lunes, 30 de junio de 2014

LUIS MARRÉ [12.103]


LUIS MARRÉ  

(Guanabacoa, La Habana, CUBA   1929). Poeta, crítico, traductor, editor. Sus poemas han sido traducidos a numerosos idiomas, y figura en varias antologías. Obtuvo la Medalla XX Aniversario del Asalto al Moncada, la Distinción por la Cultura Nacional y la Distinción Raúl Gómez García. Fue jefe de redacción de La Gaceta de Cuba. Se desempeñó durante muchos años como jefe de redacción de poesía de Ediciones UNIÓN. Premio Nacional de Literatura 2009. Algunos de sus libros de poesía son: Los ojos en el fresco, 1963; Canciones, 1965; Habaneras y otras letras, 1970; Para mirar la tierra por tus ojos, 1980; Voy a hablar de la dicha, 1977; Canciones de los años de aprendizaje, 1982; Nadie me vio partir, 1990; A quien conmigo va, 2001; Hojas de ruta, Ediciones UNIÓN, Ciudad de La Habana, Cuba, 2006. En una entrevista con Ciro Bianchi, con motivo de una reunión de Origenistas, declaró salvables, para él, algunos de estos poemas.





NO RECUERDO

No recuerdo tu rostro
y a veces
me sorprendo buscando rasgos tuyos
en otras caras
Sin embargo
                     recuerdo
tus manos
siempre ocupadas
- las uñas rotas
por la lejía -
domando
cabellos
rebeldes
midiendo la escasez
o despertando olores en el patio
entre la hierbabuena y el orégano
Qué hábiles
                     con las rosas
tus manos
- el tiesto que ponías en la mesa
aunque faltara el postre siempre había
rosas para olvidar nuestra pobreza-
Tus manos
aquellas
ramitas
de coral desangrado
que emergieron del fondo abisal de tu agonía
Mi corazón se debate entre agujas
pero tus manos no me alcanzan ya
mi madre.






JUICIO

He aquí que de pronto recuerdo,
y me digo: He vivido.
Aquí, en mí, tengo que decírselo
a alguien, a fin de que corrobore mi certeza.
Una y otra vez digo: He vivido.
Y el incrédulo desmiénteme, replica:
—Conozco cuanto sueñas,
niño mío. Ya
iremos a conocer la vida, a comprobar
los frutos:
quiero de ti un testigo lúcido.






DÍA PERDIDO

Ya se han ido, dejaron
entrejunta la hoja a la riente niña.
Ella, primero, acecha por los nudos,
encendiéndolos. Ya
retoza por el cuarto, brinca
en los lechos vacíos, ríe
entre las sábanas revueltas, toca
los objetos y dice mesa, libros, zapatos,
repasando la página de ayer en su cartilla.

No me había olvidado, viene,
su cabello derrama sobre mis ojos. Tras
el rubio enredo, qué triste mi cuerpo.
Ya se han ido, a esta hora
hombro con hombro van. Ya otro
ocupa mi lugar sin preguntar por mí.






EL CULPABLE

Sobresaltado sueño
el sueño del culpable. Sueña
a su abuelo volteando un niño
frente a un muro, y despierta
al punto que el abuelo airado
abre la mano.

El culpable sueña a su padre
niño aún, inocente…
La luz va a él para herirle, para
cegarle, tropieza con ella
como con un cuchillo con el rostro
de la Ira.

El culpable recuerda a Isaac,
a Isaac, inocente cuello,
y el cuchillo de Abraham
devolviendo el rostro del ángel
de Dios.

Confúndese el culpable, no
siente el abrazo de la zarza
al muro resonante de su cuerpo,
su hijo llora,
olvida que la sangre es inocente.






VIENTO DE CUARESMA

Recuerdo el patio grande de tu casa
todo de orégano sembrado
el pozo
bordeado
de girasoles
enanos
y los arbustos de acerola con
las frutillas pudriéndose debajo
Y recuerdo que un día
nos sorprendieron cuando
tú me enseñabas aquel juego
tan grato
No fue tu hermana quien se fue de lengua
sino el orégano que huele tanto
Nos pegaron con ramas deshojadas
¡qué olor amargo!
Perdona estos recuerdos
Ha tenido
la culpa el viento
trajo
olor
a patio
de orégano
y de girasoles enanos
No fue tu hermana quien se fue de lengua
sino el orégano que huele tanto.





EN EL PASEO DEL PRADO

Éramos cuatro jóvenes poetas
descontentos.
En este mismo sitio,
bajo estos mismos álamos,
nos reuníamos.
Uno
tenía vocación de médium
y soñaba con verle aquello a Isis
—su celestina era
Madame Blavatsky.
Otro miraba de manera que
no se notara
su ojo
estrábico.
El tercero no sabía
si su voz era la de una flauta
náhuatl o árabe.
Y el cuarto era yo,
siempre en otra parte
rezagado y pendiente
del ómnibus de medianoche.

Hoy estamos
más o menos contentos.
Uno
ya está muerto,
es decir,
ya goza de la desnudez de Isis
—puro huesito.
Otro lleva espejuelos calobares.
El tercero trastea la bandurria
con gran éxito —hasta canta puntos.
Y el cuarto soy yo.
Me he quedado atrás.
En el mismo lugar
donde hace quince años nos reuníamos
un joven poeta
está leyéndome
sus versos.
Y esta vez he perdido
el ómnibus de medianoche.

(Enero de 1967)






PEQUEÑA CANCIÓN DIURNA

Para Minerva Salado

Voy a hablar de la dicha
no de sueños ni cábalas.

Voy a hablar de la dicha
—perdona si no dejo
a un lado mi tarea.

Voy a hablar de la dicha.
Más que discurso es canto
de labor:
óyeme
mirándome a las manos.





CANCIÓN

Compañero, tus ojos
no pueden ser cerrados.
Que tú veas el sol
sin nubes, si yo caigo.

Compañero, mi madre
no ha de perder su patio.
Que no le falten rosas
ni albahaca, si yo caigo.

Compañero, el fusil
no temblará en tus manos.
Que no se quede mudo
mi fusil, si yo caigo.





EN EL LABERINTO

Cuántas veces mi paso se detuvo,
¡oh, Confundida!
y tu rostro busqué en esta oscuridad!
Ahora me detengo solo
para torcer y en tu nombre afirmarte.

El hilo de la trama suntuosa destejido
—el hilo que allí fue Rostro o Índice—, rehúso.

Esposa fatua,
qué lejano tu olvido del apresto
y la lámpara seca,
para el que no tiene memoria…
Sólo tengo el recuerdo de tu olvido
y desasistimiento en la primera angustia.

Sin embargo, te amo todavía:
esta certeza me ha sobrevenido
con la conciencia de mi soledad.

Ya no es posible que me vuelva
ni que me sirva de aquel hilo. Cada
paso torcido afirma nuestros nombres
—te amo, te amo todavía—: la Confundida y el Perdido.
manos (1)






TESTO

Que tú seas completo
—no te falte
cabeza.
Y que tu corazón no sustituya
a tu cabeza.
Que el sol sin veladura llegue
hasta tu corazón
y rebrille en tus ojos
su luz completa.
Que seas, hijo mío,
la reunión amorosa de mis miembros
y mi cabeza se alce sobre el río
de fuego
que la arrebata
para mirar la tierra por tus ojos.




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