viernes, 28 de febrero de 2014

LORD BYRON [11.108]


Lord Byron

George Gordon Byron, sexto Barón de Byron, (Londres, 22 de enero de 1788 – Messolonghi, Grecia, 19 de abril de 1824), fue un poeta inglés considerado uno de los escritores más versátiles e importantes del Romanticismo.
Se involucró en revoluciones en Italia y en Grecia, en donde murió de malaria en la ciudad de Missolonghi.
Su hija Ada Lovelace contribuyó en la invención de la máquina analítica junto con Charles Babbage.

Byron fue hijo del capitán John «Mad Jack» Byron y de la segunda esposa de este, lady Catherine Gordon. Su abuelo fue John Byron, también llamado «Foulweather» («Mal tiempo»), vicealmirante británico que navegó por todo el mundo. Su padre falleció en 1791, a los tres años de vida de George, en la localidad de Valenciennes, en Francia, en una pequeña residencia propiedad de su hermana, a donde había huido tiempo atrás de sus acreedores y del terrible temperamento de su esposa. En su estancia allí, el padre había mantenido a varias amantes y derrochó a su antojo lo que le quedaba del dinero de la familia. Así, a esa edad y en compañía de su madre en Aberdeen, George heredó de su progenitor poco más que deudas y los gastos de su funeral.
No obstante, si la herencia material del padre fue poco más que un disgusto para el hijo, no se puede decir lo mismo de la herencia espiritual, pues el joven conservaría su amor por la belleza, el culto a la galantería, y su inclinación hacia la vida licenciosa. De su madre, en cambio, heredaría el cariño que esta le ofreció, su dulzura, pero también su atroz temperamento.
George nació con una pequeña deformidad en el pie derecho. Era patihendido, lo que significa que tenía los dedos del pie hacia adentro. Byron siempre apostó a que tal deformación había sido debida a la mojigatería de su madre, quien había rechazado asistencia médica en el parto. Por este problema, su padre dijo que jamás llegaría a andar. Pero el pequeño Byron, que tuvo que calzar un zapato ortopédico durante toda la infancia, se rebeló a la creencia del padre y aprendió a correr antes que a caminar, y aún cuando anduvo cojo, presumía de andar más rápido que muchos. En el futuro, al alcanzar la juventud, sus maneras y modales le servirían para disimular su cojera, haciéndola parecer un caminar excéntrico y al mismo tiempo distinguido.
Tuvo que soportar muchas burlas y rechazos por su deformidad, pero con el tiempo aprendió a defenderse bajo la máxima de que «cuando un miembro se debilita siempre hay otro que lo compensa». Palabras a las que en su vida siempre haría honor. Además de la cojera sufrió mucho por el frío, ya que sus huesos siempre fueron frágiles, algo que le causaba gran malestar.

La relación de sus padres, que marcó a Byron de forma importante, podría definirse como tempestuosa. Si bien Byron jamás pudo considerar a su padre como un auténtico amante de su madre, esta, a pesar de su rencor por lo ilícito de la vida de su marido, se volvió triste e inconsolable tras su pérdida. Byron describiría la relación que vivió con su madre Catherine como una aventura de golpes y besos. Catherine llamaba con frecuencia al pequeño Byron cojo bribón o pequeño diablo, mientras él la llamaba vieja o la viuda. Pese a esta relación de amor-odio, Byron diría posteriormente que su madre fue la única que lo había entendido.
Cuando cumplía la edad de nueve años, su madre lo puso en manos de una joven institutriz y enfermera escocesa, devota calvinista, apodada Mary Gray, quien lo inició en la lectura de la Biblia y en el sexo, ya que en aquel entonces, y pese a lo breve de su edad, tuvo sus primeras relaciones sexuales con ella. Junto a ella pasó el verano en el valle del Dee, en una casa de campo cercana a Abergeldie, y contempló las aficiones alcohólicas y orgiásticas de Mary Gray. De aquella época, además del mundo que se le descubrió a través de la sexualidad con la joven Mary Gray, a quien guardaría para siempre a fuego en su memoria, Byron recordó también la belleza de las montañas septentrionales escocesas, la cual admiró durante su estancia, indagando en sus recovecos a diario en sus continuas escapadas y muy a pesar de su latente cojera.
Byron no guardó recuerdo amargo de aquellas primeras relaciones sexuales y lecturas religiosas, ni contó al respecto que le hubieran perjudicado de modo alguno. Contrariamente, afirmó que la experiencia en el valle del Dee le ayudó a madurar y comprender de forma precoz el sentimiento de la melancolía.
Ocurrió esto mientras vivía en la ciudad escocesa de Aberdeen, donde se inició en latín e historia con la ayuda de un preceptor presbiteriano hasta su entrada en la Aberdeen Grammar School. Fue mientras cursaba el cuarto grado en la histórica escuela cuando su presencia fue requerida en Inglaterra debido al fallecimiento de su tío abuelo William Byron, quinto Lord Byron.

Una vez allí, con la muerte de su tío abuelo, se le reconoció su aristocracia, y aunque nunca le tuvo excesivo aprecio al título que le correspondía, la experiencia le hizo ampliar sus horizontes, y creyó crecer de golpe al imaginarse en un futuro en la Cámara de los Lores. Vivieron madre, hijo e institutriz en el lugar, en la recién heredada Newstead Abbey ('abadía'), la cual, para su sorpresa, frente a sus aspiraciones de nueva riqueza, estaba cargada de deudas y en muy mal estado. Su madre contrató, para gestión y administración de bienes, al abogado londinense Hanson, quien se haría cargo de los asuntos familiares hasta que el pequeño George contase con la edad suficiente. Byron recordaría gratamente que esta fue la mejor residencia que tuvo. Allí conoció y se enamoró de su prima Mary Duff, quien lo rechazó por ser un chico muy joven para ella. Esta situación, que lo dejó desolado, lo animó a empezar a realizar sus primeras composiciones.
Cabe decir que el tío abuelo de George había pasado los últimos años de su vida viviendo casi como un ermitaño, actitud que no iba de acorde con los años que vivió anteriormente a su reclusión. De esos años se recuerda que lo llamaban El Villano, y que también los vivió de un modo bastante licencioso. Algunas de sus proezas fueron el intento de asesinato de su esposa lanzándola a un lago tras una discusión doméstica, o la muerte en duelo de William Charworth, de Annesley Hall, tras una discusión al respecto de los métodos para la caza. De este hombre heredó George su título familiar, sus deudas y la misma espada con la que atravesó a su rival.
El pequeño Byron fue enviado al colegio del doctor Glennie, en Dulwich. Allí sus estudios se vieron interrumpidos constantemente por las manías de su afectada madre, quien continuamente interrumpía su estancia para llevarlo consigo durante largos periodos de tiempo. Durante esta época es cuando Byron lee una de sus obras predilectas, Las mil y una noches. Ya era un ávido lector desde hacía años.
Pero en 1801, gracias en parte a una pensión de trescientas libras que había recibido la madre del joven por parte del rey, Byron fue admitido en Harrow, donde completaría sus estudios primarios.
En 1802 tuvo su primera tragedia amorosa, al morirse su prima Margaret Parker, de la que también estaba enamorado.

En 1805 se trasladó a la universidad de Cambridge. Aquí, además de ser un brillante estudiante, destacaría por sus trajes extravagantes y su vida licenciosa y despilfarradora; como en el colegio no se permitían perros ni gatos, él, amante de los animales, decidió tener por mascota a un mono. Pese a ello, se ganó el sobrenombre de buen chico y tuvo grandes amigos, como Lord Broghton, John Hobhouse, quien sería líder del Partido liberal. Fue muy aficionado a escribir versos ya en esta época, y aprendió boxeo y esgrima, siendo un gran experto en ambas artes de lucha, gracias a sus amigos Jackson y Angelo. Dejaría la universidad por falta de dinero y se mudaría a la calle Picadilly 16 de Londres, en donde fue amante de una prostituta. Luego, ya sin dinero, volvería con su madre a Southwell y se dedicaría en cuerpo y alma a la poesía. Ese año publicó su primer libro de poesías, intitulado Composiciones fugaces, gracias a una amiga suya, Elisabeth Pigot, la cual le pasó en limpio sus escritos y los editó. Sin embargo, el párroco de la zona no dejó que saliera a la venta y lo quemó, porque en uno de los poemas salía mal parada una tal Mary.
En 1807 se publicó en la prestigiosa revista Edinburgh Review su libro de poemas Horas de ocio, que suscitó dispares opiniones. Ante la crítica siempre respondía de forma combativa o escribiendo una nueva obra. En 1809 ocupó un escaño en la Cámara de los Lores, escribió la sátira Bardos ingleses y críticos escoceses y emprendió un viaje de dos años por diversos países de Europa, comenzando por España, en donde le cautivó la belleza de las españolas (escribió el poema La chica de Cádiz) y tuvo una entrevista con el General Castaños en plena Guerra de la independencia, viajó también por Portugal, Albania, Malta y Grecia, en donde atravesó el Helesponto a nado, junto con su amigo Hobhouse, y donde escribió las sátiras Hints from Horace y La maldición de Minerva. También estuvo en Turquía, donde intentó descubrir Troya. Durante estos viajes tuvo varias relaciones, tanto con mujeres como con hombres. En 1811 murieron su madre y dos de sus amigos en tan sólo un mes, cosa que influyó mucho sobre su ánimo, ya que se obsesionó con la muerte. En esta época se refugió en su hermanastra Augusta Leigh, manteniendo una relación con ella, lo que provocó que se le acusara por incesto.

La publicación en 1812 de los dos primeros cantos de Las peregrinaciones de Childe Harold, poemas que narran sus viajes por Europa, lo llevaron a la fama. Además realizó otra serie de obras como El Giaour, La novia de Abidos, El corsario y Lara, estableciendo lo que se llamó el héroe de Byron. Por esta época conoció al que sería su biógrafo Thomas Moore. También fue famoso su affaire con la aristócrata Lady Caroline Lamb. Fue poco querido por los demás componentes de la nobleza por sus continuos amoríos y críticas (como al duque de Wellington). Incluso fue insultado públicamente en la cámara de los Lores, a causa de haber defendido el ludismo y a los católicos. Pero a él realmente le importaba muy poco e incluso le gustaba que lo odiaran pues, en su opinión, también le temían. En 1815, año en que publicó Melodías hebreas, se casó con Anna Isabella Milbanke, a quien le dijo en la noche de bodas: «Te arrepentirás de haberte casado con el diablo»; posteriormente, en su luna de miel, cuando pasaban por un pueblo, sonaron las campanas por un fallecido, a lo que Byron dijo: «Seguro que esas campanas tocan por nosotros», dando a entender el poco futuro de la relación al ser personalidades poco afines. Tras conocerse que Byron no le era fiel, Anna Isabella lo abandonó en 1816, tras dar a luz a la única hija legítima del poeta, Augusta Ada. Los rumores sobre sus relaciones incestuosas con su hermanastra Augusta (con la que tuvo una hija, Medora), sus poemas antipatrióticos, su acusación de sodomía y las dudas sobre su cordura provocaron su ostracismo social. Amargado profundamente, Byron abandonó Inglaterra en 1816 y nunca volvió.
A partir de ese año 1816, comenzaría una suerte de viajes por casi toda Europa que no acabarían hasta su muerte. En 1816 llegó a visitar Waterloo, lugar turístico por excelencia en aquella época, cuando tan sólo hacía un año desde que se celebrara allí la famosa batalla.
En el año de 1816 se trasladó a Suiza y estuvo viviendo algún tiempo junto a Percy Shelley, Mary Shelley y su médico personal (Byron fue muy propenso a las enfermedades y fue otra de las causas de sus depresiones), John William Polidori. En una tormentosa noche de verano de 1816 se reunieron los cuatro en Villa Diodati, propiedad de Byron, y decidieron escribir relatos de terror dignos de aquella noche lúgubre. Inspirados ambos en la personalidad de Byron, Mary Shelley escribió Frankenstein y Polidori su relato El Vampiro. En su estancia suiza Byron redactó El prisionero de Chillón, El himno a la belleza intelectual, El sueño y Estancias a Augusta.
Desde 1817 hasta 1822 estuvo viajando por Italia, recorriendo ciudades como Pisa, Génova y Roma, donde tuvo una aventura con Margarita Cogni y vivió en el palacio Nani-Mocenigo, residencia que fue casi un harén para él, frecuentando las tertulias de las condesas Benzoni y Albrizzi. En 1821 participó en la revuelta de los Carbonarios en Rávena y se enroló en los movimientos contra el Papa (publicó por entonces su obra crítica La profecía de Dante) y contra Austria. También llegó a vivir un tiempo en Venecia, donde, según fanfarroneaba, había tenido 250 relaciones sexuales con mujeres, y donde vivió con la condesa Teresa Guiccioli, recién separada de su anciano marido. Se apasionó con la lectura del Fausto de Johann Wolfgang von Goethe, escritor a quien admiraba y con quien se carteó varias veces. Esta admiración era recíproca, ya que Goethe escribió que Byron era «el poeta del presente». A finales de 1821 escribió Manfredo, influido por el Fausto de Goethe y los parajes montañosos de Suiza; acabó varios cantos de su Don Juan y creó un periódico con Percy Shelley llamado El Liberal.
En abril de 1822 murió su hija ilegítima Allegra (nacida de su relación con Claire Clairmont, hermanastra de Mary Shelley) cuando apenas había cumplido cinco años y a la que Byron tenía gran aprecio. Además, mientras hacía un viaje junto a su gran amigo Percy en goleta (la de Byron se llamaba «Bolívar» y la de Percy «Don Juan»), este último murió en un naufragio ocurrido el 8 de julio junto a su amigo, el capitán Williams. En septiembre se instaló en Génova, queriéndose dedicar a la política sin éxito.

En marzo de 1823 lo designaron miembro del Comité de Londres para la independencia de Grecia, marchando allí en 1824 desde Génova en la goleta Hercules para luchar por la independencia del país, entonces parte del Imperio otomano. Allí escribió su última composición A mis treinta y seis años; dio 4.000 libras y se le designó un regimiento; contactó con los bandidos de Suliotas; fue recibido como un héroe por los griegos, quienes querían hacerlo comandante, y planeó un ataque junto con el príncipe Alejandro Mavrocordatos, pero se desanimó pronto al descubrir las rencillas por el poder de los distintos grupos griegos. El 10 de abril sufrió un ataque epiléptico y enfermó gravemente. Los médicos le prescribieron unas sangrías, a lo que él se negó. Días después, extenuado por la enfermedad y llamándolos asesinos, permitió a los médicos sacarle toda la sangre que desearan. El 16 de abril practicaron la primera sin buen resultado. Al día siguiente realizaron otras dos. Murió el día 19 de abril en Missolonghi, sin haber cumplido su sueño de independencia griega. Testigos presenciales aseguraron que, en total, le habían extraído unos dos litros de sangre, aproximadamente.
Goethe escribió, ante la noticia de su muerte: «Descansa en paz, amigo mío; tu corazón y tu vida han sido grandes y hermosos».
Un suburbio de Atenas fue llamado Vyronia en su honor.
Su cuerpo fue trasladado por Edward Trelawny, también implicado en la causa griega, y enterrado en la Iglesia de Santa María Magdalena de Hucknall, Nottinghamshire (cerca de Newstead Abbey), junto a su madre.1 En la Abadía de Westminster solo se encuentra un monumento conmemorativo inaugurado en 1969 a causa de que en la época de la muerte de Byron no se permitió su enterramiento en la abadía por su dudosa moralidad. Abierto su ataúd en 1938 se comprobó el buen estado general del cuerpo primitivamente embalsamado y llevado originariamente a Inglaterra en una cuba de cognac presentando únicamente las extremidades signos de esqueletización. Su rostro perfectamente conservado congelado su semblante en una serena sonrisa reflejaba reconocibles sus facciones plasmadas en docenas de cuadros y grabados mostrando su cabello un color grisaceo como única muestra del paso del tiempo.

Obra poética

Byron fue un escritor prolífico. En 1833 su editor John Murray publicó 17 volúmenes sobre toda su obra, incluyendo la biografía de Thomas Moore. Su gran obra, Don Juan, un poema de 17 cantos, fue uno de los más importantes poemas largos publicados en Inglaterra, desde El paraíso perdido de John Milton. Don Juan influyó a nivel social, político, literario e ideológico. Sirvió de inspiración para los autores victorianos.
Influyó en los autores románticos del siglo XIX, sobre todo por sus héroes o antihéroes (véase: Héroe de Byron). Sus personajes presentan un idealizado pero defectuoso carácter cuyos atributos incluían:
Un gran talento
Gran exhibición de pasión
Aversión por la sociedad y por las instituciones sociales
Frustración por un amor imposible debido a los límites impuestos por la sociedad o la muerte
Rebeldía
Exilio
Oscuro pasado
Comportamiento autodestructivo.
Las obras Las peregrinaciones de Childe Harold, Lara, Manfredo y Don Juan son claramente autobiográficas.
En la España absolutista del rey Fernando VII de España y en una América hispana que luchaba por su emancipación, la vida y obra de Byron tuvieron una gran influencia y sirvieron de inspiración a los poetas del Romanticismo.
Fue un autor admirado por muchos de sus contemporáneos, como Goethe, Alphonse de Lamartine, Jan Potocki, y por otros de generaciones inmediatas, como Edgar Allan Poe (quien basó muchas de sus Narraciones extraordinarias en personajes de Byron), Gustavo Adolfo Bécquer, Mijaíl Lermontov, Alejandro Pushkin, José Mármol, Víctor Hugo, Alejandro Dumas y Charles Nodier.

Carácter

Lord Byron tuvo un particular magnetismo personal. Consiguió la reputación de no ser convencional, ser excéntrico, polémico, ostentoso y controvertido. Muchos han atribuido sus capacidades extraordinarias a un trastorno bipolar, también conocido como síndrome maníaco-depresivo. Siempre fue ácido y cruel. Se inclinó por los desheredados, los marginados, los miserables como los corsarios y los cosacos, y todo lo demás era hipocresía: nobleza, sociedad, etc. Siempre defendió a los más débiles y a los oprimidos, por lo que apoyó a España frente a la invasión napoleónica, a la independencia de las naciones latinoamericanas y, por supuesto, a la libertad de su querida Grecia. Fue un gran admirador de Rousseau. Tuvo gran afición por la compañía de los animales, como por su perro Terranova «Boatswain», en cuya tumba escribió:

Aquí reposan
los restos de una criatura
que fue bella sin vanidad
fuerte sin insolencia,
valiente sin ferocidad
y tuvo todas las virtudes del hombre
y ninguno de sus defectos.

Byron, mientras estudiaba en Cambridge, guardó un oso en una institución en donde estaban prohibidos los animales domésticos. En otras épocas de su vida tuvo de compañía a un zorro, monos, loros, gatos, un águila, un halcón, gallinas de Guinea, un cuervo, un tejón, gansos, una grulla egipcia y una garza.

Obra

La hora de la muerte de Manfredo, de Johann Peter Krafft, 1825.
Horas ociosas (1807)
Bardos ingleses, críticos escoceses (1809)
Las peregrinaciones de Childe Harold (1812-18)
La novia de Abidos (1813)
El Giaour (1813)
El corsario (1814)
Lara (1814)
Melodías hebreas (1815)
El sitio de Corintio (poema) (1816)
Parisina (1816)
El prisionero de Chillon (1816)
El sueño (1816)
Prometeo (1816)
Oscuridad (1816)
Manfredo (1817)
Las lamentaciones por el Tasso (1817)
Beppo (1817)
Mazeppa (1818)
La profecía de Dante (1819)
Marino Faliero (1820)
Sardanápalo (1821)
Los dos Foscari (1821)
Caín (1821)
La visión del juicio (1821)
Cielo y tierra (1821)
Werner (1822)
El deformado transformado (1821)
La Edad de Bronce (1823)
La isla (1823)
A mis treinta y seis años (1824)
Don Juan (1819–1824), incompleto a causa de su muerte.



Acuérdate de mí

Llora en silencio mi alma solitaria, 
excepto cuando está mi corazón
unido al tuyo en celestial alianza 
de mutuo suspirar y mutuo amor. 

Es la llama de mi alma cual lumbrera,
que brilla en el recinto sepulcral:
casi extinta, invisible, pero eterna...
ni la muerte la puede aniquilar.

¡Acuérdate de mí!... Cerca a mi tumba 
no pases, no, sin darme una oración;
para mi alma no habrá mayor tortura
que el saber que olvidaste mi dolor. 

Oye mi última voz. No es un delito
rogar por los que fueron. Yo jamás
te pedí nada: al expirar te exijo 
que vengas a mi tumba a sollozar.






Adiós

¡Adiós! si dicha se concede al hombre
de una plegaria en premio, ésta tu nombre
elevará hasta el trono del Señor. 
Promesas, quejas, llanto, fueran vanos;
más que el lloro, exprimido, ya sangrante,
de ojos sin luz, tenaz remordimiento
esta palabra dice... ¡Adiós! ¡Adiós!

Secos están mis ojos, extinguida
mi voz, pero al dejarte, de mi vida
se adueña para siempre un gran dolor.
Aunque el pesar y la pasión torturan
mi corazón, quejarse no le es dado...
Yo sólo sé que en vano hemos amado...
Sólo puedo sentir... ¡Adiós! adiós.






Al cumplir mis 36 años

¡Calma, corazón, ten calma!
¿A qué lates, si no abates
ya ni alegras a otra alma?
¿A qué lates?

Mi vida, verde parral,
dio ya su fruto y su flor,
amarillea, otoñal,
sin amor.

Más no pongamos mal ceño!
¡No pensemos, no pensemos!
Démonos al alto empeño
que tenemos.

Mira: Armas, banderas, campo
de batalla, y la victoria,
y Grecia. ¿No vale un lampo
de esta gloria?

¡Despierta! A Hélade no toques,
Ya Hélade despierta está.
Invócate a ti. No invoques 
más allá

Viejo volcán enfriado
es mi llama; al firmamento
alza su ardor apagado.
¡Ah momento!

Temor y esperanza mueren.
Dolor y placer huyeron.
Ni me curan ni me hieren.
No son. Fueron.

¿A qué vivir, correr suerte,
si la juventud tu sien
ya no adorna? He aquí tu 
muerte.

Y está bien.
Tras tanta palabra dicha,
el silencio. Es lo mejor.
En el silencio ¿no hay dicha?
y hay valor.

Lo que tantos han hallado
buscar ahora para ti:
una tumba de soldado.
Y hela aquí.

Todo cansa todo pasa.
Una mirada hacia atrás,
y marchémonos a casa.
Allí hay paz.





Camina bella, como la noche...

Camina bella, como la noche 
De climas despejados y de cielos estrellados,
Y todo lo mejor de la oscuridad y de la luz 
Resplandece en su aspecto y en sus ojos, 
Enriquecida así por esa tierna luz 
Que el cielo niega al vulgar día. 

Una sombra de más, un rayo de menos,
Hubieran mermado la gracia inefable
Que se agita en cada trenza suya de negro brillo,
O ilumina suavemente su rostro,
Donde dulces pensamientos expresan
Cuán pura, cuán adorable es su morada. 

Y en esa mejilla, y sobre esa frente, 
Son tan suaves, tan tranquilas, y a la vez elocuentes,
Las sonrisas que vencen, los matices que iluminan 
Y hablan de días vividos con felicidad. 
Una mente en paz con todo, 
¡Un corazón con inocente amor!







Canción del corsario

En su fondo mi alma lleva un tierno secreto
solitario y perdido, que yace reposado;
mas a veces, mi pecho al tuyo respondiendo,
como antes vibra y tiembla de amor, desesperado.

Ardiendo en lenta llama, eterna pero oculta,
hay en su centro a modo de fúnebre velón,
pero su luz parece no haber brillado nunca:
ni alumbra ni combate mi negra situación.

¡No me olvides!... Si un día pasaras por mi tumba,
tu pensamiento un punto reclina en mí, perdido...
La pena que mi pecho no arrostrara, la única,
es pensar que en el tuyo pudiera hallar olvido.

escucha, locas, tímidas, mis últimas palabras
-la virtud a los muertos no niega ese favor-;
dame... cuanto pedí. Dedícame una lágrima,
¡la sola recompensa en pago de tu amor!...






Cuando nos separamos...

Cuando nos separamos 
en silencio y con lágrimas, 
con el corazón medio roto, 
para apartarnos por años,
tu mejilla se tornó pálida y fría
y tu beso aún más frío...
Aquella hora predijo
en verdad todo este dolor.
El rocío de la mañana
resbaló frío por mi frente
y fue como un anuncio 
de lo que ahora siento.

Tus juramentos se han roto
y tu fama ya es muy frágil;
cuando escucho tu nombre
comparto su vergüenza.
Cuando te nombran delante de mí,
un toque lúgubre llega a mi oído
y un estremecimiento me sacude.
¿Por qué te quise tanto?
Aquellos que te conocen bien
no saben que te conocí:
Por mucho, mucho tiempo
habré de arrepentirme de ti
tan hondamente, 
que no puedo expresarlo.

En secreto nos encontramos,
y en silencio me lamento
de que tu corazón pueda olvidar 
y tu espíritu engañarme.
Si llegara a encontrarte
tras largos años,
¿cómo habría de saludarte?
¡Con silencio y con lágrimas!






En un álbum

Sobre la fría losa de una tumba
un nombre retiene la mirada de los que pasan,
de igual modo, cuando mires esta página,
pueda el mío atraer tus ojos y tu pensamiento.

Y cada vez cada vez que acudas a leer este nombre,
piensa en mí como se piensa en los muertos;
e imagina que mi corazón está aquí,
inhumado e intacto.






El Primer Beso de Amor.

Ausente con tus ficciones de endebles romances,
Aquellos harapos de falsedad tejidos por la locura;
Dadme el espíritu fugaz con su débil resplandor,
O el arrebato que habita en el primer beso de Amor.

Si, poetas, vuestros pechos con fantasías brillarán,
Aquella pasión en la arboleda danzará con ardor;
Y de la bendita inspiración vuestros sonetos fluirán,
¿Pero podrán alguna vez saborear el primer beso de amor?

Si Apolo debe rehusar su asistencia,
O las Nueve dispuestas están a tu servicio;
No las invoquéis, decidle adiós a las Musas,
Y prueba el efecto del primer beso de amor.

Los odio, y odio vuestras frías composiciones,
Aunque el prudente me condene,
Y el intolerante lo repruebe;
Yo abrazo las delicias que brotan del corazón,
Cuyos latidos y alegría son el primer beso de amor.

Vuestros pastores y sus rebaños, aquellos temas fantásticos,
Tal vez puedan divertir pero nunca conmoverán.
Arcadia se despliega como un sueño de bello color,
¿Pero cómo podría compararse con el primer beso de amor?

¡Oh, cesad de afirmar que el hombre, desde que surgió
Del linaje de Adán, ha luchado contra la miseria!
Algunas parcelas del Cielo vibran en la Tierra,
Y el Edén resurge con el primer beso de amor.

Cuando los años hielen la sangre, cuando nuestros placeres pasen,
(Flotando durante años en las alas de una paloma)
El recuerdo más amado será siempre el último,
Nuestro monumento más dulce, el primer beso de amor.








La lágrima. 

Cuando el amor o la amistad debieran
el alma a la ternura,
y ésta debiera aparecer sincera
en los ojos,
podrán los labios engañar fingiendo
una sonrisa seductora y falsa;
pero la prueba de emoción se muestra
en una lágrima.

Una sonrisa puede ser
un artificio que el temor encarna;
con ella puede revestirse el odio
que nos engaña;
mas yo prefiero para mí un suspiro
cuando los ojos, expresión del alma,
se oscurece por un momento
con una lágrima.

El hombre surca el desconocido Océano
con el hálito del viento que lo arrastra,
entre olas bramadoras que se alzan;
se inclina,
y en las olas tempestuosas
que terribles sobre su nave avanzan,
mira el abismo, y en sus aguas turbias
mezcla una lágrima.

En la carrera de la noble gloria,
el valiente capitán se afana
por ganar con su muerte una corona
en las batallas;
pero levanta al que postró en el suelo
y sus heridas piadoso baña,
una por una, en el sangriento campo,
con una lágrima.

Y cuando vuelve, henchido de ese orgullo
que hace latir el pecho que avasalla;
cuando teñida en enemiga sangre
cuelga su espada,
la recompensan todas sus fatigas
al abrazar a su consorte amada,
al darle un beso en sus mejillas húmedas
con una lágrima.

Dulce mansión de mi niñez perdida,
donde la sinceridad y la amistad gozaba;
donde en medio del amor vi deslizarse
las horas rápidas;
yo te dejé con un hondo sentimiento,
volví hacia ti mis últimas miradas,
y apenas puede percibir tus torres
detrás una lágrima.

Aunque no puedo repetir, como antes,
mi juramento a mi María adorada,
a la que fuera en otro tiempo
el fuego del alma,
recuerdo los felices días
en que, aún infantes, tanto me amaba,
cuando ella respondía a mis promesas
con una sencilla lágrima.

¿En otros brazos puede ser dichosa?
¿Conserva el recuerdo de su edad pasada?
Mi corazón respetará ese nombre
que tanto amaba.
Y así dije adiós a mi esperanza loca,
siempre, con una lágrima.

Cuando el imperio de la noche eterna
reclame para siempre mi alma;
cuando mi cuerpo exánime repose
bajo una lápida,
si por ventura os acercáis un día
donde mi triste sepultura se halla,
humedeced apenas mis cenizas
con una lágrima.

Yo no ambiciono el mármol, monumento
que la la vanidad levanta;
manto suntuoso con que el necio orgullo
cubre su nada;
no darán sus emblemas a mi nombre
el falso orgullo ni la gloria vana;
lo que yo quiero, lo único que pido,
es una lágrima.






No Volveremos a Vagar...

Así es, no volveremos a vagar
tan tarde en la noche,
Aunque el corazón siga amando
y la luna conserve el mismo resplandor.

Pues así como la espada gasta su vaina,
Y el alma consume el pecho,
también el corazón debe detenerse a respirar,
e incluso el Amor debe descansar.

Aunque la noche fue hecha para amar,
y los días retornan demasiado pronto,
Aún así no volveremos a vagar
bajo la luz de la luna.





Farewell! If Ever Fondest Prayer

                         Farewell! if ever fondest prayer 
                             For other's weal availed on high, 
                         Mine will not all be lost in air, 
                             But waft thy name beyond the sky. 
                         'Twere vain to speak, to weep, to sigh: 
                             Oh! more than tears of blood can tell, 
                         When wrung from guilt's expiring eye, 
                             Are in that word - Farewell! - Farewell!

                         These lips are mute, these eyes are dry; 
                             But in my breast and in my brain, 
                         Awake the pangs that pass not by, 
                             The thought that ne'er shall sleep again. 
                         My soul nor deigns nor dares complain, 
                             Though grief and passion there rebel; 
                         I only know we loved in vain - 
                             I only feel - Farewell! - Farewell! 






Darkness, first published in 1816

                    I had a dream, which was not all a dream. 
                    The bright sun was extinguish'd, and the stars 
                    Did wander darkling in the eternal space, 
                    Rayless, and pathless, and the icy earth 
                    Swung blind and blackening in the moonless air; 
                    Morn came and went--and came, and brought no day, 
                    And men forgot their passions in the dread 
                    Of this their desolation; and all hearts 
                    Were chill'd into a selfish prayer for light: 
                    And they did live by watchfires--and the thrones, 
                    The palaces of crowned kings--the huts, 
                    The habitations of all things which dwell, 
                    Were burnt for beacons; cities were consum'd, 
                    And men were gather'd round their blazing homes 
                    To look once more into each other's face; 
                    Happy were those who dwelt within the eye 
                    Of the volcanos, and their mountain-torch: 
                    A fearful hope was all the world contain'd; 
                    Forests were set on fire--but hour by hour 
                    They fell and faded--and the crackling trunks 
                    Extinguish'd with a crash--and all was black. 
                    The brows of men by the despairing light 
                    Wore an unearthly aspect, as by fits 
                    The flashes fell upon them; some lay down 
                    And hid their eyes and wept; and some did rest 
                    Their chins upon their clenched hands, and smil'd; 
                    And others hurried to and fro, and fed 
                    Their funeral piles with fuel, and look'd up 
                    With mad disquietude on the dull sky, 
                    The pall of a past world; and then again 
                    With curses cast them down upon the dust, 
                    And gnash'd their teeth and howl'd: the wild birds shriek'd 
                    And, terrified, did flutter on the ground, 
                    And flap their useless wings; the wildest brutes 
                    Came tame and tremulous; and vipers crawl'd 
                    And twin'd themselves among the multitude, 
                    Hissing, but stingless--they were slain for food. 
                    And War, which for a moment was no more, 
                    Did glut himself again: a meal was bought 
                    With blood, and each sate sullenly apart 
                    Gorging himself in gloom: no love was left; 
                    All earth was but one thought--and that was death 
                    Immediate and inglorious; and the pang 
                    Of famine fed upon all entrails--men 
                    Died, and their bones were tombless as their flesh; 
                    The meagre by the meagre were devour'd, 
                    Even dogs assail'd their masters, all save one, 
                    And he was faithful to a corse, and kept 
                    The birds and beasts and famish'd men at bay, 
                    Till hunger clung them, or the dropping dead 
                    Lur'd their lank jaws; himself sought out no food, 
                    But with a piteous and perpetual moan, 
                    And a quick desolate cry, licking the hand 
                    Which answer'd not with a caress--he died. 
                    The crowd was famish'd by degrees; but two 
                    Of an enormous city did survive, 
                    And they were enemies: they met beside 
                    The dying embers of an altar-place 
                    Where had been heap'd a mass of holy things 
                    For an unholy usage; they rak'd up, 
                    And shivering scrap'd with their cold skeleton hands 
                    The feeble ashes, and their feeble breath 
                    Blew for a little life, and made a flame 
                    Which was a mockery; then they lifted up 
                    Their eyes as it grew lighter, and beheld 
                    Each other's aspects--saw, and shriek'd, and died-- 
                    Even of their mutual hideousness they died, 
                    Unknowing who he was upon whose brow 
                    Famine had written Fiend. The world was void, 
                    The populous and the powerful was a lump, 
                    Seasonless, herbless, treeless, manless, lifeless-- 
                    A lump of death--a chaos of hard clay. 
                    The rivers, lakes and ocean all stood still, 
                    And nothing stirr'd within their silent depths; 
                    Ships sailorless lay rotting on the sea, 
                    And their masts fell down piecemeal: as they dropp'd 
                    They slept on the abyss without a surge-- 
                    The waves were dead; the tides were in their grave, 
                    The moon, their mistress, had expir'd before; 
                    The winds were wither'd in the stagnant air, 
                    And the clouds perish'd; Darkness had no need 
                    Of aid from them--She was the Universe. 





Don Juan: Dedication, first published in 1818
             Difficile est proprie communia dicere 
                    HOR. Epist. ad Pison

               I

               Bob Southey! You're a poet--Poet-laureate, 
                 And representative of all the race; 
               Although 'tis true that you turn'd out a Tory at 
                 Last--yours has lately been a common case; 
               And now, my Epic Renegade! what are ye at? 
                 With all the Lakers, in and out of place? 
               A nest of tuneful persons, to my eye 
               Like "four and twenty Blackbirds in a pye;

               II

               "Which pye being open'd they began to sing" 
                 (This old song and new simile holds good), 
               "A dainty dish to set before the King," 
                 Or Regent, who admires such kind of food; 
               And Coleridge, too, has lately taken wing, 
                 But like a hawk encumber'd with his hood, 
               Explaining Metaphysics to the nation-- 
               I wish he would explain his Explanation.

               III

               You, Bob! are rather insolent, you know, 
                 At being disappointed in your wish 
               To supersede all warblers here below, 
                 And be the only Blackbird in the dish; 
               And then you overstrain yourself, or so, 
                 And tumble downward like the flying fish 
               Gasping on deck, because you soar too high, Bob, 
               And fall, for lack of moisture quite a-dry, Bob!

               IV

               And Wordsworth, in a rather long "Excursion" 
                 (I think the quarto holds five hundred pages), 
               Has given a sample from the vasty version 
                 Of his new system to perplex the sages; 
               'Tis poetry--at least by his assertion, 
                 And may appear so when the dog-star rages-- 
               And he who understands it would be able 
               To add a story to the Tower of Babel.

               V

               You--Gentlemen! by dint of long seclusion 
                 From better company, have kept your own 
               At Keswick, and, through still continu'd fusion 
                 Of one another's minds, at last have grown 
               To deem as a most logical conclusion, 
                 That Poesy has wreaths for you alone: 
               There is a narrowness in such a notion, 
               Which makes me wish you'd change your lakes for Ocean.

               VI

               I would not imitate the petty thought, 
                 Nor coin my self-love to so base a vice, 
               For all the glory your conversion brought, 
                 Since gold alone should not have been its price. 
               You have your salary; was't for that you wrought? 
                 And Wordsworth has his place in the Excise. 
               You're shabby fellows--true--but poets still, 
               And duly seated on the Immortal Hill.

               VII

               Your bays may hide the baldness of your brows-- 
                 Perhaps some virtuous blushes--let them go-- 
               To you I envy neither fruit nor boughs-- 
                 And for the fame you would engross below, 
               The field is universal, and allows 
                 Scope to all such as feel the inherent glow: 
               Scott, Rogers, Campbell, Moore and Crabbe, will try 
               'Gainst you the question with posterity.

               VIII

               For me, who, wandering with pedestrian Muses, 
                 Contend not with you on the winged steed, 
               I wish your fate may yield ye, when she chooses, 
                 The fame you envy, and the skill you need; 
               And, recollect, a poet nothing loses 
                 In giving to his brethren their full meed 
               Of merit, and complaint of present days 
               Is not the certain path to future praise.

               IX

               He that reserves his laurels for posterity 
                 (Who does not often claim the bright reversion) 
               Has generally no great crop to spare it, he 
                 Being only injur'd by his own assertion; 
               And although here and there some glorious rarity 
                 Arise like Titan from the sea's immersion, 
               The major part of such appellants go 
               To--God knows where--for no one else can know.

               X

               If, fallen in evil days on evil tongues, 
                 Milton appeal'd to the Avenger, Time, 
               If Time, the Avenger, execrates his wrongs, 
                 And makes the word "Miltonic" mean " sublime ," 
               He deign'd not to belie his soul in songs, 
                 Nor turn his very talent to a crime; 
               He did not loathe the Sire to laud the Son, 
               But clos'd the tyrant-hater he begun.

               XI

               Think'st thou, could he--the blind Old Man--arise 
                 Like Samuel from the grave, to freeze once more 
               The blood of monarchs with his prophecies 
                 Or be alive again--again all hoar 
               With time and trials, and those helpless eyes, 
                 And heartless daughters--worn--and pale--and poor; 
               Would he adore a sultan? he obey 
               The intellectual eunuch Castlereagh?

               XII

               Cold-blooded, smooth-fac'd, placid miscreant! 
                 Dabbling its sleek young hands in Erin's gore, 
               And thus for wider carnage taught to pant, 
                 Transferr'd to gorge upon a sister shore, 
               The vulgarest tool that Tyranny could want, 
                 With just enough of talent, and no more, 
               To lengthen fetters by another fix'd, 
               And offer poison long already mix'd.

               XIII

               An orator of such set trash of phrase 
                 Ineffably--legitimately vile, 
               That even its grossest flatterers dare not praise, 
                 Nor foes--all nations--condescend to smile, 
               Not even a sprightly blunder's spark can blaze 
                 From that Ixion grindstone's ceaseless toil, 
               That turns and turns to give the world a notion 
               Of endless torments and perpetual motion.

               XIV

               A bungler even in its disgusting trade, 
                 And botching, patching, leaving still behind 
               Something of which its masters are afraid, 
                 States to be curb'd, and thoughts to be confin'd, 
               Conspiracy or Congress to be made-- 
                 Cobbling at manacles for all mankind-- 
               A tinkering slave-maker, who mends old chains, 
               With God and Man's abhorrence for its gains.

               XV

               If we may judge of matter by the mind, 
                 Emasculated to the marrow It 
               Hath but two objects, how to serve, and bind, 
                 Deeming the chain it wears even men may fit, 
               Eutropius of its many masters, blind 
                 To worth as freedom, wisdom as to Wit, 
               Fearless--because no feeling dwells in ice, 
               Its very courage stagnates to a vice.

               XVI

               Where shall I turn me not to view its bonds, 
                 For I will never feel them?--Italy! 
               Thy late reviving Roman soul desponds 
                 Beneath the lie this State-thing breath'd o'er thee-- 
               Thy clanking chain, and Erin's yet green wounds, 
                 Have voices--tongues to cry aloud for me. 
               Europe has slaves--allies--kings--armies still, 
               And Southey lives to sing them very ill.

               XVII

               Meantime--Sir Laureate--I proceed to dedicate, 
                 In honest simple verse, this song to you, 
               And, if in flattering strains I do not predicate, 
                 'Tis that I still retain my "buff and blue"; 
               My politics as yet are all to educate: 
                 Apostasy's so fashionable, too, 
               To keep one creed's a task grown quite Herculean; 
               Is it not so, my Tory, ultra-Julian? 
  




Remember Thee! Remember Thee!

     Remember thee! remember thee! 
       Till Lethe quench life's burning stream 
     Remorse and shame shall cling to thee, 
       And haunt thee like a feverish dream!

     Remember thee! Aye, doubt it not. 
       Thy husband too shall think of thee: 
     By neither shalt thou be forgot, 
       Thou false to him, thou fiend to me!





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