos imposible de filmar; texto impermeable a veces a su propio tema. C) “Ping pong para jugar solitario”: ensayo de talante ajedrecístico que deviene reflexión metafísica sobre la distancia mínima e inconmensurable que existe entre Rey y Reina y/o el sexo de un piojo. “Ni el objeto ni la acción son aquí nada (algo) más allá de sí mismos”, dice el poeta, dudando siempre de su materia verbal, del prestigio automático de lo pretendidamente poético, dirigiéndose al respetable para expresar sus reservas: “Ustedes desean amplificación y resonancia./ De acuerdo,/ se entiende./ Pero dudo del potencial de esta ave”. Del potencial de las palabras, o de la propia percepción.

Todo es provisional, todo está a punto de ser sustituido. En estos poemas, sin embargo, la digresión encuentra en la página una forma misteriosa de resolución, una forma de orden no tan común como la lógica, otra forma de comprensión menos corriente que una relación causa-efecto.

Después de tanto llevar y traer las vanguardias, esgrimirlas como arma de ataque y defensa, parece que sólo resta una cosa: reconocer que no estamos seguros si las escrituras que continúan su línea o la driblan lo hacen por arrojo creativo o por pura y simple inconsciencia. El caso es que cada vez todo resulta más neblinoso, más crí(p)tico, cada nueva premisa se descubre falsa, cada presupuesto resulta caduco al instante y se tambalea. La fragmentación da paso a la atomización. Luego aparece un poeta que rearma todo según su instinto, sin buscar un dibujo en el rompecabezas. Mundo extravagante, esquizoide, collage de sí mismo, palimpsesto errático, quizá igual –no es descabellado pensarlo– que era al principio.

Todo comienza en sus epígrafes elusivos, un poco fuera de lugar pero coherentes con el edificio al que sirven de mascarón de proa, de pistas para despistar: Gombrowicz (en lo general) y Williams (en lo particular), queriendo describir no un rastro, sino las excusas que el poeta encontró para justificar su viaje a la descomposición, ese territorio donde la poesía de Padilla retoza a sus anchas. En el ensayo-poema que cierra el libro, Antonio Ortuño (otro empírico del caos y lo raro, pariente cercano de Padilla) menciona que los cartógrafos romanos, al referirse a territorios ignotos (África entre ellos), argumentaban sus miedos en la siguiente precautoria: “Aquí hay leones”, como una forma de desalentar la exploración de lugares tabú: esa clase de territorios caníbales, regiones del instinto y la aventura verbal donde “Somos libres y disparamos a discreción contra las letras” (es decir: contra los leones) y donde actuar sólo conforme a certidumbres resulta, por lo menos, vulgar. 

Dos poemas de Eduardo Padilla, tomados de Zimbabwe

Caribdis antes de la calvicie

1.¿Quién?
a) Naturalmente, el leñador.
b) El leñador, muy a pesar de sí mismo.
c) El leñador, bajo coerción de la esposa latente en su costilla.
d) Rincón agnóstico: ninguna de las anteriores.

2.¿Qué?
a) La inauguración del bosque.
b) El acto de besar la lona.
c) La caída en los precios de la carne.
d) Rincón agnóstico.

3.¿Cómo?
a) Por mediación de la aorta.
b) Magia Negra/ Hacha Ociosa/ Primera Fisión Atómica.
c) La Gallina de los Huevos de Oro se lo buscó, la muy puta.
d) Ninguna de las anteriores.

4. ¿Cuándo?
a) Antes o después de gritar fuera abajo.
b) Fuera abajo entendido como t = (cero).
c) No había nadie en el bosque para escucharlo caer (pero sí
para reportar que no había nadie en el bosque).
d) Zenón de Elea dispara una flecha a través del cielo;
la flecha (al igual que el balón de rugby
en la alameda de Rousseau) simplemente
no se mueve.

5. ¿Dónde?
a) En todas, en ninguna parte.
b) Entre la alfombra roja de Escila y el remolino en la nuca de su progenie.
c) No veíamos el bosque de tanto árbol, así que tuvimos que talarlo todo.
d) (este espacio) Se Renta.


Un ave cae

Un ave cae.

No él ave, o la
ésta es sencilla,
anónima desde el huevo.

Acaso se desploma, se sumerge, se hace bomba,
pero concordamos en que un descenso
se está dando.
El reverso de esta carta sería preguntarle al gusano por el ave
que viene a incomodarlo:
“El ave asciende” dirá,
piadoso.

Si yo digo que un ave cae
lo digo sencillo
sin mayor aspiración
que realizar un ligero asentimiento.
Cuando la muerte toque a mi puerta
la recibiré con tan ligero asentimiento
que la haré sentir que realizó el viaje en balde.

Es de mala educación, cortar a la mitad la broma de tu vecino.
Adelantarse al desenlace de un circuito ya oído.

Lo correcto es fingir sorpresa.

Si yo digo que un ave cae es porque aspiro a lo incorrecto.

Ni el objeto ni la acción son aquí nada (algo) más allá de si mismos.
Un ave cae, cierto, pero esta ave en particular no nos invita
a proyectar arcadas a diestra y siniestra.
La palabra infinito no será proferida en este vestíbulo,
sin importar cuanto lustre le saque Jaime a nuestro reloj de bolsillo.

Desean tirar del arco.
Desean tirar del arco y que la flecha silbe y que la cuerda cante.
Desean que estos sonidos recorran las arcadas, levantando polvo, despertando ecos.
Desean que el mutismo de una arcada hundida en sombras sea verdaderamente   
inescrutable.

Todo esto para una mayor resonancia. Ustedes desean amplificación y resonancia.
De acuerdo,
se entiende.
Pero dudo del potencial de esta ave; éste es un pájaro
que se resiste a caer de una forma que no sea llana y simple.

Si lo que buscan es pasear el bigotillo simétrico
a lo largo ancho y profundo de un caracol que se expande o se encoge,
lean a los clásicos.



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