viernes, 20 de junio de 2014

ALEJANDRO ANREUS [11.958]


Alejandro Anreus 

(La Habana, CUBA  1960) vino al exilio con su familia en 1970. Se crió en Elizabeth, New Jersey. Se doctoró en historia de arte de City University of New York en 1997. Es profesor de historia de arte y estudios latinoamericanos en William Paterson University. Ha estudiado poesía en los talleres de Philip Levine y con el fraile Miguel Loredo. Ha publicado sus poemas en Bilingual Review y en varios catalogos de arte. Tiene tres libros inéditos.



Los exiliados sueñan

¿Con qué?

Con la muerte del

Tirano o como
Olvidar su nombre.
Con devolver sus

Muertos
A la isla.

Con el fragmento

De un paisaje
Una voz

Un aroma.

Con volver a

Sentir la lluvia

Sobre la cara
En cualquier parte de

La Habana.







La poesía

La poesía cubana

Es un cocodrilo

Con los dientes

Afilados y salpicados

De sangre

Los ojos cerrados
                 (es soñoliento)

Y un zapato, tres

Dedos y un

Sombrero en la

Barriga.

La poesía cubana

Es un tiburón

Cansado que todavía

Muerde y arranca

Come de todo
                      (hasta mierda)

Y tiene una

Obstrucción en el

Intestino: un pedazo

De balsa
Con balsero.

La poesía cubana

Es un gallo de pelea

Que no es fino
                  (sus plumas ya no brillan)
Está tuerto y

Perdió las espuelas

De plata

Y todavía sueña

Con gallinas
Lindas.







Un hombre herido

Se sienta y
Escribe

Y lo que sale

Del lápiz (no tiene pluma)

No es grafito

Es sangre
Y esta escribe

La historia

La personal:

Amores

Traiciones y divorcios
El nacimiento

De un hijo

La muerte

De la madre

Y

El destierro

Lo que sale

Del lápiz no es grafito

Es sangre

Y esta escribe

La historia

De todos:

Vida

Hambre

Amor

Revolución y
Exilio
                    (no olvidemos la muerte, que es de todos)

Un hombre

Herido se sienta

Y

Escribe







A la memoria de Enrique Labrador Ruiz (1902-91),
extraordinario escritor de cartas.



Carta a Zbigniew Herbert

Querido Zbigniew: te escribo
al terminar el invierno
en New Jersey; todavía hay nieve
en las aceras, pero ya el patio
de casa se está llenando de gorriones
en la mañana
y una pareja de cardenales
se aparece al atardecer.

¿Que te puedo contar?
hace ya un par de años
que el Papa no es polaco (que desgracia)
y aquí, en los Estados Unidos de
América, tenemos un presidente
negro (sin duda una bendición),
pero ante todo quería comentarte
que no pasa un día
sin que yo no me acuerde de la primera vez
que leí un poema tuyo.

Era verano en Washington, D.C.
y corría el año 1979, tenía una amante
negra que leía a Borges.
Entré en una tienda de libros
viejos y en un estante descubrí
un libro tuyo.
Lo abrí a una página con el poema
“Cinco hombres”
que termina con estas palabras:
“y de nuevo/con la seriedad de un muerto/
ofrecerle al traicionado mundo/
una rosa.”

Me tembló
el corazón y comprendí:
frente a la nada: la poesía
contra el tirano: la poesía
cuestionando la historia: la poesía
a pesar de la muerte: la poesía
la poesía: clara y calida
como una mujer
desnuda entre las sabanas.







Carta a Julio Cortázar

Muy querido gran
Cronopio:
comienzo por decirte
que te perdono toda la mierda
que comiste
con la Revolución cubana.

No dejo de admirar
aquellas fotos que te tomó
Sara Facio en
París en 1967:
pareces un niño gigante,
afeitado, con cigarrillo
en boca, tu saco
de corduroy, tus
manos largas y limpias.
Creo que ese
eras tú, el verdadero
Julio, antes
de la barba guevarista, las
hormonas y las
amantes radicales.

Eres el maestro del cuento
que escribió: “El frío complica siempre las cosas, en verano se está
tan cerca del mundo, tan piel contra piel,”
eres el marido de Aurora Bernárdez,
eres el enamorado de Bechet y Parker,
eres el bonaerense nacido en
Bruselas que sabía bien que
en el arte
la única regla es romper
las reglas y echarnos
a reír.






Carta a Giorgio Morandi

Carissimo maestro:
El viejo prostíbulo ya
no está
detrás de la pequeña iglesia, los
comunistas siguen
en la alcaldía de tu Bologna – son honestos y
eficientes y nunca
fueron estalinistas como el viejo
Palmiro Togliatti.

Tú casa
hoy en día es un museo
donde los turistas del arte
moderno entran y
salen durante cinco días
de la semana.
Entran en trance, se vuelven
estupefactos frente a tus
botellitas, búcaros,
caracoles y jarros.

Por muy ignorantes
que sean, algo
intuitivo
les dice que están
frente a un
misterio: la hermosa y
silenciosa vida
de los objetos que nos
acompañan y continúan
después de nuestra
partida, ocupando
un espacio, empolvados
y recordándole
a alguien que ya
no estamos.






Carta a Celia Cruz 

Negra querida:
sé muy bien
que estas en el paraíso (no en el cielo)
rodeada de tus orishas
y tus santos y cantando,
sin duda Ciguaraya.
Sobra la cerveza, las masitas
de puerco y los frijoles.

Tu velorio
fue apoteósico: una cola de cuadras
en Miami para ver
tu cuerpo y saludarte.
En New York:
una misa con todos los hierros
y la presencia de
Willy y Johnny,
Rubén y Marc Anthony.
Hasta Patty Labelle, que es bautista,
Cantó el Ave María.

Para mí, desde siempre,
has sido
la voz
que explota del radio
de mi automóvil
y derrite las nieves
del invierno, sube
la temperatura a
80 grados y
sale el sol
de entre las nubes
grises.

Tu voz:
feroz y caliente,
profunda y
alegre,
la cual, aunque
sea temporalmente,
borra
las carreteras
sucias de New Jersey
y me devuelve
La Habana
iluminada.-








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