viernes, 26 de septiembre de 2014

YELITZA RUIZ [13.463]


Yelitza Ruíz  

(Guerrero, México   Diciembre 1986) 
Licenciada en Derecho, estudió en el Centro Morelense de las Artes, está incluida en la antología Poesía de Vanguardia (2007) Reunión de nuevas voces guerrerenses (2012), publicó el poemario Abril en Casa (Tarántula Dormida 2011) Premio Estatal de Literatura Joven en la categoría de Ensayo Literario, Premio Estatal de Poesía en Morelos, Miembro del Comité Organizador del Encuentro Nacional de Jóvenes Escritores Acapulco y editora de la revista FEUM/UAEM.




Escapismo

Abril deja morir las horas, 
esconde pasos, ahorra huellas. 
Abril tiene alas de pájaro silvestre,
finge la bondad de primavera
y estaciona un dolor en la garganta.
Las horas agonizan,
sangran,
gimen.
Sucede que el tiempo se agota;
y al igual que abril,
tengo suficiente viento en las alas para no volver.





Desamparo

Todos éramos más viejos
nuestros cuerpos parecían iglesias consumiéndose
en las letanías de un rosario.
Decías que la casa estaba llena de fantasmas.
No mentías.
Era el día de desamparar a la memoria
de apagar los faros que asaltan la noche,
de acudir al muelle para detener el llanto.
El suicidio de la tarde,
el destierro de unos ojos,
el estruendo de un abrazo
junto al gemido de tu pecho.





Amanecer

Amanecí repleta de pájaros,
junto a tus alas que guardan reposo
en medio de un canto que lastima el oído,
que abraza la corteza del árbol,
en la memoria de abril que lleva tu nombre.
Amanecí con el vientre repleto de aves,
en el nido que arde al filo de las ramas.





Zurda

¿Cuántos abriles cuelgan de mis ojos?
hacen huelga en una madeja de cabello,
se rehúsan al golpe del aire
y a la mano zurda con la que cuentas mi años.





Aldea

No conozco un lugar que haya germinado
sin un lago de sangre a las orillas de su aldea
o un cielo donde los pájaros guarden el luto de su canto.
¿Qué sería de estos pastos
sin el abono rojo que coagula las venas?
Debajo del suelo
los muertos sudan sangre.
Callan,
se llenan de piedad;
saben que en esta tierra
todo lo que nace,
ya tiene dueño.





No es abril el que temprano llora
no el silencio,
tampoco la muerte que aparece en toda casa.
Es el mes que sangra en la boca de todos,
escupe un llanto
y el gemido de la muerte
que escurre por los días.





Trenes para habitar la ciudad

I

Las estaciones están en peligro,
poco a poco se van extinguiendo,
la ciudad quiere jubilar a los trenes,
hacer un cambio por carreteras
o por las horas vuelo de los aviones,
dicen que la paciencia se agota entre los pasajeros
perenne itinerario.
Para mí son excusas,
todos los que viajamos en tren
no llevamos más equipaje que la muerte.




II

En el tiempo de aguas
los impermeables entumen
la húmeda sombra,
la ciudad es una estación
que descubre su edad en los primeros rieles.
Cuando el tren llega
nuestros pies se mecen,
se presiente el abandono ciudadano
en los primeros vagones.



III

La luz que seguimos por la mañana se ausenta,
la oscuridad es una profecía que se cumple a diario,
la vigilia del párpado se acentúa;
Tú apareces para deletrear un vocablo
de un mar que no tenemos,
a encender las luces
bajo un puente donde comienza el día. 





IV

Camino rumbo a la estación
observo una rutina distinta.
Hoy parece que los trenes están cansados
no escucho el temblor en el asfalto
que advierte su llegada.
El idioma de la incertidumbre
es el que hablo,
despliego un mapa con sigilo
con la sospecha de encontrar
tu cuerpo en alguna coordenada.
La suerte no me favorece,
a mi edad los amores cortos son una vida.




V

Una angustia se apodera de los trenes
una duda filosa corta la tarde,
espanta el aleteo de los pájaros
que vuelan en parvada hacia el norte.
Emerge como el amor que te guardo
lluvia ácida de junio.
Surge imaginaria por los rieles
ante la multitud sudorosa.





VI

Algo deberías aprender del tren:   
su hábito viajero
o la fidelidad que tiene a la estación.
El tren no viaja con tanta indiferencia
no paraliza colisiones,
no ahoga su avidez.
Se entrega,
igual que tú,
al pleno asilo de las vías.




VII

Los foráneos anuncian no volver a la ciudad.
Comentan que los trenes no vienen a menudo,
se quejan de la ausencia de puentes,
la perdida de mapas.
Me quedo en silencio:
¿Cómo decir que he construido una ciudad
sobre la misma?
donde el tren no se aburre
en la rutina de los rieles
y la voz es cicatriz que muerde
sonidos ya difuntos.




VIII

La ciudad parece preocupada por ocupar
un lugar en el pasado.
Despertó en los días cuando el calor
hace que los trenes
desaparezcan sin eco.
En medio del ardor,
 aparece una enorme fumarola
que amarga los labios,
ahora el sonido se percibe por la lengua.




IX

El ferrocarril es una bestia que no se cansa,
repite el gemido de los rieles a destiempo
traslada fabulas de sur a norte,
sus vagones esconden la furia de unos hombres
que a falta de hogar,
asaltan vías,
patean a ilusionistas,
desangran el ansía de los viajeros
igual a las palabras que pronuncio
cuando el diestro corazón revienta.





X

Hay días en los que imagino
una ciudad sin vías,
silencio de piel al tacto,
sordidez de una oración,
un duelo desesperado contra la nada.
Sin los trenes, estaríamos entumidos,
ligados a una muerte descalza,
conoceríamos el tedio de las ciudades que a falta de ellos
permanecen sitiadas,
incautas al mínimo pestañeo,
postal suicida de un terreno de alacranes.
Sin embargo, nosotros;
en esta homónima ciudad
¿Ixtepec o Las Cruces?
(diario cambia de nombre)
no padece ese infortunio.
Aquí tenemos:
trenes para habitar la ciudad
pesadumbre que se mueve
sobre los rieles venturosa.









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