miércoles, 16 de julio de 2014

JOSÉ GUTIÉRREZ ROMÁN [12.350]


José Gutiérrez Román


José Gutiérrez Román (Burgos, 1977) es un poeta y narrador español en lengua castellana, ganador en 2010 del Premio Adonáis de poesía. Es licenciado en Pedagogía por la Universidad de Burgos. Algunos de sus poemas y cuentos están recogidos en diversas revistas como El Extramundi y los papeles de Iria Flavia, Calamar, Fábula, Luzdegás o Entelequia. Desarrolla la crítica literaria en La tormenta en un vaso. Ha sido becado por el Ministerio de Asuntos Exteriores para la ampliación de estudios artísticos en la Academia de España en Roma. Participó como poeta emergente en Cosmopoética 2008. Su obra aparece en diversos recuentos y antologías de la poesía reciente.

Obra

Obra poética

Horarios de ausencia (2001).
Alguien dijo tu nombre (2005).
Los pies del horizonte (2011).

Obra narrativa

La vida en inglés. Burgos: Los duelistas, 2008. Libro de cuentos en los que muestra influencias de la literatura de Roberto Bolaño.2
El equilibrio de los flamencos. Valladolid: Junta de Castilla y León, 2006.

Antologías

Roma aún es Roma/Roma ancora è Roma. Roma: Real Academia de España, 2007.
Jóvenes poetas españoles. Antólogo: Ricardo Venegas. La Jornada Semanal nº 622, 4 de febrero de 2007.
Aquí llama primera del XXI. Cuadernos de Poesía Telira, 2004.
Poesía joven de España: México: revista Mala Vida, 2003.
Con voz propia II. Poetas de Burgos. Burgos: Dossoles-Caja de Burgos, 2003.
Feria del libre. Editor: José Luis Charcán. Burgos: Instituto Municipal de Cultura, 2002

Galardones

Premio Letras jóvenes de Castilla y León 2000
Premio Letras jóvenes de Castilla y León 2004
Premio Letras jóvenes de Castilla y León 2005








ÚLTIMA VISIÓN

Sigo los pasos de la tarde,
mas sé que nunca
podré alcanzarla.
La distancia que media
entre unos ojos y el confín
es la misma que separa
la realidad y el deseo,
luz y materia,
el ser y la nada.

Es el paisaje íntimo de un hombre
quien se encarna en la fugaz lejanía
de cada atardecer,
y no hay camino ni barco posible
que nos lleve tras los velos del mañana.

Sólo nos queda entonces
la paz del sueño
y, en crepúsculos de amor imposible,
besar las huellas
que dejan sobre el mar
los pies del horizonte.






Fernando Pessoa, en la víspera de no partir nunca.

Todos los trenes del mundo recorren mis venas, 
pero sé que jamás saldré de aquí.
Todos los barcos del mundo surcan mis pupilas,
mas nunca volveré a tomar ninguno.

¿Para qué he de viajar?
¿Acaso hay algún medio de transporte
que me conduzca hasta mí?
En esta tierra de acreditados navegantes 
ni siquiera yo sería capaz de dar vida
a un personaje que llegara
hasta las costas de mi ser.

Todo trayecto provoca un malestar extraño
semejante a la conciencia de estar vivo,
pues alejarse de la rutina es alejarse
del no pensar y recobrar el pulso.
Pero ¿para qué quiero yo saber que estoy vivo?
¿Acaso por eso voy a estarlo más?
No, la vida es la misma aquí o allí,
sólo el dolor varía.

Porque mudar de lugar es mudar de piel,
y, entre cambio, deja el dolor su mella 
al quedar el alma desprotegida.

A menudo me acerco hasta la estación del Rossio
y, sin que los viajeros se den cuenta,
me infiltro en su equipaje.
Al igual que siempre fue mejor
pensar tonterías que hacerlas,
yo no hago viajes: yo pienso viajes.
Y así, mientras los pasajeros sudan 
intentando subir sus maletas al vagón, 
yo he llegado ya a París sin moverme del banco
en el que estoy sentado.

Eso es todo, nada más hay en mi vida.

Soy un sedentario sediento de horizontes lejanos.
Mas sé que mi destino es ahogarme de sed 
aquí,
en Lisboa.

Los pies del horizonte. Premio Adonáis 2010. Rialp





Nocturno abisal

Viejas lámparas que el mar lloraba cada noche,
viejas como olas que estrellan su corazón
contra las rocas, viejas como las miradas
que atraviesan la noche en busca de una puerta.

¿Recuerdas?
Sólo teníamos aquellas lámparas que el mar
apagaba con sus lágrimas.
Jamás pudimos calmar su desconsuelo.
Por eso, desde entonces, vivimos a oscuras
en este solitario fondo de barcos hundidos.

¿Recuerdas?
Yo soy ese ahogado que te abraza.






Actos de fe

Nos engañaríamos si no nos mintiésemos,
si no diéramos paseos con el mismo afán
con el que un hombre da la vuelta al mundo,
si no llegáramos a ver
tras la gris muralla de la rutina
los diáfanos templos que se yerguen en el mar
y tuviéramos que reconocer
que todo es simplemente tal y como parece.
Qué pobre representación
sería entonces nuestra vida
sin esa suerte de imaginarios decorados
que nos regala un paisaje, el amor, un libro,
sin esa infinita piedad
de saber que la vida esconde
imperios de luz detrás de las sombras,
como habita, agazapada bajo el canto triste,
la profunda semilla de lo alegre.
No está en los mapas







El amor forja sus propias ciudades.

Ciudad de puentes
que tendieron nuestras manos
para que el amor pudiera cruzar
cuando el amor fue un pasajero.

Corazones casi en penumbra,
y allí la avenida donde siempre nos perdemos
para encontrarnos,
donde siempre nos encontramos
para perdernos.
Carreteras que cruzan cuerpo y alma
en dirección prohibida
mientras duerme la vida su sueño
de mariposa.

Ciudad secreta que fundaron
nuestras miradas en el mar de la multitud.
Ciudad callada
que no nos atrevemos a nombrar
por temor a que no exista.







Investigación privada

¿Por qué calle andarán
ahora mis pasos? ¿Quién estará
besando
              mis labios en aquella copa
con la que brindé contigo y por ti?
¿Quién, al amanecer,
escuchará los pájaros
desde el mismo colchón
en que yo los oí por vez primera?
Y, ya traspasado por la luz, ¿quién abrirá
la ventana para abrazar un rumor de patio
con olor a pasteles y vida recién hecha?
Avanza la noche, una noche
ya lejana de aquel azul intenso,
y, sin embargo, no puedo dejar
de preguntarme qué será
de aquella vida mía
que para siempre quedó en Lisboa.





SENDERO 

Te nombro. 
Conjugo unos sonidos 
que invocan tu presencia. 
Sin estar, has venido, 
y sin marcharte, desapareces. 
Es sólo un instante, 
casi humo de lenguaje, 
como si un dedo tuyo cerrase mis labios 
apenas te digo. 
Algo de ti queda anclado 
en el aire que sigo respirando. 
Algo de mi voz se enreda entre tus sílabas. 
Ningún enigma encierra un hecho tan trivial, 
lo sé, pero no por ello perece el prodigio 
de que un solo nombre, el tuyo, sea capaz 
de reconciliarme hoy con la palabra, 
con el deseo de pronunciarte a solas, 
feliz de haber hallado 
en ese conjunto de letras ordenadas 
el sendero que me lleve hacia ti. 






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