jueves, 4 de septiembre de 2014

LADY MARY CHUDLEIGH [13.172] Poeta de Inglaterra


Lady Mary Chudleigh

María Chudleigh (agosto 1656-1710) fue una poeta inglesa. Parte de un círculo intelectual que incluía María Astell, Elizabeth Thomas, Judith Drake, Elizabeth Elstob, Lady Mary Wortley Montagu, y John Norris,  en sus últimos años, publicó un libro de poesía y dos libros de ensayos, todos ellos sobre temas feministas; dos de sus libros pasaron por cuatro ediciones en los últimos diez años de su vida. Su poesía sobre las relaciones humanas y las reacciones se ha antologías desde entonces, y sus ensayos feministas siguen siendo reproducidos. 

María, la hija de Richard Lee, nació en agosto de 1656, en Winslade en el condado de Devon, Inglaterra. Mientras que ella, al igual que la mayoría de mujeres de su época, recibió muy poco en el camino de la educación formal, leyó ampliamente y ella misma se educó en la teología, la ciencia y la filosofía. 

Individual works

The Ladies' Defence, Or, a Dialogue Between Sir John Brute, Sir William Loveall, Melissa, and a Parson (London, 1701)
Poems on Several Occasions (London, 1703)
Essays Upon Several Subjects (London, 1710)

Collected works

The Poems and Prose of Mary, Lady Chudleigh, ed. Margaret J.M. Ezell (New York: Oxford University Press, 1993).

Correspondence

Elizabeth Thomas, Pylades and Corinna (London, 1731).
The Poetical Works of Philip Late Duke of Wharton (London, 1731).
British Library MSS Stowe 223, f. 398.
British Library MSS Stowe 224, f. 1.




En una época en donde la igualdad entre géneros parecía una quimera inalcanzable, muchas escritoras góticas consolaron a sus lectoras mediante historias que honraban el noble espíritu femenino. Algunas alcanzaron la fama mediante la caracterización macabra de sus personajes masculinos; otras, tal vez menos propensas al simbolismo, plasmaron con aberrante detalle los más oscuros laberintos del alma viril, rebelándose violentamente contra una sociedad que limitaba hasta extremos absurdos las capacidades de desarrollo de la mujer.

Lo extraño es que esta virulenta defensa de la mujer tiene un antecedente que excede al género gótico, pero que tiene profundas similitudes con sus hermanas victorianas. Hablamos de Lady Mary Chudleigh.

Esta hermosa dama gótica no se conforma con advertir los peligros que encierra el matrimonio, sino que los expone con toda la crueldad que otorga la razón. Claro que este poema dista mucho de ser una vulgar acumulación de advertencias; aquí, la exposición de detalles está ligada a derrumbar el velo que cubre los ojos de toda doncella enamorada. Con una maestría perversa, Lady Chudleigh desenmascara todos los ardides y tretas del hombre: todas las promesas, todos los juegos de seducción, y aún todas las pequeñas ternuras que el hombre regala a su amada, caen bajo la escrupulosa sospecha de nuestra poeta.

Hoy en día, los poemas de Lady Chudleigh sólo acumulan polvo en las viejas bibliotecas, únicamente como refugio para los fervientes amantes de la literatura. Pero sus letras, o mejor aún, sus visiones, acaso continúen vigentes por muchos años, reflejando con una precisión redentora todas las miserables actitudes masculinas; y honrando a miles de bellas criaturas, quienes encontraron el final de sus alegrías en la infame soledad de sus matrimonios.





A las Damas
To the Ladies


Esposa y sirvienta son lo mismo,
pues sólo se diferencian en el nombre,
cuando del fatal anillo surge un abismo;
que nada, nada puede separar.
Cuando ella obedece la solemne palabra,
que el hombre en ley suprema ha formulado,
todo lo amable queda entonces sepultado,
y sólo permanece la posesión, y el orgullo.
Feroz como un príncipe oriental, él crece,
revelando al fin toda su soberbia innata.
Para mirar, reír o hablar,
sus votos no lo sujetan,
pero a ella, a una infinita soledad la condenan,
resignando para siempre toda libertad.
Así será gobernada bajo su mando,
temiendo a su esposo como a una deidad.
A él debe obedecer, a él debe servir,
sin jamás actuar, sin jamás decir;
hasta que en su arrogancia repose, confiado,
dueño del poder, sobre un panteón adorado.
Evitad, dulces doncellas, aquel indeseable estado,
y toda esa adoración que supura odio.
Valoraos a ustedes mismas, y despreciad a los galanes.
Recordad que si sois orgullosas, seréis sabias;





To the Ladies

Wife and servant are the same,
But only differ in the name:
For when that fatal knot is tied,
Which nothing, nothing can divide:
When she the word obey has said,
And man by law supreme has made,
Then all that’s kind is laid aside,
And nothing left but state and pride:
Fierce as an Eastern prince he grows,
And all his innate rigour shows:
Then but to look, to laugh, or speak,
Will the nuptial contract break.
Like mutes she signs alone must make,
And never any freedom take:
But still be governed by a nod,
And fear her husband as a God:
Him still must serve, him still obey,
And nothing act, and nothing say,
But what her haughty lord thinks fit,
Who with the power, has all the wit.
Then shun, oh! shun that wretched state,
And all the fawning flatt’rers hate:
Value your selves, and men despise,
You must be proud, if you’ll be wise.





Song

Why, Damon, why, why, why so pressing?
The Heart you beg’s not worth possessing:
Each Look, each Word, each Smile’s affected,
And inward Charms are quite neglected:
    Then scorn her, scorn her, foolish Swain,
    And sigh no more, no more in vain.

Beauty’s worthless, fading, flying;
Who would for Trifles think of dying?
Who for a Face, a Shape, wou’d languish,
And tell the Brooks, and Groves his Anguish,
    Till she, till she thinks fit to prize him,
    And all, and all beside despise him?

Fix, fix your Thoughts on what’s inviting,
On what will never bear the slighting:
Wit and Virtue claim your Duty,
They’re much more worth than Gold and Beauty:
    To them, to them, your Heart resign,
    And you’ll no more, no more repine.






The Wish

Would but indulgent Fortune send
To me a kind, and faithful Friend,
One who to Virtue’s Laws is true,
And does her nicest Rules pursue;
One Pious, Lib’ral, Just and Brave,
And to his Passions not a Slave;
Who full of Honour, void of Pride,
Will freely praise, and freely chide;
But not indulge the smallest Fault,
Nor entertain one slighting Thought:
Who still the same will ever prove,
Will still instruct and still will love:
In whom I safely may confide,
And with him all my Cares divide:
Who has a large capacious Mind,
Join’d with a Knowledge unconfin’d:
A Reason bright, a Judgement true,
A Wit both quick, and solid too:
Who can of all things talk with Ease,
And whose Converse will ever please:
Who charm’d with Wit, and inward Graces,
Despises Fools with tempting Faces;
And still a beauteous Mind does prize
Above the most enchanting Eyes:
I would not envy Queens their State,
Nor once desire a happier Fate.





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