miércoles, 19 de septiembre de 2012

ÁNGEL VALDEBENITO [7.876]



Ángel Valdebenito Verdugo 

(Freire, CHILE 1978), ha publicado "Papeles de la Villa Hostil" (Pewma Ediciones, 1999) , "Patria" (Ediciones del Temple, 2008) y Mantenimiento, Libros del Pez Espiral, 2015. 

Fue miembro del taller Santa Rosa 57.


Patria  II

Los hábitos pasarán,
los planes a corto y mediano plazo
mostrarán su escasa valía, aunque por ahora
todo tiene importancia y gracia.

Sentado en mi cama,
en la tercera cuadra de la Compañía,
comento entre los otros qué pasaba conmigo
antes de entrar y qué pretendo afuera,
cuánto pretendo afuera si aún cargo esta inclinación a los deberes,
turbulenta en su despertarse a las seis de la mañana.

Seguro inflaré por un rato el orgullo familiar 
con un diploma de Técnico en Administración de Empresas
y buscaré una oficina o un negocio para ocuparme.

Supongo que seré próspero
y mi vida nunca llegará a hacerse añicos, 
como la de Canales Soto,
cuando su padre murió borracho en una zanja de Gorbea.

A otros su duelo, para mí 
el merodeo masturbatorio entre lo que aspiro y lo que me molesta,
quiero decir,
mi conversación no pasa nunca de estos lindes
y si a veces ocurre
que en el barullo de nuestra mesa 
mi voz se erige entre ellos con cierta madurez, 
es sólo porque alcancé a terminar el liceo o quién sabe, 
por mi ventaja física al no cargar un muerto de importancia.


Adoquines del Tucapel

En días como hoy, cuando en las calles
el gas lacrimógeno envuelve el barullo y la pedrada,
me es obvio no soportar tanta molestia, 
aunque ignore demasiado 
y pierda interés en los asuntos de la sociedad,
volviendo siempre de la oficina a la casa,
aturdido por cierta música y sólo puedo, 
en la liviandad de mis abstracciones,
concentrarme en recordar la belleza
de los adoquines del Regimiento Tucapel
y el busto de mi Coronel Beauchef erguido,
severo y noble entre nosotros. 

El aire se interrumpe en su despliegue
por la trizadura que al cráneo una piedra impone.

Han cortado la luz.

Han bloqueado algunas calles quemando
neumáticos y palos de algún parque.

Bien, 
se supone que algo ha de señalar la relevancia de esto;
no el mocoso zamarreando un semáforo,
ni el imbécil rompiendo una vidriera.

La piedra disparada hacia el carabinero
hizo un buen trabajo, aunque en el cuerpo equivocado. 

Tal vez sea eso, 
pero me es difícil pensarlo con serenidad.

Hoy prescindo forzosamente de mis artefactos,
en el entendido que el simulacro de afuera
vale más que el mío, 
a razón de la efeméride de turno.

Me calmo,
repito el gesto de mi dedo medio golpeando una hormiga.
Podría decir que esta situación me honra o me conmueve.
El artificio de una oscuridad tonta
en que maldigo
la interrupción de un orden anterior a la pedrada
y añoro la tranquila irregularidad de un tramo 
en que esas piedras
se incrustan y emergen a la vez entre la explanada de acceso 
y el césped bien cuidado que circunda
a mi Coronel Beauchef.



Recta

Santiago ha abierto una explanada frente a mí,
 bordeada por un montón reluciente
de arbustos irregulares donde el viento
acumula su carroña.

En este eriazo de asfalto sin obstáculos
presumo de mi rectitud.
Porción de entendimiento y avance,
mi pan y sobra.
Armazón de este equipaje que en un fogoso
alarde de resistencia se rebota contra un poste
o lo que pesa mi lengua cuando pregono
noticias que hablan sobre mi orgullo.
Y es todo esto:
mi pie bombeando el acelerador por la pista desierta
y el prójimo
una fogata mal apagada en la esquina anterior.



Barrett 

He aquí un sustituto de la muerte: pasillos
o un balcón estrecho para aquietarse en Cambridge.
Ahora que nada sabemos de esas cosas 
que nos sucedían despiertos.
Rayo, 
señal, 
Irlanda, 
coral, 
frío
y más vituallas para atracar la balsa
en una lejana orilla, a kilómetros de la tierra.

Otrora el corazón fue algo así como un labio,
preciso y receptivo,  
caliente de sus propias extensiones,
no añejo aún por la pelea, los años 
y el chillido de este  maldito lienzo estorbando en la mesa, Syd,
entendiera mamá cuántas cosas estorban en la mesa
y nos dejara pulular tranquilos.

He aquí un sustituto de la vigilia:
el inventario más o menos exacto 
de nombres y cosas acumuladas por sobrinos
que no nos extrañan,
no nos extrañan en lo más mínimo.



Gesto de ahora: mi pie golpeando el suelo 
en monótono ritmo

La estúpida inversión de capital antes de morir
perturba mi sueño.
En la hora de poner cara a las consecuencias,
rozo los temas con perfección;
mi idiotez, la naturaleza indómita de mis proyectos 
son escasa ayuda y a saber,
no he vendido hoy ni en muchos días 
más que lo necesario para estar a flote.

Apilo revistas coloridas en mi mesón de trabajo.
Saco y limpio la loza nueva
con el mismo escrúpulo que resguardo 
la paz de la casa.
Respondo frases con merodeos
hasta que amaine.
Yo seré el mismo que antaño encandilado
desperdigaba su menguada luz ante cualquiera
vendiéndole a tíos y vecinos
la especulación de la nada como su gran dote, 
mas, tu ceguera y mi escasez
no han podido derrotarme.

La sequedad chillona de tus ideas
no alcanza para alimentarme a diario
y no podrías, como yo, 
ver los avatares de un viaje irreal  
en que un par de ancianos
se acomoda tosiendo en una hamaca.

Escribo números con el vigor 
de quien empieza a despilfarrar su vida antes de tiempo
y se detiene dudoso a festejar decenios y efemérides.

Una cifra monta a la otra
hasta que férreas figuritas calcen
como pilares de un galpón metálico azotado por la lluvia
o el gesto con que asomo al comedor imaginando
la serena respiración de un ave en el mar muerto.



En recuerdo de Raúl Sánchez 

Contragolpe. 
La palabra está en las calles.

Hasta hace un rato 
tu cuerpo sucio y cansado merodeaba por la casa,
encuentras la casaca y estás listo
para arremeter contra el resto de tu tiempo
a la vieja manera.

Es fácil que te emborraches, entretenido en un corro 
con varios compadres cuyos nombres
tardarías en enumerar.

Te consolidas, así, 
en la persecución de los mismos postes,
las mismas sombras sinuosas que persiguieron tus tíos.
No montas una barca a la manera de Li Tai Po,
tu leyenda (si la logras) será de otra especie.
Todo cuanto puedas acumular en 30
ó 40 años de vida.
Unas cuantas peleas,
3 hijos, 
los goles por el Deportivo Leonel Sánchez.

Mas, recuerda,
borrachos como tú, 
que corren de madrugada por la carretera hacia Pitrufquén
o por la curva de Alán, 
decidieron por mucho tiempo permitirte la vida.
Quizá te apreciaban por simpático
o juzgaban a bien tu destreza 
en la cancha y los aserraderos.

Ahora caminas por la curva de Alán tambaleando
y un auto acelera a tu espalda.
La maniobra se ve diestra,
pero es torpe en la ejecución del destino que te corresponde.

Otro imbécil adelantándose a la jugada.

Su aporte, en todo caso, es sustancial
y se lee 
con claridad en la autopsia que te han hecho.



(De “Papeles de la villa hostil”Edic.Pewma, 
con prólogo de Jaime Luis Huenún.)

Cae una moneda sobre la tarde ¿sello? ¿cara?, nadie apuesta;
todos sueñan su suerte en silencio.

***
Como un aliento de perro moribundo él vaga por las cantinas 
en que nunca ha deseado estar. Siempre alerta para intentar el escape,
se corona día a día al fondo de una bodega o un corral
que el ganado ya no respeta. Al interior de sus ojos no acepta
presencia de dios alguno, si apenas aguanta la propia a regañadientes.
Con las manos en los bolsillos tantea en busca de algún escondrijo;
le bastará sólo uno para olvidarse a si mismo y marcharse
sin siquiera decir “adiós a todos” o “adiós a nadie”.





(De su libro “Inventario de especies”)


Arañas de rincón

Nosotros somos el bullicio en los estrechos caseríos.
Vamos con euforia por la calle
convencidos de cualquier cosa,
menos de nuestro andar.

Ninguneados hasta el cansancio
por padres y parientes.

Abrazamos la humana libertad
a toda hora en la pantalla de TV.

Somos un solo bicho rechinando en el invierno,
escuchando con claridad
el zumbido de las micros
y los diarios alegatos de las casas vecinas.

Cicatrices y apodos
nos desdibujan el nombre.

Cansados ya a temprana edad
y con los ojos moribundos.

Somos el silencio 
en las ataviadas calles.


Doméstico

Se ha escrito mucho acerca de mis costumbres más convencionales (saludar con un sinuoso movimiento del brazo derecho y un bramido corto, encoger el cuerpo hasta el límite en señal de descontento, etc.), ocultando en cambio aquellas menos respetuosas de la tradición protocolar de nuestra especie. De ahí el silencio ante mi afición por la estrategia bélica.
En las escuelas, los dibujos me representan como un ser sumiso y amigable, apenas corrompido por un inextinguible apetito. A espaldas de aquello está lo más honesto de mi vida: colecciónes de carros de combate, libros sobre armamento, mapas colgando en el taller, réplicas de los soldados de terracota y otros tantos artículos comprados, hechos y recogidos durante años. En tanto, el gesto de mi mano frente al espejo ya no es rígido ni solemne, aletargado por el sopor de las multitudes, no alcanza para emular a los vigorosos generales cuyas historias tanto me apasionan. 
Recuerdo un día de infancia con sonido de tambores tras el corral. Llegaban a mí las severas voces de un ejército cuyos triunfos más tarde conocería. Territorios conquistados con esfuerzo y numerosas bajas; nuevas regiones y riquezas para las manos abiertas de la nación que hoy impone la pasividad por decreto, el protocolo, la opacidad de las voces; capitulación ante una civilidad absurda. El humo de la conciliación satura las ciudades con su desprecio por la tropa. Así, proscrita cada criatura que honre las armas, nada queda más que callar ante las gentes, esperando la noche para vestir uniforme frente al espejo y ensayar posiciones en una estrecha habitación, con diminutos batallones esparcidos por el piso.


Educandos

Nos vociferaron gravemente:
“Darás a cada día un pedazo de tus sueños”.
De ahí en adelante, nada.
Ni una palmada o mano siquiera
Para uno pensar:
“Están ahí atentos siempre
y reabrirán los libros aquellos”,
pero nada,
tampoco hicieron sonar sus palmas
y nosotros
ya héroes de nuestros vulgares días,
reescribimos los libros y
revisamos el sentido de cada frase
en las rondas y poemas,
conviniendo una nueva forma para nombrar las criaturas,
cambiando incluso el compás 
en el crispar de los dedos.

Luego ellos reaparecieron,
pero ya habíamos avanzado lo suficiente
y teníamos un pedaleo casi espontáneo.

Los vimos murmurar entre sí con intención de hablarnos,
pero nosotros los miramos con rigor
y los echamos de casa:
“Para que anden -dijimos--
para que aprendan”.


Piedras

Nos llega el sol.
Nadie sabe como afrontarlo.
Somos un puñado 
(cada vez más disperso)
de voces iguales
tiradas por el patio.

Gente afuerina
ha dicho 
que nuestra vida es una jaula.

Comemos tarde
y torpemente,
bajo un mismo cielo
y sobre la misma gravilla.

Por las mañanas,
recogemos escombros 
que asemejen personas,
para emparentarlas 
y separarlas según 
nuestra voluntad.
No abandonamos este juego al crecer,
por lo demás
no envejecemos hacia arriba,
sino incrustándonos en la tierra 
gradualmente,
hasta que sólo queda al aire
el brazo menos diestro
que en vida hayamos tenido.

Alrededor merodean los niños 
y los tábanos.

Gente afuerina 
dice
que moriremos asoleados.



Quien navega en frágil nave

Quien navega en frágil nave
por aguas de interior,
vuelve pronto,
espantado,
como fiera que al morder el propio cuerpo
comprueba el abismo inconquistable
de su ira.




5 POEMAS LABORALES


En el baño del trabajo

Un cuerpo entre baldosas
puede temblar de frío
o de impaciencia,
caerse de sueño,
pararse espejo al frente,
encogerse sin aliento
o al fin,
quizá rendirse
ante su propia mirada
de animal recién cautivo.



Oda Fáctica Segunda

El bestial soltero empieza por reclutarse a sí mismo. 
La tenue luz de una fascinación material 
que le acomoda
destaja sus semanas separando
costilla y lomo a la manera de un carnoso novillo.
Deletrea luego una seguidilla de instrucciones
para emplazar cada mañana en su cantón.

Lumbrera, cabrón o simplemente el Señor de sus Moscas,
se lee diariamente el pulso en la borra del café,
descargando con gracia de sus cuentas
lo que sus corazonadas le negaron años antes.

Como él dice siempre, riendo, cuando recibe a un nuevo:
“yo era tonto como cualquier joven y me farreaba la vida 
en largas discusiones sin sentido
acerca del sentido de las cosas”
y después de eso,
la velocidad de arranque de cualquier mocoso
que lo quiere todo antes de los 30,
y que transmite 
en el circuito cerrado de su orgullo,
canciones con gloriosos arreglos
sobre las cuales,
su voz se erige en la robustez de la personalidad que le forjaron
a martillazos de autoestima
y florilegios de la sicología comercial de grandes libros.
Su rescoldo. 
Ganancias que podrán asegurarle
un nicho hermoso en las afueras de la urbe,
cerca de los barrios industriales.



Adjunto a la Fáctica Segunda  (Carta del tío)

La historia del astuto Ulises, seguro la conoces.
Tuvo grandes negocios en todo el mundo
y hasta algunos amoríos por fuera,
mientras su esposa,
atendía la industria familiar tejiendo 
y destejiendo el interés de socios estratégicos
cuya ambición,
alcanzaba incluso para elucubrar la forma de acostarse con ella.

Claro que conoces la historia de Ulises;
un buen romano que construyó un imperio
¿o ese fue Alejandro?
Basta por ahora de teorías, muchacho,
el punto es otro.
Te has venido haciendo práctico a buen paso,
no me lo habría imaginado a tus veinte,
pero pienso en tu inagotable energía, 
en los consejos y el ejemplo de tu padre,
en la sólida educación que se te ha dado,
tu éxito, hijo mío,
se cae de maduro.



Glosa a mi Finiquito de Trabajo

Salí conforme.
Renuevo en mis facciones los tics del entusiasmo,
ya lo ven.
Lejos de mí el ladrido de los quiltros.
Un honor faenable en las mejores manos,
las cercanas.

Viejas andanzas de mi pellejo.
Tuvo que cerrarse todo un día cualquiera, 
de esa cálida tarde recuerdo
las vueltas y un sinfín de aturdimientos calle abajo.
Me miran,
les rabia mi parsimonia,
que se pierde en digresiones o se excede
los tiempos de la espera que le han dado.

Estuve
mermado en mis agallas por un tiempo,
limpio nunca de intenciones,
más bien dicho un pálido abridor de mañanas,
deberes nunca extremos, pero a veces 
anchos en su forma de calar mis articulaciones,
en fin.
Mis vanos empellones a la suerte 
o la comprensión.

Por demás les cuento estoy tranquilo,
firme, bien considerado y no,
no los extraño en lo más mínimo.



Es extraño no poder retener el contraste 

Es extraño no poder retener el contraste,
la luz que espera bajo las cortinas
en la humedad de una mañana quieta,
solo y pegado 
a unas sábanas opacas,
al pie de una jornada sin energía suficiente.

El viento mueve mis mamparas demasiado
y no se puede hablar sobre las cosas,
aunque la experiencia de las cosas
alargue su sombra a un costado de la cama.

Restos de un árbol caído tras el temporal
decoran un rincón de la comarca
donde ancianas se levantan 
cada día
y se resignan cada día
se resignan cada vez mejor.

Todo avanza hacia el pasado
como en ciertas teorías oscuras.
El plomizo cálido de las veredas
retiene la mirada, tuerce el cuello
y uno tropieza 
con un peñón de hechos inabordables
donde la esperanza se hizo mierda
y dejó apenas la cáscara 
de un hombrecillo temeroso.
Allí donde pretendimos ser algo.

La muralla del vecino está cubierta
por las hojas anchas de una planta que desconozco.

El color plomizo del tronco de pino
se parece al de las veredas,
pero es más regular.

Es extraño no entender el contraste, 
no saber encontrar la sombra adecuada
en cada momento,
mientras el sol va corrigiendo nuestra postura.

Las hojas de la palma chilena 
se ven violentas al lado de los frutales.

Las casas rosadas no me gustan.
En La Palmilla hay unos blocks recién pintados.

El azul y el plomo de las automotoras
es hermoso hasta cierto punto.
Techo alto, piso exigente.

Yo limpié esos pisos
con sosiego y ansiedad al mismo tiempo.
Y el ansioso triunfaba siempre sobre el sosegado
y el sosegado perdía el rumbo,
pero aguardaba con paciencia
hasta volver sobre algo 
que se pareciera un poco
a lo que antes venía haciendo.
Y ambos limpiaban los pisos
y desempolvaban repisas,
facturas, guías de despacho, libros diarios.

En el estrecho polvorín de los contadores
paseaba el uno con sosiego,
mientras el otro calculaba los versos 
para un concurso español de poesía.

En el estrecho polvorín de los contadores
los brazos se acalambraban limpiando 
tanto tiempo hacia arriba. 
Había bodegas y oficinas gerenciales
y largos patios industriales plomizos,
cuyo cemento en las tardes de verano 
anestesiaba a los más fuertes.

Ya no somos el que buscaba sombra 
a un costado de la motoniveladora.

Es extraño no entender el contraste.

Los cuatro primeros poemas fueron extraídos de Patria (Ediciones del temple, 2008), el último es inédito.





Apuntes sobre Mantenimiento, de Ángel Valdebenito
Por Camilo Brodsky



Desearía gritar pero temo oírme.
Jonas Mekas

De entrada, uno se pregunta ante este libro cuál es el objeto del mantenimiento de Valdebenito; qué se quiere aceitar, limpiar, mantener a punto. Qué PEM o qué POJH de la precariedad se va a desplegar en estas páginas. Porque de eso habla necesariamente todo mantenimiento, de algo que necesita ser mantenido, arreglado, balanceado. Pero no nos adelantemos. Yo puedo decir esto porque ya leí el libro y construí una lectura, pero no es el caso de todos los que estamos aquí. Así que vamos por parte, tomando apuntes, aunque desordenados, de este Mantenimiento.

1. Lo primero que llama la atención —por lo sintomático— es la apertura del libro con un "Testamento". Y no cualquiera, sino el testamento de alguien que uno adivina en las antípodas morales del poeta —del específico, pero también del arquetípico, si se quiere—. Si bien tanto este texto como el siguiente ("Después de las elecciones municipales") pueden generar un equívoco en el lector, dejando en un primer momento la impresión de que vamos hacia un lugar hacia el cual en realidad el texto no está yendo, sí nos abre una primera tensión, que estará de alguna manera presente a lo largo del libro, y que da en cierto sentido el tono de este: la del choque con un realidad que acaba por convertir al poeta en un cínico —en su acepción actual, la del descreído, la del que construye la coraza desde el sarcasmo y la ironía como defensa y crítica; no estoy pensando en Antistenes; aunque esa puerta tampoco hay que cerrarla, y ya veremos por qué.

2. Mantenimiento es un libro, entre otras cosas, de la añoranza. La añoranza de un mundo que ya le está vedado a quien lo añora, porque él mismo ya es otro¸ porque esa puerta del recuerdo ha sido cerrada para él, no le es dado recordar del todo ese otro mundo que dejó atrás a cambio de este territorio actual en que se incrusta —la ciudad, sus males—; ya no se puede recordar siquiera porque se es otro,  se ha convertido en otro, distinto y distante del que fue en su origen:

La vida que no he podido recordar
descansa al final de esta hondonada
y se escabulle entre los riscos
junto al río y los cipreses viejos.
(p. 11)

Hay una nostalgia de la tierra y una esperanza de ser parte de ella nuevamente, pero la imposibilidad de volver a ese origen se levanta como un muro contra el cual se ha chocado ya demasiado, lo que deviene en derrota, en cansancio. Acá se abre, se distancia este libro de cualquier intento de hacer una lectura desde el larismo, por ejemplo. En Mantenimiento la nostalgia sólo produce monstruos, por decirles de alguna manera, y aunque se le idealiza a ratos como el lugar de remanso, es tan aguda la presencia de la derrota y el cansancio de lo cotidiano-urbano, que toda lectura del pasado acaba teñida por este cinismo en el cual el texto ha decidido guarecerse del chaparrón. Soy el vidrio de la ventana mojado por la lluvia, dice Jonas Mekas el 23 de agosto de 1949, todavía en Alemania, todavía íntimamente revestido de cinismo —en realidad el vidrio no se moja nunca, no es traspasado por el agua— para sobrellevar su desarraigo de desplazado por la guerra, de permanente añorador de su Lituania campesina, que permanece en él a pesar de sus impulsos permanentemente modernos y el infierno de la diáspora de postguerra. El mismo desarraigo, por lo demás, que lo llevaría a Nueva York algo después.

3. Pese a lo anterior, a la pesadez permanente de la pérdida de sentido en que parecemos estar navegando, Todavía una gota de lluvia/ puede representar mi sueño/ y agregar una pizca de sentido (p. 12). Es por esto, entre otras cosas, que al comienzo decía que quizás debiéramos volver más tarde sobre Antistenes y el cinismo clásico: aún hay una gota de lluvia de esperanza sita en la naturaleza, sino en una cierta concepción incluso de la virtud; aun cuando esta concepción sea sólo visible por oposición a la realidad, a la perversión asociada a una cierta realidad, principalmente urbana y mercantilizada.

4. Mantenimiento es un libro también de lenguaje a ratos oscuro, incluso hermético en ocasiones, de imágenes que parecen de gran densidad y dureza, pero que de pronto se vuelven inasibles, como si estuvieran en medio de una densa niebla y se nos escaparan cuando estamos a punto de aprehenderlas. Creo que es el propio origen el que está todo el rato a punto de desaparecer en este texto, como si estuviera a punto de ser borrado del disco duro del hablante, volviéndolo nebuloso, disgregándolo en esa niebla; e idealizándolo también, como una forma de construir una imagen firme, concreta, de ese pasado que se desintegra y que no nos deja recordarlo.

5. Por esto también Mantenimiento es un libro de muerte. Muerte de esa que se manifiesta como ausencia física, que queda como un agujero negro en el centro del pecho de los que quedamos; pero también esta muerte de la desaparición del origen, de la dispersión de los recuerdos en la nada. Y la propia muerte contenida en la añoranza, que es otra forma de muerte, quizás incluso peor, pues con los recuerdos no queda más que convivir, no se extinguen por más que comiencen a desintegrarse y recomponerse como idealizaciones; a fin de cuentas, son los recuerdos los torturantes, su presencia viva o su pérdida gradual. Nunca los muertos ni la muerte en sí.

La belleza de lo que queda tras la muerte
es un sembrado largo y ajeno,
donde juntos
aletean el cuervo y la mariposa.
(p. 13)

6. Tenemos entonces este polvo, que es cansancio, acumulándose sobre la experiencia; este cansancio de la derrota, de la nostalgia cínica sobre un pasado —un origen— que se asume ido, irrecuperable, y que ha dado paso a un estado de mantenimiento —aquí otra acepción— del statu quo que ha sido determinado por el desarraigo, por la decepción que atañe a ese desarraigo, a esa movilidad que fue física y geográfica en un momento, pero que deviene en espiritual, si se quiere, al convertir al que añora y al que nostalgia en un otro, al que le está vedado el ideal asociado al origen —idealizado él mismo a su vez— por la derrota de las expectativas, por el movimiento fallido tras el movimiento físico de un territorio a otro —territorio mental, estético, emocional­.

[...] donde la esperanza se hizo mierda
y dejó apenas la cáscara
de un hombrecillo temeroso.
Allí donde pretendimos ser algo.
(p. 18)

7. Este cansancio —esta derrota— se traslada también al lenguaje, al propio oficio: [...] y no se puede hablar de las cosas, / aunque la experiencia de las cosas / alargue su sombra a un costado de la cama. (p. 18).

8. Se transforma, también, en resignación ante el desfase entre lo esperado y lo hallado. Y la derrota está inflingida por la realidad, pero —volvemos— principalmente por un modo de vida, por un modo de construcción de esa realidad, que es urbana, industrial, mercantil, que llevan al que es a enfrentarse con el que fue, en una puesta en escena de la batalla que se perdió sobre el entarimado de la ciudad, que aparece —se me figura, más bien— seca, calurosa, muy cerca de la inclemencia:

Las casas rosadas no me gustan.
En La Palmilla hay unos blocks recién pintados.

El azul y el plomo de las automotoras
es hermoso hasta cierto punto.
Techo alto, piso exigente.

Yo limpié esos pisos
con sosiego y ansiedad al mismo tiempo.
Y el ansioso triunfaba siempre sobre el sosegado
y el sosegado perdía el rumbo,
pero aguardaba con paciencia
hasta volver sobre algo
que se pareciera un poco
a lo que antes venía haciendo.

[...]

En el estrecho polvorín de los contadores
paseaba el uno con sosiego,
mientras el otro calculaba los versos
para un concurso español de poesía.

[...]

Ya no somos el que buscaba sombra
a un costado de la motoniveladora.

Es extraño no entender el contraste.

9. Posiblemente la tensión en torno a la que se articula todo el libro esté contenida, o al menos esbozada, en ese texto ("Es extraño no poder entender el contraste"); porque esa es la tensión, al final, el esfuerzo por entender el contraste entre aquello que se fue y aquello en que se devino, y la extrañeza a la que da lugar esa transformación, que acaba por enajenarnos del origen.

10. Esta derrota no es otra cosa que una derrota autoinflingida, y en cierta medida inevitable, pues es el costo del rito de pasaje corrupto del cotidiano neoliberal; así, su pátina, —la del cansancio, la resignación, el abandono— acaba por teñir la mirada completa del mundo, incluso nuestras relaciones mínimas, basales, como en el poema "Parque":

Al padre lo han trabajado más que suficiente.
Quisiera evadir el compromiso,
pero su enano lo incrusta
en un tropel de zapatillas luminosas
que derrapan en las veredas laterales.

[...]

 Ahora el padre,
como un lento buey que avanzara
salivando por el barbecho, [...].
(p. 22)

11. O en el poema que da nombre al libro —o al revés—, "Mantenimiento", que en su sección XIII hace el que leo como un perfecto retrato de esa derrota general llevada al núcleo de la intimidad: Tu voz a ras de piso, esquivando las esquirlas del témpano que recordamos en cada aniversario (p. 32); imagen que podemos complementar con el final de "Puente colgante" —donde la soledad no es otra cosa que dos personas buscando felicidades distintas: Y cada uno mira su extremo / como la punta que anuda / en la versión correcta de la felicidad (p. 35). Estos textos, junto al poema "El amor, ruido y sedimento", hacen de Mantenimiento, también —y qué bueno, porque un libro debe ser muchas cosas sin dejar de ser un libro—, un libro de amor devenido en desamor. Hasta ahí caló la profundidad de la derrota, ahí también cayeron, víctimas del cansancio vital, los últimos espacios de cobijo, la retaguardia emocional que confiábamos mantener para enfrentar el invierno.

12. Y, sin embargo, queda de alguna manera la sensación de que estamos ante el cierre de un momento y el augurio de otro, que si bien no es posible esperar sea mejor —no lo permite el cinismo, e incluso la esperanza aparece un poco cansada acá; y es que, volviendo al principio, eso parece ser lo que este Mantenimiento busca por finalidad: un mantenimiento de sí mismo, una puesta al día de las cuentas pendientes, una mirada si no correctora, sí crítica del devenir propio, que se adivina como impulso para enfrentar de otro modo —aunque ya armado con las herramientas del desprendimiento cínico— lo que puede adivinarse en el futuro —otro constructo, claro. Un intento consciente, incluso desesperado quizás en cierta cuerda, por ajustar lo mejor posible los equipajes y las deudas, no como una forma de saldarlas ni dar por superadas tensiones y desajustes generados por esta realidad, que ya nos ha decepcionado y derrotado, modificando nuestro propio ethos en un grado no menor; sino ante todo como un ejercicio de sobrevida capaz de entender y asumir también la derrota como inevitable, pero no por ello causa de desfallecimiento ni abandono fatal, sino dato de la causa de un vida prestada —la nuestra— en un mundo que no es, en definitiva, el nuestro, y sobre el cual no ejercemos ni majestad ni dominio —el mundo del hípercapitalismo—, pero al que debemos hacer frente para poder construir, ahora sí, tal vez, una forma de vida que sea nuestra y en una dimensión que sea humana, incluso en sus derrotas, sus cansancios y sus desarraigos.




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1 comentario:

  1. Estima poeta, no se si me conosiste pero ando en busca de un buen amigo que podría ser tu hermano Ivan Valdebenito o bien como yo lo llamaba Pedro. Por otra parte si no te acuerdas de mi te acordaras que a mi a Jurgen nos hicites uno dibujos para un cuento.

    Espero que me envies algun dato para saber de el al mail: Mauricio_Bustos@hotmail.com

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