lunes, 6 de abril de 2015

LUIS DAVID PALACIOS [15.402] Poeta de México


Luis David Palacios 

(Los Mochis, Sinaloa, México 1983). Poeta, músico, ingeniero y profesor. Estudió Composición en música popular contemporánea, ingeniería electrónica y cursa actualmente la licenciatura en Letras hispánicas en la UNAM. Como ingeniero ha sido becario de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) y realizado estancias en centros de investigación como el (CINVESTAV). Como músico ha diseñado planes de estudio para licenciaturas, publicado varios libros de armonía e improvisación. Algunos de sus poemas se han publicado en diarios y revistas nacionales y aparece en una antología de poetas sinaloenses que se publica pronto. Radica en San Pedro Cholula donde realiza estudios de posgrado.



X

No hablo aquí de una tormenta,
ni de la boca fina con duraznos
que después de mi muerte dejará flores,
nenúfares de sal junto a mi cuerpo flotante.
No hablo aquí de una fuerza lánguida
cuyo rostro es de pequeños espejos,
de noches sobre noches
incrustadas, de aguas oscurecidas
cada vez más cercanas.

No hablo del fondo marino en sus ojos.
No hablo aquí de ella
ni de sus noches nunca vertidas en mis sábanas,
ni de sus bosques
largos y latentes.
No la nombro para no invocarla,
no la nombro y me pierdo en ella para no invocarla.




Alter ego

Que mi voz suba a los montes
y baje a la tierra y truene…
Miguel Hernández


Y que tus lágrimas exploten bajo tus párpados
sea sustancia astringente lo que fluya
que el residuo y la herida
se conviertan en sal
para libar tus carnes
Que por tus venas corra
un líquido amargo expandiéndose
que provoque dolor
al más ínfimo movimiento
Y que tu voz sea un eco audible sólo en sueños
que en cada paso olvides un recuerdo grato

Vuélvete cosa inútil
y que del error nunca
nunca en la vida aprendas





Apología del sueño

Para ustedes
escribo
Para que mi voz
resuene a través
de sus ojos
para decir que mi universo
tiene más que  paredes

Prefiero ver
el tránsito de las hormigas
antes después
      que el vacío de su boca

Para decir que es verdad
no soy alegre
cuando no lo soy
decir no entiendo esta ciudad
de ocres
mucho menos su lengua

Sí soy un loco
mi corazón se agita
con la sangre del sueño
en mi cara se enhebran dos eclipses totales
mis piernas
están ancladas al mar
la obscuridad y el agua

Para decir 
no vengan
a ofrecerme su mano
un consejo
porque yo sé
que no es más que nostalgia

y su mano
su mano
seguirá siendo sal
aún después de tomarla

Sí  ya  lo   sé      
soy un hombre solo
y hablo más con los muertos
o conmigo
que con ustedes
los otros
A ustedes
grito
y son  palabras            
de nadie
en un idioma antiguo:
Yo no busco el amor
porque sé temerle





Me verás en otro espejo

Me verás en otro espejo
cuando el día te conmueva.
Una duda cerrará tu lengua
donde se nombra la distancia.
No sabrás
si el recuerdo de la noche
marcó también tu corazón,
no podrás reconocerme.

En la bruma de un amanecer en tu cama,
cuando el silencio te envuelva
entre su sábana, pasarás a mi lado
y no podrás llamarme.

En la última úlcera de un corazón amoratado
espero a que un espasmo anuncie el final de esta convalecencia.






EL ESPEJO ES LA MEMORIA

Para Emma Valeria
en su tercer cumpleaños


I

Nos espera la columna del día
si la memoria lleva bajo el brazo
el resumen de un tiempo como este.

Qué lejos las palabras de la flor
cuando solo la sombra de nuestro vuelo queda en la escritura.
Yo creí que el amor era un pozo, que alguna tarde el agua,
entre extrañas preguntas, sus pájaros destierra.

Nadie imagina nunca librar a su memoria en otros ojos.


II

Aún no oscurece pero la luna brota de tu cara,
deja el vientre confuso de los árboles.

Yo escribo en el borde de tu sueño.


III

Cuánto de alegría quedará cuando el espejo esté en contra tuya
y alguien llame a la puerta en tus sentidos.

Aletean los cantos por encima del color de la tarde
y tu voz se confunde sobre el limpio cristal de la ventana.
Silenciosamente la casa explica bajo la timidez del olor a café
el resplandor del cómplice que hay en tu fantasía.

Acaso ser feliz es eso:
un recuerdo, un pájaro,
el morado imposible en tu vestido.





EL VIAJE

¿Qué ácidos caminos de papel
invocas para navegar la noche?
¿Qué amargo hilo une la palabra
a tu boca de bosque en que me hundo?
Con cuál niebla y qué playa
te alejarás de mí
si no hay playa ni niebla
con el silencio oscuro
que han visto tus labios en los míos.

Si te vistes de sombra para callar tu sombra
enmudece conmigo otra vez para siempre.
Seré ese espejo que te devuelva una voz
y no tu rostro para estar contigo.




POEMA EN ESPIRAL

Cuando apareces cobijada bajo una niebla indiferente,
cuando tu silueta se transforma en el más lejano piélago
y no queda más que un hueco donde anidan tus ojos,
es entonces cuando soy aire espeso para cualquier pluma.

Busqué
una paloma
con el afán de mitigar el fuego
quebrado
que soy;
busqué reconocerme en ti,
en alguien,
en algo,
para borrar la hartura de mis dedos
o hallar un muro que pueda contenerme.

Pero aún emigro y el desierto de la espera
me obliga a ponerme en pie bajo antifaces insostenibles.
Aún resisto la embestida de mi propia censura,
el teatro de mis gestos ante el blando sonido de tus pasos.

Siempre fuimos los únicos que veían la lluvia con asombro
sin que una urgencia los embriagara de abismo.

Derribaste los árboles sólo para tener una mirada clara,
repetimos el sonido de los pájaros para encontrar el significado del día,
del hambre, del amor y del miedo.
Aramos la junturas donde se esconden los labios
con una rapidez que nos despojó de nosotros.

Nada podemos decirle a la muerte sin dejar de temblar.
Naufragamos con sólo una leyenda
y creímos que el mar tenía raíces,
que la dicha era un árbol en nuestro patio.
Nos lanzamos hacia los acantilados de una nueva argamasa
esperando ver las playas delineadas en esa única sombra.
Me arrojé con un semblante atravesado por el aire,
calado por el agua hirviente en nuestra boca.
Amabas los labios cuando se movían por sí solos.
Si la bruma nocturna era nuestro espejo,
por qué continuamos cayendo hacia este espiral que nos carcome.
No hay un hato donde guarecerse,
donde evitar que el faro rasgue la piel del agua.

Te miro sentada y sigo estando solo.
Camino y giro y caigo.
Soy el derrumbe de la luz y la piedra,
el Cíclope que morirá ahogado y seguirá cayendo,
soy el agua fluyendo río abajo,
sin muelles.


Sales de la noche, de la brisa que baja de los árboles cuando amanezco,
de la miseria repitiendo la calle, del espacio que me duele.
Queda tu huella sobre el agua,
tu abrigo es el mar atardecido en donde espero encontrarte.

¿qué quilla puede resistir las piedras,
qué esquife puede atravesar las aguas?
Nada, nadie ha podido volver del mar sino flotando en él.
No sabíamos qué era el tiempo,
si era la única noche donde maduramos,
si era la única noche lograda,
crecida hasta convertirse en refugio,
si era el exilio para nuestros corazones
o la ola que nace solamente para morir.
No sabíamos qué era, ni entendimos que éramos su orilla.


Y tu boca se abre.
Y un socavado nudo de ríos
germina, nace, asciende.
Hay un grito de agua azul marino, una larga ausencia,
un tumulto de voces repetidas de repetidas voces repetidas.
Vibran los arcos de las cuerdas,
las redes sumergidas en el fondo;
tu cuerpo se entrelaza y arrastra lentamente un grito:
no estás sola.
Estoy solo.
Y surges entre selvas consumiéndose,
entre los gestos de un orgasmo intocable.
Todo es distancia.
Un gesto de perturbación se acusa siempre;
en tus mejillas brilla el agua de un océano contenido
cuya profundidad no ha encontrado medida
ni ha sido sometida al temple de otro cuerpo.
Veo el mar inundarte,
transformar tu rostro en una ventana,
oscurecer el deseo por una premonición
y huir con un gesto de sorpresa,
una palabra cotidiana.

Sólo basta que un objeto me diga haberte visto o se lo diga a otro o lo imagine,
para volver a caer sobre el pretil que separa la razón del sueño,
el sueño de la vigilia, la vigilia de miedo;
para que beba otra vez del vaso fracasado
y la cuerda que busca enhebrarse brille
y sea la única luz.


*

No hablo aquí de una tormenta,
ni de la boca fina con duraznos
que después de mi muerte dejará flores,
nenúfares de sal junto a mi cuerpo flotante.
No hablo aquí de una fuerza lánguida
cuyo rostro es de pequeños espejos,
de noches sobre noches incrustadas,
de oscurecidas aguas más cerca cada vez.
No hablo del fondo marino en sus ojos.
No hablo aquí de ella,
ni de sus noches nunca vertidas en mis sábanas,
ni de sus bosques largos y latentes.
No la nombro para no invocarla,
no la nombro
y me pierdo en ella para no invocarla.







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