lunes, 21 de mayo de 2012

JULIO LLINÁS [6.895]


Julio Llinás (Santa Cruz) 

Nació en Buenos Aires en 1929. Su infancia transcurrió en Martínez, por entonces un paradisíaco suburbio a orillas del Río de la Plata. Pasó gran parte de su adolescencia en la llanura pampeana y las serranías cordobesas. Su obra poética se remonta a 1950 con Panta Rhei. 

Con Enrique Molina, Aldo Pellegrini, Francisco Madariaga y Carlos Latorre, fundó las revistas A Partir de Cero y Letra y Línea. En la década del cincuenta residió en Francia durante largo tiempo. 

De regreso en Buenos Aires, fundó la revista Boa, en 1958. En 1959 publicó La ciencia natural. En ese mismo año, junto con Alberto Girri y Raúl Gustavo Aguirre, fue convocado por el Instituto Di Tella para escoger a los poetas que completarían la antología Poesía Argentina. En 1964 se publicó su ensayo Clorindo Testa. Entre 1966 y 1986, Llinás se apartó de la vida literaria para dedicarse a la publicidad. Luego abandonó toda actividad y se consagró por entero a la literatura. Sus obras, que han sido traducidas a diversos idiomas, son: Panta Rhei (1950), La ciencia natural (1959), Clorindo Testa (1962), De eso no se habla (1993), Fiat Lux (1994), Inocente (1995), El esperador (1996), La ciencia natural II (1996), El fervoroso idiota (1999), Sombrero de perro (1999), Crepúsculo en América (2000), Circus (2000), La kermesse celeste (2001), Antología poética 1950-2002, Sonrisa de gato (2003), Desnudos pintados (2004) y Cuentos para grandes y chicos (2005).




La alondra
             
      El niño rompe sus juguetes
      en busca de la alondra.
      la oveja con ruedas,
      el caballo de lechero,
      el oso negro de la tía Blanca,
      el tíovivo con música,
      la locomotora alemana
      y hasta el fonógrafo infantil
      con aquella marcha espantosa
      norteamericana.
      Lo rompes todo,
      le dice su padre.
      Todo lo rompes,
      le dice su madre.
      Busco la alondra,
      dice el niño.
      Y, claro está, pasa el tiempo.
      Y el niño, que ya está crecido,
      busca la alondra en los campos,
      en las bestias, en los libros,
      en las mujeres.
      Y todo lo destruye
      en busca de la alondra.
      Se ha convertido
      en un hombre rodeado
      de juguetes rotos,
      de libros inútiles,
      de mujeres destrozadas.
      Hasta que llega el momento
      en que se hace viejo
      y camina por las calles,
      distraídamente,
      buscando siempre la alondra.
      Pero una tarde, empuña
      su bello Colt 38
      y se pega un tiro.
      Entonces,
      de su cabeza ensangrentada
      sale volando la alondra.
      Es lástima que no haya
      nadie para verlo.
     
     

Cholo vallejo
             
Si el mundo fuera cuerdo,
      si lo fuera –digo, es un decir-
      acaso yo sabría, después de tantos años,
      de tantos accidentes, catástrofes, combates,
      humillaciones, navajazos, intoxicaciones,
      pánicos, muertes, esperanzas,
     caídas de caballos, de dientes, de cabellos,
      y esa legión de oscuridades,
      si el mundo fuera, entonces, cuerdo,
      -digo, es un decir-
      tal vez acaso yo sabría
      por qué me ha condenado la letra
      en que nació la pena
      a estar aquí de pie, a solas con la vida.
     
       


Rencores
             
      País,
      ¿quién es feroz
      sino tu niño acurrucado
      en la pureza del desierto?
      País, ¿quién ha quemado
      tu carne de luz negra,
      quién es el príncipe en tu fiesta
      de rencores podridos por el sol?
      Yegua sagrada
      de los grandes vientos,
      sé bondadosa y terrible,
      ¡oh roja! ¡oh despedázanos
      y sangra
      como una fuente de inocencia
      a cada lado de un pueblo
      y su miseria.

       

Sombrero de perro
             
      No hemos tenido suerte,
      amigo mío,
      aunque haya quienes digan
      que siempre la tuvimos.
      Cuando miramos hacia atrás
      y recordamos las calles
      de ese París que se ha ido
      con nosotros,
      no sabemos ya qué hemos tenido,
      no sabemos siquiera
      si hemos tenido alguna cosa
      o si todo ha sido solamente
      nuestro disfraz de saltimbanqui,
      nuestro sombrero de perro
      y nuestras ganas de vivir.
      Algo sabemos sin embargo
      de los fulgores del mundo:
      no nos va bien la bufanda
      de seda pelirroja
      de los directores de asuntos,
      no nos convienen
      los parajes idílicos,
      las mansiones augustas,
      las torpes limosinas.
      No estamos ya para esa farsa,
      viejo perro.
      Hemos querido cantar
      y sólo hemos gritado.
      (¡Cuánto mejor hubiera sido
      ser un oso que baila!)
      Hemos enfrentado a Dios
      y él ha escapado
      brincando por los bosques.
      Hemos querido mostrarnos
      y nadie nos ha visto.
      Hemos querido ser grandes
      y sólo fuimos los mismos,
      los de siempre.
      Acaso hayamos tenido,
      únicamente,
      la delicada suerte
      de no haber sido nadie
      ni nada.




Festejo
             
      Señora de alta pluma,
      la noble Tierra se ha secado
      bajo el orín de tus preciosas amenazas.
      Mi terror es verte en los paisajes,
      sobre un caballo afeminado,
      desdichada y gloriosa
      como una lengua herida.
      Soplando un hálito de sangre
      en las jornadas de gran paz,
      sobre las hondas plantaciones.
      Un día el viento
      destruirá tu tribu,
      tus dioses, tus orgullos.
      Su coz de aceite virgen
      en las márgenes humanas.
      Tu piel será un festejo
      majestuoso.
      Yen el comercio
      De una antigua infancia,
      todas las hordas
      estarán presentes.
      Mi corrupción hara la gloria
      de esa gran mañana.




No llores, américa...
             
No llores, América
No llores, América, no llores
por la sangre vertida en las
esquinas
del Sur, no llores por los hijos
de tus mercenarios, no llores
por tus bombas, tus cohetes,
tu napalm,
tus viajes a la luna, tus calles
de navaja,
tus dólares amargos, tus negros
de precinto
con sus bastones relucientes como
krugers
golpeando a sus hermanos de
algodón,
no llores por los amos de Wall
Street,
su polvo del mejor, sus trajes bien
cortados,
sus tiradores de pelo de gacela,
no llores América, no llores,
tu atronadora voz es la más bella
entre los tules del sol,
no llores, dueña del mundo,
amada América, no llores,
irás al cielo cuando mueras,
tienes los ojos azules como Dios.





Donde yo estoy
             
      Los ojos blancos,
      la piel paralizante:
      me buscaréis en vano
      entre mis bestias.
      Mi roja música
      ha triunfado.
      (Ah la frenética infancia
      junto al médano
      y la esmeralda polar,
      surcando nuestra casa).
      Me encotraréis
      en lo más hondo del bosque,
      temblando al grito de la lava,
      sirviendo a un mágico idiota.

       

Raíces
             
      El hombre que habla
      y devora sus palabras,
      teje una fábula en su Tierra.
      Y el aire invade
      los verbos de su raza.
      Así cayó esta zarpa
      en mi inocencia.
      Así creció mi orgullo
      en este mundo.


      


Delicias
             
Escapaba hacia los grandes templos,
      catedrales del Gin,
      santuarios del comercio la política,
      puentes y cárceles, delicias.
      Y el astillero sagrado
      de la Ciencia.
      Abandonaba
      algunas plantas amistosas
      y una morada invisible.
      Amaba el brillo de esas fieras
      que se descubren en el canto
      y que son dueñas de la guerra.
      Caía,
      como los reyes en el trópico
      en un tornado indescriptible.

       



CADA MAÑANA

Cada mañana 
camino 
quince cuadras 
hasta el Café 
de la Gloria 
en el que nadie 
me aguarda.

Y quince cuadras 
de vuelta, 
hasta mi vieja 
casa 
de San telmo.

El gallo canta 
a mediodía 
alrededor 
del novecientos 
de la calle Piedras.

¡Mi Dios!, 
me digo, 
igual que cuando 
había 
un planeta con vida 
en mi cabeza 
y la fragancia 
de la hierba 
recién segada 
se apoderaba 
de mis sueños, 
como esos 
bálsamos de Oriente 
que hacen bailar 
a las musas 
entre árboles 
de carne. 
Acaso nada 
importe más 
que la belleza 
que mana 
de una pluma, 
pienso. 

Mi amiga 
Guillermina, 
que conoce 
el arte 
de no pensar 
en nada, 
afirma 
que el pasado 
no existe.

Yo opino 
en cambio 
que sólo existe 
el pasado.

Nos 
llevaríamos 
mejor 
de no ser 
por eso.

De “La kermesse celeste”, 2001


NAVE

Entro en mi cama 
como en una nave 
sin capitán 
ni marineros.

Mi error es grande 
y se comprende: 
en cuanto empiezo 
a navegar 
avanza la tormenta.

La nave cobra vida 
y me castiga 
con golpes 
de recuerdos 
y falsos caballeros 
de rostro 
abominable.

El verdadero peligro 
es despertar 
entre ellos 
y hallarlos 
verdaderos.

De “Sonrisa de gato”, 2002


En “De las aves que vuelan”. Antología personal (1950-2007), 
con prólogo de Rodolfo Alonso. Editorial Argonauta, 2008.








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