viernes, 11 de julio de 2014

PEDRO ALEJANDRO PATERNO [12.268]



Pedro Alejandro Paterno y de Vera-Ignacio
(Manila, FILIPINAS    1858 - 1911)

Por Manuel García Castellón

Pedro Alejandro Paterno ha pasado a la historia de las letras filipinas como etnólogo, novelista, poeta, dramaturgo e historiador y, sobre todo, como iniciador de una literatura que tuvo por misión, junto a los escritos de Rizal, López Jaena o Marcelo Hilario del Pilar, el difundir en la metrópoli española la justa imagen de los filipinos cuando imperialismo y racismo recalcitrantes, saliendo al paso de reivindicaciones reformistas, denegaba a la colonia no sólo estatuto de provincia de pleno derecho, sino el hecho mismo de que aquélla poseyera cultura, genio y ser propios. En Madrid, Paterno sería uno de los consultores nativos para la Exposición Colonial organizada por el Gobierno Español en 1887. (I) 

Durante la “pax americana,” Pedro Alejandro Paterno fue uno de los fundadores del Partido Liberal, favorable a la estatalidad de Filipinas en el ámbito de EE.UU. Empero, viendo no sólo que el pueblo filipino ansiaba la verdadera independencia, sino también el desinterés por parte del Tío Sam en devolverle a la vieja clase pro-hispánica el protagonismo perdido, él mismo hizo que el partido depusiera el principio anexionista. Para expresar sus ideas fundó consecutivamente cuatro periódicos: La Patria, El Liberal, La Soberanía Nacional y La Asamblea Filipina. Participó en la política de su nación, no sólo durante la república en armas, sino también durante el directorio norteamericano.

Procedía de una distinguida familia de la vieja principalía, radicada en el manileño Barrio de Santa Cruz, y no sin tradición de lucha de clases: el padre, Máximo Paterno, había sido uno de los deportados a las Marianas en 1872 con motivo de la revuelta de Cavite. Tras doctorarse en Derecho Civil y Canónico en la Pontificia de Salamanca, abandona su viejo proyecto de abrazar la carrera sacerdotal y transfiere su expediente a la Universidad Central; en 1880 obtiene su doctorado en Derecho Civil y Canónico. Sus hermanos Antonio y Maximino también cursarían estudios en España, respectivamente en Medicina y Arquitectura.

Sin ser el primer hispano-filipino que publicaba su obra (tal había sido el poeta Miguel Zaragoza en 1864),(II) la crítica española acogió su libro Sampaguitas y poesías varias con interés y agrado, si bien no exentos de la condescendencia hacia un poeta de la periferia. Con todo, el libro fue objeto de cinco sucesivas ediciones y Paterno fue invitado a leer sus versos en el Ateneo de Madrid. 

Sampaguitas apareció en Madrid en 1880, en la Imprenta de Fontanet. Una segunda aparecería en 1881 en la Imprenta de Cao y Val. Iba prologado y publicado por Luis Arnedo, amigo de Paterno, quien había querido sorprender gratamente al mismo autor. El libro contiene poesía religiosa, filial y amorosa. En las octavas reales de “La Cruz”, principal composición, son obvias las influencias de Ercilla, Diego de Hojeda, Herrera... (Cf. la oda de éste último "A la gran victoria de Lepanto"). El poeta, todavía seminarista, presenta a Dios creador y Jesucristo redentor ocupando el centro de su estro juvenil. Hay también influencias neoclásicas de Meléndez Valdés y tardo-románticos de Núñez de Arce, Espronceda, Bécquer, Campoamor, Selgas... He aquí las cuatro primeras estrofas del grandilocuente “La Cruz”:



I.

Nació Alejandro; su potente lanza,
al ronco grito de incesante guerra,
cubrió de luto y ruinas y matanza
cuanto entre el Ister y entre el Sindh se encierra.
Murió Alejandro; y a su gran pujanza
estrecha fosa concedió la tierra,
y él y su lanza y su poder temido
se hundieron en la sima del olvido.



II. 

Cruzaron el espacio en raudo vuelo
las águilas que Roma ostentó un día;
cuanto cobija el anchuroso cielo
sintió de su poder la tiranía.
Hundióse Roma; retembló su suelo;
se escuchó el estertor de su agonía,
y esparcieron sus restos funerales
del Septentrión los recios vendavales.



III. 

¿Qué se hicieron los ínclitos varones
que legaron sus nombres a la historia?
¿Dónde encontrar los regios panteones
que guardan sus cenizas y memoria?
¿Dónde está, con harapos y girones,
cual leve resto de su antigua gloria,
la clámide a sus hombros suspendida,
más en sangre que en púrpura teñida?



IV. 

Todo despareció; tan sólo un trono,
de cien edades sobre el polvo inerte
resiste inmoble al infernal encono,
y a los rudos embates de la suerte.
Crece su gloria al par que su abandono,
más es que el mundo y que sus furias fuerte,
a sus pies veinte siglos han pasado,
y sigue el rey, y sigue su reinado.(III)

Los demás poemas de Paterno no tienen la aceptable calidad y gravedad de sus poemas religiosos. No obstante, el poeta siempre es capaz de utilizar con buen oído de poeta una amplia variedad de metros y estrofas: octavas de pie quebrado, décimas, romances, seguidillas, etc. Por parte francesa, Paterno aseguraba ser devoto de Hugo y Musset, por lo que romanticismo y simbolismo franceses también asoman en sus versos pre-modernistas. He aquí otro poema de tipo post-romántico, naturalista y folletinesco, a imitación de Espronceda (V. “Cubrieron su cuerpo / con un blanco lienzo”):

Un triste silencio 
reinaba en la estancia.
Un viejo ministro, abierto al breviario, 
al pie de la cama 
murmuraba quedo una honda plegaria. 
Tendida en el lecho 
la pálida enferma, sintiendo cercana 
la hora de la muerte, con voz apagada 
a todos sus hijos al lado llamaba. 

Con un negro sayo 
cubrieron su cuerpo; 
después con un velo cubrieron su cara. 
De amigos y deudos se llenó la estancia, 
y velaron todos 
a la pobre muerta. ¡Huérfana de mi alma! 
–pensé en un momento de duda y de duelo–
¿qué mano piadosa secará tus lágrimas? (IV) 

A partir de aquella publicación, Paterno se decide por una vocación literaria. En tanto que no llega la fama, sus obras benéficas en pro de compatriotas necesitados, así como sus espléndidas fiestas y agasajos a escritores y políticos le granjean celebridad. Hizo amistad con varios notables de la época, como los krausistas y masones Miguel Morayta y Angel María de Labra, el elocuente Emilio Castelar, los poetas Núñez de Arce y Víctor Balaguer. Por parte de los jóvenes filipinos que a la sazón estudiaban en Madrid, la casa de “Molo” –tal era el apodo amistoso de Paterno– era frecuentada por Fernando Canon, Juan de Atayde, López Jaena, Félix Roxas, Iruretagoyena y el mismo José Rizal. Un poema de Fernando Canon (“Rizal artista”), con expresivo polisíndeton alude a la profusión de artefactos artesanales y arqueológicos que, procedentes de la Oceanía española, decoraban aquel apartamento de la madrileña calle del Saúco, donde Paterno mantenía selectos saraos:

Recuerdo que una tarde del Otoño,
en la Villa del Oso y del Madroño,
en casa de Paterno,
de filipinas glorias
recolector eterno
y pensador de idílicas historias,
se hallaban literatos,
ministros, periodistas,
músicos y pintores,
y todos los artistas,
en raros pugilatos,
a conquistar aplausos o bellezas
exhibiendo primores
en cultas gentilezas...
....
En aquellos espléndidos salones,
de los ricos plafones
donde el genio ideal seleccionaba
Filipinas pinturas,
y salacots, y bolos...
mil bellas esculturas
y hasta los chirimbolos
de igorrotes y aetas,
y mandobles y cotas
de ignorados atletas
en regiones remotas.
Y juventud allí rivalizaba...
y entre música y flores se libaba,
en copa de abundancias,
amistad y elegancias.(V) 

Paterno escribió también una novela de costumbres titulada Nínay (1885), tenida por la primera novela escrita por un hispano-filipino, y en castellano. Nínay, según la crítica nativista posterior, se esforzaba en darle al lector occidental, desde esquemas europeos, una imagen digestible e idealizada de la cultura filipina. La novela es folletinesca, según la moda de la época, pero con ella comienza la literatura “propagandista” que preparaba el camino para la novela y el ensayo reivindicativos de José Rizal. Dejó también una serie de ensayos etnográficos que, dadas ciertas exageraciones o fantasías, fueron considerados por la crítica poco fiables como obras de consulta; de entre ellos citemos La antigua civilización tagala (1887); Los itas (1890); El barangay (1892); El cristianismo en la antigua civilización tagala (1892); La familia tagalog en la historia universal (1892) y Los tagalos (1894). También intentó el teatro con el paso sacro El mártir del Gólgota (1888); El último celaje (1890) y las primera óperas filipinas: Alianza soñada (1902) y Magdapio (1903) y una novela hasta hoy inédita: Los amores de Rizal.

En 1890 contrajo matrimonio con la aristócrata española María Luisa Piñeyro. Junto a su flamante esposa volvió a Filipinas tras una ausencia de veintidós años. Inmediatamente el gobierno insular le confirió el cargo de Director del Museo Biblioteca de Manila, institución que, tras el mutis de España en 1898, llegaría a ser la futura Biblioteca Nacional de Filipinas. En la última etapa del coloniaje, aceptó el cargo de consultor especial del Gobernador español. 

Al estallar el conflicto independentista en 1897 y proclamarse la Constitución y República en Biyak-na-bató, Paterno, que decía amar tanto a España cuanto a Filipinas, se ofreció a mediar entre la administración española (entonces representada por el Gobernador Primo de Rivera) y los rebeldes nacionalistas liderados por el General Aguinaldo. Logró que ambas partes depusieran temporalmente las armas, pero como se sabe, ninguna de las dos respetó el compromiso. Expulsada España de Filipinas en 1898 por Estados Unidos, Paterno sería uno de los personajes cruciales en el establecimiento de la Primera República Filipina, en la que actuaría como Presidente de la Asamblea Constituyente Revolucionaria y, más adelante, sucediendo a Mabini como Primer Ministro del Gabinete del presidente Aguinaldo. Pronunció entonces elocuentes discursos ante el Congreso de Malolos, urgiendo a la recién nacida República Filipina a organizarse social y políticamente a fin de ocupar un puesto en el concierto de las modernas naciones. 

Al final de su vida, en el ámbito de la efímera Edad de Oro del Castellano literario en Filipinas, Paterno produjo nuevas poesías que, según Tuazón, desmerecen junto a las Sampaguitas de su juventud. También escribiría entonces poesía que emula los difundidos Versos sencillos de José Martí. De Paterno es lo siguiente: 


Bella es la lumbre del cielo, 
Dulces los ecos del mar 
y me encanta en este suelo 
amar a esta obrera, amar. 
En la gallera ganar 
y un buen tabaco fumar. 
Bella es la lumbre del cielo, 
Dulces los ecos del mar 
Y me encanta en este suelo 
su independencia cantar; 
en el monte pelear 
y a nuestra patria salvar. (VI)

También en sus últimos años Paterno da a las prensas unas cuantas novelitas cortas: Aurora social, Amor de Obrero filipino, El alma filipina, La braveza de Bayani, La felicidad (todas de 1910) y Los heraldos de la raza (1911). La serie, llamada por el mismo Paterno de “novela social,” no era otra cosa que folletín decimonónico o novela por entregas. Para esta ocasión hemos hallado la titulada Amor de obrero filipino. Nos hemos permitido reducir el texto, eliminando las prolijas descripciones de tipo pastoralista, muy propias de Paterno, a fin de ofrecer un texto que, si de valor estético relativo, si lo es documental en cuanto al desarrollo del folletín en Filipinas. A finales del siglo XIX, un segmento de la clase proletaria del tabaco o del azúcar había llegado a disfrutar, por fin, los beneficios de la alfabetización en español. Al igual que en Europa, el surgir de dichas clases alienta un subgénero narrativo sentimental y escapista, de acción tremendista y caracteres simples en cuanto a psicología y móviles. En la temática se prefiere lo violento, lo escabroso, la orfandad, la opresión de los débiles por parte de ricos despiadados o crapulosos, la mujer empujada a la prostitución... todo desde un craso naturalismo.vii Por si esta humilde épica no fuera lo suficientemente alienante, Paterno deja ver de pasada su ideología e intereses de clase, aplicados en el texto a los obreros de la fábrica: por ejemplo, los protagonistas Berto y Maring son fervientes cristianos y guardan castidad hasta que la iglesia bendiga su unión; además, según Berto, cuando Maring “esté preñada” se parecerá “a la divina Pastora.” Berto, aun obrero, es ilustradísimo pues lee una Antología de poesía filipina, cita al héroe medieval Bernardo del Carpio... En la fábrica, a los amantes “el dios Trabajo los esperaba con los brazos en cruz, pronto al abrazo divino y redentor.” Berto rehúsa la recompensa que se le ofrece por cierta acción altruista, pues sus ingresos como obrero le bastan para llevar una vida digna: “Gracias, señora, yo tengo dinero, yo soy obrero. Guarde usted eso para las viejas.” Al capataz Máximo, que quiere engatusar a Maring con sinecuras en la fábrica, ésta le espeta: “El que no trabaje, que no coma.” Asimismo, el airado apostrofar del capataz a los obreros ridiculiza, subliminalmente y en ánimo represor, al debate de clase que precede a la lucha: “¡Silencio, todos! ¿Qué algarada es ésta, brutos? Os creéis que la fábrica es un meeting de esos, donde os ponéis como locos vociferando lo que ni siquiera entendéis! ¡Aquí se viene a trabajar!” Por último, ni a los obreros ni a los protagonistas se les ocurre denunciar ante instancias superiores el acoso y el trato abusivo de Máximo.

Sus últimos escritos fueron una Historia de Filipinas en siete volúmenes, aparecidos de 1901-1908; una Historia crítica de Filipinas (1908) y una Sinopsis de historia de Estados Unidos (1911). Murió en 1911, al parecer por una epidemia de cólera.

Tuazón se refiere a la figura de aquel exótico dandy filipino de Madrid, quien pasaría en Filipinas por "quite a religious person, notwithstanding the fact that his life en Europe was a gay, wayward one, during which he broke champagne and Madeira bottles in approved Parisian style" (247).

El viejo maginooviii (tal el título nativo que decía poseer) aspiró, sin éxito, a que la Corona española le honrase con uno de aquellos títulos nobiliarios de Indias, cual los que en siglos pasados se confirieran en México o Lima, y que también se habían ido confiriendo en la Cuba anterior a 1898. Al menos, el Rey Alfonso XIII le distinguió con la Gran Cruz de Isabel la Católica por su vehemente amor y servicios a España.

NOTAS:

I .Cf. al respecto el excelente trabajo de Luis Ángel Sánchez Gómez Un imperio en la vitrina. El colonialismo español en el Pacífico y la Exposición de Filipinas en 1887. (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2003). Sánchez Gómez analiza las circunstancias que motivaron la organización y nel contenido de la Exposición, así como las reacciones por parte de españoles y filipinos. Alude también a la obvia manipulación consistente en “exhibir” seres humanos a fin de mostrar aspectos de primitivismo que siguieran justificando el statu quo de tutelaje colonial.

II Se ha dicho muchas veces que Paterno fue el primer hispano filipino que vio su poesía en un libro. Sin embargo, el primer poemario filipino formal es muy anterior, y nos referimos con esto al de Miguel Zaragoza, Flores filipinas, dado a la prensa en 1864 en Madrid. Ya nos hemos ocupado de esa primicia en el número de Primavera de 2009 de la presente Revista Filipina.

III  V. http://www.gutenberg.org/etext/16201, Edición electrónica de Parnaso filipino. Antologia de poesías del Archipiélago Magallánico. Ed. de Martín de la Cámara. Madrid, 1929.

IV Ibid.

V  Ibid.

VI  De Novela inédita, Cf. Tuazón, 250. 

VII  Folletinistas famosos fueron, en Francia, Eugène Sue, Ponson du Terrail, Paul Feval, Xavier de Montepin, el mismo Victor Hugo con la serie Les misérables. En España, el subgénero fue cultivado por Manuel Fernández y González, Enrique Pérez Escrich, Ramón Ortega y Frías, Wenceslao Ayguals de Izco, entre otros, pero también por Galdós o el Padre Coloma. 
viii Título nativo equivalente a “notable,” no necesariamente hereditario, pero base de la principalía colaboradora de la implantación del dominio español en Filipinas.




LA SAMPAGUITA


I

Allá en mi patria lejana, 
Allá donde nace el día; 
Yo vi en el Pásij undoso 
Bañarse en su amena orilla 
Una virgen encantada, 
Que por su forma divina 
Y su airosa gentileza, 
Un serafín parecía, 
Tan cándida y tan hermosa 
Como flor de sampaguita. 


II

Recatándose medrosa 
De la gente que la mira. 
Salió de las aguas rápida 
Aquella mujer divina. 
Su belleza por adorno 
En vez de joyas lucía; 
Del raudal de sus cabellos 
Líquidas perlas surgían; 
Mientras besaban sus plantas 
Las flores de sampaguita, 


III

Acerquéme á ella y la dije: 
—Oye mi querella, niña, 
Vida de mi pensamiento, 
Y de mis amores vida, 
¿Quieres oír las canciones 
Que brotarán de mi lira, 
Por estar tu nombre en ellas, 
Melodiosas y sentidas 
Como el arrullo del céfiro 
A la flor de sampaguita?



IV

A la sombra de estos plátanos 
Descansemos, alma mía, 
Y gocemos de reposo 
Y de sueños de delicias; 
Que aquí todo corazón 
Está lleno de alegría. 
Hacen su mansión perpétua 
Los encantos de la vida, 
Aquí do nacen y mueren 
Las flores de sampaguita. 



V

Bien sabes, niña adorada, 
Que por conservar tu vida, 
Toda la sangre del pecho 
Gota á gota vertería. 
En la ausencia te he llevado 
Siempre en la memoria fija. 
¡Ay, cuántos años sin verte! 
¡Cuántas delicias perdidas! 
¡Cuánto aroma no aspirado 
De mi flor de sampaguita! 



VI

Dime, alma de mi alma, 
¿Mientras ausente vivías, 
Ligera nube de olvido 
Pasó tal vez fugitiva, 
En el cielo de tu amor? 
Responde, prenda querida, 
Que al viento lanzo mis quejas 
Por el llanto humedecidas, 
Como están en la mañana 
Las hojas de sampaguita. 



VII

Si me quieres, no lo calles; 
¿Tú no me amas, vida mía? 
¿No me respondes?... ¡Oh cielos! 
¿Con qué es cierta mi desdicha?... 
Mas ella bajó la frente, 
Mostrándome una sonrisa 
¡Ay! que desgarró mi pecho 
Creyéndola una perfidia. 
—Pues no me amas, muera ya 
Cual muere la sampaguita. 



VIII

Al escuchar esto, al punto 
Rompió el silencio la niña. 
—Amor mío, ¿por qué dudas 
De mí, si tú eres mi vida?— 
Creí perder el sentido 
Oyendo su voz dulcísima, 
Que movió mi corazón 
Cual celestial melodía, 
Más grata que el mutuo arrullo 
De flores de sampaguita. 



IX

—No ceses de hablar, la dije, 
Que oír tu acento es mi dicha, 
Y contemplarte amorosa 
Es mi gloria apetecida. 
¿Por qué proferiste tarde 
Esas notas que me hechizan? 
—Demasiado feliz era, 
Y las palabras huían 
De mis labios, que temblaban, 
Cual hojas de sampaguita. 



X. 

Cuando á conocer me diste 
El tormento que sentías, 
Entonces hallé palabras 
Para alegrarte, alma mía; 
Pues para tí siempre guardo 
Un manantial de caricias, 
Que cuidadosa recojo 
Al primer rayo del día 
Entre los jugosos pétalos 
De la flor de sampaguita. 








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