lunes, 18 de mayo de 2015

JULIO ALFONSO CÁCERES [16.011] Poeta de Colombia


Julio Alfonso Cáceres

Armenia, Colombia 1916; Cali, 1980. Lector desde niño, se dedicó al periodismo literario en la adolescencia: a los 17 años fue jefe de redacción del semanario Transmisión, en su tierra. Como escritor y poeta colaboró en todos los suplementos nacionales y en numerosos extranjeros, por eso el periodista Alberto Manrique dijo: «Cáceres periodista, crítico literario, poeta, es más conocido en el exterior que en su propia patria. Virtud de nuestro ambiente y sus excelsas camarillas». Sin embargo, su patria chica lo coronó en 1962 y la vecina Calarcá le impuso la medalla «Eduardo Arias Suárez». Cáceres perteneció a sociedades culturales de Buenos Aires, La Habana y México, y en 1937 fundó en Manizales, con Gilberto Agudelo, director de la revista Atalaya, un prestigioso grupo literario. Finalmente fue columnista de los diarios Occidente y Relator de Cali.

Libros: |Vértebras (1938); |Hélices de angustia (1945); Panoramas del hombre y del estilo (1948); Canciones para Emma (1955); Vaguedad de los días (1963); |La soledad reciente (1972).

Humberto Jaramillo Ángel dice: «Sus sonetos son ánforas repletas de amorosas mieles, de amorosos jugos, de amorosas reminiscencias del libro de las horas y de los días. Son, de igual modo, páginas para el recuerdo, los suspiros, las quejas y las lágrimas».




EL ARPA Y LA LLUVIA

La tristeza me viene del lado de la lluvia,
de la lenta neblina que recorta los árboles, 
tal vez de la furtiva rapsodia de las hojas
que señalan su otoño al pie de las estatuas.

El amor en mi vida no ha sido una alborada,
siempre un caer de agua ha medido su espacio,
y cuando el día levanta sus banderas de sol, 
allá en mi corazón se perfila un ocaso.

He recorrido siempre por tácitos países,
rompiendo noches, derribando estrellas,
para buscar la forma fugaz de la ternura
reflejada en el agua perdida de la ausencia.

Y he sido errante, viajero como el viento,
pasajero inconforme del beso y la sonrisa,
y a cada nuevo lirio crecido junto al alma
una espina reparte su frío y su silicio.

Oh el desierto del tedio, la rencorosa tierra
pisada en mil caminos de locura constante,
y esta urgencia de vinos en el alba apagada
cuando tras la caricia se hace grito el instante.

Y solo, siempre solo como esos puertos viejos,
donde ausentes gaviotas crucifican su vuelo
y algún marino inválido zurce redes y ensueños
mirando el horizonte siempre esquivo a su anhelo.

Por eso esta honda angustia, esta pena sin nombre,
que me invade afanosa como una ola amarga,
y este romper espejos para borrar imágenes
que el corazón inventa con latidos y sangre.

Será por eso triste nuestro amor silencioso,
nuestro amor confundido con caricias y lágrimas;
triste cual esos niños que se quedan dormidos
como rosas marchitas, tirados en la calle.

Oh amor, signo dorado, girasol rumoroso,
paraíso del canto, norte de la alegría;
por tu mano de seda y tus guitarras hondas,
está llorando ahora mi juventud perdida.




Inés

Ruta en la noche al sueño no soñado,
arpa en la voz del aire conmovido,
para poder vivir lo no vivido
fue preciso olvidar lo ya olvidado.
Si por todos los viajes he viajado
sin hallar el camino preferido,
he ganado en canción lo que he perdido
al borde de tu vino no libado.
Delgada soledad de llanto y nube,
todo en tu nombre, hasta la ausencia sube
irrevocablemente desalada;
al Norte de tus manos gime el hielo
y el invierno sin lámparas ni cielo
se agranda donde acaba tu mirada.





Hallazgo

Tú viniste hasta mí tenue y pausada
con una lentitud de nube ilusa
dejando aquella claridad difusa
que en el cielo precede a la alborada.
Llegaste al fondo de mi propia nada
como al final de una estación confusa,
y el grito que sus móviles acusa
fue canción al nivel de tu mirada.
Ascua de soledad, montaña ardiente,
mi pasado confunde tu presente
y en mi silencio ahondas tu dulzura.
Llegaste al fin con intangible paso
a descorrer los lutos de mi ocaso
con el río de luz de tu ternura.




ARQUITECTURA DE TU SILENCIO

Un marinero empuja su barco de papel
sobre las aguas bruscas de un mar amotinado...
Las playas de la tarde limitan sus sirenas
y una estrella enmudece sobre el dolor del muelle.

Más allá un tren suicida rompe colinas grises,
pasan desaforadas escuadras de pañuelos,
hay lágrimas rondando tiquetes y estaciones
y besos retardados contra las ventanillas.

Después un soplo aleve consterna el cielo cándido,
veloces pavimentos ruedan bajo los astros;
mientras cortan las hélices los caminos del ángel
al lado de un retrato desfallecen los mapas.

Todo en ti es movimiento sin que tú lo comprendas.
Cuando callas la noche pende de tu silencio.
Al borde de tus labios de ingenuo terrorismo
se asoman los diamantes versátiles del sueño.

Hay un fragor de vinos desatados,
un empuje de dagas y tabernas,
una compacta urgencia de cinturas quebradas
y de sexos tendidos al afán de la carne.

Cállate siempre en lindes de sonrisa,
en esquemas de yerta primavera;
que tu silencio esconde regocijos de níspero
para sembrar colmenas entre mi sangre tensa.

Cállate siempre, siempre...
para que el viaje se haga sin salir de tus ojos.

Detrás de tu silencio de vidrios asombrados,
suben liras dementes hasta el barro de mi alma.





CANCIÓN DE UN JÚBILO IMPREVISTO

Yo te busqué en la voz de la mañana
como una tibia aguja de rocío;
y te esperé en la tarde de mis cantos
con el afán del beso puesto en cruz
sobre un breve minuto de sonrisa.

Y hoy has venido, Amada,
a parcelar la geografía de mis fastidios
con la espada azul de tu ternura;
a sembrar el recuerdo de las amapolas
en mis predios vacíos de jardines
y a poner espejismos de frescura
cerca al desierto inerme de mis ojos dormidos.

Pero la mano áspera de la brisa
quemó la doncellez de las palmeras
con las que esperaba suavizar tu nostalgia...

El agrio vino de la soledad
me embriagó en bárbaras orgías de tragedia
y el hambre de la angustia
devoró la niñez dulce de mis mejores palabras.
Y tú llegas hoy, 
frágil novia recóndita,
y para recibirte sólo tengo un poema.




Retrato

Guardo tu clara imagen sumergida
en el agua fugaz de mi deseo,
y mientras más te esfumas más te veo
como una ignota tierra prometida.
Y borras los presagios de la herida
con tu tacto de lirio en donde leo
lo mismo que en un viejo camafeo
una historia romántica abolida.
Breve fulgor, relámpago inmanente,
cruzas bajo las nubes de mi frente
sembrando de delirios mi camino;
y cuando el viento del amor te mece,
mi desvelado corazón florece
como una rosa en el dolor de un trino.





Visión

La tarde, su nostalgia, la palmera,
el viento deshojando su asfodelo,
las estrellas peinando desde el cielo
la catarata de tu cabellera.
Estabas anhelante y a la espera
del fuego que insinuara su desvelo;
puesto en el propio corazón el vuelo
de una reconquistada primavera.
Así estabas, Amor, de canto y nube,
en esta escala donde el verso sube,
como flecha invencible hacia su centro;
y en tu playa de espuma enamorada
te vi divinamente iluminada
cual si llevaras una luz por dentro.






Sortilegio nocturno

Grita la noche su desvelo intenso,
se alza la luz y rompe su querella;
en el dintel del mundo hay una estrella
y sobre el alma un látigo suspenso.
Es el deshielo con su rostro inmenso
hundiendo sombras que el silencio sella,
es no encontrar el Norte ni la huella
para la escala en llamas del ascenso.
Cuántas ausencias, cuántas soledades
marcan del corazón sus tempestades
y de la carne su latente herida;
arde el amor en su ignorado leño
y en la ventana donde sueña el sueño
se hace lágrima el arpa de la vida





Retorno

Estoy en ti constante y jubiloso
con mi dispersa voluntad en vela,
cuando el otoño aparta la candela
que apenas tiñe el declinar del gozo.
Hay algo de nostálgico y borroso
en la voz de la ausencia que interpela
la hondura perdurable donde vuela
del corazón el ritmo victorioso.
Fluir de besos, pasional beleño,
espejo fiel donde recoge el sueño
todo su vaporoso interrogante;
y en la clave de sol de tus ocasos
anclado en la bahía de tus brazos
hunde su luz mi soledad distante




Sobre el autor Julio Alfonso Cáceres

Lectura de la poesía

La soledad, la nostalgia, la mujer, el silencio, la pasión en tono de mesurado intimismo, constituyen las temáticas básicas de la poesía de Julio Alfonso Cáceres, “el mayor lírico de los poetas de Armenia”, en opinión de Alirio Gallego Valencia (1989, p. 111). Recrea el amor desde la serenidad de lo que se tiene y la aceptación de lo perdido en Hélices de angustia (1945); cuestiona el sentido de la vida y la muerte en Canciones para Emma (1955), escrito después de la muerte trágica de su primera esposa; apela al recuerdo que se fragua en años de reconstrucción del ideario personal en La soledad reciente (1972). Tres breves poemarios que son suficientes para un legado de trabajo consciente sobre la palabra.

La dupla estilística amor-muerte, con sus oposiciones e imágenes naturales, con sus encrucijadas estructurales, en el verso abierto y en la rigidez del soneto, es la que mejor explica el conjunto de su obra: “Presencia del amor en la muerte” es el título de uno de sus cantos, que podemos asumir como compendio de su estética. Sin embargo, nada de patetismo ni de verso declamatorio, nada de sentimentalismo atroz ni de verbo desgarrado en este poeta.

En Cáceres, poeta “inspirado y de rica cultura” (Ocampo Marín, 2001, p. 87), la poesía está lejana de preocupaciones sociales y se enmarca más bien en el sentimiento y la belleza, en una profusión de imágenes decantadas y trabajadas con esmero. En todo se impone el respeto por la palabra y el acercamiento al lenguaje poético, equilibrado entre la expresión y la armonía, lo que lo aleja de la mayoría de los poetas de su época en el Gran Caldas.

Las palabras de Julio Alfonso Cáceres pueden ayudar a comprender la génesis de este talante poético. En una carta que transcribe José Jaramillo Vallejo (1970), el poeta condensa su postura frente el arte: “Desde el alba aprendí el alfabeto de la soledad y la muerte, y esto me hizo disciplinar la voluntad como un ejército” (p. 197); y en un ensayo sobre el escritor caldense Tomás Calderón concluye que “la belleza no es un dogma sino una revelación” (1962, p. 20), se la encuentra, no se la busca: opera sobre el lector y sobre el autor y se ofrece como un misterio.







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