martes, 23 de diciembre de 2014

FELIPE MARTÍNEZ PINZÓN [14.290] Poeta de Colombia


FELIPE MARTÍNEZ PINZÓN

Nació en Bogotá, Colombia, en 1980. Es literato y abogado de la Universidad de los Andes. 
Actualmente cursa estudios de doctorado en literatura iberoamericana en la Universidad de Nueva York (NYU). Sus poemas han aparecido en las revistas "Vuelta de Tuerca", "Noventaynueve", “El Perro”, “Revista de la Biblioteca de México”, entre otras, y en las antologías El amplio jardín: poesía joven de Colombia y Uruguay (Uruguay, 2005), "Doce poetas colombianos (1970-1981)" (México, 2007) y Poetas bogotanos (2008). Ha publicado un primer libro de poemas que se titula "Sólo queda gritar" (2006) y un ensayo crítico -"La mejor bomba es el libro" (2005)- sobre la novela "El maestro y Margarita" de Mijaíl Bulgákov, además de artículos sobre literatura latinoamericana. Su último libro de poemas es "La vida a quemarropa" (Fundación Arte es Colombia, 2009). 



LAS PALABRAS DEL EQUILIBRISTA

Mi poesía es una cuerda templada.
Ahí me paro, cómodo e impresionado,
a mirar el mundo a punto de caer.

¿El mundo? ¿Yo?

Sudando en esta palabrería de equilibrista, 
mis versos templan los miedos al vacío,
suavizan el aire, impidiéndome caer. 





DETRÁS DE ESTA PÁGINA

Me gustaría poder escribir lo que callo
(que es poco, no hay quien mejor lo sufra),
lo silencioso, lo que trago en babas de olvido.
Cuando escribo esta palabra, callo las otras
sin saberlo.

Me gustaría leer el revés de este papel
mientras escribo, por un lado,
con un espejo o con un carbón.

Así me descubriría en lo que más quiero
y no puedo encontrar, que me obliga
a terminar esto con la bala de mi punto,
redondo como un ojo para ver
lejos de las tareas olvidables
cómo se apoya en el espacio
todo lo que no ha de hacerse sonido nunca:
¿qué hay?





CUANDO VUELVO A ESCRIBIR

Mientras yo dormía mascando una mortaja,
murmurándola como un Lázaro 
que aprende un nuevo idioma,
un murciélago salió de mi boca
rompiendo las telarañas, tocando
sus débiles cuerdas que se engrosaban
en el espacio, esparciendo el polvo, 
desordenando el silencio,
desplumándolo y haciéndolo silbar
en pequeñas caracuchas mojadas 
que la luz abría y cerraba como ojos.





"La vida a quemarropa" (Fundación Arte es Colombia, 2009). 

3.

“Nada rejuvenece tanto como el olvido”
Walter Benjamin

Es la noche con sus trapitos de alcohol
para las heridas, es la noche
con sus patas de croché
ululando, insecta, la música del regreso.
Desgranados del mundo
llegamos otra vez a casa.
Exhaustos, nos rascamos la cabeza,
cruzamos la puerta,
abrimos la nevera
y en su luz contemplamos el universo,
su constancia: todo vuelve a la manzana.
La tomamos, la mojamos
en la misma agua de Pilatos
que nos dice, indulgente,
lávate las manos,
y mordemos, ¡por fin!, su carne prieta,
su jugo nos confirma
que hemos conjurado el pecado,
que hemos vuelto a un tiempo
anterior al perdón.

Esta noche nos merecemos una pijama
que ablande la carne, que la esponje
al borde de un río mullido de telas y respiraciones.

Cuando cerramos los ojos, sentimos
un molesto, tenue ruido apagarse
y sospechamos, con una sonrisa babeante,
que no estará ahí la mañana siguiente.




4.

Tres de la mañana.
Jugamos con el gato del sueño:
a veces nosotros somos la madeja,
a veces la mano, a veces el gato,
a veces, solamente, el movimiento
de la hebra que nos va por los dedos,
al pecho, hasta la garganta
y nos seca la boca, la lengua
de cuero, felina.

Abrimos los ojos para ver
esos otros ojos de gato, rojos,
titilantes, que flotan en el brebaje oscuro
de nuestro cuarto, borrachos, electrónicos:
son las 3 : 18. – 3 : 19. Automáticos,
pero torpes estiramos el brazo
y empuñamos sobre la mesa
el vaso de agua ya mediada,
-densa, nocturna, cavernosa,-
como quien se aferra a una bolla
y recuperamos con el agua
la lengua, el pecho, las manos,
para perderlas de inmediato
en el movimiento de la madeja
con forma de gato, serpentina
continua, hebra que teje y desteje
-¡nunca completamente!-
el mundo del sueño
del sueño del mundo.




5.

(a lo muy siglo XIX)


Abre las manos bajo estas hojas, sostén
el poema como una vasija de madera,
húmeda y delgada. Ahora bebe.
No dejes regar esta agua,
llévatela fina a la boca,
siéntela adelgazar
bajo tus ojos:
recuerda la
bendición
de haber
tenido
sed.





9.

A Laura

Digo boca y veo la tuya
hacer el giro breve del beso,
tímido, circular, completo,
como una letra sin grafía,
un idioma táctil

No nos dimos en la palabra
más que palabra pura
con la que nos hicimos boca
para besarnos, para decirnos,
así, pequeñísimamente,
este es tu brazo, este el mío
jugando por tu espalda, tú
por mi pecho, sin orillas,
náufragos de todo,
sólo nos tenemos los cuerpos
por amorosos despojos.

Solamente el cuerpo
que es palabra erguida
aunque muera u olvide,
basta a la vida
para renovar sus rituales,
para hacer del beso ese-beso,
piel que estos versos recobran.

Me vas todavía por la garganta
como una palabra no dicha,
por eso siempre te tengo en la boca,
adonde naciste y adonde vuelves
cuando te digo, te pronuncio
para hacernos de nuevo los dos
y regresar por nuestros cuerpos,
ambos sed de brazos, de juegos, espaldas,
palabras varadas dulcemente en la memoria.





11.

Prohibido decir la palabra olvido.
¡Qué terrible su forma de coral,
que el agua no abolla y permanece,
que el sueño no vence o rectifica!
Pero más todavía es la nostalgia,
esa red de silencio de un pescador
ahora más antiguo que nosotros.
Arroja la red en el tiempo
para no recoger nada:
hondura, fuga sumergida, pausa,
otra vez el panal abandonado de sus redes.

Pescador detenido en la memoria,
sol a la espalda, oscurecida la cara,
perfil de viento de la adolescencia,
ya pronto el día no será entre los dos,
entonces nos reuniremos de nuevo,
como uno solo, lo que fuimos,
en una arena plácida, parecida al olvido.





22.

Árboles enjabonados,
penosos de verde y azul molido,
polvo de cascarón, untados,
lunas de día colgando, sus frutas,
tela almibarada de matrimonios,
anillos de plata, sus ramas,
pulidas de porosos alabastros,
plaza de frescos florentinos, el cielo,
la luz arrastra como avioneta en cola,
púrpura, un mensaje que no se lee, sin nubes,
el tiempo de las mesas, los manteles, anuncia
la risa que dispersa los puñados de pájaros,
el niño, el lazo, el salto son reunidos, circulares,
puesta la vida para beberla, es primavera,
el agua es dulce en las fuentes, otra vez.





24.

A Felipe Cala y Carlos Cortés

“trouxeste a chave?"
Drummond de Andrade

Tengo un solo enemigo: las llaves.
Era ayer en la madrugada y yo,
una vez más, luchaba con la puerta
como quien intenta sacarle la muela a un león.

Desesperado miré
algo de luz abrió su forma
en mis manos para entender que la llave
es un secreto que la cerradura nos comparte,
una contraseña que debemos susurrar
lentamente, vocalizando, para que se nos abra
la puerta, la mano, el plan, la secta, la noche.

La forma de la llave es el silencio de la puerta,
envés del secreto, bajo relieve de su mapa o negativo,
clave invisible hecha sortilegio de bronce o de latón.
Lo más cerca, en fin, que estaremos del misterio
un jueves de trabajo en la madrugada.

Agradezco ahora la dificultad de las llaves
y pido más noches, pues algo me está siendo revelado,
abierto, iluminado, sobre la amistad y, claro,
sobre esa otra llave suya, la poesía.

Hoy sigo intentando abrir la puerta.





25.

D’après une photo de Robert Doisneau

Una foto de Jacques Prévert. París 1955.
El hombre más solo del mundo.
Cansado de todos los jacques prévert
que ha sido,
cada uno cupo en su piel
antes de abandonarlo.
Desde un saco raído,
Prévert busca, nebuloso,
a todos los prévert que lo han olvidado.
Ninguno llegó a tomarse el vino.
Nadie a ocupar en la memoria
su lugar en la simetría de la silla.
Prevert tiene la mirada del perro viejo
que muere a sus pies,
mientras su espalda dobla
lentamente
la curva del túnel de silencios,
cuatro metros abajo de la mesa.

Abrumado por el tiempo,
ahora aliviado de él
su mirada no tiene que buscar más.
Pero ese cigarrillo sigue prendido en su labios
y su humo invisible
lastima sus ojos todavía.
Maldición de las fotos:
que ese gesto que lo quisiéramos perdido
sea aviso de una mirada que nos espera.
Incluso la foto dice abajo
incrédula
Jacques Prévert (1900-1977).


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