jueves, 14 de agosto de 2014

SOFÍA ROSA [12.852]


Sofía Rosa

(Montevideo, Uruguay  1986). Profesora de literatura, escritora. Actualmente está haciendo la Licenciatura en Letras. Realizó estudios de fotografía y teatro. Publicó su primer libro de poesía Falsas escrituras en 2011, y un poema suyo fue incluido en la compilación ZM. Escrivisiones a partir de fotogravivas. Actualmente sigue escribiendo, sin que nadie sepa bien si es poesía, prosa o las dos.






Sofía Rosa: Falsas escrituras
Editorial Yaugurú
Colección: Todos los gallos están despiertos / 8
Montevideo, 2011.



Composición

Unas veces, cuando me canso de no escribir, de mirar fijamente la nada, haciendo fuerza para que la inspiración me arrebate directamente con unos hermosos versos o con el comienzo de una novela maestra, miro por la ventana. En la esquina de mi casa hay una puta. Muchas veces suelo despertarme abruptamente en la noche y la puta está allí, sentada en mi mesa, comiendo mi comida – el basurero va dejando atrás un eco de perros – y siento que debería estar soñando; o simplemente imaginando, no solo a la puta comiendo a mi mesa, sino a mí mirándola desde la puerta de la habitación.
Deliciosa comida la de esta casa. Cuidado no derramar nada. Comer hasta la última miga – la comida regalada sabe diferente – lamiendo el plato. Eso me enseñaron. Ahora estoy vestida. Siempre hay que comer vestida. Para lo otro sí, claro, hay que desnudarse. Sabe mejor.
Ahora ladra un perro. ¿Habrá alguien esperándome? ¿Espiándome? ¿Sintiéndome? Los silencios se hacen pegajosos cuando se espera: se sufren de la misma manera que se sufre un chicle en el pelo; hacen experimentar la sensación de repugnancia como los restos de grasa de pollo en los dedos. Los silencios se hacen pegajosos, y me gusta chuparme los dedos con este pollo cocinado por mamá, qué rico sabe.
Veo la puerta, más allá la puta, deleitándose con mi comida y yo sin poder dormir. Los silencios se vuelven dulces cuando uno se desvela: se disfrutan del mismo modo que se disfruta una vez que se cierran los ojos ante la nada; hacen experimentar la sensación de placer como la mano atenta que te toca en sueños y hace creer que es realidad. Los silencios se vuelven pegajosos, y me toco con esta mano somnífera, pronta para el atentado.

(de Falsas escrituras, Yaugurú, 2011)


PENTAGRAMA

Tu mano insomne acaricia el papel; la piel de mi vida.
Tu mano insomne corrige la letra, dibuja la metáfora.
Tu mano insomne no cree en estas falsas escrituras, y sin embargo no se duerme.




LA BÚSQUEDA DEL TESORO

Salto de una página a la otra. Busco.
Todas están en blanco.
No me animo a empezar.
Cuando te vi observar este cuaderno viejo, pensé que habías dejado allí alguna pista.
Cuando lo tocaste, cuando lo abriste, cuando me sentiste, creí que habías empezado a jugar conmigo.




CUATRO. EXTRANJERO

la niña al costado de la vía.
la niña al costado de la vida.
llorando su abandono.
camuflando sus lágrimas con su sangre.
golpeando a la muerte.
a la muerte puta que le mató a su perro.




ADENTRO

Busco tu casa desesperadamente.
Entro a una, a otra, solo veo caras muertas:
me miran, me tocan, me desean, entierran.
Espero quietita en la oscuridad
(siempre me gustaron los rincones)
cuando llegás, ya no te sueño.



Sobre el libro "Falsas escrituras" de Sofía Rosa

por Miguel Avero 

Con Sofía Rosa comprendí que el vacío es amarillo, que la palabra es enemiga
del silencio, que el silencio es pegajoso, dulce, intraducible. Hay en estos poemas una necesidad furiosa de escribir, y el escribir es posible aún en la ausencia de todo, con las más mínimas herramientas o con un arsenal onírico de sostén. Escribir para atacar y para defenderse, escribir para sobrevivir, para alcanzar lo postergado, para crear a nuestra medida la realidad.
            
Alimentada por el impulso, "Tengo la necesidad de escribir; de decir cosas, soltar palabras, escribirlas, leerlas, escucharlas, beberlas" (Sin sol sostenido, pag.13) pero sin olvidar la segunda mesa, la mesa del trabajo y la reflexión, porque "se precisa mucho más que algunas palabras para decir algo"(Re-componer, pag.19), Sofía Rosa nos otorga, en un bellísimo poemario, toda la sinceridad de sus Falsas escrituras. Y yo quiero creer.






Huir I

Corro por calles fríamente oscuras. Dejé la estufa prendida, un pedazo de leña a medio quemarse. Dejé las frazadas tiradas en la puerta. Salí. Descalza y sin mi
libreta. Descalza y sin mi vestido. El blanco. El de retazos. El que se enganchó con las ramas que cortaron el cuerpo.
Ahora corro por calles asfaltadas. Con la oscuridad del bosque infantil. No son las ramas de los árboles, sino las miradas extrañas. No son los animales sino la comida podrida, desparramada.
Entonces me detengo. Decido detenerme frente a la única casa habitada. Tiene pequeñas luces prendidas. No tiene alfombra de bienvenida ni la mesa pronta. Su silencio es cálido, como de algo que estuvo vivo y ahora muerto. Todavía se percibe la poca vida que se va extinguiendo junto con el olor a comida.
Empiezo a recorrer las habitaciones. Una a una. Son muchas. Todas las puertas están cerradas. Busco un gato. Pienso que en esa casa no puede haber más que gatos. Pero nada. No hay rastros. Entonces siento el ruido caluroso de la estufa. Y corro. Tropiezo con sillas y frazadas tiradas que me lastiman los pies. Pienso en mi estufa. Pienso en todos los poemas que quemé. En todas las cartas que vi arder.
Entonces me detengo. No puedo pensar. Veo mi libreta en el piso. Veo los restos del vestido blanco ensangrentados y la mitad del tronco por arder.

(de La noche de los espejos)





Seis vidas

A veces para escribir uso tu nombre. Me camuflo. Me disfrazo.
Decido salir, y aunque no lo quiero te voy a buscar, robarte alguna palabra.
Me cruzo con un gato que me mira mientras come. Es pequeño. Detrás de él, seis más. Tres casas más adelante la madre, inquilina de silencios. Alejado, solo, el padre, exiliado de otras guerras. Tienen tus ojos, le susurro, y parece consolarse.
De los diez botones, el tuyo es el que está más gastado. Lo toco, acaricio su piel de plástico. No quisiera ser insistente. No creo que vaya a llegar hasta vos.
Me doy vergüenza. Una tipa sola, ahí, mendigando unos versos impropios, una caricia sin sueño, un sufrimiento ajeno.
Me da vergüenza mi cara de poco poeta, de señorita sin palabras.
Entonces decido irme, sin presionar tu nombre.
El camino de regreso es más largo.
No hay gatos.
No hay noche.
No hay versos.
Ni yo.

(de ZM: Escrivisiones a partir de fotogravivas, Yaugurú, 2011)





DORSUM


me falta un poema 
me falta el poema que te nombre 
no lo puedo escribir 
no te puedo decir 
no encuentro las palabras 
no recuerdo tu nombre 
ni el mío 
me falta un poema que no quiero escribir

II

Camino hasta el hotel en el que una vez me dejaste. Tiene los vidrios rotos y las paredes descascaradas. Ya no queda nada alrededor. Solo un auto. 
Decido entrar. Habitación 303. 
La cama está sin hacer. Las lámparas caídas. La luz del baño encendida. 
Una toalla y ropa interior, sucia, en el suelo. 
Me acerco. La toco. Aún conserva la humedad. 
Recuerdo tus manos secándome y tu mirada diciéndome que va a ser la última vez.

III

De noche creo escucharte decir algo sobre amor y soledad. Me envuelvo en las sábanas blancas y huyo. Corro por calles sucias y mal iluminadas. 
Encuentro, acostado, a un vagabundo. Sucio. Oloroso. 
Grito tu nombre tres veces. Me acuesto a su lado; lo abrazo; le hago el amor. Comienzo a cantar aquella canción de cuna que susurrabas, cuando te fuiste.


IV

Ayer estuve con otro hombre. Tenía tu mismo pelo. Me miraba con los mismos ojos que vos me mirás. Me besó con tus labios. Toqué tu piel en el cuerpo de aquel otro hombre. 
No pude estar contigo. 
No pude besarlo a él.


V

Me voy porque quise irme
porque no soporté más
porque me perdí
porque te perdí
porque me soltaste
porque mordí la cadena que me ataba hasta despedazarme los dientes
porque la comida del vecino es mejor
porque el vecino huele mejor
porque tus caricias ya me dejan heridas
porque dejaste el portón mal cerrado
y me escapé.










No hay comentarios:

Publicar un comentario