miércoles, 24 de junio de 2015

SOL ACÍN [16.367]


Sol Acín 

(Huesca, 1925-1998)


BIOGRAFÍA DE SOL ACÍN MONRÁS

Así recuerda Sol, la segunda hija de Ramón Acín y Conchita Monrás sus primeros años de vida junto a su hermana Katia.

Nació Sol en la casa de la calle Cortes de Huesca un 23 de julio de 1925, el mismo día en que unos veinte años antes había echado a andar el primer automóvil. Esa infancia que proyectaba un luminoso camino por recorrer se frenó bruscamente con el fusilamiento de sus padres en agosto de 1936.

Sol y Katia fueron acogidas por sus tíos Santos -hermano de su padre- y Rosa Solano, trasladándose los cuatro a Jaca hasta el final de la guerra. De vuelta a Huesca, ambas hermanas cursarán el bachiller en el Instituto Ramón y Cajal de esa ciudad.

Concluido el bachillerato, Sol comenzó los estudios superiores en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid, alojándose en la Residencia de Señoritas de la calle Fortuny, colegio fundado por María de Maeztu y que en tiempos de la República había estado próximo a los planteamientos de la Institución Libre de Enseñanza.





En aquella residencia conoció Sol a Emilia Moliner, sobrina de la lingüista María Moliner y estudiosa de la literatura norteamericana. A través de esa relación se inició en la poesía de Walt Whitman.

Aquella necesidad de escribir algo, que Sol recordaba de su infancia, ya había comenzado poco antes a ser motor de una poesía luminosa y feroz, como la ha descrito Mercè Ibarz.

De esta época final de los años 40 del pasado siglo, la amistad más trascendente fue la que compartió con la historiadora del arte María Kusche, que era entonces una joven alemana nacida en Málaga y con la que Sol mantuvo una relación epistolar que duró más de un lustro. Gracias a esa colección manuscrita, ha sido posible rescatar una importante cantidad de textos literarios de juventud de Sol Acín que dejan abierta una extraordinaria ventana a su obra pero también al panorama de la juventud universitaria de posguerra.

En 1952 se licenció en lenguas románicas.

Por otra parte, yo tenía la necesidad típica de escapar de mi generación … y si me marché fue por eso naturalmente. Aquí se vivieron unos años de auténtica asfixia, de miedo. No sabía muy bien lo que quería, pero lo que no quería de ningún modo era lo que tenía a mi alrededor. También existe un dato curioso; si se hubiese dado la circunstancia durante mi época de estudiante de haberme encontrado con alguien comprometido políticamente, con toda seguridad me hubiera comprometido. Luego me marché a Munich con la intención de estudiar artes gráficas.
De El Jardín sombrío de Sol Acín. Entrevista realizada por Antón Castro. El Día de Aragón, Zaragoza, (suplemento Imán), noviembre 1988, dos páginas.

Tras haber residido algún tiempo en Paris, inició a mediados de los cincuenta una relación con el músico alemán Klaus Lindemann, que trabajaba como realizador de televisión. De esa relación nacieron sus hijos Sergio y Ana.

Vivió en Colonia y finalizada ya su relación con Klaus, volvió definitivamente a España en 1968 ejerciendo como profesora de francés en un Instituto de San Sebastián y posteriormente en el Instituto Ramón y Cajal de Huesca. En 1972 pasó a ser profesora titular de esa misma materia en la Universidad Laboral de Zaragoza, donde se jubiló a principios de los noventa.

Publicó un sólo libro, En ese cielo oscuro, que vio la luz en 1979, aunque los poemas transcurren desde sus años universitarios hasta final de los años sesenta. Publicó -o más bien fue forzada por sus amigos, en especial Rosa Sender, a hacerlo- en Ámbito Literario, colección vital en la literatura española.

El editor, Víctor Pozanco, escribía estas palabras en la contraportada:

Han tenido que ser José María Carandell y Ana Moix quienes pusieran estos versos sobre mi mesa para que tengamos un nuevo testimonio de que la poesía goza, como la vida, de muy buena salud.
Sol frágil, cordial e introvertida, lectora apasionada, amante de la música y que había heredado como su hermana Katia una pasmosa y exquisita facilidad para el dibujo y la pintura, abandonó a muchos amigos en 1998.

Ni la palabra basta, nunca basta
frente al pedazo celular inerte.
Justicia y sinrazón pasan de vuelo.

Son los últimos versos del último poema de ese único libro que publicó. Pero, en palabras de Mercè Ibarz, Un único libro no es mucha obra, cierto, pero puede ser toda una obra. En su caso, lo es.

http://www.fundacionacin.org/index.php/sol/







SOL ACÍN
HORA TEMPRANA:
POEMAS Y CARTAS


Hora temprana, últimas palabras de un soneto –Cuento oriental- publicado por Sol Acín (1925-1998) en su poemario En ese cielo oscuro¸ dan pie al título del libro escrito por Ismael Grasa y editado en la cuidada Colección Larumbe.

El libro de Grasa comienza con un prólogo de María Kusche, nacida en Málaga en 1928 y fallecida en 2012 desgraciadamente antes de la publicación de este libro para el que contribuyó poniendo a disposición de la Fundación y del autor de este libro cartas escritas por Sol y más de doscientos poemas inéditos.
Ismael Grasa traza a continuación unos apuntes sobre la vida de Sol Acín para sumergirse posteriormente en el mundo de la escritora.

El libro consta de una selección de las cartas enviadas por Sol a su amiga Maria Kusche y de poemas que ésta conservaba.

Otra importante aportación que ofrece el libro de Grasa consiste en las cartas que escribió la escritora a Miguel Labordeta entre 1949 y 1956.

Se publican también por primera vez nuevos poemas de una carpeta que apareció en la casa de Sol Acín de La Pobla de Montornès, Tarragona.

Y acaba el libro con la única publicación que vió en vida Sol Acín: En ese cielo oscuro, editado -1979- en la importante colección de poesía Ámbito Literario dirigida por Víctor Pozanco, posteriormente reeditado en 2009 por la Fundación Ramón y Katia Acín.

Sol Acín. Hora temprana: poemas y cartas es una joya que traza la vida literaria de Sol Acín, quien publicó en vida un solo poemario pero, como bien apuntó la profesora Mercè Ibarz: Un único libro no es mucha obra, cierto, pero puede ser toda una obra.

Os ofrecemos a continuación unos pocos ejemplos del libro escrito por Ismael Grasa, libro que la Fundación Ramón y Katia Acín agradece al autor y os recomienda fervientemente.




[4 de junio de 1952]

A mis padres,
que me dejaron con mi niñez cuajada y encendida

Me abandonasteis en la estela limpia,
sumergida en la luz, libre de manchas
y encendida en calor de sentimiento.
La protección se fue. La amamantada
fecundidad de giros y presencias
que aseguraba mis dorados pasos.
Desprendida quedé sobre la tierra,
rebasando las formas que me disteis
con mi embebido cabotaje abierto.
Y ahora no sé volver o detenerme
para enlazar mi hondísimo reposo
con la encendida luz del sentimiento.

Cabotaje: tú sabes lo que es la navegación de cabotaje. La que va de puerto en puerto.





Poema del libro En ese cielo oscuro cuyas últimas palabras dan pie al título del presente libro

CUENTO ORIENTAL

Recorro el parloteo de las hojas,
pestañeante lluvia en flor de harina
que me abre en perspectiva repentina
la morada real en que te alojas.

Me invitas, y me siento entre las rojas
paredes de tu estancia masculina,
donde el ajedrez de tu retina
se juega el batallar de mis congojas.

Se juega, y no descansa de azotarme
la certidumbre de saberte herido,
ya muerto en el ayer de mi mañana.

Caballero en tu alfil, vienes a darme
la vuelta al manuscrito del olvido
porque es ya despertar, hora temprana.



LOS POEMAS OLVIDADOS DE SOL ACÍN

Publicado en Turia nº 95, Junio-Octubre 2010, pp. 99-106.

Sol Acín (Huesca, 1925-1998) fue poeta que se reveló muy tardíamente pero llama la atención que en su único libro publicado, En ese cielo oscuro (1979), sin repercusión crítica alguna, el editor, Víctor Pozanco, estampase en su contraportada un texto absolutamente desusado, al menos en colecciones prestigiosas como lo era Ámbito Literario, tanto por su rotundidad como por su apuesta en pro de la poesía que daba a la luz:

Ante la realidad de este libro el editor siente la tentación de denunciar una vez más la farsa de la literatura de posguerra. Quien lea estos versos llenos de la maravilla de la existencia comprenderá otros fenómenos recientes: el tardío descubrimiento de Gil-Albert, la recuperación carneriana del “Grupo Cántico” (aún no plenamente asumida); y otros fenómenos endémicos: la solapada complicidad de los “poetas sociales” con el franquismo, su arriendo para servir de yunque cuidadosamente golpeado. Han tenido que ser José María Carandell y Ana María Moix quienes pusieran estos versos sobre mi mesa para que tengamos un nuevo testimonio de que la poesía goza, como la vida, de muy buena salud.
  
Hay que someter toda la poesía de posguerra a una crítica implacable.

Bien es verdad que V. Pozanco estaba ajustando cuentas en un terreno que constituía el tópico campo de batalla en el que se medía con los hasta, casi entonces, victoriosos poetas de la berza, que ya empezaban a correr en desbandada, y las nuevas corrientes -lúdicas, venecianas, trascendentales o solipsistas-, ya bien voceadas en Nueve novísimos (1970) y las antologías que le siguieron[1]; sin embargo, la tan aparente vindicación de una desconocida no estaba en los programas al uso. Ni, por otra parte, sirvió para nada porque hubieron  de transcurrir dos décadas y producirse su muerte para que empezara aparecer algún artículo que recordaba a la excelente poeta[2]. Poco más tarde, la Fundación Ramón y Katia Acín, abrió en su página web un espacio para Sol y, en 2009, ha reeditado el aludido poemario[3].

Aparte del título enunciado y algunos manuscritos, sólo se conocían –y por parte de muy pocos- los cuatro poemas que la oscense revista Argensola le publicara en su número 12, correspondiente al cuarto trimestre de 1952, tres de ellos recogidos en Ese cielo oscuro[4]. Pero existe una olvidada publicación barcelonesa anterior a esta fecha, la Colección Verde Viento, subtitulada (Antología viva de poesía y pensamiento), en forma de plaquette y de corta tirada que se aumentaba con cincuenta ejemplares, en edición de bibliófilo, que, en su primer número (1948), había recogido algunos poemas de la joven oscense.

En dicha publicación aparecieron cuatro textos de Sol Acín: “Pan” (p. 4), “Canción” (pp. 5-6), “Poema” (pp. 6-7) y “Creación total” (pp 7-8), bajo el título genérico de Poemas. De la citada colección, dirigida por dos jóvenes: el después conocido autor teatral José María Rodríguez Méndez (1925-2009) y Miguel de la Villa, seudónimo de Miguel Juncadella[5] (1928), aparecieron cuatro números. El primero, correspondiente a 1948, en el que publicó Sol Acín junto a Julio Garcés y el propio Miguel de la Villa, y tres números más, en 1949, con poemas de Carmen Conde, José María Rodríguez Méndez, Carmen Sender y Francisco Galí en la segunda entrega; de Bartolomé Rodolfo, Jaime Ferrán, Julio G. Manegat y Miguel de la Villa, en la tercera y de Manuel Arce, Valentín Benick, Mª Carmen Barberá y Miguel Labordeta, en la última. No deja de sorprender la abundante presencia de mujeres y de aragoneses en esta suerte de revista de creación poética, que reivindicaba la juventud y una suerte de difuso surrealismo con ciertos aires sociales y existencialistas.

Los poemas de Sol Acín que reproducimos son de considerable extensión y largo metro, sobre todo, en comparación con los recogidos en Ese cielo oscuro. El primero de ellos, “Pan”, está construido a partir de una serie de interrogaciones retóricas, con abundante adjetivación que muchas veces también sirve para construir las metáforas: vino reluciente, furiosa trabazón, mármol indolente, desamor gozoso… Por otro lado, como es propio del tiempo en que fueron escritos, un regusto existencialista y de desolación juvenil impregna todo su desarrollo, con preguntas que nos recuerdan a la inquisición a la divinidad que acometió Dámaso Alonso en su Hijos de la ira. El tono, no obstante, combina el despecho y la imprecación con el vitalismo, mientras en “Canción” se incrementa el reproche con la creación de un “tú” poético objeto de las oraciones condicionales sobre las que está estructurado gran parte del poema para terminar con nuevas interrogaciones que dan lugar al sugestivo y contradictorio verso: “No recuerdo en los libros lo que tú me decías”,  para terminar con las exclamaciones que dejan en el aire un deseo de desolada pero contumaz permanencia:

                              ¡Si supiera de ti y de cosas sagradas!
                              ¡Si supiera de algo sin saber de mi misma,
                              sin saber ya de ti, ni de mí, sin saber,
                              sin saber, sólo siendo!

El intenso yo poético de la autora se desgarra en el tercero de los poemas en el que, aun sin recurrir al fácil pero frágil pretexto autobiográfico, entrevemos la honda desazón de la propia experiencia unida al intenso deseo de amor, redención e integración. “Creación total”, el último de los publicados termina con un mensaje esperanzado.

Verbosos, con una perfecta integración entre naturaleza y vida y con un exacto sentido del ritmo, los poemas recogidos en esta plaquette, publicados por una Sol Acín de apenas veinticuatro años, quizá no sean tan sugestivos y contenidos como los que publicaría años después pero nos revelan la permanente intensidad del latido lírico de su autora.

                                     1ª ed. (1979)        2ª ed. (2009)                                                         

[1] V. Emili Bayo, La poesía española a través de las antologías: 1939 1975, Universidad de Barcelona, 1972.
[2] Los únicos que conozco son:
Antón Castro, “El canto libre de Sol Acín”, Siete de Aragón nº 184, 16-III-1998.
Mercé Ibarz, “La poesía luminosa y feroz de Sol Acín”, Trébede nº 75, mayo-junio 2003, pp. 78-80.
Javier Barreiro, “Cinco escritoras aragonesas del siglo XX”, Criaturas Saturnianas nº 3, segundo semestre 2005, pp. 91-105.
Javier Barreiro, “Otro poema olvidado de Sol Acín”, Diario del AltoAragón, 10-VIII-2011.
[3] En su contraportada se reproduce un poemita de catorce versos octosílabos, mecanografiado y corregido por Sol Acín, escrito, al parecer, en torno a 1948 y proporcionado María Kusche, estudiosa de la pintura española del Siglo de oro, que fuera compañera de Sol en la madrileña Residencia de Señoritas.
[4] Bajo el marbete común de “Actitudes”, dichos poemas ocupan las páginas 357-360 de la revista y llevan por título: “Los momentos dichosos”, “Antes del alba”, “Regaron el jardín” y “Hacia el estudio”.  Los tres primeros aparecen en Ese cielo oscuro, inmediatamente después del poema inicial que da título al libro. “Hacia el estudio” no fue incluido. Dada su brevedad, lo incluyo aquí:


                                                             Hacia el estudio

                                              Tu quehacer está allí, sobre la mesa.
                                              Cuando te acerques volará el sentido
                                              de las amadas cosas que te cercan:
                                              el calor de tu piel, bajo el contacto
                                              suave y terso del aire, los rincones
                                              derramando pureza en sus tres líneas,
                                              la alfombra de la luz encapuchada
                                              por serenos contrastes de armonía.
                                              Pienso que el mundo claro de mi cuarto,
                                              detenido en su marcha con el día,
                                              se ha olvidado de ser algo en la tierra,
                                              y abre un camino alegre y desprendido
                                              por su cielo presente y circundante.

[5] En 1955 aparecieron en Barcelona dos poemarios de su autoría, Canciones de mi calle y Jazz al anochecer, este último , con el mismo título que los poemas publicados en el número 1 de la colección Verde Viento, que compartió con Sol Acín y el buen poeta soriano, Julio Garcés.




https://javierbarreiro.wordpress.com/2012/11/10/los-poemas-olvidados-de-sol-acin/





Aproximaciones a la poesía de Sol Acín.

Por Isabel Rosado Sánchez


Sol Acín (Huesca, 1923-Huesca, 1998) representa la voz dormida y el canto de cisne de aquellas mujeres que intentaron hacerse un hueco en la teóricamente liberada década de los años sesenta. El hecho de haber padecido la Guerra Civil desde la perspectiva de una niña asombrada por la muerte de sus padres, el anarquista Ramón Acín y su esposa Conchita Monrás, hace que en sus poemas vuelva los ojos a lo que fue su infancia feliz y opte por rescatar el placer por las pequeñas cosas cotidianas. El que afronta el reto de leer estos poemas transita por una poesía luminosa, en la que convive la tradición clásica de la vida retirada de Fray Luis de León con los retazos del surrealismo y los versos intimistas que beben de mundos solitarios.

Su poesía representa el golpe de martillo contra una tradición literaria dominada por el punto de vista narrativo impersonal masculino y en la que el yo poético femenino intenta irrumpir. Con este yo poético, se construye un nuevo modelo de mujer poeta: aguda, con una extrema sensibilidad y desencantada con el vía crucis que supone la vida. Pese a escribir en los años sesenta, su obra no se acomoda al concepto trillado y usado como comodín crítico de “poesía social”. El impulso de composición poética en Sol Acín pudo estar motivado por una sensación de vacío, pero no por un carácter social sino individual, y la necesidad de crearse un mundo interior basado en el recuerdo para sobrevivir. No obstante, es un canto a la reflexión interior y un diálogo con uno mismo.

Pero aunque no sea una “poesía social” si cabe lugar para la ironía, que parece heredar de las escrituras de su padre y cierto grado de ferocidad, tal y como señala Mercè Ibarz en su artículo. Como ejemplo de este hecho podemos citar el poema: 


Ni la palabra basta

La Mitología
baja en tropel la escalera.
Van quedando limpios los desvanes.
Los inocentes abundan más que niños.
Inocentes terribles.
Inocentes callados, y dolorosos, muertos.
Yo no soy uno de ellos.
Ser un testigo es poco valimiento.
Tener remansos es una vergüenza.
“Todo animal se busca su cobijo”.
Algo más que animal. Pero no es cueva
ni cobijo, ni choza,
ni bastaría celda.

Ni la palabra basta, nunca basta
frente al pedazo celular inerte.
Justicia y sinrazón pasan de vuelo



En ese cielo oscuro se publicó en 1979 en la editorial Ámbito literario bajo la dirección de Víctor Pozanco. Constituye un corpus de poemas que se erigen como obra de culto para unos pocos. Es curioso el hecho de que este libro apenas haya tenido repercusión y eco en tierras aragonesas, a pesar de su calidad y estar avalado por poetas del calibre de Ana María Moix o Pere Gimferrer.

Los poemas de Sol Acín son breves pero de gran calidad lírica. Sus versos de gran quietud, son iluminados por la luz espiritual del anarquismo y en los que el conceptismo poético, sustentado en una acertada selección verbal, se distribuye a lo largo de versos libres y sonetos. Lo más relevante de su poesía es su intensidad expresiva, conseguida por la perfecta adecuación al verso de cada una de sus imágenes. A ello también contribuye el abandono del registro discursivo y la eliminación de nexos neutros carentes de valor estético. Se busca una yuxtaposición constante de elementos poéticos de gran plasticidad. Hay un predominio de lo emotivo sobre lo racional y un ritmo musical propio de la expresión renacentista.

Es también una mirada que ingresa en el territorio sagrado de la naturaleza para lograr el conocimiento y que igualmente constituye el intento de reconstruir un pasado edénico tamizado por el poso de la amargura. Especial relevancia también tiene la concepción plástica y musical de lo que se versa, es lo que ocurre en el poema Cuento oriental (Pag. 47):



Recorro el parloteo de las hojas,
pestañeante lluvia en flor de harina
que me abre en perspectiva repentina
la morada real en que te alojas.

Me invitas, y me siento entre las rojas
paredes de tu estancia masculina
donde en el ajedrez de tu retina
se juega el batallar de mis congojas.

Se juega, y no descansa de azotarme
la certidumbre de saberte herido,
ya muerto en el ayer de mi mañana.

Caballero en tu alfil, vienes a darme
la vuelta al manuscrito del olvido
porque es ya despertar, hora temprana.



El lenguaje utilizado en Ese cielo oscuro, según la poeta Ana María Moix “es una condensación y una modernización del castellano clásico del Siglo de Oro, en particular en su forma de emplear los verbos y de construir imágenes”1  Los poemas recogidos en el libro fueron escritos fundamentalmente durante sus años de juventud en París y Alemania, en ellos se ve una transición hacía la madurez personal y creativa. Otros fueron compuestos en sus estancias en la casa solariega de la Pobla de Montornés (Tarragona) y lugar de veraneo para la familia Acín.
_____________________________________________
1  Mercè Ibarz,“La poesía luminosa y feroz de Sol Acín” en TRÉBEDE, mayo-Junio 2003, nº 75-76, p. 78- 80.



Por otra parte, Javier Barreiro aclara que fue Rosa María Sender, sobrina de Sol, quien insistió en la publicación de la obra pese al carácter modesto de su tía.

Ana María Moix, junto a José María Carandell, fue la valedora de la obra y confesó:

“para mí no hay duda de que Sol Acín es una de los mejores poetas aragoneses de la segunda mitad del siglo XX, mujeres u hombres”



2. La mirada natural de Sol Acín.

Nos encontramos con una poeta que descubre todo su ser y su inocencia bajo la luminosidad de la aurora. Es una mirada limpia y que proviene de sus sentimientos, que en cierto modo recuerdan a la poesía simbolista de San Juan de la Cruz. Al igual que él, busca el resplandor de la noche y la llama que simbolice lo trascendente (Pág. 21):



La caliente llamica
Que iluminó tu paso por las horas
se ha dejado su luz, quieta, en la noche.



La poesía de Sol Acín adquiere una dimensión mística en la que todo se idealiza y la luz pasa a ser un elemento omnipresente en los versos, ya que se ubica estratégicamente en la estructura de los mismos para dotar al poema de una fuerza mayor. Su propio nombre, Sol, parece dar cuenta de esta luminosidad, de la comprensión de las verdades superiores, de un juego entre la cosmología y la mitología, pasión que su padre supo inculcarle. No obstante, en su poema ni la palabra basta aludía ya a “la mitología que baja en tropel la escalera”. Pero esta dimensión mística también puede ser analizada, desde el punto de vista de una relación con sus antepasados, en un gusto por recrearse en saberse descendiente de hombres de cultura.

No obstante, para tener esa luz en uno mismo hay que despojarse de lo que anteriormente se ha sido. Es entonces, cuando la poeta se convierte en una intérprete de su propia luz y toda su actividad lírica se entiende en relación con esa luminosidad. La luz viene a simbolizar el espíritu y la fuerza creadora, apareciendo en cada uno de los momentos del día: las luces alegres y combinadas de la tarde que invaden el jardín, la luz quieta de la noche, la luz artificial de la luna menguante y la claridad de la aurora. 

Pero cuando no hay luz espiritual, aparece la sombra que deja brotar el espíritu oculto del ser. Es por tanto, una búsqueda de la luz desde lo más oscuro y profundo (Pág. 33):


Será verdad que un día
ya lejano en ayer, tenso en mañana
se inundará mi frente de alegría,
manejaré la luz, bajaré al polvo
mis manos aún desiertas, para darte
con mi comienzo en la verdad, el tuyo.


Al igual que hiciera Fray Luis, dirige su mirada desde la tierra al cielo para confrontar esa visión celestial con otra terrestre y así crear una unión entre ambos.

De este modo, la luz sirve de puente entre el cielo y la tierra. Quizás, tal y como señala la tradición, la contemplación del cielo sirva para liberarse de los males pesados y así aliviar su conciencia espiritual. También son frecuentes los cielos plagados de estrellas, el sol como fuerza espiritual y la luna, concebida en su preaviso mortífero, que recuerdan a los poemas de Fray Luis y al simbolismo de la luna en García Lorca (pág. 63):


Por qué se marcha el sol-me preguntaste.
Pasó un silencio. Y luego,
-por qué cantan los grillos.
Qué alada gravedad dejó en tus ojos
el cielo, con la tierra.

Muy quieto, el horizonte
vuelca el tazón del cielo. Bebo estrellas
confabuladas en la inmensa noche.

Luna por la mitad. Deja su sombra
la luz artificial.

Constante reflejar del universo.


Por otro lado, el poema que da título al libro propone una mirada nocturna, a la que se llega después de un padecimiento. Al igual que en los místicos, el poeta no puede hablar directamente de la experiencia en lo oscuro, pero es necesario conocer esa situación para descubrir la verdad de las cosas y después poder admirar la claridad. Es por tanto una concepción neoplatónica: una mirada contemplativa que deshace la realidad y provoca que el poeta entienda que la verdad sólo puede venir de lo oculto:


En ese cielo oscuro
que tibio, y lento, y solo en ti navega
se esconde maliciosa
la fruta del verano.

Miedo me da la estría
del aire que adivino en su infinito,
miedo la imagen limpia
del campo realizado,
la sombra y el color dando a mi puerta
me enfrían con su miedo.

De sólo nervio dulce
me hicieron, sin orquesta
ni caja oscura, rumorosa y fría
que absorba el rompimiento.
Miedo tengo a vivir, sentir el cuerpo
de la belleza en delirante hondura
pasando, contra el mío.


Igualmente, en este primer poema se da el intento de buscar la primera belleza, es decir, la adolescencia y la belleza paradisíaca porque es una belleza que no viene impuesta del exterior. Por otra parte, es necesario que la materia contemplada tenga un lugar de manifestación: “En ese aire que adivino su infinito”.

Esta alusión etérea denotaría al aire libre y al espacio poético. Ahora bien, la noche simboliza la experiencia probada y después viene el alba, que es el despertar a la luz (Pág. 21) Antes del alba:


Se adelanta mi alma a los umbrales
del mundo por nacer
detenido en los brazos de la muerte.
Salgo despacio, y entro
por el jardín dormido,
petrificado en formas repetidas.
La salvia silenciosa que en ti corre
liberó su color, pronto, en la noche
cuando las cosas sueltan su armonía.
La caliente llamita
que iluminó tu paso por las horas
se ha dejado su luz, quieta, en la noche.
Los destinos concretos
de tus ardientes manos-hojas, frutos,
serenidad presente de los troncosdetuvieron
su andar, libre de ritmo.
Me han dicho que está el alba
más allá del jardín.
La esperaré en silencio todavía. 


Aquí, desde una mirada nocturna se espera la llegada del alba y conlleva la
idea de una vida que comienza, dando paso a la iluminación de la naturaleza. Es un despertar en el que las imágenes nos van asaltando y a través de ella se puede establecer relaciones del ser humano con lo divino. Con la mirada ha ingresado el poeta en el territorio sagrado de la naturaleza y es una luz sagrada que hace que todo sea más delicado, pero para que sea así se tiene que conocer la luz oscura.

Es interesante resaltar, que tanto Sol Acín como Fray Luis de León coinciden en considerar a la naturaleza como lugar de tranquilidad y belleza. Igualmente, parten de la concepción de la naturaleza como símbolo de lo que pasa en su interior.

Mientras que Fray Luis cantaba la dicha a una vida, que podríamos llamar natural, y lo hacía en el huerto de la Flecha con su naturaleza sensible y amable, Sol Acín lo hace desde el locus amoenus particular de la casa familiar de la Pobla en Regaron el jardín:


Baja al silencio, reposado en gotas
sobre las hojas tiernas del jardín.

Deja llevar tu mano por los huecos
del follaje prendido hacía la altura.

Purifica en las luces
combinadas y alegres de la tarde
la pesadumbre inquieta de tu ser.


II

Cantando en la ciudad se ha detenido
todo este enjambre de jardín abierto.

Vive muy desprendido
de la verdad oculta de la calle
y habla fiel para mí,
derramando en mi ser completamente.


III

Voy a dejarte y vengo todavía.
Me preparas la voz,
purificas el aire de mi ritmo
y asciendes a mis brazos
calor de cascabeles encendidos.


En los jardines muchas veces se guardan tesoros, en esta ocasión guarda un estrecho simbolismo con la figura maternal. En este supuesto “jardín” se refugiaba la poeta para escribir parte de sus poemas y en él pasó parte de sus veraneos en compañía de su madre. La propia Sol recuerda esta estancia:

“Los niños necesitan aire libre y horizontes lejanos, todo lo cual nos lo proporcionaba nuestro famoso HORTAL, explanada rectangular donde las acacias y las hierbas crecían libremente, con algún que otro rosal y el cobertizo de mi padre para guardar el barro. Algunas veces plantábamos cebollas para verlas crecer, y de un solar próximo colgaban las ramas de una higuera”

Es aquí, donde la idea de sosiego y calma del espíritu alcanza su plenitud al
aludir a un espacio en el que se condensan los cuatro elementos, las cuatro estaciones, las cuatro edades de la vida y sobre todo, los cuatro puntos cardinales que dan orden y fijeza al mundo. Desde un punto de vista simbólico, podemos aludir a este vergel como un intento de regresión al vientre materno y a los recuerdos felices, para sentirse segura frente a la realidad exterior. No obstante, hay otro poema que también parece aludir a esa unión materna, en tanto que el símbolo del bosque nos puede remitir una zona segura y vinculada con el principio materno:


Suena lejano. Un bosque
de inquebrantable amor fuera posible
allí.
Suena lejano el tiempo de la espera.


Sol Acín, “Recuerdos al margen” en Ramón Acín 1886-1936, Huesca, Diputación de Huesca, 1988, pág. 28.


Es innegable señalar la analogía de este poema con la Vida retirada de Fray Luis. En esta línea de argumentación, podemos objetar al respecto que el elemento natural, no sólo en este poema sino en otros muchos, va expresando los sentimientos del yo poético. Unas veces la naturaleza es pasiva y escucha al yo poético, pero en otras ocasiones es activa. Cuando pondera la tranquilidad y el silencio recurre a los elementos imprescindibles para crear ese ambiente de paz y sosiego: aparece el estatismo reflejado en las hojas, el jardín iluminado, los murmullos de los árboles y el aire entre las ramas. La mejor concepción de este sentimiento se recoge en la voz de la poeta: “La mansedumbre de sentirme bogar en su delicia”. Por el contrario, cuando la calma se interrumpe aparece el aire agitado, las hojas vivas y el animal que busca su cobijo.

Los versos de Sol Acín proponen, como en antaño hiciera San Juan de la cruz, el cultivo del silencio y la soledad. Frente a una sociedad llena de ruidos e incomunicación, se incita aquí a valorar el silencio como enriquecimiento personal y llegar a la más alta realización personal. El lenguaje utilizado nos pone en contacto con las estructuras internas más profundas, y tal y como hicieran los místicos se conduce al espíritu hacía las tres célebres vías: unitiva, purgativa e iluminativa. En muchos casos, es un silencio que se relaciona con la paciencia y el fortalecimiento del alma, en otros casos lo que se persigue es crear un silencio interno que evite los
pensamientos negativos y escuchar mejor a la naturaleza (Pág. 103):


Sencillo es el silencio
que cojo con la mano.
Nadie me quitará su mancha abierta.
Solo está el trono de la paz en el mundo.
Tú y yo, misterio y sombra
quedamos solos por detrás del mundo.
Tú solo, todos solos
en noche transparente,
noche que envuelve por detrás del mundo.
De un pozo al otro en busca de la estrella
Remando alegremente.
Constante, altivo, solo
queda el cuchillo en el silencio hundido.



Sin embargo, este espacio de sosiego y paz se ve interrumpido en contadas ocasiones por el tintineo de unas campanas con su sonido creador. La autora quizás haga un intento de recuperar el sonido de su infancia: “Se entraba a mi casa por un “paso” o recibidor, después de repicar la campanilla-más grande y de sonido más grave que el de las usadas en la misa.” 8  (Pág. 17):


Vive mi cuarto abierto
como campana acorde a los sonidos
que llegan del jardín iluminado.
Cuando no tengo lumbre me retiro
quieta, en silencio, al molde de las cosas
y entro a vivir en él, libre de sangre,
de todo mi destino trascendente.
Los sonidos circulan libremente
por la continuación de su morada
trayéndose y llevando la armonía.
Junto a mi mano, casi
Prolongación del aire en mi ventana
los murmullos del árbol, y las hojas
vivas, pacientes, verdes
llevándome al dolor ya conseguido
de sentirme vivir directamente.
Gozo y dolor de aliento soberano
que sube de la tierra
para entregarme en fiel correspondencia
mi transformada lumbre rediviva.

_____________________________
8   Sol Acín, “Recuerdos al margen” en Ramón Acín 1886-1936, Huesca, Diputación de Huesca, 1988, pág. 27.



En relación con esta sonoridad, también se recoge lo siguiente (pág. 18):


 Viven libres, fecundos
 los murmullos y el aire entre las ramas,
 la delicada y tensa nervadura
 del organismo vegetal, los ecos
 del mundo circundante, recogidos
 por la sonoridad hecha materia[…]


Tal y como señala Mercè Ibarz en su artículo, se puede entender la poesía de Sol Acín como un acercamiento de lo sensual a la naturaleza. El sujeto aparece aquí como engranaje entre el mundo y la naturaleza. El sensualismo que se postula es el despertar de los sentidos por el goce ante la contemplación de lo que le rodea (Pág. 133):


Viene el sueño a taparme
redondo, una vez más, mi vida entera.
Sin fondo, más sin fondo, hacia la tierra,
mirilla de la estrella,
piedra sonora, arroyo
clavado, transparente
se escapará mi pozo.
Atrápalo mañana en las afueras.




3. La alianza plástica del surrealismo y el anarquismo: poesía, cine e imagen.


La analogía de la poesía de Sol Acín con el surrealismo, queda patente en las relaciones de oposición que contraen los objetos. Los elementos pierden su identidad y toman otra nueva por la comparación con otras realidades, es decir, hay un uso metafórico del lenguaje que se condensa en una perfecta plasticidad. He aquí que esos objetos nacen del desván que constituye el subconsciente y van desplazando al ser humano. A un árbol en la niebla, iluminado por el fugaz reflejo de la noche (Pág.91):


Dejé mi alforja sin llenar, perdida
sobre el guijarro oscuro,
la llave del placer, la inócua danza.
Cayó sin destruirme
la inquieta soledad de los que esperan,
la dulce plenitud de los que alcanzan.
Volvía hacía ti, momento de la noche,
lluvia de luz, tamiz de los cristales
la aguda sinrazón de mi delirio.
Volvía a tocar, rozando suavemente
 la escondida belleza conseguida.


Este poema refiere a una secuencia estética, que se manifiesta en movimiento y temporalidad tanto como en imágenes. Recuerda al cuadro de su padre Paisaje con árbol, en el que la pintura desigual parece reflejar un paisaje típico del Somontano Oscense. Esos cristales, material venerado por los místicos y surrealistas, crean un estado de transparencia y de contrarios: la materia existe, pero es como no existiera porque se puede ver a su través. No hay resistencia ni dolor. La imagen de los guijarros oscuros bien se pueda relacionar con el “núcleo de inmortalidad” de todo resto humano. La llave nos pone en anticipo de que estamos ante un estado de semiconsciencia y se relaciona con una danza creadora. Danza que parece evocar a Alegoría del baile, cuadro de Acín en el que una muchacha desnuda con una guitarra elevada sobre su rostro contempla a unos diminutos joteros bailando. Esa plástica lluvia de luz puede aludir al descenso del cielo sobre la tierra en un intento de iluminar y purificar el ambiente presente. El uso del imperfecto evoca un tiempo pasado, quizás de la infancia, y un tiempo de película. Esa lluvia de luz semeja a los montajes fílmicos en secuencias de Luis Buñuel, en las que se superponen las nubes sobre la luna para crear un ambiente ilusorio, y es un montaje que podemos interpretar como un flashback.

Es remarcable la presencia de “las pequeñas hormigas, diminutas pero dominadoras registrando su mundo adormecido” que pueden evocar sin duda alguna a las célebres greguerías de Ramón Gómez de la serna, lectura infantil de Sol y Katia Acín. Representan la pequeñez de lo viviente y en este caso parecen representar a la vida que vence a la humana. De igual modo, podemos establecer una analogía de estos insectos con los que aparecen en la cara del padre de Lya Lys en un Perro andaluz. Por otra parte, en los versos de nuestra autora se postula la liberación del ser humano para llegar a lo más puro, aspecto que aparte de los místicos también fue planteado por los surrealistas. Tampoco hay que olvidar el hecho de que la presente edición de En ese cielo oscuro, está encabezada por un retrato que fielmente sigue la estética surrealista, resultando ser una cabeza en trozos bañada por una luz iluminadora y proyectando esta cabeza sobre un fondo de color verdeoscuro. 






No hay comentarios:

Publicar un comentario