martes, 2 de diciembre de 2014

JOHANN LUDWIG WILHELM MÜLLER [14.163] Poeta de Alemania


Johann Ludwig Wilhelm Müller 

(Dessau, Alemania  7 de octubre de 1794 - Dessau, 30 de septiembre de 1827)

Escritor alemán nacido en Dessau. Conocido por el apodo de “el griego Müller”, estudió Filología en Berlín y fue miembro de la Academia Berlinesa de la Lengua Alemana. En 1813 y 1814 participó en las guerras de liberación, y después trabajó como guía de viajes en Italia, profesor en un liceo de Dessau y bibliotecario de la corte ducal. Entre 1822 y 1827 editó la Biblioteca de autores alemanes del siglo XVII. Müller es conocido como poeta creador de conocidísimos poemas y canciones populares, Caminar es lo que quiere el molinero, en el ámbito de la lírica del Romanticismo tardío. El ciclo de poemas La hermosa molinera (1821), compuesto bajo la influencia de las Romanzas de la molinera de Goethe y al que puso música Franz Schubert en 1824, refleja desde el punto de vista de un joven molinero su desgraciado amor hacia la hija de otro molinero. El ciclo El viaje de invierno (1824), al que también puso música Schubert, se configura en torno al caminar como motivo primario, pero no con notas de felicidad y alegría, sino ensombrecido con la proximidad de la muerte, la intranquilidad y el sufrimiento por considerarse un extraño en el mundo. Sus simpatías por las luchas de liberación de los griegos encontraron expresión literaria en los cinco volúmenes de sus Poemas de los griegos (1821-1824), así como en la traducción de los Nuevos poemas populares griegos (1825).

El nacimiento de Müller se produjo el 7 de octubre de 1794. Hijo de artesanos, su formación comenzó en su ciudad natal y después continuó en Berlín, donde estudió Filología e Historiografía en la Universidad Humboldt.

En 1813, su carrera universitaria queda en suspenso cuando se suma al ejército de Prusia, combatiendo en diversas batallas. Dos años después volvió a la universidad y finalmente obtuvo su licenciatura en 1817.

Su carrera literaria, de todas formas, había comenzado un año antes. Poemas de su autoría aparecieron en una antología de 1816 que recopilaba versos patrióticos. Tras recibirse, se sumó a la Academia de las Ciencias de Berlín y partió en una excursión científica hacia Egipto, aunque una epidemia hizo que el grupo permaneciera en Italia. Müller finalmente dejó la expedición y se dedicó a recorrer suelo italiano, publicando un libro sobre sus viajes (“Roma, los romanos y las romanas”).

En los años siguientes, de regreso en Dessau, Müller trabajó como docente y bibliotecario. Mientras tanto publicó “Canciones de los griegos”, “Poemas póstumos de un cronista errante”, “Viajes líricos y paseos epigramáticos” y otras obras. Buena parte de la fama de Müller se debe a dos ciclos de canciones (“Viaje de invierno” y “La bella molinera”), que el compositor Franz Schubert creó inspirado en sus poemas.

Un ataque cardíaco puso fin a su vida cuando apenas tenía 32 años. Algunas fuentes sitúan su fallecimiento el 30 de septiembre de 1827, mientras que otras mencionan que Wilhelm Müller murió, en realidad, un día más tarde (el 1 de octubre).

Bibliografía:

Roma, los romanos y las romanas (1820)
Setenta y siete poesías procedentes de los papeles póstumos de un músico viajero (1821)
La hermosa molinera (1821)
Canciones para los griegos (poesías para la lucha de los griegos por la libertad (1821)
Nuevas canciones para los griegos (1823)
El viaje de invierno (1824)
Canciones de la vida y del amor (1824)
Nuevos poemas populares griegos (1825)







Soledad

Como una nube atribulada
Que va en el aire alegre,
Cuando en la punta del abeto
Una brisa cansada gime.

Así alargo yo mis calles
Andando con pasos apáticos,
Cruzando vida clara y alegre
Solo y sin un saludo.

¡Ah, que el viento sea tan tranquilo,
¡Ah, que el mundo sea tan ligero!
Al bramar de la tormenta,
Nunca fui tan miserable.






Rigidez

En vano busco en la nieve
El rastro que dejaron sus pasos
Cuando ella caminaba de mi brazo
Por la verde campiña.
Quisiera besar el suelo,
Fundiendo el hielo y la nieve
Con mis ardientes lágrimas
Hasta que se vea la tierra.
¿Dónde encontrar un retoño?
¿Dónde hallaré hierba verde?
Las flores han muerto
La hierba está marchita.
¿No habré de llevar conmigo
Un recuerdo de este lugar?
Cuando mi dolor se aplaque
¿Quién de ella me hablará?
Mi corazón está como muerto,
Su imagen congelada dentro de él.
Si otra vez llega a enternecerse
Su imagen también se fundirá.





Descanso

Apenas me doy cuenta, qué cansado estoy,
Que voy tomar un descanso;
Errar me ha conducido al reposo
A través de caminos extraños.

Los pies me piden descanso,
Era muy frío para estar parado,
La espalda no sentía el pedo
La tormenta me ayudó a seguir.

En la estrecha casa de un carbonero
He encontrado cubierta;
Aunque mis miembros no han descansado:
Tanto arden sus heridas.

Tú, mi corazón, en lucha y tormenta
Tan intrépido y temerario,
¡Sientes en la calma el gusanito
Moverse con ardiente picadura!





El indicador

¿Por qué evito los caminos
en que otros caminantes marchan,
y busco escondidas sendas
a través de rocosas cimas nevadas?
Si realmente no he cometidos faltas
que me hagan rehuir a los hombres,
¿qué necio anhelo
me empuja a este desierto?
Indicadores hay en los caminos,
señalan a las ciudades,
y camino sin cesar
sin reposo, en busca de descanso
Veo ahí un indicador
inmóvil ante mi mirada;
un camino he de seguir
del que aún nadie ha regresado





La señal

¿Por qué evito caminos
que los demás recorren,
y exploro ocultas sendas
entre riscos nevados?
No he cometido crímenes
de los que avergonzarme.
¿Qué insensatos anhelos
me impulsan a estos páramos?
Los postes me señalan,
al pasar, las ciudades;
deambulo sin descanso
buscando mi descanso.
Inmóvil, frente a mí,
contemplo una señal.
Elegiré el camino
del que nadie regresa.





La casa de huéspedes

A un cementario me ha traído mi camino
aquí quiero hospedarme, he pensado para mí.
Vosotras, verdes coronas mortuorias, bien podríais ser los signos
que invitasen a los cansados caminantes a la fresca posada
¿Están acaso en esta casa todas las habitaciones ocupadas?
Estoy cansado, a punto de desplomarme, estoy grave, mortalmente herido
Oh, taberna despiadada, ¿me niegas entonces la entrada?
¡Ahora sigue, entonces, sólo sigue, mi fiel bastón!





Mirada atrás

Me arden las plantas de los pies
Aunque camino sobre hielo y nieve;
No quiero ni tomar aliento
Hasta no dejar de ver las torres.
He tropezado con cada piedra
En mi afán de dejar atrás la ciudad;
Los cuervos arrojaron a mi sombrero 
Nieve y granizo desde todas las casas.
¡Qué distinta fue mi acogida,
Ciudad de la inconstancia!
En tus ventanas relucientes competían
Los cantos de alondras y ruiseñores.
Los gruesos tilos florecían,
Límpidas corrían las fuentes claras,
Y ¡ay! Brillaron dos ojos de mujer.
¡Ahí estuviste perdido, compañero!
Cuando ese día vuelve a mi mente
Quisiera mirar de nuevo atrás,
Quisiera regresar, dando tumbos,
Y de su casa estar al pie.




Buenas Noches

Como un extraño llegué,
parto también como un extraño.
Mayo fue benévolo conmigo
y me dio muchos ramos de flores.
La muchacha habló de amor,
su madre incluso de boda.
Ahora el mundo es tan lóbrego,
el camino está oculto por la nieve.
No puedo elegir
la hora de mi viaje,
he de encontrar el camino
en medio de esta oscuridad.
Me acompaña una sombra
que proyecta la luna,
y por los blancos campos
busco huellas de animales.
¿A qué permanecer más tiempo
y que me echen?
¡Que aúllen los perros aturdidos
ante la casa de su amo!
El amor gusta de vagar sin rumbo
-así lo ha hecho Dios-
de un lado para otro.
¡Así lo ha hecho Dios!
El amor gusta de vagar sin rumbo
-¡amada mía, buenas noches!-
de un lado para otro.
¡Amada mía, buenas noches!
No perturbaré tus sueños,
sería horrible para tu reposo,
no escucharás mis pasos.
¡Chito, chito, la puerta está cerrada!
Cuando paso por ella te escribo
en la puerta "Buenas noches"
para que puedas ver
que he pensado en ti.





¿A Dónde?

Yo escuché al arroyuelo que murmura
al caer de la roca,
corriendo hacia el valle
tan fresco y cristalino.

No sé lo que me pasó,
tampoco quién me dio el consejo,
tuve que bajar
con mi vara.
Descendí cada vez más bajo,
siguiendo siempre junto al arroyo,
que cada vez murmuraba
más fresco y cristalino.

¿Entonces éste mi camino?
¡Oh arroyuelo!, dime, ¿a dónde vamos?
Con tu murmullo
me has embriagado mis sentidos.
¿Qué digo murmullo?
Estos no pueden ser murmullos.
Son las náyades que cantan
allá abajo su canción.

¡Déja que canten compañero,
deja que murmuren y sigue tu camino!
Pués todo arroyo claro
hace girar al molino.




La canción de cuna del arroyo

¡Descansa feliz, reposa tranquilo!
¡Cierra tus ojos!
Fatigado caminante, llegaste ya a tu hogar.
La fidelidad está en él,
y en mi casa permanecerás
hasta que el mar se beba los arroyos.
Te acostaré en dulce lecho
de suave frescura
en diminuta cámara azul y cristalina.
¡Vengan, vengan aquí,
olas ondulantes, y acunemos
con nuestros cantos al muchacho que duerme!
Si en el verde bosque
resuena un cuerno de caza,
fluiré ruidoso a tu alrededor
evitando que lo oigas.
¡No le dirijan sus miradas,
florecillas azules!
Turbarían los sueños dulces de su reposo.
¡Vete, márchate lejos del puente del molino,
traviesa muchachita,
que no le despierte tu sombra!
¡Arrójame al agua tu fino pañuelito,
para que con él pueda cubrirle los ojos!
¡Buenas noches, buenas noches!
¡Hasta que todo vuelva a despertar,
que el sueño procure reposo a tus alegrías
y calle tus pesares!
Surge la luna y se disipa,
se ve el fondo lejano del cielo,
¡qué inmenso es!, ¡qué
profundo es...!




El organillero

Al otro lado del pueblo
hay un organillero,
y con dedos entumecidos,
toca lo mejor que puede.
Con los pies desnudos, en la nieve,
va dando tumbos de un lado a otro
y su platillo
permanece siempre vacío.
A nadie le gusta escucharlo,
nadie lo mira,
y los perros gruñen
alrededor del anciano.
Y deja que pase
todo, como quiera;
gira, y su organillo
nunca permanece mudo.
Anciano singular,
¿debo ir contigo?
¿Quieres girar tu organillo
para mis canciones?





La veleta

El viento juega con la veleta
En casa de mi amor querido.
Pensé ahí en mi desvarío
Silba para espantar al que ha huido.

Él debió haber notado antes
El letrero que sobresale en la casa,
Así él nunca habría buscado
En casa un verdadero cuadro de mujer.

El viento juega adentro con los corazones
Como en el techo, mas no tan fuerte.
¿Qué preguntas le hace a mis dolores?
Su hija es una novia rica.





Agua que corre

Muchas lágrimas de mis ojos
Han caído en la nieve;
Sus fríos copos beben
Ansiosamente el dolor que encuentran.

Cuando la hierba va a brotar
Sopla de ahí un fuerte viento,
Y el hielo se disuelve en el témpano,
Y la débil nieve se derrite.

Nieve, tú conoces mi añoranza:
Dime, ¿a dónde conduce tu rumbo?
Sigue nada más mis lágrimas,
Toma rápido ese arroyito.

Atravesarás con él la ciudad,
Calles alegres aquí y allá:
Cuando sientas que mis lágrimas se derriten
Ahí será la casa de mi amada.




Mirada atrás

Me arden las plantas de los pies
De tanto andar sobre hielo y nieve.
Quisiera retener el aliento
Hasta que ya no vea las torres.

Me he tropezado con cada piedra,
Con esta prisa abandono la ciudad;
Los cuervos arrojan bolas y piedras
En mi sombrero desde todas las casas.

¡Qué diferente me habías recibido,
Tú, ciudad de la inconstancia!
En tu blancas ventanas cantan
Alondra y ruiseñor en barullo.

Los redondos tilos florecen
Las orillas claras murmuran claramente,
Y ay, dos ojos de doncella se derriten,
Esto fue por mí, mi amigo.





Un día me viene el pensamiento
Pudiera yo acaso volver a mirarlos
Pudiera yo acaso otra vez temblar,
Frente a su casa tranquilo estar.






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