viernes, 17 de octubre de 2014

FRANCISCO VALLE [13.706]


Francisco Valle 

(Nicaragüa   1942)
Nacido en León en 1942, Francisco Valle, uno de los poetas más auténticos y persistentes de su generación, estudió secundaria en el Instituto Pedagógico de Diriamba, realizando después estudios de filosofía y letras en la ciudad de México, urbe que se siente presente en su primer libro: Casi al amanecer (1964), colección de poemas llenos de imágenes surrealistas y violentamente expresionistas. Desde ese entonces, la crítica lo ha ubicado dentro del surrealismo por su ámbito sombrío y mágico y por la fuerza insólita de sus metáforas. Un surrealista neorromántico que ha encontrado su forma más orgánica y compacta de expresión en el poema en prosa: Laberinto de espadas (1974), La puerta secreta (1979), Luna entre ramas (1980) y Sonata para la soledad (1981), breves colecciones que, junto a otras posteriores («El botero de Raytipura», «Estrofas de cortesía», «Capítulo del culpado», «Apelajes», «Prosemas dominicanos» y otras) integrarán la edición de sus prosemas completos (Laberinto de espadas (Editorial Nueva Nicaragua, 1996).

Además de su dedicación al prosema, ese género cultivado entre nosotros por Mejía Sánchez y que Valle, con su desgarrado y lujoso lenguaje lleva hasta sus últimas posibilidades, ha reunido su poesía en verso, posterior a Casi al amanecer, en Mañana sin paraíso, libro que ganaría en 1990 el premio Nacional Rubén Darío «por su fuerza expresiva, unidad de estilo, experiencia y mundo personal, aportes novedosos y madurez versificadora».

El sentimiento de desamparo, de dolor universal, expresado en la dramática poesía de Valle nos recuerda inevitablemente a los expresionistas alemanes (Werfel, Trakl, Benn, Celan), y a poetas como Vicente Aleixandre, iluminados por una llama cósmica, o al Joaquín Pasos fatalista de «Nosotros». La conciencia de estar escindido, deparado, extrañado de sí mismo y de la esencia humana, le lleva a proferir una serie de lamentaciones y exceraciones que van conformando un código que impone sus leyes hasta el extremo de negar la realidad referencial: 


«Los niños se amustian
sobre la consternada calle donde el silencio es agua
y todo es ausencia
porque Dios se escondió en la entraña de una piedra».


El mismo descubrimiento de la mujer está supeditado a los humores y hervores de esta conciencia ensimismada que lucha desesperadamente por hacerse sentir, por hacer realidad su imaginación a través de los recursos infinitos de la metáfora desenfrenada y en rotación. La experiencia erótica, expresada hasta sus límites en sus prosemas escritos a partir de los 90, le sirve para adentrarse en el caos original, en la desorganización de la materia crepitante y siempre nueva, en la exposición casi fisiológica de los miembros desarticulados en busca de la imposible unidad perdida.

Valle ha enriquecido sus prosemas incorporando el paisaje nicaragüense, vinculándolo a su espíritu luctuoso: viñetas vespertinas y nocturnas de León Viejo, San Miguelito, San Carlos, el Lago de Managua, el Momotombo, interioridades de pueblos y lugares que brillan como la luz de un cerillo y con todo el resplandor de la tragedia.

Alvaro Urtecho*
*poeta y ensayista nicaragüense
[tomado de El Nuevo Diario]



Designio 

El llanto sin retorno, designio de las furiosas inclinaciones. 
Lluvias sobre el páramo de la muerte. El verano que volvió 
ciego a Homero sueña en el territorio de mis venas. Busco 
asilo en la estatua herida, mientras la noche moja las raíces. 





LA VENDEDORA DE MANGOS

A las diez de la mañana pasa la vendedora de mangos --mangos verdes y colorados, sazones y maduros, fulgurantes de rojo y amarillo como pequeños ídolos tornasoles que nos hieren los ojos-- y alzando la voz, la suelta desde la puerta: Frutas, marchante!

Me acerco.

La vendedora de mangos baja de la cabeza la canasta, adelantando los quemados pectorales, con una fruta encendida entre los dedos, me dice, casi obligándome:
¡Tóquelos! ¡Macizos!
Yo aventuro la diestra casi con miedo, y presiono con un dedo la carne del sol. Compro tres, cuatro, cinco floraciones de las altas ramas verdes, para mitigar el verano del estómago calcinado.

Platicamos un rato.

Llega la hora del almuerzo, y el comedor se llena de aromas: naranjas, limas, limones, anonas, piñas, y marañones. Después, hace su entrada el mediodía como un caballero de la Edad Media, haciendo relumbrar por la casa sus pesadas armaduras, y el resplandor de Septiembre se mete por todas partes.

El gato duerme la siesta. La Chispa, en el fondo del patio, descansa.
Un viento suave pasa por la vida.





Francisco Valle / Prosemas

Cuando la luz de la luna estaba cerca de la verdad


1

(El bebedor nocturno)

El bebedor nocturno y su amante la noche.
Beber toda la noche y beberse toda la noche. Beber copiosamente hasta quedar doblado, derrumbado, quebrado; quedar, irrefutablemente vencido, hasta los queques, ahora ya ausentes de mis bolsillos todos los dólares cantantes. Y después irse a dormir tranquilo de una manera profunda (verticalmente profunda y horizontalmente eterna) –– como una línea del sueño que en el territorio de las memorias queda totalmente anulada, olvidada y borrada; una línea del sueño completamente borrada (ausente de carne y vida), inexorablemente caída, en el sentido estricto de la ceniza.




2

Cumbres del valeverguismo. Permanecer durante un largo rato en silencio como un pájaro amordazado por un salobre responso. Y tranquilamente sentado (bajo la madrugada de ópalos nacientes) –– quedarse descifrando crucigramas del misticismo mientras descanso entre las nieves más altas del Himalaya.




3

En los espacios de la altanoche y alumbrando la fatigada  humildad de los campos, la luna era un poema de relumbrón que iluminaba la desolada provincia de mi vida, mientras calladamente y en silencio (reverencial entre las nubes) ––nacía por el oeste y llegaba hasta mis ojos la cautivante claridad del alba.




4

Lo sacramental de la vida está en el silencio de la luna.
En su redondez amarilla, enigmática, flotando en el letargo.
En ese paraíso deshabitado. En ese talismán que siempre espera.
En ese violín  del viento y en su virtuosismo  impecable.
Lo sacramental de la vida está en el silencio de la luna
Ahora que en las catacumbas del sueño mi frente yace asediada por las 
       más dolientes añoranzas.
Eso podría ser.
Eso podría ser que obligatoriamente así sea.
Eso podría ser sin preguntas pero tal vez a lo mejor quién sabe.




5

Por el variado y excelente menú con que nos ofrece la desdicha en la tierra (cena y escena) –– sólo la luz de la luna es el único alimento que le devuelve la mirada a los ciegos.




6

Dinteles del amanecer, donde el asesino sin nombre inclina su pasado hacia los misteriosos velos del olvido, hacia esas tierras subyugantes de la soledad y del silencio que por esas lejanías ondean.




7

Custodiando la vecindad de la luna, en algún lugar del mundo siempre existirá una ausencia tan profunda que es un secreto de estado que ya jamás tendrá ninguna respuesta.




8

Montañas de Matagalpa hacia adentro y en los cielos del rio del Desastre, brillaban los epitafios de la luna; aquella luz suave y eterna estaba allí para siempre en la quietud de la noche: arabescos de lágrimas y lunas dibujadas en los suburbios de octubre; estaba y estará allí para siempre, hasta la consumación de los siglos.



9

Ahora yazgo bajo el amparo de los grandes árboles en sombra,
y allí me rindo a mi último sueño, con la tranquilidad de un sábado ancestral  que muere con el corazón lleno de inviernos y triglicéridos.



10

Un puñal de oro duerme en cruz sobre la bondad de todos los planetas.

(Managua/Nov-2003)




Desvelos a la orilla del Pisuerga

1

Subestimados y un poco marginados mis textos del fornicio, una muchacha pasa por el camino en la soledad del anochecer (nalgas de barragana y presagio de tormentas), y ella me dice adiós desde lejos invitándome con la mirada y las manos para que yo comparezca junto a ella y para que seamos uno. Y en lo fundamental para que durmamos unidos y fundidos (humedades, carnes y enigmas), para que vivamos gozosa y amorosamente un largo rato en Pisuerga.



2

Sobre tu cuerpo estoy quemando mis últimos cartuchos; sobre el metal de tu cintura, delgada y redonda como la luna; sobre el agua de la entrepierna, náufrago entre las olas; sobre la pechamenta búfala: canciones del pecado…. Pero yo soy apenas un mendigo, un mendigo que dentro de la húmeda intimidad de tu destino deja abandonada la más preciosa de sus monedas.





Consideraciones sobre el “prosema” en la literatura nicaragüense. Francisco Valle y el poema en prosa

Por Ricardo Llopesa

Elegir el vicio de escribir poesía es apostar por la originalidad. La vocación de poeta, como la de todo artista, es la originalidad. La originalidad de un libro de poemas supone definir unos rasgos y unas características propios para que ese libro pueda ser personal. Es decir, reconocible por los demás como propios del autor. Es lo que, con frecuencia, llamamos la “voz” del poeta o la “personalidad” poética. En esta voz, que consideramos una, por ser única y personal, interviene el estilo, que es una variedad de recursos, juegos e instrumentalización técnica propia del poeta.

  Otro factor determinante es la vida. El poema es vida, comunica vida, sea ésta real o trasgresión de la realidad. Pero, vida, al fin y al cabo. Otra vida, porque a pesar de construirse el poema desde la propia experiencia, el poema es como un espejo que ilumina, ofrece su destello de vida al lector para provocar en él una imagen de vida. No otra cosa es el poema que imagen del poeta. Para ello debe el poeta de hundirse en su propio pasado, enterrarse en sus propias raíces para resurgir como el ave Fénix de sus cenizas, con el vuelo de alas firmes y seguras. Para Buffon, el naturalista francés del siglo XVIII, el estilo era el poeta mismo, la persona que reflexiona desde él mismo para trascenderse. En el siglo XIX Emerson corrigió a Buffon para decir que el estilo está en el poeta, pero condicionado por fastos individuales como la experiencia personal. Desde esta interpretación de Emerson podemos comprender que la literatura es como un árbol que introduce sus raíces en lo más profundo del ser del poeta, pero a la vez es imprescindible vivir la vida para interpretar el mundo descubierto.

  Ese universo de interpretación de la vida y la experiencia es lo que preside el arte de la escritura de Francisco Valle, [01] poeta nacido en León, Nicaragua, en 1942, de quien hay que decir con propiedad que es el único en dominar con maestría el arte de escribir la prosa nueva, en alianza con la poesía, que Pablo Antonio Cuadra definió -y bautizó- con el nombre de “Prosema”. [02]

En la historia de la prosa fue determinante la segunda mitad del siglo XIX francés. Primero fue Escenas de la vida bohemia de Enrique Murguer, [03] la primera novela realista, publicada en 1848. Después fue Avatar de Teófilo Gautier, [04] en 1856, la gran novela parnasiana que desató pasiones literarias abriéndole paso al poema en prosa. Por primera vez aparecía el ritmo en la prosa de manera tan evidente, a imagen de la música, para crear un concierto de palabras organizadas en párrafos que producían el efecto de una obra sinfónica. Para ello Gautier, que antes había aplicado la plasticidad a la prosa mediante la descripción minuciosa en sus detalles, se valió de la música sonora de Wagner, por entonces de moda, para llevarla a la prosa y producir en el lector un efecto concreto. A partir de Avatar poetas y prosistas empezaron a investigar la palabra, la oración y los giros capaces de producir ritmo. No fue tarea fácil.

  Baudelaire acabó su vida sin ver terminado su Spleen de Paris, más conocido como Poemas en prosa. [05] Catulle Mendès, yerno de Gautier, tuvo la satisfacción de publicar Pequeños poemas en prosa, [06] en 1886. Toda esta época, la más brillante para la prosa francesa, dedicó su empeño e imaginación en aportar cambios y novedades.

  Los dos volúmenes de La maison d'un artiste de Edmond de Goncourt, publicados en 1881, son una especie de catálogo donde se describen las piezas de arte propiedad de los hermanos Edmond y Jules. Críticos de arte y coleccionistas, introductores del naturalismo con la novela Germinie Lacerteux (1865), ambos jugaron un papel muy importante en esta segunda mitad del siglo XIX, también, como introductores del japonismo y la exquisitez de la prosa esmaltada que miraba hacia el siglo XVIII. La maison d'un artiste tuvo también otro papel precursor. Se trata de prosa breve y esquemática, descriptiva y expositiva. Mira más al objeto que al sujeto. En una palabra, eran breves descripciones de objetos de arte. Cumplía el papel de catalogar pertenencias, por tanto el lenguaje claro era preciso y colorido.

  Este libro fue el punto de partida para experimentar la prosa breve, descriptiva y musical, que recibió el nombre de “cuadro”. [07] Era la mirada concentrada sobre un aspecto a destacar. Desaparecía la acción del relato, incluso el personaje, para recobrar vida el espíritu de lo inerte, de lo muerto. Es la técnica que aplicó Rubén Darío en su cuento “En Chile” del libro Azul..., publicado en Valparaíso, en 1888. “En Chile” está dividido en doce apartados, que el mismo Darío define como “cuadros” en Historias de mis libros. El relato tradicional es suplantado - no sustituido- por una nueva mirada del artista.

  Después de Darío, Leopoldo Lugones trabajó con maestría la prosa breve en Las montañas del oro, libro aparecido en 1897.  Más tarde, este modelo entre la poesía y la prosa se convirtió en un híbrido poco cultivado pero no olvidado. Recordemos páginas brillantes desde César Vallejo hasta Ernesto Mejía Sánchez. México le proporcionó a Mejía Sánchez el descubrimiento del “prosema”, prosa breve y armoniosa que escribieron después del modernismo. Lo que antes era un arte sobrio lo convierte Mejía Sánchez en una gama rica de información y palabras, ritmo y colorido, en mensaje escueto pero de contenido plural. Es lo que Pablo Antonio Cuadra definió, con gran acierto, como “Prosema”

Francisco Valle pertenece por edad a la generación de poetas que publican sus primeras obras en la década del 60. Por la conflictividad que vivió la sociedad favoreció el debate de las ideas. Desde Mejía Sánchez, Carlos Martínez Rivas y Ernesto Cardenal no había surgido nada nuevo en la literatura nicaragüense, excepto la prosa de Mario Cajina-Vega. Ahora surgen grupos y cenáculos en Managua y otras ciudades del país. El conflicto surge fuera del ámbito del poeta, en el seno de la sociedad, y en su interior, porque hay que elegir un camino, entre tantos, el que señale la razón. Algunos poetas que publican libro en esta década son: Edwin Yllescas, Luis Rocha, Iván Uriarte, Beltrán Morales, Francisco de Asis Fernández, Michele Najlis, Jorge Eduardo Arellano, Vidaluz Meneses. Otros, como Julio Cabrales, Ana Ilce, Fanor Téllez, Pablo Centeno-Gómez, Gioconda Belli o Alvaro Urtecho, publican en la década siguiente.

  Hacia 1960 Valle viaja a México siendo muy joven y allí publica su primer libro Casi al amanecer, en 1964, a la edad de veintidós años. En ese libro escrito a tan temprana edad se realiza según el poeta y crítico Pablo Antonio Cuadra “el primer cumplimiento de todas las reglas del surrealismo en nuestra poesía”, caracterización general y crítica que ha rodeado desde entonces a su obra, aun cuando el mismo Cuadra años más tarde y con motivo de la aparición de Laberinto de palabras (1974), señala en su reseña sobre dicho libro la presencia de otras corrientes literarias en la nueva formación expresiva del autor. [08]

  En México Valle conoció a Mejía Sánchez, continuador de la tradición nicaragüense de la Vanguardia a la que incorporó su experiencia personal. Ya era Mejía Sánchez el hacedor de la nueva prosa. En él ve Valle la posibilidad de experimentar una forma y un lenguaje en vías de exploración. Supo ver en el maestro un camino a seguir. Pero, como en literatura no hay estilos iguales sino plagios o textos originales, el estilo de Valle resultó diferente, distinto y personal, diríamos personalísimo, porque su primer libro de prosemas Laberinto de espadas, reveló los misterios de un gran poeta que se manifestaba con voz propia.

  Hasta el momento de reunir sus prosemas completos Francisco Valle ha publicado cuatro breves conjuntos de recopilación de prosemas en el siguiente orden: Laberinto de Espadas (1974), La puerta secreta 1979), Luna entre ramas (1980) y Sonata para la soledad (1981), incluyendo ahora tres nuevas series de prosemas inéditos en libro pero que han venido publicándose en diarios y revistas durante estos últimos años, y llevan por título: Ocho textos eróticos, Las aventuras de la verdad y Aunque al final las lámparas se apaguen.

  Como puede apreciar el lector se trata de una obra con muchos años de labor pero no muy extensa. Quiere esto decir que a pesar del tiempo acumulado el poeta ha sometido su inspiración al trabajo cotidiano de la autocrítica y la depuración para ofrecer la quintaesencia del pensamiento poético. Y esto se observa al leer cualquier prosema tomado al azar. Hay en todos, rigor y gusto en el decir.

  La definición de prosema utilizada para definir la escritura de Mejía Sánchez, que es en nuestra lengua quien más lejos ha ido técnicamente, no es válida para definir el prosema de Francisco Valle.

  Aún cuando Valle es un poeta surrealista en una gran parte de su obra, tenemos que precisar que no lo es bajo la totalidad de los conceptos que definen la escritura automática propuesta por André Breton y sus seguidores franceses. Todo lo contrario, Valle posee el gran arte de los genios de alterar un pensamiento dado introduciendo elementos nuevos, a veces discordantes, que afectan el valor semántico de la idea. Esta sutil violencia que se origina en el orden lógico del pensamiento es lo que produce el fenómeno del encanto de la escritura. Los prosemas de Valle están construidos sobre la base de la mirada, el fragmento, el instante. Su escritura se desintegra y en ese constante fragmentar es capaz de unificar los contrarios. Está continuamente produciendo giros que expresan lo real para ser transgredidos con la introducción de una imagen irreal, o al contrario. Sabe manejar muy bien, exactamente, el símbolo adecuado. De esta manera puede convertir en imagen y presencia los estados anímicos, y, al revés, los estados de ánimo puede convertirlos en algo que se palpa, que se toca, como hizo Baudelaire el siglo pasado.

  Todo esto, en conjunto, no es un arte nuevo. Pero sí es un arte difícil. Es tocar con los dedos el cielo del arte. Es, a la vez, juntar la paciencia y la exquisitez, los símbolos y la descomposición, mezclar muchas cosas como los colores en la paleta del pintor, y escribir el prosema. El resultado es la atmósfera que envuelve al prosema. Es la satisfacción que produce en el lector su lectura. Es la satisfacción estética de que hablaba Borges.

Toda la obra “prosemática” de Francisco Valle es un único libro, donde sólo los temas son materia cambiante. Quiere esto decir que la visión del “proseta” (admitiendo este neologismo como -poeta y prosista- el arte de escribir prosemas) es un punto de vista siempre el mismo. No quiere esto decir falta de inspiración o perspectiva para desatarse de la monotonía, que no la hay en su obra, sino que su obra entera está organizada en torno a un único objetivo, que es la coherencia del estilo, siempre en estado de alerta, cambio y evolución, como respuesta a la transformación humana que sufre el hombre-poeta.

  Desde esta perspectiva realizaremos un recorrido a través de los libros que integran Prosemas completos. [09]



1. Laberinto de espadas

 Su primer libro Laberinto de espadas (Managua, s.e., 1974), fue publicado cuando el poeta tenía treinta y dos años, y había vivido en México y Europa. Como la obra restante, este libro tiene la virtud de provocar la imaginación del lector haciéndolo participar en la creación, para que reflexione sobre lo escrito por el creador. No es, por tanto, un libro para leer. Mucho menos para leer deprisa. Es un libro para meditar, como los devocionarios, para que el lector recree lo leído, para que participe en el juego de la creación junto al autor.

Para la elaboración de sus textos Valle recurre a la técnica del silencio. En lugar de ser abundante en palabras es sobrio, parco, nunca sintético, es esencial. Este silencio, que juega el papel de vacío poético, va unido a la soledad que recorre las líneas de su escritura. [10]

La soledad y el silencio, unidos, constituyen el eje central de los prosemas de Valle. Se nombra sólo lo nombrándole. La mirada del poeta despeja la visión de todo ramaje que ensombrezca la contemplación del lector o la desnudez del paisaje. Sus prosemas son un lienzo de pocos trazos, donde apenas aparece, como en la pintura impresionista, la línea de un rostro, el cabello de una dama, o por el contrario, el perfil de un paisaje o el vuelo de un pájaro.

En este libro toman cuerpo el amor y la naturaleza. Todo parece velado, entre encajes y puntillas. El cuerpo es materia fugaz (“porque estoy vivo no puedo seguir el rastro de tu alma”); también, esencia, espíritu volátil que se torna en materia, pero en materia distinta (“Seguir el antiguo aroma que tu nombre elevaba como el de las gavillas de ajonjolí quemadas”), o simplemente nombra, alude a la persona por un rasgo (“Pasa el aire y te despeina la sien castaña, como una pradera donde se revolcó el verano”).

Son abundantes las metáforas que transforman los estados anímicos en materia (“Triste como una montaña regada de sudor”) y al revés, o los símbolos que se suceden en giros cambiantes (“el agua corre dejando una mano entre piedras lamosas”); la constante alteración semántica mediante el símbolo (“tu frente -invitación a la luz- es una hoguera que lame el destino y calcina los secretos del cielo”); el juego de los contrarios como manera de aunar los contrastes (“A mi lado, murmura el agua en el silencio, con las pisadas en la hojarasca”).

Estamos frente a unos prosemas de intensa sensatez. Una escritura de la reflexión, más próxima al pensamiento oriental que nos obliga a meditar. Pero, todo este aparato racional, que es el pretexto de la historia -mejor dicho de una historia sin historia porque el prosema, al contrario del cuento, carece de argumento-, está movido por los hilos invisibles del ritmo, sólo perceptible por los sentidos. Aquí juegan un gran papel los recursos de que se vale el poeta. A saber, la extensión del sintagma oracional, mezclando oraciones cortas y largas; los giros que alteran la sintaxis; las reiteraciones; pero, sobre todo, la aliteración.

Desde el primero hasta el último prosema la aliteración, como una música oculta, recorre las líneas de la escritura introducida en el contexto de una acentuación variada, unas veces. En otras, mantiene la acentuación sobre determinada vocal o varias, a la vez, para producir un efecto eufónico particular, según el caso. Los ejemplos pueden ser muchos. Citaré algunos para que el paciente lector pueda detectarlos: “vuela de rama en rama como una muchacha muerta dentro de un corazón”, “tu mirada es un grito amarillo”, “Las loras lloran”, y este bonito homenaje al trago criollo: “En la estancia, la media de oro, y la hora que se demora, roja, de centella poca”.

En este libro están contenidas las claves de la obra posterior. Laberinto de espadas inaugura y configura un universo de sombras, chinesco y fragmentario. Hay aquí vocablos propios de Nicaragua y se introduce el lenguaje coloquial en “Ensayo para explicar tu rostro”, donde figuran palabras unidas en una sola (“alolargo”, “arreboladocarmesí”), a pesar de que todo el discurso del libro es la nota fundamental del buen decir en prosa, que por ser poética asciende hasta el júbilo de la belleza, pero sin caer en los tópicos manidos y vulgares del tradicional poema en prosa.



2. La puerta secreta

Cinco años después apareció La puerta secreta, [11] segundo libro de prosemas. Este libro ofrece un lenguaje más claro. Contrasta con el “prosemario” anterior. La sombra se hace luz, gracias al lenguaje discursivo que con frecuencia cae en el razonamiento, conducido por oraciones largas, a veces en exceso, que rompe la coherencia y unidad de la idea fragmentada. El inicio del prosema, que da título al libro, puede servir de ejemplo: “El fuego te espera a la salida del cuerpo, en la puerta del cuerpo que se cierra sola, a medianoche, empujada por el viento y el hombre de los párpados”. La intromisión del discurso prosaico interfiere en algunos pasajes del libro desnudándolo muchas veces del encanto del ritmo y las imágenes. Pero, no todo son palabras formando oraciones largas. En algunos prosemas, a partir del segundo, éstas producen un efecto musical. Es posible que el autor ignore la intencionalidad de romper el discurso fragmentario introduciendo un discurso tenso, denso y largo, que produce la sensación de atentar contra la armonía, desarmonizándola. Pero, como recurso literario de la sorpresa, en lugar de obstaculizar, enriquece la atmósfera del poema.

En este breve libro prevalecen los elementos agua, aire, fuego y tierra. El trasfondo, entrevisto, opaco, que surge como fondo, es la figura de la mujer. El discurso es similar al del monólogo interior, donde la iluminación es sustituida por la oscuridad y sólo deja un estrecho espacio por donde filtra la imagen real. Es posible que el título haga referencia a esta manera de concebir el libro, que es la mirada del autor frente a la realidad que oculta, y que desvela en el último prosema, original por la brevedad, la coherencia y unidad. Se titula “La inocencia”, y dice: “Agua ajena a toda desventura, sin infierno que te cubra”. Aquí, el agua como símbolo representa al cuerpo. Sólo sabemos, por otros prosemas, que se trata de una mujer “que dobla hacia atrás la espalda y suelta su cabellera”.

La técnica del ocultamiento preside las páginas de La puerta secreta. Son predominantes, más que en el prosemario anterior, los prosemas escritos en segunda persona y, por vez primera, aparecen dos en tercera (“La muchacha bajo el mar” y “La fuente canta en el parque”), ambos de exquisita belleza argumental y léxica. Oscuridad, soledad, silencio y angustia constituyen el espíritu oculto de este libro, escrito más desde el olvido que desde el recuerdo. Pero que, en fin, pretende reconstruir algunas piezas, pequeños recuerdos simbólicos, mediante la doble fragmentación del recuerdo y la escritura.



3. Luna entre ramas

Luna entre ramas [12] es un título parco, al que Francisco Valle eliminó los correspondientes artículos de lo que sería el título -artículo más, artículo menos-  “La luna entre las ramas”, para llevar el lenguaje, al igual que sus prosemas, al esqueleto, a lo que sostiene y configura el símbolo de la lengua. Es decir, lo esencial. Pero, también, un poco seducido por la mirada del estructuralismo que se vivió en América y Europa desde finales de la década del 60, pero cobró relevancia en los 70.

Es el libro de Valle más amplio en número de prosemas y extensión de los mismos. El lenguaje utilizado vuelve a ser el protagonista y surge con una fuerza particular, creando atmósferas densas, mucho más intensas que en Laberinto de espadas, quizá porque en Luna entre ramas el poeta quiere verter sobre el papel el mundo interior de sus sueños que es la realidad de su patria nicaragüense. En los libros anteriores la presencia de Nicaragua aparece reflejada a través del léxico, pero su uso es más bien reservado. En este libro todos los prosemas hacen un recorrido a través de la geografía y el habla de Nicaragua, así como el uso del lenguaje coloquial (“Amenaza un pijazo de agua”), imágenes de la vida cotidiana (“Silverio se bebe su fresco de cacao vaso con hielo picado y su respectivo pico: triangular, dulce, de harina”).

A pesar de la homogeneidad temática el discurso recoge materiales muy heterogéneos, moviéndose entre la envoltura y el contenido, entre lo compacto y lo hueco, entre la forma y el fondo, como tanteando la realidad y la palabra poética, como abriendo un camino para dejarlo abierto al vuelo de la imaginación.

Para un nicaragüense los prosemas de Luna entre ramas son comprensibles y familiares, forman parte de la vida misma. Para un lector extranjero no es difícil entenderlos. Valle posee el don de elevar  -en muchos casos-  el símbolo particular, provinciano, al grado de símbolo universal, para que cualquier lector extranjero en cuestiones nacionales pueda descodificar el valor semántico de la palabra mediante una breve pincelada descriptiva. Los ejemplos pueden ser muchos: “Sobre la copa de un guanacaste alto y verde”... “los cargadores, con los pantalones amarrados a la cintura con un mecate de cuatro vueltas, vienen... a desmontar los canastos que llegan en la esperada lancha”... “Sobre mi corazón pasa un galope de vacas chapoteando agua entre besos muertos” [las cursivas son mías, no pertenecen al texto original].

La densidad del prosema no la da la extensión sino la intensidad descriptiva, más minuciosa, más detallada, fragmentada, repetitiva en vocablos y conceptos. Todo esto crea una atmósfera densa y rica. El tiempo se detiene como en la técnica del monólogo. El lector puede oír, ver, oler, ejercitar los sentidos. El símbolo y la metáfora vuelven a recobrar su aliento. Es un libro de ecos y resonancias. Oímos que “De vez en cuando suena la palmada furiosa de alguien al matar zancudos” o “Pasa un pescador y nos lanza un grito  -un alarido alto como una cutacha de luz-  y nosotros contestamos con otro grito que pretende decir que por aquí andamos”.

Pienso, supongo, que con Luna entre ramas Francisco Valle alcanza la plenitud del prosema. No quiero ni mucho menos decir que es su mejor libro, porque no hay libro ni mejor ni peor, sino gustos de interpretación, y porque el poeta  -desde la perspectiva de hoy-  está en activo, en plena producción. Simplemente, quiero decir que Luna entre ramas contiene los recursos de sus libros anteriores y los traspasa, va más allá, pero siempre desde la mirada del poeta que tiene “el cuerpo solitario”. [13]

Quiero destacar la organización de la estructura del prosema “Palo blanco”, donde Valle crea tres planos distintos en torno a la misma idea, como es preceptivo en el relato corto. Antes, en Laberinto de espadas, lo hizo en el prosema “La doble sangre”, pero esta vez en dos planos que corresponden en un rasgo de originalidad, a la primera y segunda persona del narrador, respectivamente.



4. Sonata para la soledad

A partir de los prosemas de Luna entre ramas la tercera persona desplaza a la segunda. El poeta, que expone porque describe, fija su atención en lo otro, lo que ve, lo que hay fuera de él. Deja de ser el poeta lírico, que mira desde él, para dirigirse a la otra persona. Es la mirada sosegada e inquieta, el ojo que observa, el contemplador. En Sonata para la soledad, [14] nueve de los trece prosemas están escritos en tercera persona y sólo uno en segunda. Esto quiere decir que Valle, más que protagonista, se convierte en espectador.

  Son prosemas breves. Contienen una (o a lo sumo), tres oraciones que son pinceladas, boceto de ideas. Al contrario de los prosemas de La puerta secreta cuyo lenguaje los domina una fuerza centrípeta, donde el pensamiento se expande y alarga como brazo verbal, en los prosemas de Sonata predomina una fuerza centrífuga, concéntrica. La idea se concentra en sí misma, está cargada de su propia energía y a cada instante, siempre inesperado, surge la luz brillante de la sorpresa.

  La brevedad se convierte así en intensidad y, a su vez, la intensidad adquiere tonos cambiantes que producen una especial sensación de musicalidad. No es la música lo que el poeta describe sino lo que su ojo capta, haciéndolo de manera minuciosa y atenta, de tal manera que toca la cortaza de la idea, y la palabra adquiere resonancia, se materializa en sonido, en música. Es posible que el título sea la reflexión de esta comunicación con la musicalidad cadenciosa de las palabras. De hecho, en el libro aparecen referencias directas a dicho arte, como Vivaldi (en “La dama de los labios de arena”), al concierto de Aranjuez (en “El jardín y las cicatrices”) o la rememoración tácita de Granados en el prosema “Goyesca”, o en el texto inspirado en la música de Villalobos, para concluir este libro con el prosema “Evocación del silencio”, el más breve de la obra de Valle, un bello homenaje al hermetismo de la palabra, que dice: “Silencio, hermoso mármol”. En conclusión: la nada, el silencio convertido en piedra.



5. Estrofas de cortesía al marfil | Ocho textos eróticos

Los prosemas agrupados bajo el título Estrofas de cortesía al marfil, llevan por subtítulo Ocho textos eróticos, y fueron publicados en La crónica literaria de Managua, en 1989.

  Estos prosemas cuentan un argumento distinto. Digo argumento, porque interviene un personaje protagonista en la historia, que en lugar de ser historia es sólo atmósfera, instante, momento, fragmento de una acción. En el marco de este panorama los textos eróticos de Francisco Valle son sólo pincelada, provocación para el lector imaginativo. La literatura hispanoamericana desde el grupo de mujeres postmodernistas como Delmira Agustini o Juana de Ibarbourou ha sido sutil en las descripciones eróticas. Hay páginas brillantes en Asturias o Cortázar, donde se crea una alegoría simbólica mediante la técnica de silenciar lo nombrable. Valle es consciente de este límite que establece la literatura con respecto a la pornografía y sabe tejer con palabras el discurso descriptivo para provocar, para aludir, para nombrar, pero bajo el compromiso del silencio. Es decir, el poeta describe o crea una atmósfera y en ella inserta, generalmente, la idea que conlleva el contenido erótico, erotizando así todo el prosema. Los pocos pasajes, breves líneas o pocas palabras caben en un espacio tan limitado que podemos enumerarlos: “la hendida piña de la cachimba” (“Doradas promesas o Les nonchalances de Friné”); “en la prostituta errabunda hundí encarnizadamente el falo” (“Historia de invierno”); “las amazonas completamente desnudas ofrecen sus labios mayores” (“En las mansiones del mediodía”); “mi voto es por el mamey profundo” (“Las afecciones desordenadas”); “como un címbalo de oro vibrábale el clítoris” (“Zeus y Leda”); “Desnuda, empalada en mí, la muchacha sin ropas fondease de nalgas hasta el fondo” (“Uranismo”); “Atízame las güeveras, porque en este amanecer yo voy sobre tu cuerpo” (“Imploraciones a una musa nocturna”); el prosema “La selva de las cascadas rojas”, otro de los más breves, dice: “Sangre menstrual, plumaje de guacamayas”, y, finalmente, en “Pintura de la amante”: “yo pinté entre tus piernas la papaya herida... pinté... el fascinante aroma del coño golpeándome desde el brocal del ánfora”. [15]

El tema erótico posee el encanto de lo verosímil. Es una realidad universal, testigo y práctica de todos los mortales, pero a la vez el tema tabú en todas las literaturas por aquello de la cuestión ética y los valores morales. Valle no transgrede ningún orden. Por el contrario, ofrece el testimonio de una época que es la suya. Estos prosemas dan testimonio de la libertad del creador, y la libertad es la única razón de ser de la literatura. [16]



6. Las aventuras de la verdad  y Lluvias para cubrir el sueño

Si admitimos que toda la obra anterior de Valle es producto de la reflexión lúdica de la realidad, a partir de estos prosemas encontramos la huella conceptual del hombre. El velo de la belleza es levemente retirado y colocado a un lado, a la par del poeta que contempla el mundo desde una actitud emotiva y cerebral.

  El esplendor y encanto de la juventud, la ilusión del amor o la desilusión del desamor, van cediendo lugar a la mirada del hombre maduro, entrado en años, que lo hace girar el ojo hacia otro ángulo: su ser y su existencia. Leemos en este prosema: “Tiempos en los que uno transcurre de capa caída, el chasis quemado por las llamas de la vida; tiempos en los que puedo decir con absoluta seguridad y sin temor a equivocarme: Soy el agua decapitada”.

  El desamor, presente en toda la obra, cobra ahora fuerza desde el rencor: “La mano del castigo cierra en calma el fuego de tus pupilas”. Pero también el poeta mira con desaliento cansado hacia atrás: “La infancia frondosa de vacíos”. Esto es lo mismo que la soledad que atraviesa los prosemas de punta a punta, pero visto a través del prisma de los años, cuando el poeta se siente cargado de pasado y vivencias, de rencores y fracasos. Es decir, cuando surge la edad de hacer balance de lo vivido. Esta nueva experiencia convertida en literatura puede ser un filón a explorar y explotar sabiendo mantener la altura del discurso.

 *****

Para concluir, hay que decir que toda la obra de Francisco Valle mantiene una sólida unidad discursiva, coherente en el estilo personal, pero a la vez cambiante en la temática por esa ley imprescindible de la mirada, lo que la hace ser espectante y novedosa en cada libro, porque la mirada del poeta ha estado atenta a lo que sucedía, primero, fuera de él, y, finalmente, dentro de él. Es todo un proceso de lenta pero continua evolución, que convierte los prosemas de Valle en auténtica joya de la literatura nicaragüense y de nuestra lengua castellana. Porque el prosema es un género nuevo, todavía en fase de remodelación e invención, que tiene en Francisco Valle a uno de sus primeros cultivadores. No sólo uno de los primeros, sino entre los mejores, por la extraordinaria calidad de su prosa cargada de esa otra vida que es la poesía. Pero, sin caer nunca en ese viejo legado que es el “poema en prosa” tradicional, honrosa herencia de nuestro padre Rubén.

  Para comprender los prosemas de Francisco Valle sólo hay que pedirle al lector, paciencia e imaginación. Valle es el artista de la palabra que comunica reflexión y hace que su lector cree con él. Eso es buena literatura.



NOTAS

01. Francisco Valle, “Laberinto de espadas/Prosemas 1962-1992”. Managua, Editorial Nueva Nicaragua, 1996, 290 págs. En este libro, Valle reúne su obra en prosa escrita hasta esa fecha, y supone un aporte valioso a la manera de concebir la escritura del poema en prosa tradicional.

02. El poeta Pablo Antonio Cuadra (Nicaragua, 1912) fue el primero en definir con el nombre de “prosema” la escritura del poema en prosa que rompía con la forma tradicional y que estaba en los escritos de su compatriota Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985). Véase mi artículo: “El constante reto a la palabra en la poesía de Ernesto Mejía Sánchez: del poema al prosema” (Nueva Estafeta, núm. 40, Madrid, marzo de 198).

03. La importancia de “Escenas de la vida bohemia” de Enrique Murguer reside en la fragmentación de la escritura, mediante una puntuación continua. Su lectura sirvió para que Rubén Darío comprendiese el significado de su mensaje y bajo su influencia escribió el primer cuento de su libro “Azul...”, titutlado: “El pájaro azul” en diciembre de 1886.

04.  “Avatar” de Théophile Gautir fue la novela que revolucinó la literatura de la segunda mitad del siglo XIX, desplazando el valor que hasta entonces había tenido la poesía. Su mérito consistió en introducir en la prosa la música de Wagner, que por entonces estaba de moda. Su musicalidad arrastró a poetas y novelistas que experimentaron las posibilidades del lenguaje, mediante el poema en prosa. Siguiendo este modelo, Rubén Darío escribió su primer poema en prosa en el cuento “El velo de la reina Mab”, también de “Azul...”

05. Para comprender la admiración que sintió Baudelaire por el hoy olvidado T. Gautier, basta con leer la dedicatoria de “Las flores del mal” (1857), donde dice: “Al poeta impecable, al perfecto mago de las letras francesas, a mi muy querido y venerado maestro y amigo Théophile Gautier, con los sentimientos de la más profunda humildad, dedico estas flores enfermizas. CH. B.” Los dos primeros poemas en prosa de Baudelaire aparecieron publicados en 1855, pero datan de 1851 y 1852. No obstante el proyecto de escribir cien de ellos quedó truncado por su muerte.

06. Otro de los iniciadores del poema en prosa fue Catulle Mendès (1841-1909), poeta y novelista, que gozó de prestigio en su época, y, como Gautier, fue uno de los modelos literarios de Rubén Darío.

07. En “Azul...” de Rubén Darío figuran estos “cuadros” en los doce apartados que forman el cuento “En Chile”. A ellos se refiere Darío, como “cuadros”, en su libro explicativo “Historia de mis libros”. Con la escritura del “cuadro” la literatura se aproxima a un arte cada vez más simbólico.

08. A propósito de Laberinto de espadas, primer libro de prosemas de Valle, escribió Pablo Antonio Cuadra: “Una vez dije que Valle es el único gran poeta verdaderamente surrealista que ha dado Nicaragua. Luego he creído que es necesario explicar o matizar lo de “surrealismo”. Porque hay en su poesía un realismo neto, admirablemente espejeado y reproducido en palabras” (La Prensa Literaria, Managua, 21 de julio de 1974).

09. Francisco Valle, Laberinto de Espadas. Prosemas 1962-1992, ob. cit.

10. Jorge Eduardo Arellano, uno de los críticos más lúcidos de la obra de Valle, destacó esta doble característica en el artículo titulado “Un reino de soledad y de silencio”, donde comenta los cuatro libros de prosemas, y llega a la conclusión siguiente: “Este ha sido, en síntesis, el aporte de Francisco Valle a la poesía nicaragüense” (La Prensa Literaria, Managua, 6 de marzo de 1982). Creo que un estudio de la poesía nicaragüense contemporánea sobre la técnica del “silencio poético” nos llevaría a conclusión sorprendentes.

11. Francisco Valle, “La puerta secreta”. San José, Forja, 1979.

12. Francisco Valle, “Luna entre ramas”. Managua, Ediciones Nacionales, 1980.

13. Sobre el uso de estos recursos y su trascendencia en la posterior consecución del prosema, el escritor argentino Víctor Flury apunta en su reseña sobre Luna entre ramas varios conceptos acerca del tema de escritura y memoria: “...pero la memoria de Valle no es selectiva; más bien, es reverberante; cuando fulgura, arrastra el agua y el cielo y el barro y las llamas. Cuando se retira, se retira con todo su cargamento intacto... atisbando un sólo haz de memorias y de hechos que alcanza a uncir dos o tres latitudes existenciales, y eso es suficiente para darle al libro un eco narrativo, el hilo autobiográfico que anteriormente estaba muy lejos de manifestarse” (La Prensa Literaria, Managua, 10 de mayo de 1981).

14. Francisco Valle, “Sonata para la soledad”. Managua, Ediciones Sagitario, 1981.

15. En el artículo “Aproximación a la poesía de Francisco Valle”, Erick Aguirre escribe: “Después de Gioconda Belli (1946) y Fanor Téllez (1944) ─entre los varones─, Valle es el primer poeta de las últimas generaciones que aborda con semejante audacia y desenfado el tema erótico” (La crónica literaria nº 34, Managua, 1989).

16. Juicios y comentarios sobre el lugar del erotismo en los poemas en prosa de Francisco Valle, así como las relaciones entre el surrealismo latinoamericano y el movimiento surreal francés, son ampliados por el crítico norteamericano Steven White en su artículo “Amor, soledad y paraíso en tres poetas nicaragüenses contemporáneos” (La Prensa Literaria, Managua, 22 de febrero de 1992).


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