martes, 15 de julio de 2014

MARGARET WILMOT [12.316]


Margaret Wilmot

Nací en California, y estudié en la Universidad de California en Berkeley (1961-1965). Luego llegaron estancias - en su mayoría para la enseñanza de Inglés y estoy tratando de escribir - en Italia, Grecia, Argentina y Nueva York. Yo he vivido en Sussex desde 1978 me gusta siguientes conexiones y asociaciones imaginativas, ya sea de la memoria, el paisaje, las ideas, las palabras. 



ARGENTINA EN LA MENTE

A Josefina Núñez Gonzales y Georgette Loubet


Queda sólo la estrella moteada de herrumbre,
artefacto de planicies ricas en polvo

y espacio. Es una rueda dentada, un sol de hierro.
Una vez, hace mucho, giró sobre un clavo;

se fue la espuela, el taco del gaucho, el caballo
que galopaba bajo los cielos anchos como el amor

o el miedo. ¿Qué gracia hizo que permanezca la estrella?
¿Qué es elegido? ¿Qué transformado?

Clara como la memoria la luz hace resaltar
cada rayo de hierro contra el vidrio;

la silueta de la rueda redefine
el día más allá de la ventana de un modo nuevo,

cómo los recuerdos, esos artefactos de la mente,
seleccionan y transforman el tiempo amorfo.


Argentina en la mente. Cómo las cosas caen,
restos flotantes a lo largo de la costa dilatándose

hacia una Tierra de Fuego donde se pueden encontrar
glaciares, hielo como vidrio, frío, nieve.

Lo surrealista es importante porque es verdadero.
Relaciona cosas dispares. La vida es un palimpsesto,

y las imágenes perdidas debajo se traslucen.
Plana como un libro bien amado la pampa permanece

abierta al sol-estrella, al viento, a la Cruz del Sur: Mire
cómo crece el joven, el mate, el padrino, el caballo, el lazo...

La historia se devana. Por años. La fuerza
sobre la mente atestigua, por cierto,

que de algún modo ésta es nuestra historia también.
La rueda estrellada, el sol de hierro, el tiempo se deshoja.

Giras sobre un clavo de luz ahora.
Tu peso en la ventana hace el día

brillante a tu alrededor: como despertar
al artefacto de un sueño:

un cencerro, una correa,
un aro del arnés.


Altas ventanas
en un piso de Buenos Aires miran a través

del río de plata hacia Uruguay. Los amigos se reúnen
para una comida, charla, camaradería; las palabras agitan, sacuden el aire

como gorriones, se arrojan, picotean, se juntan en bandada.
Ellos hablan hasta tarde —nuevos libros, viajes al exterior,

latinidad, madurez... Las ideas se acumulan.
Las palabras como gorriones toman alas, revolotean, descienden.

A lo lejos el río destella en la noche pálida de la ciudad.
Todos los ríos son de plata, todos destellan,

pero el Río de la Plata es dos veces de plata,
designado para un sueño.


La estrella oxidada rueda debajo de un cielo lateral.
Cada punta pincha un pequeño orificio,

perfora una página; las hojas revolotean, se doblan, vuelan lejos.
El libro, el muchacho, la juventud toman vuelo.

Piense en lo que el viento sabe, el pampero, digamos,
cómo viaja a través de noches y luces infinitas.

En el viento de la mente los sueños soplan
se vuelven recuerdos, los recuerdos chocan con la realidad,

la realidad se disuelve en artefactos:
qué difícil es desprenderse.

¿Qué es verdad
sino ver cómo las cosas se relacionan?

Siento el peso de la rueda estrellada en mi mano.
La verdad es real.

Argentina es una tierra real.
Argentina en mi mente es verdadera.

La vida es un palimpsesto,
y las imágenes perdidas debajo se traslucen.








TRIBUTO A JUARROZ

La vida: como un ejercicio.
Cada compás tocado en su tiempo, también lo atraviesa:
como un arco hiriendo las notas siempre por primera vez
y última,
y tal vez el próximo momento sea milagroso.
Se podrá oír todo el sonido en su plenitud,
la armonía, y la disonancia también
sin la cual la armonía, sin duda, sería débil.

Y ésta es la diferencia:
no la Muerte, sino
la pequeña muerte de cada momento
que libera la música de todo sedimento.








POEMA PARA CELITA

Pájaro inquieto,
revoloteando entre lanas coloridas
que extienden por tu telar irregularmente tramado, lanas brillantes
que han coloreado mi impresión de ti ahora,
de modo que en la muerte pienso en ti como en un pájaro inquieto
de plumaje brillante, extrañamente inmóvil.
Celita,
          te fuiste en la plenitud de la primavera.
Los frunces traslúcidos de los sicómoros a lo largo de la Cañada
brotaron, reverdecieron, engrosaron
—y dentro la verde malicia. ¿Por qué? ¿Por qué?
La naturaleza se marchita, pero en su estación.
Toda luna, todo año, todo día, todo viento,
camina y pasa también, en su estación.
La vida se ha malogrado en Argentina.
Uno está enredado en un cierto tejido familiar,
uno es arrastrado por una secuencia de días,
uno sufre, uno se enamora
de su pequeño, apasionado, modo individual,
pero es como vivir sobre el vacío sin tierra
a que aferrarse y socorrer las gotas de amor que se derraman.

Hubo una vez en que tejiste
un monasterio con torres barrocas, remotas,
flotantes en el tiempo, una isla encerrada en sí,
donde la membrana verde de silencio de la quinta
excluía, casi, la violencia enferma
torturando estos desapacibles e inamistosos tiempos.
Uno podría retraerse —pero eso no sostiene;
liberarse de estos crímenes contaminantes—
aunque no hay cuarentena.

¿Por qué morimos de cáncer?
¿Es una metáfora física
de un error mayor de las cosas?
Amor perdido, una tierra furiosamente ida, extraviada...

En el principio estaba la tierra:
las anchas y verdes pampas ondulando acogedoras,
las planicies del sur, habitadas de espacio;
lagos forestados, montañas,
y el desierto moteado de rojo, oro, ocre rosado,
derramándose hacia las riberas del este.
En el principio estaba la tierra, coronada de estrellas.
¿Qué anduvo mal?

Argentina,
palabra de plata,
lugar de plata, revela tu provisión
como tesoro incontables años escondido
—copas, monedas, el puño de una daga, un tazón—
que un granjero arando vuelve a la luz.
Como el amanecer después de la noche más negra
cuando la gente íntegra en una guerra civil
de pesadillas perdió su alma.
Como el amor cuando sostenemos una pérdida
y lloramos y lloramos a la deriva en el dolor
a flote sobre lágrimas por nuestra vida
hasta que esas lágrimas hayan purificado toda escoria,
y permanezca sólo la plata de nuestro amor,
permanezca sólo el amor.







«GENTE BIEN»

Necesitando compañía
—su eterno ocio tan vacío—
llegó, whisky en mano,
buscando placer.

Una abrupta emisión —golpe de estado—
podría llevar a la revolución;
escape absurdo del presidente:
completa confusión.

Y ahora —¿qué? ¿quién?
Pruebe Chile —Uruguay diría—.
Cambia emisoras, enloquecido, bebe
(¡qué noche divertida!).

Aquel general serviría
—adecuada clase social—
casi inarticulada,
él llena su vaso.

Otra noche despachada,
se fue hecho una cuba,
los compañeros dormidos, pasado el golpe,
hay un nuevo presidente.

Traducción: Livia Felce




Margaret Wilmot

Born in California, now living in Sussex. I am drawn by imaginative associations… memory, landscape, ideas, paintings, words. Writing, for me, is a tool for seeing; making connections, refining perception, always a search, some kind of amorphous truth the goal.



Bone-Meal, Leaf-Mould
Grandma kneels by the lilies. One hand 
gently claws the soil; her spoon is a wand.
Plants need feeding too, she tells me, just like you.
The callas glow. Marguerites, pelargoniums, begonias, 
ferns bask in her care. I squeak a stalk of sour-grass 
clean from the ground. How do you know 
what they want, I ask, when they can’t say? 
But then I see a dandelion-clock, and blow. 
Light pours all around. I play and never 
feel cold, mulched in this first air.

Soft leaf-mould mottles the wood floor 
where we walk. The trees are bare, and a chill
wind has blown the thin membrane of winter light
sheer to transparency.
                                                                   Help Thou me, Mother says
aloud, as if I were not here. I think of Grandma teaching her
her prayers, a child kneeling by the bed, mind 
free in its own sky, and of the cumulus now 
gathering in her head. She seems more frail 
since her fall. Bone-meal, if only – 
How to nourish this soil? 
We reach the lane, and the wind
has dispersed all cloud. Help Thou me,
Mother says again, quite simply, to God.

published in Manchester Cathedral Anthology, 2013





Clay-Lady

1

As Eve

The clay-lady steps forth
innocent as the child whose hands fashioned
arm-paws, hair-cape, the apple
she raises high as a chalice.

Her awkward radiance proclaims
a miracle: the first apple!

Salt-shine sprinkles her frock. A smile
cracks wide her face, emits kiln-light, and in its glow
we too see miracles:

a lump of clay – and look –




2

In Amsterdam

A clay-lady moves through
pewter streets. Her salt-freckled frock shimmers;
she leans high into her apple.

The burghers’ narrow hammered houses
cannot contain this fire-fangled clay. A smile cracks
wide her face, emits kiln-light.




3

In New York on a winter afternoon

The apple-woman sits
in the pewter chair, moon dimming in her lap.
Dusk filters through the gritty window,
absorbs, effaces 

her salt-grey skirts, the strong dough-grey arms.
Her fire-fangled yearning salts
the moon with light.

Poem published in ARTEMISpoetry, Issue 8, May 2012




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