viernes, 12 de septiembre de 2014

ESTEBAN DE LUCA [13.298]


Esteban de Luca

Esteban de Luca (Buenos Aires, Virreinato del Río de la Plata, 2 de agosto de 1786 – Río de la Plata, 17 de mayo de 1824) fue un poeta y militar argentino, director de la Fábrica de Armas de Buenos Aires en los años siguientes a la Revolución de Mayo.

Era hijo de un administrador colonial nacido en Italia y de una rica heredera criolla. Estudió en el Real Colegio de San Carlos de su ciudad natal y se dedicó al comercio en su primera juventud.

Durante las Invasiones Inglesas se enroló en 3° escuadrón del Cuerpo de Patricios y fue elegido oficial. Ingresó en la Escuela de Matemáticas formada por Belgrano y dependiente del Consulado de Comercio, donde aprendió el oficio de artillero militar, pero también el arte de la fabricación de cañones, municiones, pólvora y fusiles. Se destacó en la fabricación de un modelo especial de fusil copiado de los que usaba el regimiento 71 de escoceses, que había sido el principal cuerpo de la primera invasión inglesa.

En esa época compezó a publicar poemas y marchas patrióticas en los periódicos de su época. Era amigo de otro joven poeta, Vicente López y Planes. Contrajo matrimonio con una mujer rica y activa, que más tarde sería una de las fundadoras de la Sociedad de Beneficencia junto con Mariquita Sánchez de Thompson.

En mayo de 1812 compuso una Marcha patriótica, de estilo neoclásico y métrica corta, que fue entonada con carácter de canción nacional. No obstante, un año y medio más tarde, la Asamblea Constituyente oficializó como Himno Nacional Argentino otra Marcha patriótica, de su amigo Vicente López,

Poeta de inspiración neoclásica, fue autor, entre muchas otras, de las odas Canción de despedida del regimiento 9, en su partida al Perú, en el año 1814, A la victoria de Maipo, A la libertad de Lima, A la muerte de Belgrano, Al pueblo de Buenos Aires.

En septiembre de 1814 fue designado director de la Fábrica de Fusiles de Buenos Aires, cargo que desempeñó hasta 1820. Funcionaba en la manzana enfrente del actual Palacio de Tribunales de Buenos Aires. Disponía de un presupuesto importante, y lo utilizó para producir miles de fusiles, cientos de cañones, grandes cantidades de municiones, armaduras, correajes de cuero, pólvora y cientos de espadas y sables. Su más grande contribución fue armar el Ejército de los Andes, que fue su principal preocupación hasta que llegó la noticia de la batalla de Maipú, a fines de abril de 1818.

Durante los años siguientes dedicó la fábrica a armar el ejército de Buenos Aires, pero éste fue destruido en la Batalla de Cepeda. No obstante, siguió a cargo de la Fábrica de Fusiles, sólo que el presupuesto disponible fue muy disminuido por las complicaciones de la Anarquía del Año XX. A mediados de ese año fue enjuiciado por su participación las conspiraciones dirigidas por Carlos María de Alvear; fue absuelto, pero la Fábrica de Fusiles fue desmantelada.

En 1822, De Luca fue fundador y primer secretario de la Sociedad Literaria, fundada por orden del ministro Bernardino Rivadavia. Participó en la redacción de los dos periódicos que editó la sociedad, "La Abeja" y "El Argos". Al año siguiente publicó un largo alegato en favor de políticas activas para poblar el interior de la Provincia de Buenos Aires. También tradujo dramas para teatro del dramaturgo italiano Vittorio Alfieri, varios de los cuales fueron representados en los precarios teatros porteños.

A mediados de 1823 fue secretario de Valentín Gómez en su misión a Río de Janeiro, donde debían exigir la devolución pacífica de la Banda Oriental. A su regreso, en mayo de 1824, halló la muerte al naufragar en el Río de La Plata el bergantín en que viajaba.

Su trágico final fue evocado por el poeta Olegario Andrade en el poema El arpa perdida. La casa en que vivió en el barrio de San Telmo, se conserva aún, y es considerada Monumento Histórico Nacional.

Luca había dado muestras desde temprano de su afición á la poesía, afición que se desarrolló cuando los sucesos de 1810, ensanchando los horizontes de la juventud, conmovió las fibras patrióticas en todos los corazones.

Luca cantó desde entonces las glorias de la Revolución; y antes de consagrarse el hymno de Vicente López, sus canciones eran tan populares, que se entonaban hasta en los más apartados lugares del país. Á ellas pertenecen las siguientes estrofas publicadas á fines de aquel mismo año:

La América toda
Se conmueve al fin,
Y á sus caros hijos
Convoca á la lid,
Á la lid tremenda
Que va á destruir
Á cuantos tiranos
La osan oprimir.

Coro.

Americanos,
Mirad ya lucir
De la dulce Patria
La Aurora feliz

La victoria de Maipo inspiró á su musa una de las mejores composiciones de la literatura argentina, en el período de la Revolución. Pero una de las piezas de más mérito de la escogida colección de sus versos, es, sin duda alguna, la Oda al pueblo de Buenos Aires, como puede verse en las estrofas siguentes:



 La hermosa Buenos Aires, destinada
  Á dar un alto ejemplo
De justicia y poder, á abrir el templo
Del honor en su seno, atribulada
Se verá y confundida, si sus hijos
  El juramento olvidan,
  Que á la virtud hicieron
  El día en que emprendieron
Dar á la Patria libertad y gloria;
  Si olvidan que debieron
Al denuedo y trabajo la victoria,
  Cierta será la ruina
De la gran capital, cuando adorada
  Por la prole Argentina
Llegue á verse la pompa del Oriente;
Cuando en ora fatal abandonada
Al ocio muelle y femenil halago
En engañosa paz duerma imprudente.
  Empezará su estrago
El día en que asaltare la codicia
Sus pechos generosos. ¡Ah! entonces
El trono ocuparán de la Justicia
La doblez, el engaño y la malicia.

  ¡Oh fuertes Argentinos!
Tanto mal evitad, abandonando
La ciudad populosa, dó mil plagas
Se están en vuestro daño preparando:
Á los campos corred, que hasta hoy desiertos
Por la mano del hombre están clamando:
Volad desde las playas arenosas
  Que bañan mis corrientes,
Hasta dó marcha á sepultarse Febo;
Y ocupad en trabajos inocentes
El tiempo fugitivo, que insensible
  De continuo os arrastra
Hacia la margen del sepulcro horrible.

Una fértil, vastísima llanura
  Allá destina el cielo
Á vuestro bien y sin igual ventura.
  Como en los anchos mares,
Se espaciará por ella vuestra vista,
  Y nuestros patrios lares
  Un inmenso horizonte
Abarcarán hasta el lejano punto
En que se eleva el escarpado monte.
Con pasto saludable y abundoso
  Veréis allí cual crece
La raza del caballo generoso,
Que libre pace por inmensos prados,
Y aunque al diestro jinete aun no obedece
En ligereza y brío no cediera
Á los que en Grecia un tiempo
Vencieron en la olímpica carrera:
Veréis la oveja que en tributo ofrece

Al pastor industrioso los vellones.
  Que defienden al hombre
De los rigores del invierno helado;
Veréis en paz dichosa propagado
El útil animal, que de la tierra
Rompiendo el seno con el corbo arado,
Vuestro inocente afán deja premiado.

 La benéfica Ceres, siempre atenta
Del labrador honrado á las fatigas,
  De doradas espigas
Los campos cubrirá, que veis ahora
Del espinoso cardo sólo llenos.
La sazonada mies las esperanzas
Á colmar bastará de nuevas gentes
  Que antes de muchos soles,
  Robustas, inocentes
  Darán pasmo á la tierra:
En libertad, ilustres fundadores
Vais á ser de mil pueblos venturosos,
  Mucho más numerosos,
  Que los astros brillantes,
  De que se ve sombrada
La esfera de los ciclos dilatada.
No veréis en los campos la grandeza,
Y el brillo del ocioso cortesano,
Que por los atrios y las anchas plazas
Corre agitado de un furor insano:
No veréis las carrozas de oro y plata
Con exquisito gusto guarnecidas,
Y en ellas ostentando gentileza
La beldad, el orgullo y la pereza;

  Ni á su correr violento
Sentiréis cual retiembla el pavimiento;
Ni en tanto ruido y vanos esplendores
  Sentiréis a algazara
De una plebe indigente y caprichosa.
Tras la sombra del bien corriendo avara.
  Pero en cambio os espera,
Libres de odio, y rencor, en cada día
Una escena más grata y majestuosa,
Cuando dejando el perezoso lecho,
Tranquilos observéis la paz hermosa
Del sol, que se alza ya por el Oriente;
Cuando oigáis de las aves la armonía
  Con que el astro naciente
Saludan con mil trinos á porfía;
  Cuando aspiréis gozosos
El aura matinal llena de vida,
  Y la yerba mullida
Una alfombra os presente de esmeralda
Con las perlas del alba enriquecida.

  Esos feraces llanos,
Que el cielo os concedió, serán cubiertos
  Después por vuestras manos
De mil bosques sombríos, silenciosos
  Al par de vuestros hijos
  Crecerán los frondosos
  Árboles corpulentos,
  Que con su sombra amiga
Suave frescor os den, cuando sus rayos
Lanzando Febo, al orbe más fatiga
  ¡Cuán misterioso asilo.

En ellos hallarán vuestros amores!
  ¡Qué envidiable y tranquilo
Será vuestro vivir! ¡Cuán inocentes
Serán de vuestros pechos los ardores!
En ellos sentiréis en dulce calma
vuestro ser inundado, y elevarse
Al Dios de todo bien, allí vuestra alma:
  Tiempo vendrá que en ellos
Vuestros sabios filósofos contemplen
  En silencio las leyes
De la naturaleza, ó de la Europa
El poder y el orgullo de sus reyes.
  En los remotos climas
Del Septentrión resonará la fama
De todos vuestros bienes no gozados;
Y los míseros pueblos, que las aguas
Beben del Volga y del Danubio helados,
Se arrojarán al mar, buscando asilo
  En vuestro patrio suelo,
  Donde benigno el cielo
La abundancia vertió con larga mano;
  Donde por siempre ríe
  La gran naturaleza,
  Poderosa venciendo
Del invierno sañudo la aspereza

 Dichosos no veréis vuestros ganados
Por el león rugiente y voraz lobo,
Por el tigre alevoso, devorados;
Ni será que la sierpe ponsoñoza
  Clave el agudo diente
Al labrador, cuando la mies sabrosa

 Segando diligente,
En copioso sudor baña su frente;
El soldado cruel, acostumbrado
Á llevar de los llanos á las sierras
Los estragos de Marte ensangrentados,
  No asolará las tierras,
Que hubieren vuestras manos cultivado.

 Sin temer de la guerra la inclemencia,
En paz la gozaréis; y vuestros hijos
Las gozarán también. En rica herencia,
  Eternos vuestros bienes
Serán, como el imperio afortunado
  De la razón divina.
  Que hoy al hombre ilumina
  Con lumbre bienhechora
Del Septentrión al Sud, desde Occidente
Á los floridos reinos de la aurora.
  Los frutos abundantes,
Que os brindarán terrenos dilatados,
  Serán luego cambiados
Por la industria de pueblos comerciantes.
El honrado Alemán, el culto Galo,
El Britano, señor hoy de los mares,
Mayor actividad y movimiento
  Darán á los talleres,
  De que pende el sustento
  De la Europa afligida,
  Tras la guerra espantosa,
Por la plaga de fiebre contagiosa,
Y en tumba de sus hijos convertida.







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