martes, 11 de noviembre de 2014

NICOLÁS CÓCARO [13.972] Poeta de Argentina



Nicolás Mercedes Cócaro 

Buenos Aires, Argentina (1926-1994)

Nicolás Cócaro nació un 14 de junio de 1926 en Mercedes, provincia de Buenos Aires. Lo conocí por 1991 recién vuelta a Buenos Aires, cuando le acerqué tímidamente mi primer libro la plaquette Encuentro, al diario La Nación donde trabajaba. Fue muy generoso conmigo, amó mi poesía, presentó el libro, luego presentó Collar de los Abalorios también, se lo entregó a Eduardo Gudiño Kieffer quién escribió una hermosa crítica en La Nación, me presentó en un evento importante como prometedora joven poeta y me invitó a participar en la investigación y escritura del libro El joven Cortázar, ensayos sobre cartas del autor.
Lamentablemente murió en 1994, ya teníamos una amistad, hecha de pocas palabras y profunda poesía. Murió el 23 de octubre de 1994, en Buenos Aires.

(Por Cecilia Noriega)

Obra esencial

Las manos sobre la tierra (1945). De cara al viento (1943). En tu aire (1956). Balada de la ballena azul (1992)





(El paisano
en un día claro con sabor a siembra,
arrastraba su sombra por el campo).

Entonces giraba la mirada
y miles de novillos en el llano
levantaban su mugido hacia el espacio
como esperando el eco de su grito,
como aguardando un toro
que corriera como un fuego por el aire;
acaso,
aguardaban en los alfalfares de noviembre
el prodigio de una hacienda
arreada por paisanos
por el andamio de la Vía Láctea.

Medía quilajes mientras en sus labios se quemaba
la ansiedad del cigarrillo,
que era como tragarse los ardores
del pecho en una bocanada de humo.
Levantados los cuerpos
podía rozar entre los avenales
la cabeza de la hacienda.
Podía galopar entre poblados verdosos
y montes de álamos y acacias
oyendo el canto de las leñateras
en los saúcos.

Un aire de voz nueva lo guiaba
arreando los novillos,
aquerenciado,
entre cantos de monteras
y silbidos de perdices en huída,
con su mirada vuelta hacia las tropas,
acariciando novilladas
de su pampa, de su tierra,
de su tierra ganadera.






A UN EXTRAÑO ANIMAL ENTRE GLACIARES

Miro tus huesos
alhajados por el frío eterno.

Nada permanece. Todo pasa.
Sin embargo, un dios misericordioso
Teje las raíces del cosmos
sobre tus despojos antiguos,
evadiéndolos 
-siglos entre hilos-
de la constante nada.

Nadie sabrá tu nombre,
pero en el fondo de la caverna antártica
tus patas membranosas,
que pisaron la tierra más allá
del diluvio,
guerrean con el tiempo
y reviven las huellas en la espuma
del mar,
cuando tu colmillo
reclamaba la humedecida
sombra de los enemigos.

Ahora, sentimos que el tiempo
no transcurre.
Nosotros —el hombre- vamos
hacia ese instante
polar de tu infinito.

Somos los que, a veces,
gritamos,
como los lobos en las aguas
o como las ballenas,
para indignar
a los que duermen
desde los días aurorales de la tierra.

Ahora ya no eres eterno, Te hemos visto.
La mano del hombre desintegra tu imagen
y te evade
de la sosegada muerte entre los hielos.

El mar sacude con su lengua de agua
las entrañas venosas de los témpanos.
Ya no volveré nunca, aunque regrese,
a este mismo paisaje que te guarda.

Sólo tú, animal extraño, permaneces.

(“Donde la patria es un largo glaciar”)






A UNA AZUCENA

Pena escondida, pena de azucena,
siento pureza y en su forma siento
viento celeste, celestial y viento;
vena de savia vegetal, su vena.

Plena de vida, su campana plena,
presiento el cielo y su latir presiento.
Momento santo, dulce del momento,
llena tus fuentes en mis besos, llena.

Pura, ella sabe que es la flor más pura.
Todo es estrella por la sed de todo;
ternura quiere sin cesar, ternura.

Pide en su copa, clamorosa pide,
modo impalpable de querer su modo,
mide su sed, en la de Dios la mide.

("De cara al viento")






ALABANZA DEL DIENTE

Rápido tritura,
abre la piel, rompe
el último contacto
con el cosmos,
la sombra del cuerpo,
el centro del pan,
la caliente latitud
de la sopa.

Y si descansa,
se afila en la ilusión
de un seno,
en el durazno,
en el acabado goce
de una espalda,
en el amor.

A veces, prisionero,
se escuda en el silencio húmedo
o sale hacia el aire
o la luz,
pero nunca abandona
su escudo
de labios y sonidos. La lengua siempre
-ese cosmos de dolor,
de la gula, del placer-
pasea por sus altas
y puntiagudas cúpulas.

Todavía su brillo
oculta la sed
de su latido profundo.

Relámpago,
-también su plenitud decrece-
fugaz igual al relámpago
ilumina la boca, la cara,
hasta conquistar
el trámite diario,
la disculpa en la calle
o tal vez la ternura
en la boca alabada
del cuerpo.

Todo caerá, sin duda,
hasta la juventud,
pero el placer de morder
le pertenece.





BALADA PARA EL DÍA FINAL

La madrugada enciende
el mugir de los novillos,
ah, nosotros estamos
perdidos en torbellinos de paisajes.
El hombre se queda inclinado
sobre su sombra,
en ese instante en que no se piensa en nada.

Hoy no tienen valor las palabras,
solamente discurren para nombrar el mundo
que vive en nuestra sangre.

Ah, viejos perales
como una vía láctea de recuerdos
plantada por la abuela;
y el lento crecer de los nietos,
entre sus faldas, junto a las ovejas.
Historias de sueños y de anunciaciones,
alguna profecía de algún pariente muerto.

(Un niño camina, descalzo,
al rayo del sol, por la tierra).

Interroga las hojas y el vuelo de los pájaros,
pregunta por Dios y por el trueno
y adentro muy hondo ha creado el paisaje.

Estamos en la tierra
igual a la vida de un sueño.
Ignoramos el paso 
de la sangre que muere;
nos perdemos como una magnolia
en la tarde fresca.
Si todo recuerdo es olvido
lo nuestro se agranda en silencio.

Quedarán estas casas sobre la tierra,
seguirá el trueno arriba
seguro en el alto misterio,
vendrán las ovejas el último día
para entonar su balada.
Estarán con nosotros
aquellos que se fueron,
y la vida nos parecerá
un caballo blanco 
que descansa después de un galope.
Y ya no preguntaremos
por las otras vidas.

En silencio, la tarde
borrará nuestra sombra.





CAMPANA TRANSPARENTE

Muchas veces, pero muchas veces, hemos visto,
todos somos testigos en la tierra de innumerables ruidos,
a una mosca atrapada en una campana de cristal.
Tal vez no hay angustia parecida
a la del prisionero.
Tiene comida, tiene un espacio claro,
pero cuando intenta ir más alto,
desprenderse,
las paredes transparentes y herméticas
se oponen a sus alas,
y cae.
También el hombre en el cosmos intenta evadirse,
salir de su órbita terrestre,
pero su aventura ruinosa
le hace sentir la inutilidad de huir.
Desde la ventana de su casa
también conoce el mundo.
Como la mosca prisionera, el hombre
debe cumplir su condena
bajo una inmensa campana de vidrio. 
Y nunca puede alcanzar su libertad total.





CANCIÓN PARA UNAS PALOMAS MONTERAS

En el ardor de la siesta,
cuando el cielo transparenta su piel,
el murmullo del viento entre las hojas
adormece las monteras.

Alguien sueña a un costado del camino
y vuelan mariposas por su rostro.

Es una voz de pampas y de juncos
en la garganta montera.

¡Alegría de pinos y de álamos!
¡Alegría despierta de los montes!





CANTO A LAS GANADERÍAS PROVINCIALES 1

Se alza el toro
entre las altas quínoas de la pampa
y mira, con sus ojos de aguada transparente,
el verde y con el azul,
y el pato silvestre,
y el hombre que cuenta cada día
su edad en cada línea de la mano,
su edad en la creciente novillada.

Era un junco horizontal
desleído hacia el Atlántico,
una llanura libre
con un cuerno de antiguas soledades;
pero la tarde comenzó a morirse
con un arrullo de paloma,
con una martineta entre las manos,
con un relincho de furiosos potros.

La noche se cerraba
entre matas de espinas y biznagas,
y las nutrias
se dejaban llevar por la creciente,
girando el miedo de sus ojos
más nocturnos que nunca hacia la luna.

1 Este poema fue traducido al alemán y publicado, por la doctora Ilse Brugger, en la revista Sudamérica, con un estudio sobre la obra del autor.





CUANDO CAVAN LOS PICOS

El pico cava en la frente
del mundo,
y en el pensamiento
del hombre,
y en la sed de los tigres
y en el hambre
de los tigres.
El pico rompe las montañas
de la niebla,
como un trago de vino
sacude la angustia
del ebrio.

Pero, cuando los hombres 
cavan
tocan la sangre, la luz,
y el color
hasta el grito.

Ahora el pico está cavando
como un dios
en mi corazón.






DESDE UNA VENTANA

Ni una golondrina
puede
tocar mi sed.

Amanezco 
en le pavor incierto de los días
y cuento los dedos
para
interrogar al destino.

La tierra
termina
en cuatro esquinas.

Sin embargo
desde una ventana
veo el mundo,
y pasan los hombres
hasta comerse el día,
seguidos de la muerte
sonriente.






EL DOMADOR Y EL LEÓN CAUTIVO

Domador de la luz entre malezas de sombras
siempre dispuesto a someter a los libres,
entre barrotes paralelos, yacentes en un sueño,
y a través de las amanecidas luces surge
la cabeza del león.
Su rugido apenas traspasa los días,
olvidado de la raíz caliente de la selva
-edificio mudable, resentimiento del vencido-
y el hombre se acerca y esgrime el odio
de su oculta furia
en un repetido relámpago sobre el cuerpo.
Entonces gira, alta la cabeza, y mira.
Delirio del ojo, tornasolado esplendor,
ruge afilado cosmos, único sol, verso de fuego.
Generaciones perdurables impulsan su garra,
prepara el zarpazo, abre las fauces
y se vuelve súbitamente ante el domador,
y se arrodilla.
las voces oscuras gritan en el circo espiritual
con una garganta unánime.
En el silencio estoy solo para injuriarte, poesía.
Quiero indignarte con el poema nuevo, romper el 
cautiverio,
Los versos polvorientos.
León sometido, sometido por la seca palabra
y el látigo rítmico.
¡Salta breve luz, oro, libertad, sentimiento! León, sol caído, sangrando lástima, sin patria.







EL OJO

Si no hubiera un ojo en el paisaje, un ojo
que el hombre alberga,
no tendría conciencia de la existencia del árbol,
su corazón caería entre las nieblas 
-andar, tropezar, caer-,
y sentiría cómo la lluvia se desliza por su cara
pero no sabría de la altivez del sol,
de los altos colores del arco iris,
y de ese mundo de la incierta noche estrellada,
si el ojo del hombre estuviera ciego, inexistente,
qué podría guiarlo en el laberinto del cosmos,
en este mundo pequeño,
a veces ilusorio.
El hombre no tendría noción de la luz en las tinieblas
de una calle infinita.
Por eso todos los días, como un penitente agradecido,
recorro la ilusión de los ojos,
y agradezco poder mirar y ver el mundo.






EN ESTA ESQUINA

Cuando la luz se esconde, cuando brota
el paciente trabajo del hornero,
cuando el hombre se siente prisionero
de la sombra sin luz, quebrada y rota.

Cuando se aparta de la voz la nota
y el labio menudea en avispero,
cuando todo el deseo es fuego, pero
fuego en el alma y en la luz remota.

Cuando miro tu pierna y tu pollera
toda la luz en cosmos se avecina
en cosmos y en paloma mensajera,

porque no puedo más con mi tristeza
porque todo mi mundo es una esquina
donde tiendo la mano a tu belleza.






EN VOZ BAJA, EN SILENCIO

Recuerdas nuestra casa, padre mío,
su alegría,
las hojas de los plátanos verdosos
pujantes en nosotros; la tristeza;
alguna muerte pobre de parientes.
Recuerdas las historias siempre vivas
en la sangre,
los momentos que juntos nos hallaban
en siestas provinciales;
recuerdas
aquellas madrugadas siempre frescas
debajo de las parras.
Recuerdas, padre mío,
las tardes enlutadas de las quintas
y las otras entre perros cazadores
en aquellas llanuras indomables
con tropillas y relinchos
y novillos de calientes rebeliones.
Te acuerdas, padre mío, del silencio
que entraba en nuestra casa
en el humo carbón de la tristeza
por la ausencia de la abuela
ya eterna y en su gloria.
Ahora, padre mío, tu retorno
lucha con la fe, con la verdad, con la hora en que se abracen
el tronco joven que lo espera todo
y el tronco que deja su martirio.
Ahora cada tarde
por las calles esta sombra
tiende la mirada
hacia todos los trajes que se acercan
como el perro que aguardaba
el seguro retorno en el umbral.






FLORIDA

No sé, cuando camino por Florida
-gorrión y poco cielo y sol sureño-
me detengo asombrado, miro un sueño,
pues cruza una mujer, cruza la vida.

Lujoso caminar, la presentida
muchacha que persigue algún porteño,
todo florece en la ciudad sin dueño,
pero en la calle del país, Florida.

Y cuando un día el corazón me estalle
como una golondrina se irá loco
detrás de un talle por la larga calle,

por ese río de admirar, profundo,
vidriera de aire que persigo y toco
por Florida, mi calle de este mundo.

(“Las esquinas del mundo”)







HASTA UNA CUCHARA

Hasta una cuchara
por donde
el agua
se escurre
recuerda tu presencia.

A veces,
un modo de decir “hola”
cuando atiendes
el teléfono,
o, espera un momento,
tengo frío.

Acaso
esa manera tan suya
de apoyarte 
en mi hombro 
a la salida del cine,
o echarte la melena
hacia atrás 
cuando te despeina
el viento.

Hasta una cuchara
puede
despertar el universo
de tu amor.





LA ESPALDA

El amor.
La espalda.
Mundo de suaves
praderas, tu espalda.
Por ella anda mi boca
de vuelo.
En el suave movimiento
de tu espalda oscura,
la curva del sueño
me lleva hacia el abismo
de la cintura.
En tu espalda
el árbol vivo
del cuerpo se sostiene
grácil, en caída,
en altiva forma.
Espalda, besos, manantial
de un amor inalcanzable.
La boca despierta,
la sinuosidad del mundo.
Tus ojos no pueden verla.
Su belleza te llega a veces
y un reflejo te ata.
Yo puedo verla, admirarla,
recorrerla con mis manos,
con mi boca. La espalda desnuda,
rosa joven de un rosal fresco.

(“El tigre salta hacia la luz”)





LEONARDO 
O EL VENDEDOR DE PÁJAROS

Cada tarde vuelve la paloma
que vendieron en un mercado azul, ocre,
negro de desdicha.
Cada día vuelve el picaflor
que murió, como un diamante rojo,
azul, exaltado,
entre las manos
del hombre.

Sin embargo, vendedores de pájaros,
iré por los mercados del mundo,
hilvanaré monedas de aire,
pintaré pájaros ocres, heridos,
exaltados,
(que se perderán irremediablemente)
y con esas monedas viles
compararé pájaros y los soltaré
en el mercado ante la risa de la muchedumbre.

¡Nunca he visto a la libertad de rodillas!

¿Mi nombre? No le dirá nada a los siglos.
Me recordarán por una sonrisa enigmática,
herida, descorazonadora en un cuadro.





LLEVA TODO EN TU MEMORIA PERFUMADA

Aunque sabía que era ilusorio
quería seguir mirando el mundo, porque era
el elegido aquél que ahora
se desplazaba morosamente mirándolo.
A los otros no les importaba esta realidad
porque se engañaban entre los espejos del vino,
o le servían cortésmente a las tardes,
a los relojes de los edificios,
a las dudosas y exactas computadoras.
Nosotros, -vos y yo- quisimos sentarnos
alguna vez sobre el pasto mojado,
y desde allí mirar el sol, el río ancho y barroso
como una lámina de cobre encrespada,
para que la humanidad no perdiera su patria del 
poema,
para que salvara en la memoria un poco de luz,
un racimo de luz rota,
que vos y yo resguardaríamos en las catacumbas,
cuando llegara el día, el último día
de los hijos de los relojes y de las computadoras.

Lleva, lleva toda la poesía que puedas en tu corazón
perfumado.






LOS CARANCHOS DEL DESPOJO
“Nolli me tangere”

Estaban allí, esperando, con el pico abierto,
detenidos, aferrados a las ramas peladas
de un pino seco;
conocía su voracidad, su simulado impulso,
por eso miré sus viejas y temblorosas garras,
sus infiltrados ojos de ebrios,
entonces supe
que el hombre despoja al amigo, al hijo, y traiciona
electrizado por el resentimiento
y se aferra a la carroña terrestre,
como estos caranchos, como estos caranchos
del pino seco,
con ese temblor de robadores de sol,
aferrados al relámpago, con boca desdentada,
todavía unidos a la existencia
por la rapiña de la casa y el pino.
Pasé junto a ellos. Miraron con la fiebre
de los poseídos, se mordieron sangre adentro,
pero yo estaba lejos,
andaba soñando con los caminos ociosos
de la poesía, siempre.

Por eso, amigo, no pudieron tocarme.




LOS SOLITARIOS LLAMADORES
DE LA CIUDAD

Si me preguntaran qué persiste en mí de esta ciudad
perdida a orillas del río Uruguay
debo decir que sólo recuerdo sus silencios llamadores,
una mano tenue, de hierro, aferrada a la madera
que no tiene memoria.
En esta ciudad, tocada de frescura por un río,
la gente sonríe, sabe que es más duradero el sentimiento
que el hombre desdeñoso e intelectual.
Por eso, cuando la brisa recorre las tardes
frescas, el sonido de la luz
-silban verdemente los pinos-,
salgo a caminar, acaricio los llamadores, pienso
en el hombre,
miro el río acostado junto a la costa oscura,
y entonces una mano, como un llamador seguro, cubre
el sueño de los zaguanes solitarios.






NOCHE DE TORMENTA

En la noche la tormenta
invade el mundo.
Hiere los ojos
con serpenteantes relámpagos.
Agujerea la noche
sin luz
y una sombra del fuego
eterno
sacude la pobre vivienda
humana.
Voy a mirar 
este mar de la oscuridad
para prevenirme
de tanta ruina.
Voy a cerrar los ojos
y evocar el naufragio
del ser
ante tanta ruina.
En el tiempo, que amaina
su furia, el amor
es un río corriendo,
caudaloso.

¡Alegría! Por fin tus ojos.
¡A mirar, a mirar la luz humana!






PARA UNA PERDIZ DERRIBADA

En el rastrojo quemado
se confunde con las cañas.

Caída. Los troncos secos
se aprietan en sus arterias.

Su silbido se sostiene
¡todavía! ¡entre las hojas!

Queda en el aire su vuelo
de flecha, de ala, de pluma.

Muy cerca de los arroyos
hay ansias que se demoran.

Buscará los totorales
o el eco de algún cencerro.

Dónde caerá de remonte
cuando se aquiete su sombra.

Ella que fue tan esquiva
se está durmiendo en el aire,

en el aire y en la tierra,
caída, sin sombra, sola.






POR ESTE ASCENSOR

Tantas veces apoyados en el vacío,
este ascensor
nos llevaba a los sueños,
tantas veces,
como golondrinas recién despiertas,
pero tu mano
ha sido menos constante,
más huidiza
que el sueño.
Sin embargo,
vuelvo a subir solo, con tu sombra,
y a mi alrededor está el vacío,
por un ascensor
que no tiene límites,
mientras arriba,
cuando una puerta se abre
nos espera, sentada,
desfalleciente,
la nostalgia.




PROVINCIA DE LA MEMORIA

I

Lima las palabras
en oro mi pensamiento.

Llueve sobre los tapiales de glicinas
la alegría del verano.
(Encuentro mi pureza
en el corazón de una sandía).

II

Soy el mismo que cantaba
entre las ramas de los álamos;
soy el mismo salvaje
que despertaba con el canto de los gallos.

III

Aún resuena el martillo
del herrero mudo;
aún se queja la vieja pordiosera
en la puerta de la iglesia,
y el niño temeroso
que dijo una mentira
al pasar por la capilla
imagina en su espalda la joroba.

IV 

Lima las palabras
en oro mi pensamiento.

En la mesa de los boliches últimos
alguien dibuja con el vino
campamentos de Covunco 
y marchas de soldados montañeses
sobre las nieves de los Andes.

Vuelve a pasar
el mismo hindú con turbante,
“el indio de la vía”
con su bolsa al hombro
en un atardecer de tormenta.

Todavía 
Santana recuerda su visión
en una tarde de lluvia:
el diablo a caballo de una nube.

Aún escucho aquellas voces
que evocan moscardones
con malos presagios,
y las manos
dan vuelta una alpargata
para que no lloren los perros
y cesen los granizos.

V

Aún me quedo pensando
si existe la verdad, si existe la belleza,
si vale la pena tanto sacrificio,
aún me quedo pensando
en mi abuelo guerrillero
en el norte de África,
en sus ojos azules,
en sus evocaciones del Mediterráneo:
las sirenas con sinuosidades de olas,
y los camellos sobre el arenal
en marchas que duran hasta la muerte.

VI

Vuelvo a las horas
donde la memoria
crea una visión de nubes,
como una vida imaginada
en una niñez de asombro. Lima las palabras
en oro mi pensamiento.

(“Clarinada de sol”)




REBELDÍA

En el afán de vivir
todo sueño se apaga,
sin embargo en la tarde perezosa
crece el amor del hombre.

Puedo imaginarme
la condición de héroe:
¿quién comparte la angustia
del caído?,
¿la humillación de los sepultados?

Puede darse el sueño,
cuando se ha vivido
la intensidad de la idea.

Tal vez crezca el mundo
al amparo
de una primavera cósmica.






SEQUÍA EN EL HOMBRE

Hueso pelado y seco del ser,
muerta suntuosidad
de la especie,
hombre caído,
Dios
sin creyentes,
nada.





SIEMPRE MÁS ALTO

Como una higuera oscura con hojas mojadas
la ilusión se ilumina en una llanura de pastos secos,
y los gorriones picotean los higos que están más altos
donde la mano del inseguro campesino no alcanza a
arrancarlos,
pero esta tierra, seca, agrietada, explosiva, sin almario
-sus hombres desvelan las noches aceradas-
es indómita y crece en un largo latido,
mujer inquieta, voluble,
aunque fiel a sus raíces y al caudal de su sangre.
El cielo abierto, como si pudiéramos caminar y tocar
el horizonte,
fatiga el paso del viajero arrepentido,
cuando en la oscuridad de la llanura de innumerables
ojos
la lechuza despierta, garganta de la noche, grazna
y anuncia la luz nueva, el sol prolijo, el viento, el
aguacero,
el verano de la patria joven,
la asombrada higuera del mundo en rebelión.






SÓLO EL ALMA

Nunca pude saber que me aguardaba
una vida tan llena de pesares,
yo creía en un cielo de olivares
y en la verdad de todo lo que amaba.

Todo creía, todo, y todo daba
sin saber que en el agua de los mares
las sales pervertidas son pesares
que corroen el rostro que se lava.

¿Qué diré del presente, de la vida?
¿A quién he de llamar cuando me muera?
Oh, ¿quién ha de llorar en mi partida?

Un agudo dolor ciega mi suerte:
todo es vano, también la primavera,
sólo el alma se salva de la muerte.






SONETO

Triste de cielo por los bosques iba
con un ciervo en los ojos, ciervo herido,
con lunas ignoradas, decidido
a escuchar el azul del más arriba.

Su corazón de nieve, flecha esquiva,
piedra se siente, piedra del olvido,
nostalgia de sufrir y de haber sido
fuego perenne con su sangre viva.

¿Qué desazón? ¿Qué luz en el regreso?
Su corazón, el musgo de una piedra
y en la memoria algún candor, un beso.

¿Qué más ahora, oh sombra recordada?
Espina sobre espina y en la hiedra
seca la piel, hoja caída, nada.






TIRESIAS O EL MURCIÉLAGO
(Vermicular)

A veces, en la noches,
-vos lo has visto-
revolotea, oscuro, reluciente,
con latido de vidrio fatal,
envuelto en bronceador enlutado,
entre las hojas limpias de las palmeras,
o abre las alas
y chirría a nuestro alrededor,
para fascinarnos, ocultándose
para beber el aire que respiramos,
porque en su oscuridad humillante,
sin creación,
con inconexas palabras oscuras,
con placeres y agonías solitarias,
todo es fingido.

Mimético, nocturno,
carbónico, queresa de chuant-zú, hábil oficiante en la noche,
se desplaza,
bebe en los charcos sin colores
sus balbuceos,
sus opacos textos olvidables.
Murciélago anecdótico,
apenas hombre, apenas mujer,
tratando de escribir el esquelético verso que nadie
recuerda.


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