miércoles, 22 de octubre de 2014

MANUEL JUSTO DE RUBALCAVA [13.781]


Manuel Justo de Rubalcava

Manuel Justo de Rubalcava (1769-1805) fue un poeta cubano nacido el 9 de agosto de 1769 en Santiago de Cuba. Además de las letras, también cultivó otras expresiones artísticas como la pintura y la escultura. Siendo militar, participó en la Toma de Bayajá (en la actualidad, Fort Liberté) formando parte del Regimiento de Cantabria. Tras abandonar la carrera militar, viaja por Santo Domingo y Puerto Rico, donde permanece durante un año. Ya afincado en La Habana, hace amistad con el poeta habanero Manuel de Zequeira y Arango. Ambos, junto al también poeta y militar santiaguero Manuel María Pérez y Ramírez, conforman el coloquialmente llamado grupo de los tres Manueles.

Manuel Justo de Rubalcava falleció en Santiago de Cuba el 4 de noviembre de 1805. Sus obras fueron recopiladas y editadas póstumamente por el venezolano Luis Alejandro Baralt en 1848 bajo el título de Poesías de Manuel Justo de Rubalcava.



ODA

1

Si cuando te serenas
Y engalanas de risa tu semblante
Desenojas tu amante,
Quitándole sus males y sus penas
Con sólo abrir tus labios carmesíes,
¿Por qué, Roselia amada, no te ríes?

Si mientras más festiva
Llenando de placer la faz graciosa.
Pareces más hermosa,
Siendo del mismo Amor imagen viva,
Ya que no hay quien motive tus agravios,
¿Por qué dejas la risa de tus labios?

Dime, ¿por qué despojas
de todo tu primor tu alegre ceño?
¿Tienes acaso empeño
En aumentar mis males y congojas?
¿Quién a tantos disgustos te precisa
Que así me privas de tu dulce risa?

Deja tu enojo, deja,
Que es cosa que entristece ver airado
Semblante tan amado;
No des lugar a llanto ni a la queja!
Que pues ningún tormento te provoca
¿Por qué ocultas la risa de tu boca?

¿Por qué así, cruel, me niegas
Tu halagüeño reír? Cese el disgusto,
Pues me muero de gusto
Cuando risueño el labio me despliegas:
Vamos, Roselia, alégrate de modo
Que nuestro enojo sea risa todo.


II

Trina el pájaro alegre
Murmura el arroyuelo
Cuando apacibles suenan
Las hojas por el viento
Hurtando de las flores
Los perfumes sabeos.

Resuena la montaña
Y con grato concierto
Si terminan las voces
Después resultan ecos.

Salta sobre la grama
El corderillo tierno,
Silba el pastor, y brama
Por su madre el becerro.

El labrador cantando
Con el arado enhiesto
Apresura los bueyes
Llevándolos de diestro.

Con la luz reverberan
Los más erguidos cedros
Presentando sus rayos
Tornasoles diversos.

Respiran las florestas
Amorosos conciertos 
A la voz del adufe,
Al son de los panderos.

Solo Dalmiro llora.
Y, tocado de celos,
Convierte en negra noche
El día mas sereno.



QUINTILLAS

Halla menguas el amor
Con el trato de los días,
Mas tienen con tu favor
Mis amorosas porfías
Mucho más fuerza y ardor.

Nada o poco se apetece
Aquello que más se goza,
Y en mi contrario se ofrece.
Pues mi pasión amorosa
Con el mucho trato crece.

Hambre de amor, sed voraz
Es la que anima mi pecho,
Pues con esfuerzo tenaz
Gozo y jamás satisfecho
Apetezco más y más.

Es el amor en mí un fuego
Que el espíritu me inflama,
Y me juzgo desde luego
Que es quien conserva su llama
El mismo desasosiego.

No te cause novedad
En mí el delirio mayor,
Que si en otros con verdad
Es virtud suave el amor
En mí es cruel enfermedad.



LETRILLA

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Niño y ciego con antojos 
Te venera el vulgo lego,
Pero mal puede ser ciego
Quien hiere con muchos ojos.

Visibles son los despojos
De tu arco triunfador,

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Te comparan al veneno
Por tu mortal frenesí,
Pero admiro que sin ti
No puede haber nada bueno.

Y pues nadie vive ajeno
De tu piedad o rigor.

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

De homicida cruel te trata
Quien se queja de tu herida,
Pero otros de que das vida,
Cosa impropia del que mata:

Y pues ninguno retrata
Tu carácter vencedor,

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Fuego voraz diz que eres,
Publícalo necio el mundo,
Como si fuera infecundo
El autor de los placeres.

Ya reproduzcas los seres
O aniquiles su verdor

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Con sátiras descubiertas
Te llenan de mil apodos,
Y aunque carezcas de modos
Todo cuanto hay lo conciertas.

Y pues agravios despiertas
A la sombra del favor,

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.

Que te figure el villano
Tan humilde como él es,
Y por su loco interés
Atrevido y cortesano,

Lo mismo es para tu mano
El esclavo que el Señor,

Busca, Amor,
Quien te descifre mejor.



ROMANCE

Roselia, con la porfía
Vuelve a encenderse el afecto.
Pues con el trato revive
Aunque lo extinga el desprecio.

Un halago repetido
Causa con raro fomento
Lo que la gota en la piedra,
Lo que en la pólvora el luego.

Continuas satisfacciones
Son al amor dulce cebo,
Como al ave con la liga,
Como al pez con el anzuelo.

Persuasiones amorosas
Rinden el más duro pecho,
Contimás al que lo tiene
Tan de par en par abierto.

No hay fuerzas para la instancia,
Ni para el cariño esfuerzo,
Pues para antiguas discordias
Inventa amor gustos nuevos.

Pronto cederá tu enojo
A los amigos requiebros,
Como el niño a las caricias,
Y como al halago el perro.

Adiós, esperanzas mías,
Que ya me servís de ejemplo,
Como la espuma en el agua
Y como el humo en el viento.

Decidle adiós a Roselia,
Pero que yo no la dejo,
Sino que miro en su olvido
Un desengaño postrero.



SILVA CUBANA

Más suave que la pera
En Cuba es la gratísima Guayaba
Al gusto lisonjera,
Y la que en dulce todo el mundo alaba,
Cuya planta exquisita
Divierte el hambre y aun la sed limita.

El Marañón tragante
Más grato que la guinda si madura,
El color rozagante
¡Oh, Adonis! en lo pálido figura:
Árbol ¡oh, maravilla!
Que echa el fruto después de la semilla.

La Guanábana enorme
Que agobia el tronco con el dulce peso,
Cuya fruta disforme
A los rústicos sirve de embeleso,
Un corazón figura
Y al hombre da vigor con su frescura.

Misterioso el Caimito,
Con los rayos de Cintio reluciente,
En todo su circuito
Morado y verde, el fruto hace patente,
Cuyo tronco lozano
Ofrece en cada hoja un busto a Jano.

La Papaya sabrosa
Al melón en su forma parecida,
Pero más generosa
Para volver la vacilante vida
Al ético achacoso,
Árbol al apetito provechoso.

El célebre Aguacate
Que aborrece al principio el europeo,
Y aunque jamás lo cate
Con el verdor seduce su deseo,
Y halla un fruto exquisito
Si lo mezcla con sal el apetito.

La Jagua sustanciosa
Con el queso cuajado de la leche
Es aun más deliciosa
Que la amarga aceituna en escabeche;
No se prefiere el óleo que difunde
Porque acá la manteca lo confunde.

El Mamey Celebrado
Por ser ambos en la especie, una amarillo
Y el otro colorado,
En el sabor mejor es que el membrillo,
Y en los rigores de la estiva seca
La blanda fruta del Mamón manteca.

El Mamoncillo tierno
A las mujeres y a los niños grato:
Y pasado el invierno
Topo de los frutales el Boniato,
Y el sabroso ciruelo que sin hoja
Amarillo o morado el feto arroja.

Amable mas que el guindo
Y que el árbol precioso de la uva
Es acá el Tamarindo: 
Licores admirables saca Cuba 
De su fruto precioso, que fermenta,
Al masico mejor que Horacio mienta.

El argos de las frutas
Es el Anón, que a Juno he consagrado,
Fruto tan delicado
Que reina en todas las especies brutas,
De ojos llena su cuerpo granujoso,
Al néctar comparable en lo sabroso.

La Piña, que produce
No Atis en fruta que prodiga el pino,
Que la apetencia induce,
Sino la Piña con sabor divino,
Planta que con dulcísimo decoro
Aforra el gusto con escamas de oro.

El Níspero apiñado
Por la copia del fruto y de la hoja,
En más supremo grado
Que las que el Marzo con crueldad despoja,
Árbol que, madurando, pende y cría
Dulcísimos racimos de ambrosia.

El Coco cuyo tronco
Ruidoso con su verde cabellera,
Aunque encorvado y bronco,
Hace al hombre la vida placentera
Y es su fruto exquisito
Mejor plato a la sed y al apetito.

El Plátano frondoso...
Pero ¡Oh Musa! qué fruto ha dado el orbe
Como aquel prodigioso
Que todo el gremio vegetal absorbe.
Al maná milagroso parecido,
Verde o seco del hombre apetecido.

No te canses ¡Oh Numen!
En alumbrar especies pomonanas,
Pues no tienen resumen
Las del cuerno floral de las Indianas.
Pues a favor producen de Cibeles
Pan las raíces y las canas mieles.



EL TABACO

¿A qué vienen teoremas, 
Docta tesis, canónicas secciones
Y el despreciable tema
De formar inconexas objeciones
En contra del tabaco....
Mucho más suave que el antiguo Baco?

Nicocio fue el primero
Que en el suelo encontró la yerba indiana,
Y fue del orbe entero
Llamada, en honor suyo, Nicociana.
¿Quién le ve con desprecio
Teniendo en todos general aprecio?

Ilusión del poeta
Es llamarlo balsámico asqueroso,
Cuyo tronco respeta
El hombre en sus faenas
Lo busca como el oro,
Y mucho más lo cuida que el tesoro.

¿En qué producto alguno
Al tabaco excedió la rica Hesperia?
Cosmógrafo ninguno
Escribió tan acérrima materia,
Como el poeta vano
Contra el arbusto del pensil cubano.

¿Para qué sale ahora
Con modernos y antiguos escritores,
Cuya cita indecora
El nombre de tan celebres autores,
Pues sin venir al caso
Impropera las reglas del Parnaso?

Dioscórides solía
Investigar el reino vegetable,
Sólo el cual merecía
Hacerle en sus escritos espectable;
Pero es caso previsto
Citar autores sin haberlos visto

Patólogo el poeta
Debe de ser, si escribe de las plantas,
Y con pluma discreta
Formar concierto de noticias tantas
Lo útil y lo dulce encadenando,
Al lector instruyendo y deleitando.

Si el celebre Abderita
Autor de la Botánica el primero
En su diascoma escrita
No vio la planta que infamó severo.
Fue secreto negocio
Para honor del invento de Nicocio.

Corrió el descubrimiento
Por todos los extremos de la tierra
Como noble alimento
Mejor que todos los que el vicio encierra;
Propágase el cultivo del tabaco,
Y con mucho placer lo riega Baco.

¿Qué bárbaro inocente,
Allá en los montes del nombrado escita,
No perfuma el ambiente
Con el tabaco, y al placer invita?
¿Qué sordo Catadupa
No le compra. le huele, masca y chupa?

Tanto gusta en la Iberia
Como en la segregada Lusitania;
Es de la nueva Hesperia
Planta medicinal que sin insania
Felicita y alegra
Al chino, al turco y a la gente negra.

Y ¿por qué tanto gusta
La planta nicociana?
¿En qué paraje
su blando olor disgusta
Aun después del opíparo potaje?

Sólo en el orbe por ejemplo saco
Al poeta enemigo del tabaco.

Querer impugnar sólo
Lo que en lo general el hombre aprueba
No son cosas de Apolo;
Veneno en la moral es la luz nueva,
Y en el honesto gusto
Invención criminal y error vetusto.

Pero, musa, detente,
Pregúntale a ese docto cancionero,
¿Qué fue el suave Nepente
Que consolaba a Elena en su mal fiero?
¿Qué sino fue el tabaco?
¿Quién fuera, sino tú, divino Baco?

El tabaco divierte
En cualquier lugar al afligido,
El humo espeso de su boca vierte
Ya en círculos, ya en ondas dividido,
Y con blando donaire
Balsama el cuerpo, purifica el aire.

La virtud tiene toda
Que no le pudo dar el sabio Sueco,
Si al mundo le acomoda
¿Por qué declama su contrario hueco?
¿Pretende hacer su estimación malicia
Para seguir de Zoilo en la milicia?

Pero suspense un tanto
¡Musa, lo irascible de tus sones,
Mientras que dulce canto
De Cuba las amenas producciones!
¡Mas no! primero la verdad entona
En honor de la Patria y de Pomona.



CALIDADES EN LA MUJER...

Que sea noble, virtuosa y entendida
Porque la necia, loca y sin talento
Podrá hacer amarguísima mi vida;

Mas si quiere ostentar entendimiento
Con los falsos resabios de doctora,
Más la quiero en brutal predicamento,

Que es más fácil sufrir lo que se ignora
Que presumir de altísima ralea
No habiendo en qué llenar la cantimplora.

No la quiero muy linda ni muy fea,
Que aquélla no es un bien, sino un cuidado,
Y ésta me asustara cuando la vea.

Mas entre ambos extremos colocado
A la hermosa por fin elegiría,
Que no quiero fantasmas a mi lado.

Tener yo que guardar la misma arpía
De quien muy lejos existir quisiera,
Es cosa dura, bárbara e impía.

No la quiero tampoco de manera
Que sea rica ni pobre, mas dotada
De una herencia, aunque poca, verdadera.

Pues yo no busco ni mujer comprada,
Ni que sea de mí la mercadora,
Sino con mi peculio equilibrado.

Entre triste y alegre y decidora,
Antes de genio alegre que villano,
Con que temple mi humor en cada hora.

Porque al fin en lo propio cotidiano
No faltarán los males de costumbre,
Y de los acre entonces se echa mano.

El tener una esposa pesadumbre,
Mas que las telarañas escondida,
Es todo de pena y de herrumbre

Es pintarte un marido de por vida
Con un consorcio tétrico y adusto,
O con una mortaja entristecida.

Galana debe ser para mi gusto,
No para que la aplaudan los ociosos
Que hasta el mismo deber llaman injusto.

Vistiéndose de trajes decorosos,
Sentarla ha lo que decente fuere,
No lo que inventa el sexo vaporoso:

No ha de hacer ella lo que alguna hiciere,
Mas aquello que deben hacer todas,
Y lo que a todas la virtud sugiere:

Ni sea rigorosa de las modas,
Ni en modo de vestir vituperable,
Sino medio entre duelos y entre bodas.

Más que pródiga sea miserable,
Pues se debe a lo uso tener miedo,
Y es el contrario extremo utilizable,

Me gusta más señalen con el dedo
Menos por liberal que por mezquina,
A la mujer a quien mi pecho cedo.

El que sea morena o blanquecina
O pelinegra o rubia sin salero
Nada de esto me para ni amohína;

Lo que me agrada más y sólo quiero
Es que no se haga blanca si es tezada,
Ni se cubra las canas con sombrero.

En chica o grande no reparo nada,
Ni menos en la magra o mantecuda,
Sino entre hueso y grasa entreverada.

Si pongo en paralelo a la huesuda
Con la más grasa para ser mi esposa,
Yo a la primera tomaré sin duda.

Ni la quiero muy vieja ni muy moza,
Porque ni a cuna ni a ataúd convido
En caso de tomar cualquiera cosa.

Ya los arrullos los eché en olvido,
Y los responsos ni los he cantado,
Ni menos a solfearlos he aprendido.

Bástame una mujer hecha a mi agrado,
Que no me obligue, me confunda o muela
Con su origen de Alfonso derivado.

Que tenga poca y buena parentela,
Mas no tías, ni ahijados, ni nodrizas, 
Ni demás sabandijas de cazuela, 

Pues para tantos no ha de haber camisas,
Y allá en el purgatorio mis libranzas
Las tiraré de preces y de misas.

Yo daría a mi Dios mil alabanzas,
Si muda y sorda mi consorte fuera,
Para ahorrar tertulias y privanzas.

Si la natura una mujer me diera
De estas prendas y de otras adornada,
Con ella al justo, justo me volviera. 



CANTOS

En esto sentí ruido que del cielo
Bajaba con anuncios prodigiosos,
Deslumbrando del alba el claro velo
Con nueva luz y rayos sinuosos.
Atónito quedó mi desconsuelo,
Y todos mis sentidos temerosos
Recurrieron al alma de tal suerte
Que demandan valor contra la muerte.

No queda de su acción más limitada
La liebre corredora, que se esconde
Del bullicioso cazador cercada,
Sin ver salida, ni saber por dónde,
.......................................................
Como mi pecho con la sangre helada
Al asalto con ánimo imprevisto
Viendo sin causa efecto nunca visto.

Sin valor ni concierto pretendía
Mirar la causa de los rayos rojos,
A la razón cobarde detenía,
Mientras fuerzas mayor daba a los ojos.
Los sorprendidos párpados abría
Para inculcar la luz y sus arrojos
Cuando vi con asombro de repente
De Tracia la Deidad Armi-potente.

Quise esconder el rostro y, al momento,
Como el grito furioso de una nube,
Me embarga la atención y movimiento
Su grande voz que al alto cielo sube
Tan atronado del divino acento
En la improvisa acción quieto me estuve,
Que pareció mi estática figura
Estar dando un modelo a la escultura.

Con majestad deífica venía
Sobre un gran carro de acerada masa,
Del cual tiran con fébea gallardía
Cuatro caballos de divina raza.
En la diestra una lanza revolvía,
Cuyo fiero fragor puso entre tanto
Y en la otra un reluciente escudo embraza,
Miedo al oído y a la vista espanto.

Imbécil joven, ¿qué congoja es esa?
¿Quién te aflige, que estás tan apocado?
¿Huyó ya de tu pecho la firmeza
En bélicas fatigas tan probado?
¿Dónde está aquella gran naturaleza
Que mostrabas en ser fuerte soldado?
¡Que! ¿La congoja tu ánimo destierra
Lo que no pudo el susto de la guerra?

¿No eres el mismo que con fiel intento
Defendiendo tu Ley y tu Monarca,
Con la escupida del cañón violento
Hiciste ahuyentar la negra parca?
¿Adónde es ido tu robusto aliento,
Que tan humilde y pobre estado abarca,
Y abandonando lo gallardo y fuerte
Cobarde te sometes a la muerte?

Deja, huye esa vil melancolía,
Levántate del suelo prontamente,
Obedece a mi voz, que hoy es el día
En que hallarás el cielo más clemente.
Por el conducto de la mano mía,
Ante los ojos te pondré presente
De todas tus fortunas la desgracia
Y de tu Rey la generosa gracia.

Dijo: y el alma Clypeo presentando,
Que imágenes vivientes circunscribe,
Mi pasmada atención desembargando
Milagrosa vigor por él recibe;
Estaba el ancho escudo contemplando
Cuando de norte a sur fiel me describe
La isla en donde con osado acierto
El ligurio piloto tomó puerto. 

La infeliz Haití cuya infausta tierra
Bermeja con la sangre derramada, 
Inaudito teatro de la guerra,
Antes dichosa cuando fue ignorada,
Hora sus hijos míseros destierra
Del Etiope y del Galo consternada, 
Tierra en que algunos años sin provecho
De mi Monarca defendía el derecho. 

No del Eusonio Pélide el escudo
Obra maravillosa de Vulcano, 
Cuyas efigies en acero mudo
Homero canta que grabó su mano;
Ni el globo de Arquímedes, el que pudo
Con orden natural y soberano
Encerrar el grandioso firmamento
Dándole curso, voz y movimiento. 

Como en su Ejide vi representadas
Varias gentes y pueblos de naciones
Que en política unión entrelazadas,
Opuestas son y en mixtas religiones;
Y casi las más partes señaladas
Que anduve a pie descalzo, entre facciones
Del adusto Africano, y tan al vivo 
Que en medio de sus huestes me percibo.

En tanto que mi vista divertida
Los míseros lugares recorriendo
En unos viendo gente conocida
Y en otros mi presencia conociendo,
Lela ya mi razón y distraída
Tan fuertemente lo que miro aprehendo,
De tal modo, que andaba mi sentido
De una apariencia en otra sumergido.



DÉCIMAS

Amante fino y rendido
Tu amistad solicité,
Y tan infeliz fui que
Me vi al fin correspondido.

Mi buena suerte ha querido
Te llegues de mí a olvidar
Ya no tengo en qué pensar
Pues veo tu proceder,
Con que empieza a aborrecer
Que yo también se olvidar.

* * *

Si de haber tu amor mudado
Algún sentimiento hiciera,
Porque se acabó no fuera, .
Si no por lo que ha durado.

Sólo yo, que ciego he estado
Tu amor hubiera creído,
Tarde en la cuenta he caído,
Mas para enmendar mi error
Si a ti te falta el amor,
A mí me sobra el olvido.

* * *

No has visto cuando a tocar
Va un músico un instrumento
Que pone el oído atento
Para poderle templar,

Y después de trastear
Una cuerda falsa siente,
Sube la mano impaciente,
Tuerce la clavija airado,
Y da por bien empleado
Que la cuerda se reviente.

* * *

Pues así yo, tocador
En instrumento de amar,
Quise mi amor acordar,
En la cuerda de tu amor.

Hallé que estaba en tenor,
Quise subirla y disuena,
Vuelvo a tocarla sin pena,
Estaba falsa y saltó...
-¿Pues qué deberé hacer yo?
-Poner otra cuerda buena.



SONETOS AMOROSOS

1

Cuando risueño se levanta el día
Se agrava con las horas mi tormento
Y crece de continuo el sentimiento
Cuando cae la noche oscura y fría:

Lejos de la quietud y la alegría
Descanso busco, pero no lo siento.
Porque si es que reposo algún momento
Es cuando me desmaya la agonía.

Vuelve otra vez el día congojoso
Y me encuentra del modo que me deja.
Despierto sin alivio ni consuelo.

Tu, Roselia, procura mi reposo,
No renueves la causa de mi queja,
Haz por que mude de semblante el cielo.


2

Amo ¡triste de mí! amo, y tomara
No amar, Roselia cruel, que si así fuera
Los males que ahora temo, no temiera,
Las penas que ahora paso, no pasara.

Libre, de tus crueldades me apartara,
Y del amor tirano me riera,
que si Menardo al fin no te quisiera
Seguro de traiciones descansara;

Mas si no puede ser que yo te olvide,
¿Para qué me despojas del sosiego
Cuando toda mi gloria en ti reside?

Piedad ninguna en fin halla mi ruego
En quien así traidora me despide
Aunque a cenizas me reduzca el fuego.


3

Pues se acercan, Roselia, los mementos
En que darás entrada a otro amor fino,
Convirtiendo mi placido destino
En mal sufridas horas de tormentos:

No apures mis quejosos sentimientos
De suerte que mi amor después sin tino
Para volverse a ti no halle camino.
Ni para procurarte tenga alientos.

Si estimas como tuyo mi albedrío
No me pierdas de vista ni un instante,
Aunque sea forzoso tu desvío.

Que te sea el aviso interesante,
Pues corazón, Roselia, como el mío,
No lo hallarás tan tuyo en otro amante.


4

¡Oh qué dulce amor cuando comienza!
Pero ¡qué amargo es y denegado,
Qué infiel, qué libre, injusto, osado
Cuando cumplido su apetito piensa!

Mira sin atención la recompensa
Y todos los favores que ha logrado
Los borra con olvido descuidado,
Cuando no los iguala con la ofensa.

Lo más querido ve con repugnancia,
De lo que puedo apenas evitarme
Por ser cuasi tu amor duro despecho.

No apures, no, Roselia, mi constancia,
Que si pretendes pérfida olvidarme
Repara bien el daño que me has hecho.


5

Cuando con disimulo y con engaños
Del merito amoroso me desnudas,
Entonces con mayor fuerza me ayudas
A ofrecerte mis días y mis años.

Cuando arrostro a las penas y los daños,
Y aun contra las saetas mas agudas,
El amor que te tengo tú lo dudas,
Y sábenlo, Roselia, los extraños.

Todos dicen que te amo, y que delira
Mi fino corazón, pues es constante
El amor que te tengo reiterado.

Tan sólo para ti digo mentira,
Y es posible, Roselia, que tu amante
Logre no ser creído, siendo amado?


6

Amo, pero ¡qué digo! ¡dolor fiero!
Muero, rabio, ¡ay de mí! pues cuando loro,
Si me obliga a la vida el bien que adoro
Es un motivo cruel del mal que muero.

En uno y otro estado considero
Neutral mi vida, pues con vil desdoro
En las contrarias ansias que atesoro
me irrita y causa ya lo que más quiero.

Busco en vez del sosiego la fatiga
Y hallo en lugar de amor un ciego abismo
Que cuanto encuentro en él me desobliga,

Triunfo soy de su loco despotismo
Y siendo tú, Roselia, mi enemiga,
¿Qué paz esperar puedo de mi mismo?


7

Acaba de salir, sagrada aurora,
Acaba de salir entre pintadas
Nubes, que con sus luces regaladas
El mismo campo reverdece y dora.

Con tu amable espectáculo enamora
Las aves que te esperan desveladas,
Y devuelve las horas ya pasadas
A todo el triste que en la noche llora.

Mueve las fuentes y las blandas hojas,
Y con todo viviente en movimiento
Ya que al rendido amante desenojas.

Propaga tus delicias por el viento,
Y pues es causa Lais de mis congojas,
Dile, ¿por qué me priva del contento?


8

Tengo mi corazón tan lacerado
Que aunque los golpes sufre, ya no siente,
Pues tu insano rigor injustamente
En duro pedernal le ha transformado.

Cuanto hay que padecer he soportado
Con tu traición, Roselia, pues cruelmente
Me has dejado la vida solamente
Para llorar tu olvido inesperado.

¿Qué tienes que esperar? Prevén la herida
Si es que tienes piedad de mi tormento,
Y, ya que es tuya, quítame la vida;

Acabe con mi muerte el sentimiento,
Que ya si no resuelves el matarme
Ninguna cosa buena puedes darme.


9

Es tan firme, Roselia, el amor mío,
Que primero verás sin orden luego
Arder la blanca nieve, helar el fuego
Y revolver su curso atrás el río:

Antes que experimentes mi desvío
Saldrá en la noche el sol pálido y ciego,
Pues antes que me mude sin sosiego
Por si lo hará un peñasco inmoble y frío

Nacerá del temor dulce esperanza
Y tierna compasión del bronce duro
Primero que yo intente abandonarte.

Todo verás sujeto a la mudanza;
Todo tendrá su fin, más te aseguro
Que lograré morir sin olvidarte.


10

Aunque yo, mi Roselia, considero
Que tu infiel corazón me das partido,
Con mucha más lealtad lo he recibido
Devolviéndote el mío por entero.

Tus finezas no igualan a mi esmero,
Dando el corto pedazo que has tenido,
Pues yo sin vil reparo te he ofrecido
Todo el bien que a ninguno dar espero.

Sólo soy en mi amor, jamás te iguales
A quien sabe finísimo ofrecerte
Su corazón, sin partes desiguales.

Todo favor que espero merecerte
Es, Roselia, la causa de mis males,
¿E intentas a mi genio parecerte?


11

¿No ves cómo Hidropico sediento
Se entrega al agua con presteza loca,
Y por más que la bebe, gusta y toca
Le incita con antojo más violento?

Aun es poco del agua el elemento
Para templar el ansia de su boca,
Pues bebiendo le enciende y le provoca
La interminable sed de su tormento.

Así, Roselia cruel, de amor doliente,
Al Hidropico insano fiel imito
Pretendiendo saciar mi ardor vehemente.

A tus labios me lleva el apetito,
Mas ¡ay! que en ellos hallo sed ardiente
Por más que el refrigerio solicito.



SONETOS MORALES

1

Soñé que la fortuna...

Soñé que la fortuna en lo eminente
Del más suntuoso trono me ofrecía
El imperio del orbe y que ceñía
Con diadema inmortal mi augusta frente.

Soñé que del ocaso hasta el oriente
Mi formidable nombre discurría
Y que del septentrión al mediodía
Mi poder se adoraba humildemente.

De triunfantes despojos revestido
Soñé que de mi carro rubicundo
Tiraba César con Pompeyo uncido.

Despertóme el estruendo furibundo,
Solté la risa y dije en mi sentido:
Así posan las glorias de este mundo.


2

El varón constante

Cuando el tiempo feliz desaparece
El constante varón jamás declina,
Entero en los aprietos de su ruina
Con rostro serenísimo aparece.

Firme si airado el cielo se oscurece,
Igual si muestra el sol su luz divina,
Ni el bien de la esperanza le alucina.
Ni el temor de los males le entristece.

Si caen sobre de él las altas cumbres
Las soporta con ánimo constante,
Venciendo las mayores pesadumbres:

Y aunque trueque la suerte de semblante
De estado mudara, no de costumbres,
Al mismo que antes era semejante.


3

A la vanidad de los héroes mundanos

Vano Lelio, que ignoras el camino
De la inmortalidad, mira primero
De este funesto mármol el letrero;
Leerás el desengaño más divino.

¿A dónde vas, te dice, ¡oh, peregrino!,
Con tal altivo y torpe desafuero?
No pases adelante si el sendero
Pretendes encontrar de un buen destino.

Puerta soy aunque triste, de la gloria,
Subterráneo camino de la vida,
No me apartes jamás de tu memoria.

Deja a un lado la senda fementida,
Pues es nada la fama de la historia
Para una Eternidad que te convida.


4

Qué importa...

¿Qué importa, amigo, que el natal y oriente,
La luz primera y la primer aurora
Tuvieses en la Reina y la Señora
Emperatriz antigua de la gente?

¿Qué importa que la patria reverente
Que Rómulo engrandece, Curcio honora,
Catón ilustra y Cicerón decora,
Fuese tu cuna y tu primer ambiente?

Nada influye la patria en los varones,
Que es error vanamente encarecido
Romanos fueron Silas y Escipión,

Quincio glorioso y Apio fementido:
Al hombre le hacen grande sus acciones,
No la patria ni el tiempo en que ha nacido.


5

El tiempo

El tiempo; que con tiempo no he mirado
El tiempo es vengador de mi apatía
Bien me castiga el tiempo la porfía
De haberme con el tiempo descuidado.

Vime en un tiempo en tan feliz estado
Que al tiempo en tiempo alguno le temía,
Mas no espero ya tiempo de alegría
Pues el tiempo sin tiempo me ha dejado.

Pasaron horas tiempos y mementos
En que pude del tiempo aprovecharme
Para evitar en tiempo mis tormentos;

Y pues del tiempo quise confiarme
Teniendo el tiempo varios movimientos,
Yo de mí, no del tiempo, he de quejarme.


6

A Nise bordando un ramillete

No es la necesidad tan solamente
Inventora suprema de las cosas
Cuando de entre tus manos primorosas
Nace una primavera floreciente.

La seda en sus colores diferente
Toma diversas formas caprichosas,
Que aprendiendo en tus dedos a ser rosas
Viven sin marchitarse eternamente.

Me parece que al verte colocada
Cerca del bastidor, dándole vida,
Sale Flora a mirarte avergonzada,

Llega, ve tu labor mejor tejida
Que la suya de Abril, queda enojada,
Y sin más esperar, vase corrida.


7

La vida del avaro

Sumar la cuenta del total tesoro,
Ver si están los talegos bien cabales,
Aquí poner los pesos, allí reales,
Y de la plata separar el oro.

Advertir cual doblón es más sonoro,
Distribuirlos en rilas bien iguales,
Calcular los escudos por quintales,
Fundando en esto su mayor decoro.

Ver de cerca y de lejos este objeto,
Notar si el oro es más subido o claro
Registrar de las onzas el secreto,

Y en fin sonarlas con deleite raro,
Todo esto es describir en un soneto
La vida miserable de un avaro.


8

La pobreza perseguida

A bocados me come el zapatero,
Y a gritos me confunde el boticario
Con que raya y veré en su recetario
Como consta deberle un mundo entero.

Por otro lado sale el tabernero
Trayéndome de cruces un calvario,
Y por otro, con modo extraordinario,
Una vieja cobrándome el braguero.

Ni en estío me dejan, ni en invierno
Para cobrarme siempre con fiereza,
A pesar de mi modo afable y tierno.

No me deja esta gente alzar cabeza,
Y yo les digo, ¡diablos del infierno!,
¿Por qué así perseguís a la pobreza?







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