lunes, 22 de abril de 2013

PEDRO BARRANTES [9656]



Pedro Barrantes
Pedro Barrantes (Valencia, 1850 - Madrid, 1912) escritor y periodista español de la bohemia.

Valenciano para unos, leonés para otros, amigo del escritor Eduardo Zamacois, quien en su libro de mamorias Años de miseria y de risa dejó un puñado de anécdotas del poeta, llevó una juventud bohemia y descreída, durante la cual colaboró en la famosa revista anticlerical, dirigida por Ramón Chíes, Las Dominicales del Libre Pensamiento. Sufrió procesos y cárceles por sus violentos e ingeniosos artículos contra la religión, la monarquía y las instituciones sociales de gobierno y justicia; no siempre los escribía él, ya que trabajaba por un duro diario como "hombre de paja" del periódico El País, firmando artículos que nadie quería asumir y haciéndose responsable de aquellos peligrosos y denunciados. En uno de sus encarcelamientos fue duramente torturado y, dado por muerto, depositado en un carro con otros cadáveres. Despertó en la fosa común, antes de ser enterrado, y logró salvarse. Hacia 1895 abjuró de sus ideas y se reconcilió con la Iglesia Católica, pasando a colaborar en 1897 en El Movimiento Católico y La Ilustración Católica; a esta etapa corresponde su libro poético Tierra y cielo, 1896. Publicó versos, cuentos y artículos en Vida Galante (1899 a 1901), dirigida por su amigo Zamacois, en Pluma y Lápiz, Barcelona Cómica, Madrid Cómico, La Ilustración Española e Hispanoamericana etcétera.
Como poeta fue un modernista algo prosaico. En su libro más célebre, según Barreiro "un saco de demasías" escrito para escandalizar, Delirium tremens (1906), escribió unos famosos versos a un asesino llamado Muñoz que estaba preso en la cárcel de Sevilla: "Soy el terrible Muñoz/ el asesino feroz/ que nunca se encuentra inerme/ y soy capaz de comerme/ cadáveres con arroz". Recitados estos versos ante Pío Baroja, éste le dijo: "esto no tiene nada de particular y menos para un valenciano", pues Baroja, como Julio Cejador, lo creía valenciano, aunque nuestro hombre era leonés. Y cuando Barrantes pregunta por qué Baroja le contesta: "porque los cadáveres con arroz es lo que constituye la paella".

Obras

Lírica

Delirium tremens: (poesías) Madrid, 1890 (Celestino Apaolaza) muy reimpreso después, por ejemplo Madrid: Pueyo, 1910)
Anatemas, (Valencia, 1892).
Con Severiano Nicoláu, Dios: canto Valencia, 1888 (Imprenta Casa de Beneficencia)
El drama del calvario: poema Madrid: Establecimiento Tipográfico de P. Nuñez, 1887.
Tierra y cielo, Madrid: El Adalid, 1896 (Imp. y litogr. del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús; segunda edición mismo lugar e imprenta, 1897.
[editar]Otros
Weyler... Madrid, 1899 (Imp. de Antonio Marzo)
El Padre Sanz Madrid, 1899 (Antonio Marzo)
Polavieja Madrid, 1899 (Imp. de A. Marzo)







ERES como el eco
de la encrucijada,
que siempre responde
"te quiero" a un "te quiero",
y no quiere nada.





Es preciso estar siempre bajo el peso
de una embriaguez inmensa.
Para que no sintáis el fardo horrible
del tiempo que os lacera
los hombros y que inclina
vuestra sombra hacia la tierra,
debéis embriagaros sin descanso,
porque eso es todo: la cuestión es ésa

¿De qué, decís? De vino, de poesía,
de virtud, de entusiasmo, de belleza;
a vuestra voluntad, pero embriagaos,
que la embriaguez es la luz de la existencia.

[El paraíso de los escritores ebrios
Marta Herrero Hil]





Treinta años de poesía y bohemia (1890-1920)

Por Allen W. Phillips

Pedro Barrantes (muerto en 1912), curioso personaje que figura reiteradamente en las memorias de la época; Antonio Palomero (1869-1914), poeta festivo conocido por el seudónimo de «Gil Parrado»; y, por último, Enrique Paradas (1865-1925), uno de los más destacados creadores de los cantares andaluces.
Pedro Barrantes, según algunos valenciano y para otros leonés, deseaba imitar a sus ilustres antepasados bohemios, y así creía firmemente en el alcohol como fuente de la inspiración poética. Eran motivo de risa en la época los versos que ahora transcribo de Barrantes: «¡Aguardiente con pólvora, soldados! / Se necesita imprescindiblemente / para entrar en la lucha denodados / con pólvora beber el aguardiente!» («Excitación al combate»). Se proponía ser un hombre tremendo e impresionar a todos con sus violentos y a menudo grotescos desplantes, pero parece que logró quedar casi siempre en ridículo. Sin embargo, a pesar de las anécdotas que se cuentan de él, no puedo menos que preguntarme si no era una figura sencillamente tragicómica o tal vez un payaso absurdo a quien debiéramos compadecer528. El que mas nos dice de Barrantes es Eduardo Zamacois, amigo suyo; copio una breve porción de uno de los retratos que hace el novelista de tan original personaje:
...Tuvo Barrantes una silueta inolvidable: a veces llevaba barba, lo que daba a su calva frente gravedad señorial; otras iba completamente afeitado; entonces se parecía a Baudelaire [...] Era alto, seco, de una sequedad cómica, y la costumbre de sentir oscilar el suelo bajo su pies le había dado el caminar indeciso de los sonámbulos. Hablaba bien y reposadamente, con voz sonora y una lentitud noble que le permitía vestir su pensamiento de palabras exactas y dar a cada frase su relieve debido. Su conversación atraía; tratarle era exponerse a ser su amigo [...] Ni los excesos, ni las ráfagas terribles de miseria que azotaron su espalda, ni el espanto de las noches sin cama, ni los rigores de la cárcel, donde por delitos políticos estuvo varias veces, bastaban a derribar su cuerpo avellanado. Bajo la lluvia, bajo el sol o sobre la nieve, durante muchos años Pedro Barrantes paseó su perfil raro y amable.

Cabe añadir aquí que Barrantes era en su temprana etapa un escritor enérgicamente anticatólico y colaborador en Las Dominicales del Libre Pensamiento. Más tarde fue hombre de paja de El País, haciéndose responsable por un duro diario de los artículos peligrosos o denunciados, lo que le valía frecuentemente encarcelamientos. Esa feroz actitud anticlerical se evidencia en casi todos los poemas de su primera obra, bautizada con un título exactísimo Anatemas (Valencia, Imprenta de El Mercantil Valenciano, 1892). Esta poesía altisonante proclama un desorbitado odio a la religión, la monarquía y el despotismo. El escritor debe ser batallador y combatiente, su misión es denunciar hipocresías y estulticias de la sociedad moderna, con versos heroicos y destructores («Sombras y esperanzas»). No quiere que la amada le pida versos de dulce lirismo, ni cantar sus bellezas físicas; el poeta debe hacer vibrar su lira como el trueno, porque aún están de pie la Iglesia y el trono («Negativa»). Ataca la tiranía y el despotismo que envilecen, expresando su fe en el pueblo y su redención. Exalta la libertad y la justicia. Su profesión de fe: «No ceder por nada ni ante nadie» («A mis amigos»)». En el mismo poema, de fuerte denuncia, Barrantes afirma, si muere antes de poder llevar a cabo su obra redentora: 


«No permitáis que la figura negra  
del cura inmundo a mi ataúd se acerque  
a gruñir en latín palabras necias 
sin fe y sin el respeto soberano 
que deben inspirar las cosas muertas»



Siempre los clérigos, todos malvados y ruines, son blanco de sus anatemas. Sin embargo, este poeta que no cree en Cristo ni en su iglesia afirma un tipo de panteísmo que le ennoblece cuando rinde homenaje a los misterios de la creación, siempre renovada, donde halla la obra de la mano divina («La plegaria eterna»).
Unos pocos años después, hacia 1894 ó 1895, se realiza la conversión de Pedro Barrantes, revelada en muchas composiciones de Tierra y cielo (Madrid, Imprenta y Litografía del Asilo de Huérfanos, 1896). El libro en general continúa el último romanticismo español, y parecen haber sido los modelos del poeta Zorrilla y Núñez de Arce. Sin embargo, menos retórica y más lírica es la poesía de este segundo volumen, de contenido misceláneo y cuya nota más interesante es ahora la religiosa. Por ejemplo, en «Contrición» se lee:


Vuelvo por fin a tu amoroso seno,
¡Oh, Religión sagrada!
Torno a tus brazos de tristeza lleno
y el alma lecerada.

¡Piedad, piedad, Señor, para el ingrato
que obcecado y demente,
a impulso de frenético arrebato
te golpeó la frente!


Así, arrepentido, pide perdón y regresa al seno de la Iglesia; han desaparecido por completo las diatribas anticlericales; y ya no ataca Barrantes a las instituciones sociales del día. Sí canta a la mujer, a veces pura y virgen, pero la naturaleza conflictiva de algunos de estos poemas se da desde luego en el título. A pesar del tono religioso y la afirmación de la fe, no siempre triunfa el cielo en el alma atribulada del poeta («Miseria humana»); aunque busca solaz y refugio en la religión, tiene conciencia de las tentaciones pecaminosas («Fiat lux»). En esa oscilación constante entre el espíritu y la carne, el demonio y el ángel, Barrantes afirma en el poema final que no ha muerto su fe: el culto de lo divino vive en el fondo de su pecho. Ni los años ni las decepciones pueden enturbiar aquella adoración simbólica de su infancia lejana («Fe»).
Un interés muy especial por lo macabro, ya presente en Tierra y cielo, llega a su punto culminante en la próxima colección de poemas publicada por Barrantes, cuya truculencia fundamental se revela de inmediato en el título: Delirium tremens. Sencillamente se propone ser demoníaco, cultivando temas del vicio y de la perversión, así como de los crímenes más violentos. La nota truculenta y efectista se ve en los títulos mismos de las poesías: «El verdugo y su amada», «El enterrador y yo», «La risa del diablo», «Haschís», «Inscripción de sangre» y muchos más de la misma índole. También dos hiperbólicas y monstruosas composiciones de 1905 se dedican a los asesinos Aldije y Muñoz López, ambos detenidos en la cárcel de Sevilla por su espantoso crimen.

Exageradamente sensuales y satánicos, los versos de Delirium tremens muestran un claro cinismo y un estudiado afán de hacer estremecer al desprevenido lector. El fondo abyecto contra el cual se mueven los personajes se representa en melodramáticas escenas de borrachera, en las cuales toman parte lujuriosas mujeres y hombres igualmente degradados. Convulsivas y delirantes son las visiones macabras de Barrantes, evocadas con todo su caos espeluznante en poemas como «Dedal». Aunque están bien muertos todos los idealismos y celebran su horripilante festín los gusanos, no se pierde totalmente la preocupación por los pobres e indefensos. El poeta expresa compasión por los harapos ateridos de frío («Invernal») o los caídos que han sido rechazados por la sociedad («La marcha de los vencidos»).
La pieza del libro que más llamó la atención fue el «Soliloquio de las rameras», largo poema que narra la historia y el destino de las prostitutas obligadas a seguir una vida de vicio. Las primeras estrofas evocan esta triste trayectoria:


Nosotras somos la mundana escoria,
nosotras damos el placer y el mal,
¡Viciosa juventud, ebria de gloria!
¡Ven y disfruta el goce material!

Del cieno en la inmundicia nos hundimos;
tenemos seco y yerto el corazón;
y a nuestras propias madres maldecimos;
somos la fetidez y la abyección.



Pronto empieza el camino inevitablemente descendente. Por poco tiempo dura la belleza y todo se viene abajo:




   Destruida del seno la turgencia,
nuestra hermosura ya toca a su fin,
y con ruda y glacial indiferencia
nos entregamos a la chusma ruin.

   Mudamos de vivienda, nuestros lechos,
ya de encajes magníficos no son.
Se fijaron mezquinos los derechos;
nadie puede exigir más que un jergón.



Finalmente las desafortunadas pasan a una existencia más degradada aún:



   Somos bestias humanas; no sabemos
lo que es amor, decoro ni honradez,
ni aprenderlo tampoco pretendemos,
pues no aprendimos más que lo soez

   Cuando ya no servimos para nada,
nos echan del abyecto lupanar,
y ya nuestra existencia degradada
arrastramos sin lecho y sin hogar.


Su destino último: la enfermedad sin aliciente y la camilla miserable de algún hospital. Carrère opina, no sin razón, que el «Soliloquio» es un modelo de diatriba contra el vicio pero que no es, ni mucho menos, un modelo de poesía532. En resumidas cuentas, a Barrantes como poeta le faltan intimidad e intensidad espiritual. Sus elucubraciones y sacrilegios no convencen y no conmueven. Barrantes no pasa de ser, pues, una curiosidad, interesante dentro del cuadro que aquí se dibuja de la poesía típica de los bohemios de aquellos tiempos.









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