miércoles, 18 de abril de 2012

6547.- EUGENIO FRUTOS



Eugenio Frutos
(Guareña, Badajoz, 1903-Zaragoza, 1979)

Eugenio Frutos, catedrático de filosofía, colaborador de la Residencia de Estudiantes en los años veinte, mantuvo prácticamente inédita su obra poética la mayor parte de su vida. Sólo en 1974 se decidió a publicar una selección de ella, con prólogo de Francisco Ynduráin. Su obra anterior a la guerra civil -poesía y prosa- fue recopilada en Prisma y otros asedios a la vanguardia (1990). En las reflexiones autocríticas que incluye ese volumen (escritas en 1938, cuando su estética era muy otra) se refiere al libro nonato Prisma (1926-1929), con las siguientes palabras: «Este libro viaja del "creacionismo" a Jorge Guillén, de Cocteau a Valéry. Y en larga vuelta, pasando por Góngora. Por el Góngora que hizo construir a un Alberti, cuando sólo era poeta y despreciaba a los que no encontraban poesía nueva si entre los versos no aparecía un "tornillo", le hizo construir, decía, sus versos de Cal y canto. Cuando las revistas jóvenes rendían pleitesía -y yo en ellas- al metafórico sensualista [...]. Poesía esta fría -con toques convencionales de emoción-, por eso su gusto por la geometría, por el recorte, por lo estrafalario» [págs. 325-326].
Tras la etapa vanguardista, ya en los años treinta, se produce en Frutos un proceso de «rehumanización» y de retorno a las formas clásicas que se manifiesta en su libro Dictado de amor, iniciado en 1933 y no publicado hasta 1988, en edición preparada por Alberto Montaner.
En su tercera época, «la de mayor densidad filosófica» en opinión de César Ibáñez París, escribe una poesía de signo metafísico y temporalista que ha sido puesta en relación con la obra de Guillén, pero que quizá tiene más que ver con el Antonio Machado discípulo de Bergson y creador de Abel Martín.

Obra poética

Poesía, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1974. Prólogo de Francisco Ynduráin.
Dictado de amor. Memorias de un idilio 1233-1955 (ed. Alberto Montaner), Badajoz, Diputación, 1988.
  -142-  
Prisma y otros asedios a la vanguardia (ed. Alberto Montaner y José Enrique Serrano Asenjo), Badajoz, Diputación Provincial, 1990.

Bibliografía

Estudios en homenaje al Dr. Eugenio Frutos Cortés, Zaragoza, Facultad de Filosofía y Letras, 1977.
Ibáñez París, César, «Prólogo», en Dictado de amor (1988), págs. 9-31.
Montaner, A., «Eugenio Frutos», en Galeradas, núm. 54 [anexo de Andalán, núms. 400-401], 1984, págs. 37-48.
Montaner Frutos, A. y J. E. Serrano Asenjo, «El desterrado y su sombra», en Prisma y otros asedios a la vanguardia (1990), págs. 13-81.
Senabre, Ricardo, Introducción a la poesía de Eugenio Frutos con algunos poemas inéditos, Cáceres, Universidad de Extremadura, 1982.
Viola Morato, Manuel Simón, «Eugenio Frutos», en Medio siglo de literatura en Extremadura 1900-1950, Badajoz, Diputación Provincial, 1994, págs. 137-148.
  





 Decoración

 Un humo de tren borra
las sierras del telón.

Una casa sonámbula
se peina la baranda de un balcón.

Los árboles disponen sus atriles
en torno del chalet.

Y la lluvia ha borrado
la música de ayer.

Estribos los balcones,
toma el viento las casas como un tren.

Una luna-objetivo
proyecta una película sobre tu mirador.

Tu mirador, pecera
de las constelaciones.

Aviso:
NO HAY FUNCIÓN.

Nuestra protagonista
se embarcó -sensación-
esta tarde en la música
-barca remera- de mi acordeón.

  






Otoño

 El viento
hace una flauta de cada camino,
con rosas de nubes en el pelo.

Canciones que peinan la yerba,
la yerba que perfila
el rostro del sendero.

Un azucarillo de trinos se deslíe
en la tarde. Y el mar abierto
se inyecta el narcótico del silencio.

Las luces errantes
-tejedoras inquietantes del cabrilleo-
fingen como si las aguas
fuesen a alzar el vuelo.
Y en vano a los picos vibrátiles
de mi pañuelo
intento atar los Puntos Cardinales,
en desbandada por el universo.

No siente mi mano el flujo
de los momentos
sobre pedestal de roca,
bajo la sombra de mis dedos.

Y si mis ojos constelan
su mirada en un deseo,
habrá una sombra callada
que me enmascare los puertos.

  



  


Anochecer en el puerto

 Puerto solo, pesquero,
silencioso,
sin ningún marinero
que sepa con su pipa maniobrar
como con un velero.

Puerto y Tarde y Domingo.
-¡Oh, vela triangular de la emoción!-

Un teclado
de barcas iguales,
de algún viento olvidado
para la distracción.

El mar, la escena toda,
intemporalizada,
-completa y una para la mirada.
Y la costa -su anécdota-,
decoración.

Agua toda superficie en esta hora,
convexa, impenetrable,
sin aire ni luz que reflejar.
El mar se ha distraído,
de la costa olvidado,
y un algo inescrutable
se concentra en sí mismo a meditar.
Y la tarde tan sola -mas sin melancolía-,
pero con esta angustia que el silencio le viste.

- La tierra abandonada es sólo triste,
pero trágico el mar.-
Angustia del momento
que precede a la génesis del día
y la noche y la sombra y el color,
concertados en planos precisos:
Arquitecto sin par del suceder.
Las cosas, de dibujos concisos;
la voz, sustituida
por el gesto sencillo de la mano;
la mirada perdida,
desbocada, sin nadie que la pueda detener.

Hermético el mar en estas horas,
en espera del alba y la luna buceadoras
y de los rayos-agujas solares,
bordadoras
de los itinerarios de los mares.
-Luego el mar, traspasado de luna,
tiene un blanco temblor doloroso,
continuo:
el agua sin reposo
que pretende volar.-

Luces del puerto. Una
tras otra se encienden según
el ritmo que llevan las aguas,
una tras otra.
       Ningún niño temeroso con más miedo del mar

que sus oscilantes
rayos que, al tocar
-148-
las primeras olas,
a la playa, tímidos,
vuelven a saltar.
       Y lejos el faro:
      nadador que un salto
      lleva al mar abierto
       y sus luces, por él reflejadas,
      subirán tan alto, tan alto,
      alto subirán
       que, en ecos de estrellas convertidas,
      -sintiéndose ínfimas-
       las luces perdidas,
      todas, las verán.

Pero más perdido que la luz el humo
que olvidan los barcos -mechones
de las cabelleras de los altos mástiles
que, oscilantes, sin rumbo ni canciones,
buscan la playa quieta
-o alto pararrayos o vieja veleta-
donde descansar.
Y que sólo encuentran voces de campanas:
playa única, móvil,
con hablas y recuerdos de sitios que no vimos,
pero que presentimos
acodados ya sobre
sueños irrazonables:
el puerto donde todos quisiéramos anclar.
Una costa de líneas matemáticas puras,
impalpables
como los meridianos
y el palacio exactísimo de la Esfera Armilar;
en donde se sintieran
dentro los horizontes más lejanos
y un llegar a buen puerto
que no fuera un llegar.







[Prisma]

 Imagen de una noche

 Era tu piel de caña perfumada,
tostada por el sol de tus ardores,
almohada feliz de mis amores
en la noche fugaz y enamorada.
Era como una túnica ceñida
a la carnosa flor que el alba espera.
Y eran lluvia feliz de primavera
mis miradas sedientas de tu vida.
Sirena del estanque cuyas aguas
brindaron a mis ojos el errátil
temblor de tu figura,
inasequible como el alto dátil
entre la gracia de la palma oscura,
-hay entre el cuerpo que en amor se duerme,
y el vivo anhelo que en amor se aleja,
una música extraña y exquisita,
como un quiebro de flauta que se deja
y un vuelo de violín para otra cita.









 Movimiento de amor

 Como goza la planta bajo el viento,
verdeando, brillando estremecida,
he mirado tu faz, temblando vida,
recogiendo en quietud el movimiento.

A eternidad elevas el momento,
la dicha como fuente contenida,
apenas temblorosa la ceñida
línea que mueves con tu dulce aliento.

Era un ritmo, primero en ajenado
en el concierto fiel de cada cosa,
y luego recogido y retirado

a la prisión estrecha y silenciosa
donde tu corazón enamorado
tanto vive cuanto más reposa.

[Dictado de amor]


   

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