martes, 19 de junio de 2012

GEMA SANTAMARÍA [7.087]


Gema Santamaría

Nació en Managua, Nicaragua en 1979. Residió por varios años en la ciudad de México.  Licenciada en Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM); maestra en Género y Política Social por la London School of Economics y Doctora en Sociología y Estudios Históricos por la New School for Social Research. Su trabajo de investigación ha sido reconocido por el Premio Charles A. Hale de la Latin American Studies Association (2015) y la Beca de Mujeres en Humanidades de la Academia Mexicana de las Ciencias (2016). Ha publicado tres poemarios: Piel de Poesía (Managua-México, 400 Elefantes-Opción, 2002), Antídoto para una mujer trágica (México, Mezcalero Brothers, 2007) y Transversa (México, Proyecto Literal, 2009). Poemas suyos han sido traducidos al inglés, alemán, francés y portugués. Forma parte del Consejo Internacional de la Gaceta Literal en México y es integrante de la Asociación Nicaragüense de Escritoras (ANIDE).

Bibliografía

1. Piel de Poesía (Managua: Edic. 400 Elefantes, 2002).
2. Antídoto para una mujer trágica (México, D.F.: Mezcalero Brothers Ediciones, 2007)
3. Transversa (México:Proyecto Literal, 2009).



te he de decir que me extingo

te he de decir que me extingo. que alzo la mano desde el asiento trasero para que no pase sin mí la próxima estación. que la sal me pica por las noches y me hago una piedra verde, brillando sobre la almohada como sobre el árbol duerme el reptil. que se me ha ido olvidando el llanto, su ladrido desesperado dejando escaleras por mi garganta. que me crecen gritos como pequeñas arañas de patas neuróticas, pero mi boca, cocida-cruzada-cerrada, no los deja salir. que desayuno rutinas y me invento relojes de arena por los cuales me dejo caer como marioneta descalza. que colecciono espejos quebrados para verme rota, mujer rota, mujeres rotas como las de simone. que duermo con las ventanas cerradas, la sábana en alto y el olor de algún libro que nunca acabé de leer. te he de decir que me voy poniendo triste. me extingo, me extingo. pero he perdido las ganas, la destreza, para poderme doler.



postal desde londres

tu casa estaba hecha de polvo
polvo cenizo de una herida vieja,
una herida tan herida que olvidó su sangre.

el polvo era una pelusa embarazada
tenía un nido ceniciento 
alimentaba a sus pequeños copos de pelambre en 
el borde más audaz de las ventanas.

polvo aéreo en las narices
copulando en la mesa
en la tierra húmeda de nuestras plantas casi muertas.

polvo en los ojos, como neblina fina
un vaho de luz blanca
una ceguera húmeda y doliente

polvo como grietas
polvo como una herida limpia

tu casa era un capullo hecho de nata
una nata que cubría, amorosa,
mi cuerpo aún adormecido.

tu gato jugaba con mi pelo
me lamía como agua dulce.
yo era el estambre,
la madeja tibia de sus ronroneos.

el gato y el polvo eran uno por la noche
el gato era una maraña de pelo viejo,
un polvo negro dejando polvo negro debajo de mi lengua

el polvo y el gato eran uno por la noche
el polvo dejaba sus huevos en mi pecho
pesaba sobre mí como gallina sucia 

tu casa estaba hecha de polvo
(yo era la madeja tibia de sus ronroneos)
(yo era un copo más que tambaleaba en el filo de la mesa)



noche en managua, tras la muerte de los gallos

esta noche tiene la garganta enrojecida
ha gritado y está enferma
duerme al fondo de un cuarto blanco e iluminado sobre el piso.

es un gran cerdo rosado

contra la esquina, se lamenta.
perdió la lucidez y tiene todas las uñas rotas.
está mareada
está borracha.

esta noche no tiene una cama donde orinar sus miedos.
por eso se arrastra sobre los techos enmohecidos
se alimenta del musgo y del vapor que dejan los niños,
al dormir, en las ventanas.

se han muerto los gallos que ponen fin a su delirio
solo los grillos crepitan en el jardín eterno de las horas.

está sola con su boca ratonera
está tensa
está brava y es caliente.

nosotros dormimos en la mancha gris
que es su garganta.

nos creemos soñadores.
aún no hemos probado el filo.
ni siquiera intuimos sus navajas.



un agujero

un agujero. 
abro un agujero con mi lengua.
un agujero por donde puedan mis piernas patalear 
hasta encontrar el agua tibia de algún pozo.
niña. agrietada. vestidita de blanco.
olvidó su nombre y no puede ahora regresar a casa.
casa-casita de muñecas, de vestidos morados y encajes celestes,
muñecas santas, de ojos abiertos—nunca lloran, nunca sueñan.
alguien. ¿me escucha? un cuchillo es inocente,
el diablo es la herida, la herida que se busca y se corteja
la sangre deseada para darle al dolor una sustancia.
alguien. una lámpara. pero no más luces amarillas en mi cuarto.
no más fotos debajo de las mesas, no más señas en la orilla de los libros.
no logro iluminarme. me persigue esta amoratada tristeza.
tengo las rodillas rotas. me tropiezo, me trapecio, trapecista. 
luego la náusea, luego el espanto, luego, de nuevo, el vértigo.
alguien. esta casa se derrumba. tiene grietas por todas partes.
se le pudren las ventanas y las puertas. está hinchada por la lluvia, 
¡estás gorda casa vieja!
alguien. un agujero. por favor, por alguna parte.
escapa, niña, escapista. pero si te entumes, si te apagas,
si hay un moño negro regalando muerte en la entrada de tu casa.
shhhh. duerme. duerme. cava. cava.
saca la lengua, lechosa y ácida.
siempre el pozo estuvo ahí. 
temblando 
en un vaso de agua





El atardecer enrojece frente a nosotros

El cielo se marca todo como una furia
y el mar hace lo propio a nuestros pies:
olas montándose unas a otras
como crestas rompiendo
violentamente los celestes del agua.

Sobre una piedra, un grupo de personas se empina
a observar la marea y su malestar.
Sus cuerpos tan unidos simulan un coral suavizado
por el menear de sus cabezas.

Vemos cómo el agua los devora a lengüeteadas en un instante.
Nos reímos porque sí,
porque tanta belleza suscita en nosotros siempre
un poco de crueldad.

Me cuesta entender estos atardeceres enrojecidos,
entender si su furia es una furia enamorada o enloquecida.
Frente a ellos siento un golpeteo apacible en el pecho
y una dosis de terror mordisqueándome las piernas.

Dicen que admiramos los atardeceres en demasía.
Pero yo observo su doliente resplandor
y sospecho que aún hoy, después de tanto tiempo,
estremecemos ante su rabia.




Índigo

A María Antonia

Hemos de ver la puesta del sol
la roja mirada
el candor y la furia.

Sobre las piedras,
arden las últimas horas.

En un arrebato
la luz se modifica.

Intuimos la trayectoria de las sombras.
Somos solitaria presencia,
testigos únicos del cauce
cerrándose frente a nosotros.

Los pájaros guardan silencio a estas horas
las piedras se retraen sobre sí mismas,
hurgando su musgo más íntimo.

Una grieta nace entre las montañas.
las aguas de la noche se desperezan:
de ellas emerge un torrente de peces húmedos.

El rojo se convierte en un índigo intenso,
el cuerpo fiero de la noche se avecina.

Partimos en el momento justo
la mejilla del mar asciende suave y toca los riscos
obscurecidos.

Satisfechas, caminamos cuesta abajo,
hacia la boca abierta de la luna.




Quizás la medianoche

Despertamos en la orilla de otro sueño

Desde aquí, observamos el vaivén de la historia
la pequeña historia, la gran historia,
la que imaginábamos en péndulo
la que hoy sabemos espiral.

A tientas reconocemos los espejos.
Hemos llegado a un abismo conocido e íntimo
¿cuántas vueltas más antes de despertar?

Crecen los verdes a pesar del tiempo gris y las revueltas,
crecen flores, crecen manos,
crecen los bordes de la cotidianidad

La memoria se dobla sobre sí misma.
Nos reconocemos en los cuerpos olvidados,
en las tumbas hacedoras de milagros
en el atardecer siempre enrojecido de la ciudad.

Somos viajeros en mitad de la espesura
y sin embargo, crecen verdes en las piedras,
crecen flores, crecen manos,
y en el borde de lo insólito,
la cotidianidad.

Quizás la medianoche es más luz de lo que creemos,
y en el delirio de sus horas
se gesta el sueño
de lo que siempre,
sin intuirlo,
pudimos ser.




La casa en el kilómetro 14 y medio

Era una casa soberbia y silvestre.
Se mantenía caliente por dentro
como una taza honda, redonda y cerrada,
repleta de agua hervida.

Estaba rodeada de árboles de mango
y de pequeños murciélagos que se mantenían, glotones,
cerca de los árboles.

Había perras, siempre había perras.
Entrando y saliendo de la casa,
con las tetas viejas y húmedas,
con el sexo rojo atrayendo a los machos en cada luna.
Parían crías que luego se devoraban,
escondidas en la parte trasera de la casa,
donde crecía el pasto de forma salvaje,
donde un nido rabioso de órganos abandonados se entumecía.

Había un gato, aburrido y sucio,
que volvía siempre con la trompa habitada de algún roedor sanguinolento.
Lo recibían en casa con mimos y él nos dejaba
sus presas-ofrendas debajo de la mesa.
Siempre, a la hora del almuerzo.

Por las noches entraba viento,
un viento fresco que despeinaba las ramas hogareñas de los murciélagos,
solo entonces era la casa fresca.
Al sentir el viento salíamos de nuestras camas sudorosas
y subíamos descalzas a las hamacas
y nos mecíamos con un viento que soplaba, excitado, cada vez más fuerte.

Las perras lloraban.
Debajo de las mesas del patio, cogían y se mojaban.
Se mordisqueaban unas a otras,
montaban la tierra y el pasto
rompían las macetas con la fuerza de su celo.

La luna era gorda y amarilla.
Estaba manchada.
Nos alumbraba como una luciérnaga esférica.

Mientras tanto, los zancudos untaban su baba en nuestras piernas
y nos hinchaban las pantorrillas.
Su baba nos hervía por dentro.
Alborotadas, nuestra sangre
atraía a los pequeños murciélagos.

Era una casa soberbia y silvestre.
Y nosotras, no menos soberbias, no menos silvestres.




nota escrita después de una “noche atropellada y dudosamente lúcida”

soy testigo nada más de tus narices rotas.
del temblor que no te deja articular palabra
sin un accidental tartamudeo
llevas una cantina siempre bajo el brazo
y un rencor que te provoca escapar de las rutinas
como el niño que se sabe vagabundo
en su primer día de clases.
tu mirada está extraviada en un semáforo de media noche:
una señal amarilla e intermitente
una centinela esquiva dando vueltas, solitaria
tu cuerpo es un reproche.
tus huesos son un ramillete que se agita.
siento cómo tus manos de alfiler van marcando los espacios
por donde pasará la costura-cicatriz
que unirá para siempre nuestras vidas.
sos un fantasma al final del pasillo
más obscuro de mi casa.
sos un fantasma que picotea con su luz
a las seis de la mañana.
sos un fantasma hecho de lámina.
y te desangras
te desangras.





el lugar más íntimo para provocar incendios

la cocina. el infierno.
un lugar de cuchillos y de sangre.
es ahí donde arde el aceite
donde mi madre heredó su cicatriz más profunda.
dicen que es el lugar de la abundancia
del dulce y tibio olor a leche
del tomate fresco,
luciendo su más firme color rojo.
recuerdo las cebollas
crispándose en la cuna,
ajos como pequeñas larvas
agitándose en el fuego.
mamá con un delantal que le cubría el pecho
la sangre de la carne cruda
las verduras y los trastos bajo la misma regadera
las especies calentándose en el mismo olor a grasa
el lugar más íntimo para provocar incendios
mamá huele a aceite
tiene quemaduras en los ojos
sus pequeñas manos son muy torpes
el agua hierve
la carne se ablanda
cáscaras y huesos en una bolsa plástica
en la cocina: restos y paredes salpicadas
en la mesa: manteles y cucharas limpias.
una abeja arde en la cocina
atrapada en un vaso boca abajo
se va poniendo sucia.




Landing

Se hace necesario volver. Volver de vez en cuando sobre una misma. Escuchar la saliva untándose en los labios, el tronar de su paso en los dientes, su desliz delicado bajo la lengua hasta que atraviesa la garganta y rompe el desierto.

Es necesario callar. Salir de este cuerpo de títere, romper sus amarras y lanzarse al naufragio. Hundirse en la profunda claridad que se teje al final de nuestra cueva interna y observar. Ser testigo del propio abismo.

Se hace necesario volver. Para revivir la tristeza y escuchar su paso aletargado detrás de las puertas de los cuartos apagados. Abrir el oído hasta que la angustia del trueno se deshaga y deje pasar los sonidos enanos de la calma.

Es necesario mirar. Ver cómo transcurren las sombras bajo el capricho de la luz para entender que no hay voluntad que no dependa de la luz de otra. Ver la sangre herida, envejeciendo en cicatrices anecdóticas, doblando al propio cuerpo, hasta quedar vencida por el tiempo.

Pero sobre todas las cosas es necesario volver a ti para que no se mueran las ansias, para no perder la poesía escurridiza en la engañosa rutina del día, en esta vida ordinaria, en esta calculada trampa.



Casa 

Casa. Vivir en el paréntesis. Vivir en el mientras tanto.
En la cuerda extendida y horizontal.
Entre dos puntos

No ser la equilibrista. Ser la cuerda, la cuerda misma.
En su punto más céntrico e inestable.

Casa. ¿Cómo se habita eso?
¿Quién vive en una?
Que me muestren.
Aquí duele. ¿Dónde duele?

Aquí. En la falta de puertas y ventanas.
En el patio donde habita un zorro pero no viven las plantas.
En la sala repleta de migajas y de manchas.

¿Dónde duele?
Aquí duele.
En esta encrucijada.
En esta esquina azul debajo de las luces blancas.

Un tema busca un tema, como diría Chantal Maillard,
y al tema le falta una casa:
no sabe por dónde empezar a llorar.

Unas píldoras más
Mire doctor
ya sé que estoy curada,
tengo pastillas redondas
/que cuelgan de mi lengua
inofensivas balas que se escurren
/por mi garganta.

Totalmente desinfectada,
agua, algodón y tijeras rodeándome
/ los tobillos
–es necesario limpiar la suciedad
de los malos pasos–
y para ello me han recomendado
usar agua bendita.

Me he enjuagado el cuerpo
borrado las manchas que revientan
/en mis pómulos
y me dejan expuesta y colorada
con la vulgar expresión de una turista.



Delgada

con la comida sin grasa que
me recomienda usted en cada visita
(agua, dos por dos por dos vasos,
hasta reventarme la vejiga).

Esterilizada
he comprado en el super aquel jabón especial
para decolorar cualquier sobresalto del día
y poder dormir con el alma sedada.

Y aún así me siento enferma
y mi cuerpo resuena, se queja, se quiebra.

Deme algo más, doctor,
por que esta noche no duermo
y he empezado a escribir poesía.

Qué será doctor
que aún curada, me da por masticar letras
y luego escupir estas líneas malditas.



A LOS QUE DEJAN SU ALMA EN LOS AEROPUERTOS

Será que tu amor es tan profundo
que pueda guardarlo
por los siglos de los siglos
amén de los días
que transcurrirán antes de vernos.

será que el nudo que siento
cerrándome la voz
del lado del abismo
es tu corazón que se ha metido
cual murciélago en el
naranjo de mi pecho.

será que esa puerta
rechinará nuestros nombres
y sobrevivirá nuestra ausencia,
que el olor de mi sexo se clavó
en sus entrañas de madera
y despertará el deseo
de otros noctámbulos amantes.

será que tus ojos de destierro
volverán cada noche
a comerse los sueños
de la espiral-serpiente de mi rutina.

será que me gustan los amores desgarrados,
las entregas de aeropuerto.
será que yo también me enamoré.
qué pequeñita soy,
dirás,
qué ingenua.



CHALECO SALVAVIDAS DEBAJO DE SU ASIENTO

A mí no hay nada que me salve de este llanto y este vértigo. De esta voluntad de comerme las horas para sacarte esa rabia cocida con hilos negros. Ya ves, mi mala costumbre de abrir corazones con la lengua enredada, con las manos hambrientas. Mi afán de no hablar, de solo intuir, de pensar que basta un silencio cortando los labios para ser transparentes. una advertencia bastante anunciada: ese diablo en tu pecho no es apto para turistas. No es un lugar que se deja, que se bebe en la esquina, que se olvide en la playa, en el cuarto de hotel o en las sábanas limpias. Porque uno corre el riesgo de anclarse, de marcharse sin ojos y ser uno más de los que dicen amar encerrados en casas. A mí no hay nada que me salve. Me sé muy bien esta historia de náufragos. No necesito instrucciones ni salvavidas.



NAUFRAGIO

Luminosa tarde
abre la voz del canario,
desliza el vientre líquido de los veranos
debajo de la piel de esta décima nave.

Abre tus ojos de dragón apacible
dilata con tus alas de pez
este sueño de labios cerrados.

Habita el árbol redondo
sostenido en raíces
que calientan la sangre del tiempo.

Abrasa la carne rosada
de esta semilla estelar.

Revienta en un relámpago azul
su gravidez obsoleta.

Que seamos todos
mariposas de agua.


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