viernes, 16 de septiembre de 2016

JUAN SUÁREZ PROAÑO [19.150]


Juan Suárez Proaño 

(Quito, Ecuador, 1993)
Comenzó a escribir a temprana edad. A los diecisiete años terminó su primer libro A mi mundo, publicado dos años más tarde (Casa de la Cultura Ecuatoriana, núcleo de Imbabura, 2012). Se segundo poemario Lluvia sobre los columpios fue publicado en 2014. En 2015 publicó poemas y cuentos en una obra conjunta con su abuelo titulada Ternuras al caer la tarde. Hacen falta pájaros (El Ángel Editor, 2016) es su último poemario. Actualmente es estudiante de Comunicación y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador.



Un poeta que abre cerraduras

Creo que el poeta y el poema hacen muchas veces una especie de simbiosis, coexisten entre el límite del cuerpo y el silencio, es indudable sentir al poeta en su poema, la forma de ser, de pensar y de admirarse sobre todo. Existen poetas que exhalan cierto aire de extrañeza en los versos, otros que pertenecen a tradiciones de academia y son a veces poco entendibles, pero hay poetas que admiran a las simples cosas, como diría Serrat “aquellas pequeñas cosas que nos dejó un tiempo de rosas”, de esos últimos es Juan Suarez.

Un poeta consolidado en su quehacer, que hace de la palabra un oficio y lucha por él con una convicción tremenda. No cae en los vicios de creer que para ser buen poeta es necesario ser inentendible y tampoco cree que la palabra debe ser ultrajada y en pro de la sencillez escribir solo por escribir, no, este es un poeta que sabe que el oficio esta en resistir como diría Gelman, que hace del poema una forma de vida.

Hacen falta pájaros es un ejemplo plausible de lo dicho, quien no haya leído a Juan tiene dos opciones, escucharlo ahora o comprar su libro o que mejor que las dos alternativas. Este libro de poesía es el agua y la sed, aquí se vislumbran a mi manera de ver dos luchas, la del dolor y la felicidad, esa hermosa reconciliación con el pasado, con la ausencia y el descubrimiento de nuevos dolores y alegrías. Blanca Varela dice que el dolor es una mágica cerradura y el libro de Juan es eso, una mágica cerradura, en donde el concepto de los pájaros y la falta juegan en una eterna dialéctica.

Es indudable leer a Juan y pensar en la falta, desde el punto de vista psicoanalítico, ya que la falta es lo que permite dar sentido a las cosas. Donde han quedado los pájaros, o mejor dicho donde ha quedado la inocencia con la mirábamos a los pájaros. Leyendo al libro de Juan recuerdo al poeta Luis García Montero cuando dice que vivimos en una época de extremada inmediatez, donde no hay tiempo para las pausas, y amigos, la poesía es esa pausa tan necesaria en la vida, la que nos permite bajarnos del mundo, tal como diría Quino a través de Mafalda.

En el libro de Juan se esconde esa paz pequeña, esa sorpresa en cada verso, esa inocencia de cuando niños jugábamos con las hojas o a verles a las nubes formas extrañas. Este libro se abra paso como el viento que viene después de un largo viaje.

Aquí el lector encontrará las cosas hechas poesía, porque ahí esta milagro, eso es lo que hace el poeta cuando sabe que la poesía es un oficio de vida, transformar las pequeñas cosas en poema. La voz poética de Juan recorre las hojas como el paso del mar en las costas, dejando las sales en las cicatrices, llevándose lo que pesa del equipaje y moviendo la arena de los pies, no hay felicidad eterna, parece decirnos Juan, pero la vida esta compuestas de instantes que son de un gran aprendizaje:

Si me duelo
Es porque soy todos los dolores
Todas las incertidumbres
Dolor de tiempo
Dolor de muelas
Dolor de reír, si es verdad que reír duele.

Nos dice el poeta, ahí es donde el dolor se transforma en esa mágica cerradura, indudablemente. Juan Suarez es un poeta que está siendo poema, como diría Jaime Gil de Biedma, su poesía consolidada sorprende, indudablemente él es un poeta urgente, que necesita ser leído por nuestras generaciones y las que vienen, porque él, con su poesía y humildad se abre paso por los senderos, tanto difíciles de la literatura y sobre todo de la poesía, llevando en su piel al poema, sin temor al destino, siguiendo el oficio.  [Jorge Luis Bustamante Álvarez]



Hoja de vida

Sobre el papel
la vida se convierte en una simple palabra
escrita con la intención de preservar algo
de su tibieza.

También escribimos nuestros nombres
nuestra edad
nuestra dirección domiciliaria
y la vida se completa
cuando agregamos un solitario punto
al final de nuestro número telefónico.

De vuelta a casa
ni yo mismo sé lo que he escrito.

Vivo en la calle Juan,
mi nombre es quinientos cuarenta tres ochenta y cinco
tengo dos calles a la izquierda
de vida.

He arrojado mi información a la basura.

Comprendo que a veces mi nombre no es Juan
que mi hogar no queda a dos calles hacia la izquierda
ni tampoco tengo un número donde encontrarme.

Somos una nota en blanco
el sobre que contiene una esperada carta,
la primera palabra de un poema
escrito en el insomnio.



Niño

It is not now as it hath been of yore;
        Turn wheresoe’er I may,
            By night or day,
The things which I have seen I now can see no more. 
Wordsworth.


De grande tendré barba espesa y profunda,
haré algo por la paz del mundo,
seré noble
seré un buen hombre.

Me miro al espejo.

Solo esta barba
solo esta guerra
solo este hombre.



Del padre al tiempo

Más allá del tiempo
observo los ojos de mi padre
proyectar la sombra fría
de un cazador vencido.
Escudriñan la casa.

El ritmo de la memoria
mueve sus párpados.

Dicen que mi hermano tiene sus mismos ojos
y que yo tengo el mismo brillo inquieto
por el futuro.
Cuánta tristeza necesitaron ver
para convertirse en una caricia,
cuánta alegría llenó el pozo de sus lágrimas,
cuántos amaneceres
para convertirse en hombre.

¿Serán los mismos ojos que miraron a mi madre?
¿Los mismos que miraron la noche bajo la sombra
del secreto?

Sus párpados brillan
como pequeños inviernos en la historia.

Tengo los mismos cristales
en los ojos.
Yo también miro
como un cazador vencido.



Manos

Está el verano del 98
primera vez el mar.
El recuerdo de la espuma
tan parecido a descalzarse sobre el césped.

Abril del diez. Ya no le pregunto a mi padre
por qué la gente mata cada día.
Mis ganas de matar tienen la respuesta.

Noviembre del catorce.
Ni matar ni morir, por ahora.
El limpio río del amor
lava la sal de mi cuerpo.

Hoy
las cosas que escribo van más allá de mis ojos
y el verano del 98
el amor fértil de noviembre
tienen su propia carne.

Mis manos han aprendido a tocar el tiempo
fuertes y sobrias como mis años
con el mar
con las ganas estériles de la muerte
con el río.



Capítulos

Hay capítulos en la vida
que se entienden en soledad.

Si quieres
te los puedo contar uno a uno
en esos días en que la ciudad y su tiempo
nos permiten platicar de cualquier cosa.

Están mis noches de insomnio, por ejemplo,
abundantes en mi niñez cansada y envejecida de forma prematura.
Sé que tenía miedo.
No sé más.

Está la historia que bien conoces de mi padre,
mi miedo al exilio
mis esperanzas como árboles.

Te puedo contar también las cosas de mi cuerpo.
Cicatriz en la mano derecha. Cinco años. Caída de un árbol.
Creía que no era tan alto.
En esos tiempos era más optimista.

Rodilla, catorce años. No puedo inclinarme.
A veces me canso de estar de pie.

Costillas. Dicen que las hizo Dios
con un pedazo de mujer,
guardan mucho de lo que tengo
para ser hombre.

Por lo demás, no me conozco a mí mismo.
Hay capítulos que se comprenden solo en la sombra
de la intimidad.

Desnúdame pronto.
No hay tiempo.
Ábreme la memoria del futuro.
Ayúdame a entender.



Pájaros

Tras el cristal, el olor a lluvia
y una dudosa mañana
que nos mira por detrás de los árboles
con la misma prontitud que la alegría.

El día ha creado tu cuerpo dormido como un lago
las posibilidades que tiene la esperanza
y esta forma segura de mirarnos a los ojos.

Desnúdate, compañera:
en esta ciudad
solo faltan pájaros.




*** Textos tomados de Hacen falta pájaros (2016)





Lo innecesario

Lástima que las cosas que decimos
no son un corte en el vientre
un arañazo en los ojos
una estaca en las muñecas.

Da lo mismo hablar del invierno
de dios
o de la arena.

Todo termina siendo
innecesaria memoria.



POLVO

Dicen que todo poema está hecho de polvo.
Polvo de una nostalgia imposible
encontrada al caer en cuenta
que la gente se va
se muere o se cambia de país
y nos vamos quedando solos.

Polvo hecho de huesos,
de todo lo que se acumula con el paso de los años
de las calaveras a las que quisiéramos desenterrar
y besarles la frente con ternura.

Polvo de los cajones que nunca abrimos.
Polvo que se acumula en los retratos
que abandonamos a su suerte
en algún rincón de la casa.

Polvo de la intimidad.
Polvo de las sábanas y la saliva
polvo de las tardes en que llueve
y somos más propensos a la tristeza

polvo de los libros
polvo del hambre
polvo de los calendarios

Dicen que todo poema está hecho de polvo
al igual que los hombres.




POETA

Si hay cárceles donde no cabe ni un suspiro

si entiendes del abandono
y sabes que los cortes más limpios provienen
de los pájaros.

Si al cristal de tu ventana
rasgan las uñas del tiempo
como voces detenidas,

si tus párpados
llevan un sueño desaparecido
y soportas ser acribillado
por las cosas que no dijiste.

Si comprendes el incumplido final de tus derrotas
y escondes el deber de tus manos
en una caricia.

Si no te tienes
ni a ti mismo.

Dime cómo haces después de todo
para seguir creyendo
en el poema.


Cotidiana

Este teléfono dañado no sirve de nada
y sin embargo sigue aquí
sobre la mesa
como parte de todo,

quizás lo conservamos porque nos gusta el martirio
de su silencio,
o el ronquido ausente
al otro lado de la línea telefónica.

El calendario dice que mañana es domingo
que ayer fue domingo
que hoy también lo es.

Repaso uno por uno los agujeritos
que encontré en el tejado,
coloco debajo baldes para que recojan la gotera
y remiendo con fotografías
los agujeros de la memoria.

Intento convencerme de la buena salud
de los buenos tiempos venideros
de que pronto cambiará el titular del diario
que mi cabello dejará de caerse prematuramente
delante del espejo.

Repito en voz baja que las manchas en mis mejillas
son solo alegría a medias,
que mis dientes siguen igual de blancos
que esta tarde el poema
golpeará atrevidamente
todas las ventanas de la casa.

Algo muere a lo lejos
cayendo despacio sobre la tierra.

Sonrío apenas
porque no he sido yo.



Ocaso

El ocaso tiene el color de dos cuerpos
cansados y difusos
detrás de la bruma,
como un país sin frontera
como el agua inquieta bajo un barco
como dos gotas en una sábana
como la sed de todos los días
como un río.



Tormentas

Aquel día
la ciudad parecía un estanque.

Llovió sobre las plazas
las escuelas
la sangre de los años,

se inundaron los hospitales
y los días,

los pájaros suspendieron su vuelo,
los perros callejeros mordían la luz
de los faroles,
todos los adioses regresaron, cautelosos,
al puerto.

Dicen que cuando muere un hombre
llueven todas sus memorias.



Gelman

Arrojaron cadáveres a la puerta de tu casa,
te obligaron a respirar su aire moribundo
a buscar el recuerdo en las cuencas vacías de sus ojos.
Y lo hiciste, quizás porque te atormentaba menos el fracaso
que la impotencia.

Tuviste el valor suficiente para abrirles el pecho
y guardar sus almas en una vieja caja de zapatos.

Se parecían tanto a vos, Juan,
tanto a tu niñez
que las dejaste habitar tu pecho como si se trataran de crías
sedientas por amamantar un poco de ternura.

Te hicieron agujeros en la carne, Juan.
Tumbas, que no fueron en el aire
ni en el agua,
tumbas cavadas en tus lágrimas
en tus dedos envejecidos
por el lento paso de noviembre.

Te clavaron muertos en los ojos
en los armarios donde sonríes y te vistes de miseria,
muertos en los puntos cardinales
en tu pueblo destrozado por banderas y hombres
por exilios y cárceles
donde no cabe un pie
o una lágrima.

Dime, Juan,
vos que comprendes aquella soledad
que para otros es solo una amenaza posible,
dime por qué somos tan cobardes
para llorar como lo hizo Dios
cuando te vio acribillado
una y mil veces
por el nombre ausente de tus hijos.

Dime, Juan, cómo lo has hecho.
Cómo has colgado flores de cada tumba,
flores, de cada agujerito.



Crisis

No sé a qué se refieren con eso de la crisis,
intento suponer que se trata de esta evidente escasez de mangos
de abrigo y de luz.

Lo digo porque los mangos han sido reemplazados
por insípidas frutas
y el abrigo ha sido encerrado en una vitrina de supermercado.

La luz, en cambio, se ha convertido en un farol voyerista
que espía cuando hacemos el amor
a través de la ventana.

Por eso no he dormido las últimas noches
pensando en las cosas que escasean y nos faltan.
La esperanza, como siempre, prófuga de las manos
el silencio ausente en cada libro
el consejo infantil de la madre perdido en la madurez del dolor
y el olvido.

Supongo que la gente protesta en las calles
por la falta de dignidad
porque cada día es más difícil el verano
porque falta la predisposición al aire
y en las tiendas y escaparates no hay manos
ni rostros
ni promesas.

Si la crisis se trata de esta falta de insomnio
de la ausencia de hojas secas y amigos
del derroche imprevisto del amor por un jardín
una memoria
o una caricia,
si la crisis se trata de esta falta de abrazos
estamos perdidos.



Finales de año

Remolinos del tiempo ante los ojos,
como si todo lo sucedido
nos tocara la memoria.

Desde un rincón nos mira
el silencio que antecede a los secretos
las promesas sobre los umbrales
los rostros y nombres en los diarios
el susurro de la compañía
la textura de la piel de madrugada
la nostalgia de los lugares que no vimos.

Todo retorna
como una hoja sin árbol
como un día sin lluvia
como un abrazo sin bienvenida.

En mitad de todo
la noche ríe
pensando en lo que se avecina.



Cosas que se aprenden fuera de la escuela

Que la H de Horror no es muda
que el orden de los factores definitivamente altera el producto.

Que cielo es una palabra grave
y helicóptero una esdrújula
y por lo tanto no están en la misma familia.

Que la distancia siempre es aterradora
que el miedo se puede quedar cómodamente colgado
en el alambre de la ropa.

Que la porcelana no se rompe nunca
antes que el futuro.

Que todo lo bueno asusta
por eso nos espanta el amor
el recuerdo
el olvido.



Tiempos

Un día de paseo con mis padres
arrojé el juguete de mi hermano a una laguna,
no recuerdo por qué,
supongo que pensé que flotaría

el caso es que ahora, quince años más tarde,
recordamos aquella vez
en que descubrimos la crueldad posible de mi infancia
y mi hermano me maldice en silencio.

Me pregunto qué sería de aquella figurita de plástico
estancada en el fondo del lago.

Qué pasaría con la sombra que dejó mi hermano
sobre el agua.

A veces el pasado nos visita
se instala en la habitación de huéspedes
come de nuestra cuchara,
como aquella figurita de plástico
oculta y silenciosa
que sigue habitando el mundo de los vivos.

A veces nos compadece
otras,
solo nos mira
sin decir nada.
Después de todo estamos hechos de memorias
y de arena
y del tiempo necesario
para olvidarlo todo.



Buen hombre

Por la calle lo señalan con el dedo.
Dicen: ahí va el que pudo ser un gran hombre
de no haber sido tan tonto.

Ahí va aquel al que le gusta la palabra árbol
y nido y silencio.
Cuando las pronuncia, su voz tiene la textura de una sábana.
Aquel que se sienta en los jardines
y observa las hojas del invierno
que intentan sostenerse en los troncos
al igual que un abrazo antes de terminar.

Dicen que anda recogiendo el humo atrapado
en los cristales
los recuerdos abandonados, en las calles, a su suerte,
los secretos que se observan enlazados
a la costura de las camisas.

Con todo se construye una manta
para tapar el silencio.

Quizás alguien, alguna vez,
pudo hablar de él
hacerle más de un homenaje
y quizás también una estatua.
Su nombre pudo ser el nombre de alguna calle.
Pero él no mató a nadie,
no conquistó a nadie
no puso ninguna bandera sobre la tierra.

Por eso es un hombre del olvido.

Ahí va,
despacio, como suele avanzar la tarde
sobre los edificios.

Entra a su casa.

Como un árbol
como una hoja que se sostiene,
aquel hombre,
aquel que pudo ser grande,
escribe poesía.



Resistencia

Mira aquel árbol:
deja caer
de vez en cuando
temblorosas hojas secas
que no tienen un otoño
al cual echar la culpa.

Sigue lloviendo
precisamente
en los lugares donde el mundo
está harto de la lluvia.

La ausencia puede ser una calle
con paraguas,
o un solitario jardín

con hojas.


.

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