lunes, 22 de septiembre de 2014

ÁUREA MARÍA SOTOMAYOR [13.387]


Áurea María Sotomayor 

(1951)
Áurea María Sotomayor-Miletti. Poeta, crítica literaria, ensayista y traductora. Nace en 1951 en San Juan de Puerto Rico. Como crítica literaria tiene la antología de poesía feminista De lengua, razón y cuerpo, de 1983 con un extenso ensayo interpretativo, Hilo de Aracne, literatura puertorriqueña hoy (Universidad de Puerto Rico) y Femina Faber: letras, música, ley (2004). En el 2010 se publica La providencia, su traducción al español del libro The Bounty, del poeta santalucino y Premio Nobel de poesía, Derek Walcott. Sotomayor es catedrática de literatura en la Universidad de Puerto Rico, ha codirigido varias revistas literarias de creación y crítica tales como Postdata, Nómada y Hotel Abismo (actualmente). Se doctoró de literatura latinoamericana en Stanford University, y de literatura comparada en Bloomington (Indiana) y en la Universidad de Puerto Rico. Obtuvo el grado de Juris Doctor en la Universidad de Puerto Rico en el 2008. Su poesía ha sido incluida en múltiples antologías de Puerto Rico y el extranjero en calidad de poeta, así como es reconocida su aportación en la escena cultural puertorriqueña como crítica, antóloga y traductora. Poesía: Aquelarre (1973), Velando mi sueño de madera (1980), Sitios de la Memoria (1983),  La gula de la tinta (1994) (recopilación antológica que incluye tres libros inéditos: “Sáficas”, “Elegías” y “Detalles de filiación”), el hipertexto Rizoma (1998), Diseño del ala (2005).


POEMAS



LEZAMA

Y toda siembra que nos hace temblar se hace en el espacio sin respuesta, que al fin es una respuesta.

José Lezama Lima



I

En vez del cuerpo,
sublime música. Envés del signo
el viento por detrás soplando recio,
ocaso empurpurado, nube caníbal.
Y de las alucinaciones,
lo que tienen de sed.
Me acojo al silencio de esta bóveda
con su millar de estrellas.
Sonrisa etrusca, bizantina, viajera,
fastos quemados del fervor.
Noche estrellada,
místico acorde roto sobre intenso azul
en un fragmento de la Sainte Chapelle.
Ardor     suspenso     genuflexo.
¡Ah, que no escape!



II

Se acumula la tinta en esta sima
que se prolapsa con el desbordamiento.
Sufre la sorpresa el abrillantamiento de la nuez
hecha almíbar en la boca juguetona de una nave que deriva.

Eleva su lengua hasta tocar el cielo de la boca
chasquea la sílaba entintada
echa al mar. Regocijada en la marea nocturna
de esta ínsula, el protocolo de su carnalidad gravita hacia la imagen.
Tensa su ronda de destellos
sujeta a la morada perpetua de la gracia.



III

Ausente de los hechos fluye el vértigo,
pasan las aguas tibias en que la nada
alardea de signos impalpables:
sepultos sones siempre volátiles,
ala de tinta.




LAMENTO DEL REPLICANTE

All those moments will be lost in time
like tears on the rain. Time to die.

—Blade Runner


Después de las intervenciones, el paciente se siente.
Posee dos brazos y dos piernas.
Intenta evadir a las fieras una y otra vez,
pero halla una cara trapeada en medio de todos los caminos.
Tiene una boca que balbucea cuando emite palabras.
Y los ojos, qué podría hacer sin la dicha de ver
como se lo dictan sus dioses.
Tiene una espalda sobre la que se tiende
para aliviar la injuria suave de los días.
Y la piedad es un vocablo humano que se permite el cuerpo,
un manierismo prosaico,
que en los momentos más inusitados
recuérdale que existe el mar.

El corazón no le basta para sostener
un cuerpo acariciado para siempre
con la punta del roce de dedos inexistentes.
Los ojos eran dos túneles de viento
queriendo desafiar el momento en que los deslumbrara la muerte;
la boca era una herida cascada de guayabas.
Lo demás es el oído, temblando,
tensado para el salto, olvidando a aquel tigre
de la floresta espesa en una selva demasiado verde, musical.
Las pezuñas veloces se hundían precisas sobre la jungla o la marisma,
evadiendo las trampas de los cazadores
y queriendo aprender el principio del vuelo
que conformaba el arco del ala de algunos pájaros.

Nadie más que yo pudo guardar esa virtual memoria
de un cuerpo hecho para dos besos: nacer, morir.




PARA NADIE

Queda el vestigio de una carta borrada
en una de las contratapas del libro de la Kincaid.
Siendo aquél el principio de un relato que no era de ficción,
borrar fue más difícil que escribir.
En su no envío y borradura posterior
hubo una contundencia.

Regresar a una página desprovista de acto incita a la emoción.
La piel que se ha borrado ya es ninguna.
Sin su ayer, pero también después sin su mañana.
El no poder mirar aquellas mismas letras,
las exactas, es el duelo de un sueño que se arranca.
En el nunca se regresa a las letras exactas
que no quieren ser letras.
Es nadie quien escribe para nadie.
Dentro de aquellas tapas tan reales no era posible la ficción.

Ayer, buscaba entre las cosas para cuidar su espacio
y halló aquel libro casi cundido de termitas.
Quiso el tiempo salvar la borradura,
porque en una página borrada
todo y nada puede leerse.
Aunque la impaciencia y premura de la polilla temeraria
había mellado un borde de sus tapas,
fue a la página. Permanecía la huella clara de la borradura,
aún intacta.



LECCIÓN DE ESTÉTICA: EL SALTO

El desarrollo de esa flexibilidad se halla
en la capacidad de la coyuntura para sostener cierto peso.
Así también la voz, que sin el cuerpo no accede al espíritu.
Sin ese umbral no hay voz,
sin el cuerpo no se entra en la luz.
El impacto del salto sobre el gozne es violento.
El dolor se mitiga en el aire,
como el rocío cuando disimula una lágrima
o cuando un arcoiris descomunal eclipsa al alba.
La intensidad resulta de la libertad que la desata.

Desde afuera se mira difuminada la visión
por el sonido de la música que la involucra en gasas
y camuflagea, asistida por los compases,
el fulgor con que el pie lamina el piso de madera
o la voz hiere la barrera del sonido,
acumulando en el regreso de la onda el impacto todo de aquel cuerpo.
El espectador es abstraído del esfuerzo
por milagro del marco que circunda su éxtasis.
Esa distracción que lo sustrae del golpe
le permite apreciar el esplendor:
cuando el todo se hunde en el silencio de un mapa de estrellas.

Pero las vendas sangran,
las uñas se encarnan, el cuerpo duele,
los ojos arden, la piel se agrieta,
las manos tiemblan y el alma se desgasta.
La voz,
hay que esforzarse porque no se rompa en el extremo
de su disciplina o su fervor, al borde de su opio.
En esa pausa, en ese sueño obsceno donde quisiera entregarse a lo real,
una herida coagula:
allí donde se crea el arco
y se empurpura el signo.
De un lado, entonces,
el desconsuelo con que imagino al viento
puliendo un promontorio, así como se borran las sales de una piel.
Del otro, el tiempo que toma contemplarlo.




FLAMA ALIVIADA

Pero algo irreducible palpa la intuición que entreabre un hecho. Y la réplica arriba con el estrépito con que cae el arco al abatirse sobre el cuerpo del intérprete. Entonces, algo más allá de la música se abole. Sin embargo, puedes escuchar esa manera inestimable de hacer silencio. Como mora el viento sobre una cara que ríe y el roce del aire pasando por la epiglotis supone todo el ruido. La lejanía es toda su paciencia y el bosquejo de un deseo la más intensa degustación. No hay extremos ni senderos en esa travesía cifrada por la lentitud. Un espacio en blanco o un suspiro pliega el tiempo constelado de salvajes charcos salvados quizás por ese ir en puntillas sobre la cercanía de las cosas. Allí se consume la flama, aliviada por la evaporación. Se siente al aire rozando el temblor. Demarcar ese territorio imposible, así como sugerir sus coordenadas colinda con la pérdida. Así en todo. Lo que se dice no se deja vivir y lo que no se dice no tiene posibilidades de vivir.



LA PIEL POR SUS ESQUINAS

Tomar la piel por sus esquinas más frágiles, tan delgada es la piel que no se oye. Un cuchillo no arde tanto como un borde bien entrenado de papel. Vas levantando la piel y ganando terreno. El escozor de la carne viva tiene la densidad de la púrpura en su tacto. Me la quito para tejer un manto que te acaricie. Lo echaré sobre tus hombros verdes. Voy descubriendo las membranas, los nervios, en esta topografía sin límites ni amo. El amante descubre una rosa tatuada sobre la carne viva después de levantar varias capas de piel. La rosa es roja y sangra.




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