viernes, 20 de junio de 2014

ANTONIO BÓRQUEZ SOLAR [11.962]


Antonio Bórquez Solar

(1874-1938)
Escritor chileno nacido en Ancud; dirigió los diarios El Progresista y El Ateneo. Su actividad literaria se orientó con preferencia hacia el género poético. Se le puede considerar como uno de los iniciadores del modernismo en su país. Entre los libros de poemas que escribió se cuentan Campo lírico (1900), Amorosa vendimia (1901), La floresta de los leones (1907), Dilectos decires (1912), La leyenda de la estrella solitaria (1919), La diamantina fortaleza (1929), etc. Escribió además varios dramas: Carrera (1921) y El trovador paladín (1928), además de la novela La belleza del demonio: la Quintrala (1914).




TRIBULACIONES

Anatolio es un hombre mezcla de luz y lodo;
tiene ansias infinitas y hastiado está de todo.
Al Abismo en la noche se confiesa a su modo
sonambulesco y triste, de amarguras beodo:

Oído del Abismo, tú que estás en mí mismo,
óyeme bien y dame tu gran palabra, Abismo:
¿De qué barro estoy hecho? Pero ¿de qué fermento
de unas cosas protervas como zumo de yerbas
venenosas? ¿De qué blancuras de Sacramento?
Todas mis horas pasan estranguladas, siervas
del Pecado maligno y el Arrepentimiento.

Sí; tengo envenenada mi pobre carne finca,
y busco muchos años sin encontrar la triaca.
Yo quisiera ser humildemente bueno, bueno
como un árbol modesto perdido en la montaña;
dar mis flores y frutos y estar siempre lleno
de ese dulce reposo que las florestas baña;
pero son mis pasiones como potros ariscos
que corvetean, piafan y quebrantan su freno;
y desbocados saltan torrenteras y riscos,
borbotantes de espumas estos potros ariscos.

Ya todo lo he probado, lo bueno y lo vedado,
el amor inocente con el amor comprado,
y de los dos no acierto cuál mejor me ha engañado;
pero tras ellos corro como un desatentado.

No me sacian los besos, y amo hasta el sufrimiento
sin compasión ninguna de la vida que gasto,
hasta al llegar las horas del arrepentimiento:
las horas mordedoras, pero sin eficacia
en que me torno bueno y en que me torno casto.
Y después que estas cuitas me acribillan de heridas,
me parece que vuelvo otra vez a la gracia
de mis horas de armiños, de mis horas floridas.

Primero sufro mucho y me doy horror yo mismo,
me avergüenzo y me envuelvo en un puro misticismo;
con rudas disciplinas me sangro y me flagelo
hasta que el dolor me hace como un bloque de hielo.
En seguida viene la paz, un dulce consuelo
que ilumina mi alma como una luz del cielo,
y amo todas las cosas, las piedras y las rosas,
la palma del martirio, el humo de la gloria,
y torno en oro puro hasta mi misma escoria.

Mas cuando ya parece que estoy regenerado,
caigo otra vez de nuevo en las fauces del Pecado…
¡Oh Padre y Señor mío que estás en el Abismo,
socórreme; no puedo socorrerme yo mismo!


§


Y, angustiado, Anatolio le preguntó al Abismo:
—¿Qué debo hacer?
Y él:
—Pues ¡véncete a ti mismo!





La floresta de los leones
Autor: Antonio Bórquez Solar
1906


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1906-11-30. AUTOR: ANÓNIMO



“ Y he aquí que yo digo
finalmente, que si no se me
hace justicia, que el que se me
niega, que si se me injuria
yo […], desde luego, a la
inevitable equidad de los
siglos venideros”

Bórquez Solar



Aun a riesgo de tenernos que entender con los siglos venideros nos vamos a ocupar brevemente de los versos que el joven poeta y pedagogo Bórquez Solar publica bajo el título de La Floresta de los Leones.

Bórquez es poeta y hace y ha hecho versos hermosos. Pero es tan grandilocuente el título de su último libro, y su apelación a los siglos que vienen, que forzosamente se encuentras pobres, y hasta humorísticos los versos contenidos en él. Si el libro en vez de llamarse La Floresta de los Leones se hubiera llamado, por ejemplo, El Matorral de los Queltegües, los versos aumentarían de valor.


“Yo sé que en alumbramiento de esta obra de sinceridad y de amor –dice el poeta- han de repicar los cascabeles funambulescos de la mala intención.”

Vamos pues a cascabelear…aunque sin mala intención.

Frente al Hospital, es una poesía en que el autor lo divisa desde un restaurant.



En muchas cosas muy triste pienso,
mordida el alma de un diente inmenso,
mientras el viejo del restaurant,
medio inclinado, de pelo blanco
como la nieve sobre un barranco
me trae leche, dulces y pan



Durante mucho tiempo hemos pensado cómo ha podido producirse esta aglomeración de palabras; si ha sido al acaso o por la voluntad del poeta. Es evidente que si se entregan a otro poeta las palabras: pienso, diente inmenso, viejo, restaurant, pelo blanco, barranco y pan, las combina en otra forma. Por ejemplo así:



Voy en camino de buscar pienso
y estoy dotado de un diente inmenso
mientras el lado del restaurant
[…] de un viejo de pelo blanco
que se ha caído como un barranco
de su cabeza y está en el pan



Con lo cual queda demostrado, que lo que falta a Bórquez en alguna de sus poesías es un cambio en el orden de las palabras y nada más.



Pasan los organillos. Este toca
rechinante y crujiente en su triclinio
liran lirin, una mazurka loca
al umbral del inmenso lenocinio.

¿Lo oyen? Liran lirin! Es claro: es una mazurka!



Después de algunas bien inspiradas poesías, el autor vuelve a divagar en mazurkas locas sobre diversos temas



He tenido aprisionados en mis odres como Eolo
en sus odres a los vientos. La amargura con el dolo
y hoy ya quiero a mis odres liberarlos del tapón



Si se agrega que esta poesía lleva como título Clarines de la noche, se perderá el lector, como nos ocurre a nosotros, en vagas conjeturas. ¿Cuáles son los odres? ¿Cuál el tapón?

¿Cuáles los clarines nocturnos? Tanto más necesarias son estas preguntas, cuanto que la estrofa acaba diciendo:



Mientras yo muriente digo la palabra de Cambron



Es sensible que a pesar de haberse destapado los odres no se alivie al poeta, y sea necesario que agonice con una palabra tan fea en los labios.

Pero en seguida hay un rasgo tierno y casi inocente:



“Ya bastante yo he vivido como el lirio en los valles
ya bastante yo he cantado como el pájaro en las calles
como el pájaro en su jaula, pero aun menos feliz,
que este aislado prisionero cuando rima en su garganta
sus nostalgias y sus penas, con los versos con que canta
gana su gotita de agua, y su alpiste o su maíz”



Naturalmente, El pájaro en las calles canta poco, porque fuera de la campana de los tranvías eléctricos no se sientes gorjeos en medio de la vida de la ciudad. Y en cuanto a los pájaros del Congreso esos no cantan, graznan.

Lo del alpiste es ya otra cosa. Hoy por hoy todos los empleados quieren que les den el alpiste en pesos de 18 peniques. Y la lucha por el alpiste es una lucha sin cuartel. The strugle for the alpiste.



Si al lado de estos versos extraños se recuerdan otros tiernos, sentidos y correctos, parece imposible que tan delicado escritor lance aquellas otras composiciones a la publicidad.

Urna cineraria, La Taberna, La Oración, La Jornada son páginas llenas de poesía y de artística emoción.



Bórquez canta los sufrimientos de los pobres y los desvalidos, y es elocuente cuando no apela a los siglos venideros ni se lanza lirin, lirán en la mazurka loca.

El libro está dedicado a don Federico Varela.





Laudatorias Heroicas
Autor: Antonio Bórquez Solar
Santiago de Chile: Impr. Universitaria, 1918


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1918-08-05. AUTOR: OMER EMETH

En 2018 el mundo revolucionado (y probablemente no mejorado por el cataclismo político y social que ahora presenciamos), no se parecerá al actual. Todo en él habrá padecido un completo trastorno; los corazones, el lenguaje y las obras serán nuevos.

Podemos creer que la “liga de las naciones”, hoy bastante utópica, habrá realizado en el orbe entero la unión y la paz. Ya la guerra y la mentalidad que ella supone y origina, será cosa del pasado, de un pasado unánimemente aborrecido. No existirán ejércitos: apenas habrá, para recordarlos en cada país, pequeños grupos de pacíficos gendarmes. El mundo, organizado según el modelo socialista, consagrará sus mejores esfuerzos al “far niente”. Se trabajará lo menos posible. La humanidad descansará de las fatigas atávicas…

Es lícito creer que, en 2018, la curiosidad, vicio natural en el hombre, no se habrá apagado y que los chilenos de entonces, como los de hoy, apetecerán noticias del pasado. Habrá, pues, historiadores.

¿A dónde irán estos en busca de datos fidedignos? Las bibliotecas que tal vez habrán sobrevivido a las revoluciones, serán para ellos una mina inagotable.

Supongamos que un investigador abra en 2018 las “Laudatorias Heroicas” del señor Bórquez Solar y las lea con la atención que merecen. ¿Qué deducciones sacará de ellas?

Ante todo, la simple inspección de los títulos en el índice, le bastará para medir la enorme distancia recorrida en un siglo, el abismo espiritual que cien años habrán creado entre su época y la nuestra.

Pensará: ¡cuán distintos somos hoy de lo que eran un siglo atrás, nuestros antepasados! Hoy lo que nos interesa es el presente y el futuro; al pasado aplicamos la frase de Cristo: Dejad que los muertos sepulten a sus muertos.

¡Curiosa gente la que compartía los gustos de Bórquez Solar! Y curiosa la sociedad cuyos ideales este distinguido poeta expresaba en versos épicos!

Lautaro, Tegualda, Rengo, Colocolo, y otros indios eran sus héroes… A estos celebraba el poeta con un lirismo desenfrenado, y no a los verdaderos grandes hombres: a Karl Marx, a Engels, a Bebel, a Lenin y a Trotsky que han reformado y salvado al mundo. ¡Extraño, muy extraño!

Pero veamos, dirá aquel investigador, la composición intitulada “Laudatoria a los Manes inmortales”, pues, sin duda, ha de contener en sí toda la esencia de este libro.

El investigador pacifista quedará asombrado oyendo al poeta que dice:



“Tengo la suerte de cantar ahora
cuando se cumple la primera centuria
de nuestra vida de nación libérrima,
y así mi voz humilde se ennoblece
despertando en las almas las audacias
aquilinas, poniendo fuego en todos
los fuerte corazones, y un anhelo
de hacer prodigios de grandeza lírica,
al revivir la gloria de los toquis,
al evocar sus manos inmortales”.



Bórquez Solar era militarista, dirá tristemente nuestro investigador, y recordando que este poeta fue de los más apreciados en su época, deducirá de allí que el militarismo era en 1918, general en el país: “¡Mucho camino hemos andado!” añadirá el historiador.

Prosiguiendo su lectura, tropezará con los siguientes versos, para mí muy hermosos y benéficos, pero que serán para él una blasfemia, un sacrilegio, una atrocidad imperdonable:



“¿Cómo, pues, no sentir un sacro fuego
dentro del corazón, que se acrecienta
al recordar nuestro abolengo heroico
en estos días de la patria joven?


¡Y cómo es bello y enardece el brío
este recuerdo de pasadas guerras!
¡Y qué ancho el corazón se ensoberbece
porque la nutre una orgullosa sangre!”




Y como el poeta escribe para 1918 y no para  2018, no repara en el horror con que lo leerán dentro de un siglo, los apocados y pacifistas de entonces… Dice, en efecto, desembozadamente:




“…Amemos, pues, los triunfos de la fuerza,
hasta el fragor de las revuelta lidias,
el espectáculo mismo de la muerte
que fortifica el corazón magnánimo;
que al alma varonil que nada teme,
que a las audacias todas de la espada,
la tierra subyugada se la entrega,
la tierra subyugada galardona.”




¡Qué horror!... Al leer estas bélicas estrofas, el pacifista del año 2018 nos mirará con disgusto… “Esto leían, esto amaban, esto admiraban los hombres en 1918… ¡Qué fieras!... y había críticos para celebrar semejante inhumanidad”.

Los había, los hay, y soy uno de ellos, porque, gracias a Dios, creo, con el señor Bórquez Solar, en los héroes, en la patria y en la espada. Y muy lejos de inculcarme ideas pacifistas, los sangrientos espectáculos de hoy me inducen a maldecir del pacifismo, cuya morfina, propinada por los sofistas revolucionarios, adormeció en provecho del enemigo a los pastores de los pueblos. Sin el pacifismo de “anteguerra”, es seguro que la guerra actual no habría estallado. “Si vis pacen para bellum”.

Contagiándome estoy, bien lo veo, con estos versos; pero es un contagio benéfico y digno de cultivo…

Sea de ello lo que fuere, conste que una colección de poemas puede ser […] una fuente de revelaciones históricas..

Para mí la nobleza del sentimiento inspirador de un poema es lo que constituye su valor y cuando la forma literaria con que este sentimiento viene revestido, no resulta indigna de él, ¿quién le rehusará sus alabanzas?

Versos habrá prosaicos, y vocablos de dudosa prosapia; pero estos defectos desaparecen en el movimiento y el calor, en la belleza del sentimiento heroico que anima al libro desde su primera hasta su última página.

Chile, sus héroes antiguos y modernos, su tierra y su mar, su cordillera, he ahí el tema de estas “laudatorias”.

“Mis “Laudatorias”, dice el señor Bórquez Solar, al final de su libro, tienen por objeto entusiasmar y fortificar a los niños y a las vírgenes, a los jóvenes y a las vírgenes, a los jóvenes y a los hombres maduros, en el culto de los héroes y en el amor a los laureles épicos. Y no más…”

¡No más! Pero no terminaré este artículo sin agradecer de corazón al señor Bórquez Solar los versos en que, después de celebrar el heroísmo chileno, ensalza y alienta  el de Francia, Italia y Los Estados Unidos.

Señalaré, pues, a los aliados, los tres himnos que el amor a la libertad y a la justicia ha inspirado al señor Bórquez Solar: “¡Ardiente Francia!” – “¡Adelante Saboya!” – y “A la bandera estrellada”.

P.D. – En repetidas ocasiones el señor Bórquez Solar habla de los pumas en su libro. A mi modo de ver, convendría que los poetas estudiasen la vida y las costumbres de estos animales en la monografía intitulada: “Apuntes sobre el puma” (Santiago, 1917), que el señor Roberto Rengifo les ha dedicado. Creo que de esa lectura saldrían los poetas para siempre, desengañados. El puma, tal como el señor Rengifo nos lo pinta, parece demasiado experto en materia de retiradas estratégicas y muy llorón para figurar dignamente en epopeyas y laudatorias heroicas. Cierto es que el señor Rengifo ha estudiado la psicología del puma, principalmente en la región central de Chile. Puede, por tanto, suceder que en los bosques del sur el animal, tantas veces cantado por nuestros poetas, se porte en forma menos indigna del glorioso nombre de “león” que se le ha concedido. Pero conviene que este asunto se averigüe bien. Porque, al fin y al cabo, los poetas han de obedecer al precepto de Aristóteles, según el cual es menester que la poesía esté siempre acorde con la verdad, hoy diríamos: con la historia natural…



“…Yo he vivido
la vida de un toqui en un tiempo que ha sido.
Entonces yo andaba, no en son de combates,
andaba soñando por bosques y lomas
debajo de arcadas de flores granates
y flores muy blancas de intensos aromas,
andaba soñando, yo un toqui poeta,
por playas de arenas de ríos caudales,
mirando en su pesca a la arisca garceta
entre los remansos y entre los jarales”.





“El caso es que don Mañuco,
así le decía el pueblo,
vino una vez a Santiago,
como lo hizo más de ciento
sin importarle un comino
que estuviera puesta a precio
su cabeza tan hermosa
y de abundantes cabellos
con su mirada tan viva
que clavaba bien adentro
y su expresión bonachona
y maliciosa en el gesto.
Los famosos Talaveras,
unos soldados, bandidos,
al diablo todos se dieron
al saber que andaba el zorro
paseando en el gallinero.
La cordillera, nevada,
los guardianes, en sus puestos,
¿cómo, pues, había entrado
lo mismo que un hechicero?...”





Crestomatia juvenil
Autor: Antonio Bórquez Solar
Santiago de Chile: Impr. Universitaria, 1930


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1930-07-13. AUTOR: ROBERTO MEZA FUENTES

Don Antonio Bórquez Solar, profesor y poeta, quiere mostrarnos en su último libro cómo no existen para su espíritu tenaz el descanso y la fatiga en la busca sin término de la belleza a que ha consagrado su existencia.

Hace ya treinta años publicó su primer libro lírico. Libro de escándalo, la primera arremetida franca de esa batalla que se llamó modernista. Marcial Cabrera Guerra escribió en el prólogo unas palabras fervorosas que valían por un manifiesto. El poeta extremaba los artificios y las extravagancias verbales en que se creyó, por un momento, que pudiera estar la esencia de la poesía. Para derribar el viejo lugar común se creaba la expresión retorcida sibilina, que pedía nombres raros a la mitología antigua y adjetivaba con esdrújulos inauditos. Todo esto, que pudo ser una abominación para la gente pacata de la época, se transformó a su turno, en el más inofensivo de los lugares comunes. Hoy hace sonreír como una piadosa evocación del pasado. Apenas si han corrido treinta años.

Pero ¿era todo alarde novísimo en el audaz libro de Bórquez Solar? Indudablemente no. Aparecía allí su poesía “Los pobres”, uno de los cantos de más puro acento que ha resonado en nuestra lírica. El poeta era también un hombre y era toda su conciencia de hombre la que volcaba en esos versos ásperos y vigorosos.

Hay en la arremetida juvenil e iconoclasta mucho de ciego impulso cavernario que goza en la destrucción por el solo placer de destruir sin pensar siquiera en la honrosa responsabilidad de la creación de nuevos valores. La destrucción como fin muere a los jóvenes en el primer momento en que sin análisis, se sambenita todo lo viejo y se exalta todo lo nuevo. En un plano superior de su evolución mental empieza a comprender el joven que ni es malo todo lo viejo ni es bueno todo lo nuevo. Solo entonces comienza la justa estimación de los valores.

El caso del poeta Bórquez Solar sigue la trayectoria de mi esquema. Pronto el joven rebelde en su melena y en sus versos peina la desordenada cabellera y somete la estrofa a una armoniosa arquitectura. Un día canta en décimas viriles y rotundas el dolor del pueblo tras una hora de tragedia. En “Los pobres” se trataba de un hombre ante el banquillo. En las décimas de la huelga Bórquez Solar canta con recia entonación una pasión colectiva y violenta en que se mezclan por igual la protesta y la impotencia.

No había de ser en las innovaciones donde descollara Bórquez Solar. Hoy, apenas transcurridos treinta años, ya nadie se acuerda de ellas. En cambio, esos versos escritos en la forma tradicional y hasta popular de la décima vivirán tanto como las letras chilenas. En ellos el poeta se expresaba a sí mismo la fuerte garra de un dolor colectivo se hincaba en las entrañas de su alma y le hacía vibrar con un acento fuerte y conmovido. En los otros trataba de satisfacer a la capilla en la que oficiaba como uno de los más altos sacerdotes. Así y todo, desaparecida la capilla han perdido esos versos su lírica resonancia.

¿Ha comprendido el poeta, tras las ardientes batallas en las que ostentó como una bandera su chaleco rojo de exaltado capitán, que en la sencillez estaba el camino? La evolución de sus temas literarios así parece indicarlo. Tras el poeta maldito de los absintios vino el profesor de los “Dilectos Decires” que pensaba en el dolor del Quijote, que estudiaba “La Araucana”, que consagraba a sus discípulos cordiales y saludables meditaciones.

Y ahora, tras un descanso bien ganado, el poeta escribe un libro para niños. Más de quinientas apretadas páginas en las que, en prosa y verso, canta las bellezas naturales y las excelsitudes del espíritu. Ha escuchado la voz de Jesús. “De cierto: os digo que si no os convirtiéreis y os hiciéreis como niños no entraréis en el reino de los cielos”.

No realiza plenamente el libro nuestro ideal de sencillez. El autor no abandona un lenguaje altisonante que no nos parece el más adecuado para hablar a los niños. Dice Stendhal, y repite Eugenio D’Ors, que en las naturalezas enfáticas el énfasis es natural. Muy bien. Pero no hemos de elegir el énfasis precisamente para dar lecciones a los niños. Ni para ser sencillos hemos de caer en delito flagrante de vulgaridad. Siempre ha sido virtud del verdadero poeta hacer público para su verso y no verso para su público. Es lo que hacía Bórquez Solar en “Los pobres” y en sus décimas de los huelguistas. Ahora que habla a los niños, ¿se habrá olvidado de esa voz del alma que daba un temblor de eternidad a sus estrofas? Hoy maldice al vino y celebra al agua. Gran elogio del hombre. Pero, ¿qué nos dice el poeta? En “El arbolito de pascua” encontramos unos versos puros, hondo acento del amor paternal.

Escuchemos:

“El pequeño pin
de negro verdor
en la Noche Buena
brilla como el sol.

¡Qué alegre mi niña!
Sus ojitos son
al mirar el pino
más bellos que el sol.

Sus manitas vuelan,
dos alas las dos;
van de rama en rama
poniendo su albor.

Como es pajarito
gorjea su voz
y tiene la risa
la del Niño Dios.

¡Qué alegre mi niña,
la mi bendición!
No tiene seis meses
y ya tiene un don.

Su viva mirada
es lengua de amor
que a todos enojando
en tierno fulgor.

El pequeño pino
de oscuro verdor
en la Noche Buena
luce como el sol.

Árbol de la vida
que bendice Dios
exprime dulzuras
para la mi Flor.

Tu sombra más tierna
y tu protección
para esta niñita
de los cielos don.

Cosechas opimas
da en toda estación
en frutos nutricios
de dulce sabor.

¡Oh, Pascua Florida,
Navidad de Dios,
tu fúlgida estrella
alumbre a mi flor!

Que los Reyes Magos
Gaspar y Melchor,
la libren de todo
engaño de amor.

Baltasar el Sabio
le otorgue su don;
La Virgen y el Niño
su dicha y amor…
Y que esto se cumpla
por amor de Dios”.


En “Las manzanas” hay un toque sutil y profundo. No lo hemos de dejar olvidado:


“Mi santa madre siempre con manzanas
la ropa blanca perfumó; y hoy día
tengo en mi alma el olor de esas manzanas
y lo siento en mi ropa todavía”.


Todo el libro está escrito con una emoción religiosa de amor a los niños. Si no siempre nos agrada el resultado, celebramos, en todo momento, la intención. Aunque bien sabemos que nada vale la intención en las realizaciones estéticas. No tiene nuestro país literatura para los niños y el libro de Bórquez Solar es un buen ejemplo para que otros poetas quieran sembrar en el surco armonioso del alma infantil. Y dentro de la obra del autor es un paso más hacia la sencillez. Mucho ha andado desde su “Campo Lírico”, publicado hace treinta años. Y hay que pensar que esta “Fuente de Juvencia” es solo un alto en el camino.





Oro del archipiélago
Autor: Antonio Bórquez Solar
Santiago de Chile: Del Pacífico, 1931


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1931-04-19. AUTOR: ROBERTO MEZA FUENTES

Azorín, en una breve antología de su obra publicada en 1917, decía mirando el terreno recorrido por su arte y su estilo desde los días fervorosos de su juventud hasta esa hora de clara y grávida madurez: “Al cabo de los años, después de tanto tiempo pasado, ¿cómo veo el arte y cómo veo la realidad? “Quisiera arrancar del pecho pedazos del corazón”, exclama Segismundo en “La vida es sueño”. Yo no quisiera arrancarme nada; pero siento cierta nostálgica tristeza al contemplar al presente y echar una mirada hacia lo pretérito. El tiempo ha ido haciendo su obra. He tratado de simplificar el estilo. He intentado no decir sino cosas sencillas y directas. Muchas que me parecían peregrinas novedades antaño, hoy me parecen invenciones superficiales y pasajeras. En cambio, sé que hay ideas, sentimientos, formas del pensar que son de hace mil años, que son de ahora y que no pasarán nunca. La experiencia hace que no me deje seducir por estéticas y filosofías fugitivas y brillantes”.

Por contraste, he recordado las palabras del maestro de la sensibilidad española ante el último libro de don Antonio Bórquez Solar. Este poeta, que tan bellos y nobles arranques tuvo en su “Campo lírico”, uno de los libros que iniciaron la revolución literaria en Chile, ha mantenido siempre con bizarra gallardía el penacho de una poesía romántica y rebelde, en la que se mezclan, con la pasión de su tierra y la exaltación de las cosas naturales, una frenética y ciega adoración de sí mismo y una falta absoluta de sentido crítico que lo hacen arremeter en recias embestidas contra quienes fueran osados a negar las excelsitudes de su genio poético. En Bórquez Solar se cumple, como en ninguno lo que Horacio decía del “genus irritabile vatum”. Una discrepancia con su estética personalísima es considerada por el poeta de “Campo lírico” como una ofensa personal. Y, así, cuando alguien sale al encuentro de su poesía con un reparo crítico que no está de acuerdo con la alta idea que el autor se ha formado de sí mismo, el poeta irrumpe en expresiones en que la pasión desbordándose y desviándose, toma los contornos extravagantes de una tragedia bufa y pintoresca. El conflicto íntimo de este escritor consiste en la desproporción enorme entre sus anhelos y la realización que alcanza a darles. Y así él mismo se siente lastimado, herido y perseguido por la envidia, el odio, la ingratitud y otros fantasmas que se inventa para darse el placer heroico de vencerlos en ruda y descomunal batalla. Así, hasta cuando se dirige al lector, cuya benevolencia invoca, le ruega que aleje de sí todo envidioso pensamiento. Se lo dice en trozos de prosa enfática más propios para la declamación grandilocuente que para la lectura amable y recogida. Oigamos: “Que Dios me depare largos años de vida para realizar lo que me tengo propuesto para loor de mi archipiélago, que toda mi obra no está completa. Y no por el aplauso vano ni porque espere algo de mis contemporáneos, sino por sublimar el amor a mi tierra y a mis mares. Nunca el vil interés guió mi mano en la lírica labor; nunca mi espíritu altivo se doblegó a pedir recompensas por lo que yo bien sé que está por encima del vulgo profano y del poderoso infatuado y abdominal. ¡Nunca! Y a ti, lector, quienquiera que seas, que tu benevolencia no se agote. Ten simpatía por mi obra; aleja toda intención hostil. Y mata la víbora dañina de venenosa encía”.

No estamos precisamente en el reino de la cordialidad y la armonía. Baudelaire, en el prólogo de su libro famoso, escribía: “Hypocrite lecteur – mon semblable – mon frére!”. Era la expresión del hastío en el poeta de “Las flores del mal”. En nuestro comprovinciano y poeta estas manifestaciones se parecen más a un delirio de grandeza que su obra literaria no alcanza a justificar. Sigamos escuchando: “Alguno dijo de mis poesías insulares, en una minúscula antología de urraca ladrona, que ellas podrían ser aplicables a Noruega o Terranova como a Chiloé. El mayor reconocimiento a la universalidad de mi musa. La mala intención del escritorzuelo se convierte en mi mayor elogio así; porque habiendo hecho fundamentalmente poesía chilota, ella puede ser la misma en los canales insulares o en los fiordos del norte de Europa. Gracias”.

Con esto el poeta cree haber aniquilado y confundido al “escritorzuelo” a quien antes ha llamado “alguno” y prosigue, entusiasmado por el bélico furor de su diatriba: “¡Ah! Si yo también como Rubén Darío podría decir que con las piedras que me han lanzado podría formar un rompeolas contra las mareas del olvido. Mas, tú, hermano mío, insular, libre de toda ñoñez y ruindad mental, verás que en mis canciones palpita todo Chiloé: la tierra, la montaña, el mar, los canales, el viento, la nube, el cielo, la leyenda, el río, la superstición, lo grande y lo humilde”. Estamos otra vez frente a las intenciones del poeta. El libro pondrá entre ellas y su realización la misma distancia que hay del cielo a la tierra.

Y, poseído por completo de su misión dentro del Archipiélago, y de la misión del Archipiélago dentro de Chile, exclama: “Tú sientes lo que yo he sentido, la misma exaltación lírica, iguales morriña y saudades, y sabes que yo no quiero ser sino el poeta del Archipiélago. Aquí tienes, pues, la poesía tuya que de mí esperabas, en un libro lírico, así también te alzarás, como Arauco con Ercilla, sobre todos los otros pueblos de Chile”.

Su amor por el Archipiélago, que compartimos con una intensidad que nos impide incurrir en tales arrogancias, lo hace decir después de ensalzar la lealtad de los chilotes para con el Rey de España en la guerra de la independencia: “Así, porque a Chile entero tuvimos en un puño, no se nos podía perdonar…”

Naturalmente, esta forma agresiva y desmesurada de manifestar su amor al terruño, no sirve en absoluto para llenar los fines del libro, que no son otros que los de sembrar en el ánimo del lector el amor por la belleza de las islas australes. El poeta nos asegura que ha formado “cuarenta generaciones” en el amor al Archipiélago. Oigámoslo otra vez: “Mi amor a las Islas Pálidas, a las Islas de Esmeraldas, a las Islas Maravillosas, así las he llamado yo desde el principio, nunca sufrió mengua ni olvido, en medio de mis largas peregrinaciones”. Sigue creciendo el diapasón de su entusiasmo: “Por las Islas fui ardiente cruzado, peleé rudas batallas. Me desangré por las heridas que recibí en los combates. Pero yo también supe herir y, por amor a la tierra natal, nunca fui cobarde. Puedo decir ya, sin vana jactancia, que, en una época en que los chilotes negaban su procedencia insular, yo solo no me avergoncé tontamente de ser isleño, ni renegué jamás de mi noble origen, de mi estirpe chilota, frente a la estulticia y la incomprensión. Así fui ejemplo y me honré mucho”.

Todo esto, que tiene un aire estridente de arenga electoral, está perfectamente de más en un libro de poesía. El poeta no lo considera así y prosigue, después de una pausa prudente, para esperar los aplausos y recuperar la voz gastada: “Desde que yo vine, en Chile fue conocido mi Archipiélago de Chiloé. Envidia o mala intención, que siempre me tuvieron sin cuidado, pudieron poner tachas a mi no pequeña labor de escritor o de poeta; pero ningún mastuerzo osado fue a negar lo que hice por enaltecer a mi Chiloé natal”. El poeta sigue forjando sus flamígeros rayos en medio de su delirio romántico. Sagitario incansable, no sabe a qué blanco dirigir las flechas de su ira, pronta a dispararlas con o sin motivo. Porque el hecho de poner reparos a su obra “no pequeña” de poeta y escritor, no significa que la envidia o la mala intención sean los móviles necesarios para fundamentar el desacuerdo entre el poeta y la crítica.

Nosotros mismos le formulamos esos reparos y suponemos que don Antonio Bórquez Solar, que nos ha distinguido con una estimación, acaso exagerada e inmerecida, por nuestra pequeña labor literaria, no verá envidia ni mala intención en lo que es en nosotros amor a la verdad en la vida y en la literatura. También se equivoca el poeta cuando dice de las objeciones a su obra “que siempre lo tuvieron sin cuidado”. El prólogo de su último libro, del que hemos glosado solo los fragmentos más salientes, es una buena prueba de todo lo contrario. No hay una línea que no sea un airado grito de protesta contra los que han desconocido todas las altas virtudes líricas de que el poeta se siente dueño.

Y, en realidad, toda esta autoproclamación de las propias excelencias, seguida de las violentas e injustas diatribas contra quienes han tenido el atrevimiento de no reconocerlas, está de más cuando hay un libro entero de doscientas y tantas apretadas páginas que nos va a poner en contacto con el alma misma del poeta.

Es inútil buscar, en todo el volumen, una vibración de esas islas que el poeta llama suyas y a las que ha dado todos los calificativos que pudieran expresar su amor y su admiración. No aparece por ningún lado. En cambio, hay reminiscencias literarias y mitológicas, evocaciones de ninfas, hadas, sirenas, silfos, genios, coros wagnerianos, obeliscos, pirámides, faraones, nibelungos, sombras de Homero, Virgilio, Ercilla; en suma, una violenta floración ampulosa y frondosa que bien merecía el cuidado de una estricta y enérgica selección. Muy poco, en realidad, nos hubiera quedado de este libro si el poeta, antes de imprimirlo, se decide a revisarlo con una intención crítica. Porque si todo el mundo está obligado a seguir ese camino antes de publicar una obra, con mayor razón el deber alcanzaba a don Antonio Bórquez Solar, que, en más de una página de su libro, se proclama el primer poeta de su raza. No le reprochamos la ambiciosa idea que abriga de sí mismo. Solo le pedimos que, para compartirla, escriba obras que estén a la altura de su ambición.

El poeta no nos habla de “cosas sencillas y directas”. Aun hoy tendrían actualidad las palabras que en 1900 escribió Marcial Cabrera Guerra, al frente del “Campo lírico” de Bórquez Solar: “Extremó en lo abstruso la ficción de su arte, para hacer hablar la Perla, monologar los Lirios y las Rosas, poner el oído al diálogo del Monstruo y la Princesa, en un indescifrable barajamiento de astreas y egianes, oxiuros, tubiporas y lamantinas…” Y todo lo que sigue.

Hoy queremos otra poesía. No podemos conmovernos con los pintarrajeados estandartes de la extravagancia sin genio ni ingenio. Cada poeta halla en sí mismo la fuente de su canto, y su poesía, como un cristal, muestra la verdad de su alma. Nada de ello encontraremos en “Oro del Archipiélago”. Y todo esto hay que reconocerlo, sin olvidar la importancia de don Antonio Bórquez Solar en la evolución de la poesía chilena. Pero su hora ya ha pasado y su figura histórica mueve nuestro respeto; no excita, en cambio, nuestro interés de lectores ni provoca nuestra admiración por el hombre que en cada una de sus obras está comenzando y realzando la renovación de su espíritu.

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