viernes, 21 de octubre de 2011

PEDRO SERRANO [5.003] CANADÁ / MÉXICO


Pedro Serrano 


Poeta mexicano nacido en Montreal (Canadá) en 1957. Estudió Letras Hispánicas en México y Letras Inglesas en Londres. Ha dado clases en la Universidad de México y en la Universidad de Barcelona. Ha hecho crítica cultural, literaria y de danza. Es miembro fundador de la revista Fractal y participa en la redacción de L’étrangère.

Ha publicado los siguientes libros de poemas: El miedo (El Tucán de Virginia, México, 1986), Ignorancia (El Equilibrista, México, 1994), Tres poemas (Pequeña Venecia, Caracas, 2000), Turba (Ediciones Sin Nombre, México, 2005), Desplazamientos (Candaya, Barcelona, 2007) y Nueces (Trilce Ediciones, México, 2009).

La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las Islas Británicas, que hizo con Carlos López Beltrán, fue publicada por Trilce en 2000. Asimismo ha traducido al poeta irlandés Matthew Sweeney, No arroje piedras a este letrero (Trilce, 2001) y El rey Juan de William Shakespeare (Norma Ediciones, 2001). La ópera Les marimbas del exil/El Norte en Veracruz con libreto suyo y música de Luc LeMasne se estrenó en Besançon y París en enero de 2000 y en abril del mismo año en la ciudad de México.



Peregrinaje

Ya no estamos esos cuatro que viajamos
en busca de la claridad y salvación.
La vida ha ido apegándose a sus muros de cal, a su paso.
Mi padre no tenía aún mi edad, mi madre era muy joven.
Como una burbuja de esperanza íbamos
en peregrinación hacia el norte,
Houston, Nueva York, Montreal, trenes, aviones,
hoteles metafísicos con vacas alzadas en la entrada,
albercas a los pies de la cama,
cuerpos negros brillantes y sedosos.
Todo era novedad.
Ana Luisa en su jirafa con ruedas, pequeñita,
persiguiendo un mundo que ya no alcanzaría
y en el que me conduce.
Cruzamos por el cañón del Empire
arreando un sol entre los desfiladeros de Nueva York
hasta caer dormidos en cabeceras oscuras
y en el envés mis padres
relucientes y aéreos en la ciudad adulta.
Hacia el amanecer juntos de nuevo.
Agua de infancia.
Todo el itinerario en mi regazo
como el tren a Montreal,
en un último vagón por bosques aprehendidos,
viendo cómo se iba el paisaje
desde la barandilla
hacia lo que ya fue y sigue siendo.




Golondrinas

Enganchadas al cable como pinzas de ropa,
gaviotas de madera diminutas,
ágiles y minúsculas contra la brutalidad del azul,
fijas al mediodía cayendo una tras otra,
moviendo ropas, brazos, sonrisas,
el pecho blanco, la capucha negra,
las alas afiladas y en lista, mínima agitación.
Hasta que vuelan todas excepto una,
que se plantó un momento y arañó el regreso,
como una ligerísima despedida,
axila de golpe la mañana.
Quedan los cables, el cielo en abandono intenso,
como una boda de domingo de pueblo,
después nada.

Pedro Serrano (1957, Montreal)
De: Poetry Translation Centre




Plan de Tlalcapatla

Un jacal en que entráramos,
techado de niños,
carbón al viento o basurillas
en los pajares del maizal.
En medio las vacas,
a la partida de los peones,
sin hibernación ni guarida,
olisqueando huellas humanas,
ruido sólo nosotros.
En los escombros,
un camioncito sin ruedas,
mechas de palma,
un bule roto y tres piedras tiznadas
en señal del hogar.
Sobras de trashumancia,
después de la siembra,
al cabo de la pizca.
El Plan ahora un mar dorado
en que nos calentamos
como mazorcas al sol
cuaresmal.





Sa Tuna

Hacia sí misma la cala se recoge,
lanza luces desde la coda del invierno,
varas en inquieto abandono.
Entre la madera turbia y las barcas
gira un aire de aceite crudo,
de luz desmantelada.
Sonreímos y nos abrazamos.
Caminamos entre mesas y gente
en el hervidero y el pescado.
Eso que fuimos.
Hoy la terraza es un garaje abierto
sin nada más que nosotros
y una bicicleta roja recargada en el muro.



El año que llega

Como una plancha de plata bulle el día,
un pescado en la sartén del amanecer,
crepitando entre el frío y el calor,
con la marea naranja del sol
inundando los mástiles de árboles
blanqueando el horno del paisaje.
Un aceite de niebla lame las varas de romero,
los aros de cebolla chisporroteando,
la hojarasquería que ruge
hacia su consumación.
No es hambre lo que bulle en las tripas
de esta olla de invierno,
sino la proyección de caldos continuos,
la carne blanca y las espinas y huesos,
el halo plateado de las hojas,
el paisaje en que estamos.
No es hambre lo que nos trae aquí,
sino el vaho común que se concentra,
su producción en todo.




El año que viene

Ha caído una nevisca, no la esperaba.
Todavía oscuro, creí que llovía, que
lo que golpeaba en el techo translúcido
era la lluvia,
y pensé en el día gris que venía.
De repente vi la pureza blanca,
el asomo a una paz, lo quieto del jardín
cubierto por una pelusa,
una gasa de blancura entredejando manchones verdes,
desde la cocina,
en pendiente hacia arriba, hacia la calle
entre las ramas ahora peladas,
desde el oscuridero.
En el césped queda el trazo fino del venado,
que hace cuna en la película de nieve,
su huella al descubierto.
Lo blanco es una ligereza.
Atrás, una capa de cuentas desparramadas
en la terraza de cristal. Me asomo.
No se puede pisar sin que suene.

http://lasrazonesdelaviador.blogspot.com/search/label/pedro%20serrano





Seven oaks

Se levantan
del árbol
las ramas
unas olas
las manos
del cielo
al dolor.

Como un
avispero
los dedos
echando
febriles
sus puntas
al sol.

Ligera
la lluvia
se alza
una niña
se aleja
como una
oración.

Los dedos
se cruzan
se enredan
del pino
las ramas
las manos
de amor.

En el hueco
y el aire
las palmas
las ramas
arañan
anidan
su voz.

¿Me quieres?
pues claro
hermanita
tú eres
mi hermana
María
el corazón.

Como fuimos
así
despedimos
y somos
hermana
esas varas
de amor. 




Niño bomba

El niño se lleva la mano al diente,
duda.
Las bombas
no le han explotado.
Todo su cuerpo
se sacude
y no sabe
si se tiene que quitar
el calzoncillo.
No puede enseñar
su diminuta e inerme
creencia en sí.
No se sabe ante las cámaras,
tampoco lo piensa.
¿Qué
puede pensar el niño?
Volver
a ser un cuerpo mondo,
un temblor,
un gesto mínimo
que la cámara aprieta
como un aceite de paz.
Todos somos
esa gana de vida.
Oración
en un vacío
alrededor del mal.
Un gesto que es de todos,
el pudor infantil,
el cuerpo desnudo
que quiere conservarse
y crecer.
Así,
esa visión del niño
como un aceite lento
nos abarca.
Hay que correr
a protegerlo,
sacarlo de esa escena,
paralizado de horror.
Lo que no pasó.
Ahora el niño
y sus vigilantes
y nosotros
somos ese aceite,
ese calor oleaginoso
y obligatorio.




Turba

El cuerpo tiene cuatro esquinas y en cada dedo una sirena,
     el arco eterno del pie y el sexo aliento.
     Firme el creciente miedo y el vaho del éxtasis cercano,
     la piel alerta y el escroto en punta.
     Cayendo sobre el centro de mi cuerpo,
     revolución de músculos y sombras.

Fermentado, impreciso.
     Con las palabras en el cabo bajo
     y los pies sin raíces.
     Flaco de mí, mareado, garabato.

Como si atravesara paredes el puño de los sueños,
     vastas capas oscuras que se abren y cierran,
     losas y sepulturas.
     Así se cierra el sueño sobre sí mismo
     y deja sólo el tacto, el rasguño, el gemido.

Uno levanta estrellitas,
     pequeños versos de azúcar,
     montoncitos de arena para un castillo imaginario.
     Va arrinconándose y escabulléndose,
     ¡pecho a tierra!
     y parece que al cielo lo levantan en hombros
     y parece que el mar lo dejara tumbado sobre la playa.
     Rodemos desafanados en su línea de cristal,
     el remolino suave de placer,
     la ronca voz de la ola,
     la suave lengua del mar.
     Y no sepamos nunca a qué arenas
     orillamos.

Allí la bola,
     allí el raquetazo que la vuelve solar
     que te ilumina.







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