domingo, 30 de septiembre de 2012

7954.- AMELIA GAMONEDA LANZA





AMELIA GAMONEDA LANZA (León, 1961) es profesora titular de Literatura Francesa en la Universidad de Salamanca, colaboradora de crítica literaria en Revista de Libros y traductora de poesía francesa (Yvon Le Men: El país más allá de la pena, Mallarmé: Herodías, Jacques Ancet: Se busca a alguien, La quemadura). En el campo de la literatura francesa actual ha publicado los ensayos Marguerite Duras. La textura del deseo (1995), y Merodeos. Narrativa francesa actual (2007), así como estudios en revistas especializadas sobre poetas y novelistas franceses como Quignard, Noël, Sampiero, Stétié, Michon o Pennac.



Hebras


En la palabra amor juntan los labios su hambre muda y maman; se ovilla la voz en su origen.
Como vuelve al cabo el ojo a la albura del pensamiento sin huella, iris del desamparo.
La especie, ordena su pasión: claridad de la acedía y el olvido, oscuridad en la carne recelosa.
La lengua saja y alivia a la materia de su mena fosforescente. Escoria leve que en la boca delata la llamarada nocturna.



Un rostro viene en el aire. Es fibra de transparencia que esboza un nombre y se ausenta, pulso de ilícita lozanía.
Late la piel codiciosa, el músculo de ternura, la vena ortigada de hastío. Cincela el viento, despliega memoria y altura.
Extraño que llevas algo mío en el rostro, torva y turbada te espío en la enramada del tiempo.


También yo prefería el revuelo en el cuarto de los juguetes,
un permanente cumpleaños.
La escalera por la que empujas pies que no existen tiene un peldaño difícil,
tus dedos buscan el hueco,
vuelve a los míos el tacto que tú averiguas.

(Poemas publicados en la revista ‘El Signo del Gorrión’, nº 21) 




Tú avivas en los nombres una matriz fatigada
y en ese temblor comienza mi memoria.

Es verano. La intimidad feroz se abraza al árbol.
Sentimos la cercanía de las serpientes
y cada noche nos vigila un sapo.
Tú no mides tu esfuerzo ni tu pasión
y tu garganta se dilata en latidos.
Somos una casa encinta, y tú naces en la frescura interior del
[árbol, en su bramido.
Secreta es también la estancia donde jadea mi lengua y
[percute una ausencia.

Siempre es ese verano.






Ausencia

Años estuvo ausente del espejo, pero una imagen definitiva viajaba extraviada en su cabeza. Por eso pedía exactas las horquillas, la tirantez del cabello.
Era ya muy tarde y aún reconocía a las nietas que la rodeaban en la fotografía; sonrió diciendo sus nombres, volvió a sonreír y preguntó entre el desconcierto y la ternura: ¿y quién es esta viejecita? 

Frente al azogue gastado de tus ojos, en la transparencia de ese olvido, ahora desenredo lo turbio, peino el desasosiego.

(Poema publicado en el libro ‘Los ojos que vieron el siglo: Nuestros Abuelos’)








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