martes, 18 de marzo de 2014

ANNETTE VON DROSTE-HÜLSHOFF [11.276]


Annette von Droste-Hülshoff

Annette von Droste-Hülshoff (10 de enero de 1797 - 25 de mayo de 1848) fue una escritora y poetisa alemana perteneciente a la corriente Biedermeier dentro del romanticismo alemán. Autora de baladas, poemas épicos y religiosos.

Nacida de una familia católica y aristocratica de Wesfalia, Tuvo una infancia y juventud enfermiza, al principio bajo los cuidados de su padre, y tras la muerte de este, los de su hermana mayor. Fue educada por profesores particulares y comenzó a escribir desde niña, pero no publicó hasta casi los 40 años de edad
Como consecuencia de una serie de viajes realizados en su juventud, se relacionó con algunos de los contemporáneos de su época, como Goethe o los hermanos Grimm, lo que le provoca una inquietud por escribir, a pesar de algunas críticas, empezó a escribir poemas.
Los últimos años de su vida los paso en el castillo de su hermano donde fue terminando alguna de sus últimas obras. Falleció el 24 de mayo de 1848 en el Castillo de Meersburg junto al Lago de Constanza, probablemente de una grave neumonía.

Obras

Mujeres en la historia alemana.
Sus obras más importantes son:
Año espiritual. Ciclo de poemas
Poemas con temas de la naturaleza
Imágenes de la landa
El estanque
El niño en el pantano
La represalia. Balada
El haya del judío, subtitulada “Una pintura de costumbres de la Westfalia montañosa”.




[de «Estampas de la landa»]

I - La alondra

¿No oyes de la noche el espoleado celador?
Con luz crepuscular su grito extingue un temblor,
y, ebria de sueño, en mantas de púrpura perfila
su cabeza el sol; en la etérea pila
hunde la frente, no se ve con exactitud
si es que enciende una luz, o bebe en el azul.
Sube y baja un estertor de roja flecha ardiente,
despertando fulgores del rocío, con vuelo
que surca el de la landa pardo suelo.
También la alondra entonces su plumaje extiende,
el heraldo del día su librea;
ora este ora el otro ojillo pestañea
al asomarse tímida desde la retama;
luego en calma se mece, se separa la mata,
y gorjeando, del mandato la nota prima
lanza al azul húmedo el enviado del día.

«¡Vamos! ¡La princesita está despierta!
Soñolïentos camareros, estad alerta;
tú, genciana con el cuenco de zafiro,
y, sauce enano, tú, con sedoso distintivo,
de vosotras, las flores todas, vuestra función,
la princesita no duerme, ya entra en el salón!»

Mil pestañas se agitan entonces a la vez,
la margarita tiene abiertos los ojos claros,
el nenúfar ostenta cierta palidez
asustado de haberla sorprendido en el baño;
¡el álamo temblón, cuán tímido y vacilante!
El saüce pequeño ligero se empolva
y al viento oeste da, suave, su tela sedosa,
por que a manos de su alteza la lleve delante.
Reverente ofrenda su copa aljofarada
la genciana, y en lo hondo el rayo cala;
tiene el primer lugar, cual príncipe de linaje,
junto al lecho de la princesa, como paje.

Calmo se extingue el púrpura en el arrebol,
rompe en el horizonte temblando un resplandor
pliegues de una cortina, y de nuevo se ahonda
en el éter el canto de la alondra:

«¡La princesa llega, la princesa está en la puerta!
¡Ea, vosotros, músicos de sala,
dejad oír el tierno son de vuestras arpas
y, alígero pueblo en flor, que el coro se advierta,
la princesa llega, la princesa está en la puerta!»
Se puebla y bulle entonces en la landa la fronda;
la patita, veloz, gira el grillo,
frota la colofonia del rocío,
y la viola d´amore ya, tan pastoral, toca.

Del escarabajo, hábil trompa, es el rumor;
el mosquito desliza argénteas alas raudo,
por que se oiga el triángulo más claro;
de tiple zumba la mosca y también tenor;
y, medrando siempre su valioso ceñidor,
en el centro del cuerpo la bolsa copïosa,
a la abeja el barítono se endosa:
en la flor alborotan, posados torpemente,
el contrabajo los abejorros indolentes.

Tantos miles de brazos jamás la catedral
tuvo en la nave, como en el brezal
la bóveda en más bóvedas se aloja,
cual laberintos una a la otra se arroja;
Tantos miles de voces no alzó un coro jamás
como en la verde landa la música detrás.
En su trono la reina está sentada ahora,
de su pie es la argéntea nube estera,
de su cabeza surgen rayos y la coronan,
y más alto el saludo de heraldo reverbera:

«Mineros, ¿de los túneles ya habéis salido?
Traed vuestros tesoros, y tú, fabricante,
tiende ante la princesa el esplendor del vestido;
descubrid, negociantes, el zafiro, el diamante.»

Mira, del seno de la tierra un surtidor:
cómo los negros mineros se empujan y pasan,
con fatiga y fuerza, de las galerías alzan
colosales gradas, grandes como el portador;
hormigas: ¡os ponéis en gran dificultad!
no atrae tu piedra ruda, clemencia de princesa.
Mas mira deslizarse la araña de aquí a allá,
tensa ya el último hilo de la tela,
perlada claridad, vaporoso traje de elfos;
Muchas preciosas chispas allí se han encendido;
Llega el viento y lo quita con su ganchillo luego;
ya sube, ya tremola, y ha desaparecido.–

La nube se extendió, cruzó el hálito, cortante;
calló la alondra: en la retama se hundió al instante.



[aus »Heidebilder«]

I - Die Lerche

Hörst du der Nacht gespornten Wächter nicht?
Sein Schrei verzittert mit dem Dämmerlicht,
Und schlummertrunken hebt aus Purpurdecken
Ihr Haupt die Sonne; in das Ätherbecken
Taucht sie die Stirn, man sieht es nicht genau,
Ob Licht sie zünde, oder trink' im Blau.
Glührote Pfeile zucken auf und nieder,
Und wecken Taues Blitze, wenn im Flug
Sie streifen durch der Heide braunen Zug.
Da schüttelt auch die Lerche ihr Gefieder,
Des Tages Herold seine Liverei;
Ihr Köpfchen streckt sie aus dem Ginster scheu,
Blinzt nun mit diesem, nun mit jenem Aug';
Dann leise schwankt, es spaltet sich der Strauch,
Und wirbelnd des Mandates erste Note
Schießt in das feuchte Blau des Tages Bote.

»Auf! auf! die junge Fürstin ist erwacht!
Schlaftrunkne Kämmrer, habt des Amtes acht;
Du mit dem Saphirbecken Genziane,
Zwergweide du mit deiner Seidenfahne,
Das Amt, das Amt, ihr Blumen allzumal,
Die Fürstin wacht, bald tritt sie in den Saal!«

Da regen tausend Wimper sich zugleich,
Maßliebchen hält das klare Auge offen,
Die Wasserlilie sieht ein wenig bleich,
Erschrocken, daß im Bade sie betroffen;
Wie steht der Zitterhalm verschämt und zage!
Die kleine Weide pudert sich geschwind
Und reicht dem West ihr Seidentüchlein lind,
Daß zu der Hoheit Händen er es trage.
Ehrfürchtig beut den tauigen Pokal
Das Genzian, und nieder langt der Strahl;
Prinz von Geblüte hat die erste Stätte
Er immer dienend an der Fürstin Bette.

Der Purpur lischt gemach im Rosenlicht,
Am Horizont ein zuckend Leuchten bricht
Des Vorhangs Falten, und aufs neue singt
Die Lerche, daß es durch den Äther klingt:

»Die Fürstin kömmt, die Fürstin steht am Tor!
Frischauf ihr Musikanten in den Hallen,
Laßt euer zartes Saitenspiel erschallen,
Und, florbeflügelt Volk, heb an den Chor,
Die Fürstin kömmt, die Fürstin steht am Tor!«
Da krimmelt, wimmelt es im Heidgezweige,
Die Grille dreht geschwind das Beinchen um,
Streicht an des Taues Kolophonium,
Und spielt so schäferlich die Liebesgeige.

Ein tüchtiger Hornist, der Käfer, schnurrt,
Die Mücke schleift behend die Silberschwingen,
Daß heller der Triangel möge klingen;
Diskant und auch Tenor die Fliege surrt;
Und, immer mehrend ihren werten Gurt,
Die reiche Katze um des Leibes Mitten,
Ist als Bassist die Biene eingeschritten:
Schwerfällig hockend in der Blüte rummeln
Das Kontraviolon die trägen Hummeln.
So tausendarmig ward noch nie gebaut
Des Münsters Halle, wie im Heidekraut
Gewölbe an Gewölben sich erschließen,
Gleich Labyrinthen in einander schießen;
So tausendstimmig stieg noch nie ein Chor,
Wie's musiziert aus grünem Heid hervor.
Jetzt sitzt die Königin auf ihrem Throne,
Die Silberwolke Teppich ihrem Fuß,
Am Haupte flammt und quillt die Strahlenkrone,
Und lauter, lauter schallt des Herolds Gruß:

»Bergleute auf, herauf aus eurem Schacht,
Bringt eure Schätze, und du Fabrikant,
Breit vor der Fürstin des Gewandes Pracht,
Kaufherrn, enthüllt den Saphir, den Demant.«

Schau, wie es wimmelt aus der Erde Schoß,
Wie sich die schwarzen Knappen drängen, streifen,
Und mühsam stemmend aus den Stollen schleifen
Gewalt'ge Stufen, wie der Träger groß;
Ameisenvolk, du machst es dir zu schwer!
Dein roh Gestein lockt keiner Fürstin Gnaden.
Doch sieh die Spinne rutschend hin und her,
Schon zieht sie des Gewebes letzten Faden,
Wie Perlen klar, ein duftig Elfenkleid;
Viel edle Funken sind darin entglommen;
Da kömmt der Wind und häkelt es vom Heid,
Es steigt, es flattert, und es ist verschwommen. –

Die Wolke dehnte sich, scharf strich der Hauch,
Die Lerche schwieg, und sank zum Ginsterstrauch.




[de «Estampas de la landa»]

II - La cacería

El aire a dormir se ha echado,
en el musgo a gusto se ha estirado;
sin un susurro, que la hierba inquiete,
sin un suspiro, que al tallo despierte.
Tan sólo una nube, a veces, sueña,
y en pálido horizonte se despeña,
donde, oscuros, sobre el albardón
el abedal candelabros extiende.
¡Oye, allí!, un clamor, un lejano son:
«¡Hola! ¡hoho!», tan largo y extendido,
que se creerían olas del sonido
en campo de genistas, y aún allá:
«¡Hola! ¡hoho!»…, siguiendo el matorral
su eco vacilante,… ¡todo silente!
Se oye el temor de moscas, estridente,
en telarañas, caída de bayas;
se oye en la hierba del escarabajo
el paso, y de grullas, luego, bandadas
cruzando, el ¡cling clang! de su aérea balsa;
¡cling! ¡clang! cual lejano grito de sapos
campanillea el bosque a lo largo;
¡zas!, el zorro huye por el albardón…,
se desliza entre juncos y sus lanzas,
y sigue trotando sin aprensión:
y del matorral, como copos, blancas,
se esparcen las vivas campanas,
rodando por el terraplén abajo;
como anguilas levántanse del suelo,
y siguen, siguen, el zorro y los perros.
El vacilante enebro murmura,
cruje la landa, el junco susurra,
y cubren la jauría mil falenas.
Jadeo y gañido tras la presa,
copos de espuma esparce el belfo;
el zorro lleva aún bien la delantera,
trota calmo, con la cola a la rastra,
en el rocío oscura línea traza
y despectivo muestra la almohadilla.
Mas pronto alza el rabo de una vez,
y, como en el estanque salta el pez,
entre los tallos cruza el herbazal,
arroja con las patas polvo y guijas;
tras él, fragor de follaje invernal:
con gargantas hinchadas la jauría.
Se les oye cascar el maxilar
cuando cortan el aire al arrufar;
hacia el bosque así en amplio rodeo,
y al salir del matorral lüego,
vuelven los bracos a cascabelear.

¿Qué irrumpe allí en el coto, entre la zarza?
Galope fragoroso bate el suelo;
¡ah! es, el toro al frente, una vacada
mugiendo, y suelto ladra atrás un perro.
Pesada pisotea el erial
–bajo el cuerno, la cola horizontal–
y vacila en torno un par de veces,
hasta que en la landa se detiene.
Y allí se paran, bramando aún, las reses,
como si su ojo vidrioso midiese
el matorral, y al hundir la cabeza,
cruje el tomillo y el diente carmena;
en gualdo humo bufan con enfado,
la ubre la mata de enebro rozando,
y azotan la nube con la cola
de bichos zumbadores y de moscas.
Agitando despacio el vientre pleno,
así hasta el pozo van paciendo.

«¡Hola!»: un tiro; y otro:«¡hohó!»
a la vacada asombra, al pozo rizan
burbujas; tal como del malecón
en el desagüe el remolino silba,
lleva agua al gaznate el pescuezo, tenso;
resoplan; lenta, la enferma ternera
se acerca, se agita con tos hueca,
¡y luego… un tiro, y un grito, luego,
de júbilo! Hasta la oreja una gorra
verde, la media luna en la banda,
veloz, desde el claro un cazador trota
hasta el centro de la landa,
cazador sin morral ni carabina;
cierra el puño, agita el cuerno de caza,
y a mil zorros, cuando al labio lo arrima,
no da un soplo con tanto vigor muerte,
como el que hoy resuena sobre el césped.
«¡El bribón ha muerto, ha muerto el bribón!
¡Es hora de que lo enterremos!
¡Si es que no lo prenden los perros,
lo comerán los cuervos,
hohó, hola!»

De todos lados caen en raudal,
salen bracos de bosque y matorral;
se los ve por el campo en rudos corros
dando voces, del cuerno en torno.
Tan hueco y tan largo es su aullido,
que a la fanfarria oscurece el sonido;
pero más alto, alto suena el gloria,
por la genista brama el victoria:

«¡Colgad al bribón, colgad al bribón!
Colgadlo de ese sauce,
para ti el sebo, para mí el pellejo,
y ambos daremos a la risa cauce;
¡colgadlo!, sí, ¡colgadlo,
al bribón, al bribón!…»







[aus »Heidebilder«]

II - Die Jagd

Die Luft hat schlafen sich gelegt,
Behaglich in das Moos gestreckt,
Kein Rispeln, das die Kräuter regt,
Kein Seufzer, der die Halme weckt.
Nur eine Wolke träumt mitunter
Am blassen Horizont hinunter,
Dort, wo das Tannicht überm Wall
Die dunkeln Kandelabern streckt.
Da horch, ein Ruf, ein ferner Schall:
»Hallo! hoho!« so lang gezogen,
Man meint, die Klänge schlagen Wogen
Im Ginsterfeld, und wieder dort:
»Hallo! hoho!« – am Dickicht fort
Ein zögernd Echo, – alles still!
Man hört der Fliege Angstgeschrill
Im Mettennetz, den Fall der Beere,
Man hört im Kraut des Käfers Gang,
Und dann wie ziehnder Kranichheere
Kling klang! von ihrer luft'gen Fähre,
Wie ferner Unkenruf: Kling! klang!
Ein Läuten das Gewäld entlang,
Hui schlüpft der Fuchs den Wall hinab –
Er gleitet durch die Binsenspeere,
Und zuckelt fürder seinen Trab:
Und aus dem Dickicht, weiß wie Flocken,
Nach stäuben die lebend'gen Glocken,
Radschlagend an des Dammes Hang;
Wie Aale schnellen sie vom Grund,
Und weiter, weiter, Fuchs und Hund.
Der schwankende Wacholder flüstert,
Die Binse rauscht, die Heide knistert
Und stäubt Phalänen um die Meute.
Sie jappen, klaffen nach der Beute,
Schaumflocken sprühn aus Nas' und Mund;
Noch hat der Fuchs die rechte Weite,
Gelassen trabt er, schleppt den Schweif,
Zieht in dem Taue dunklen Streif,
Und zeigt verächtlich seine Socken.
Doch bald hebt er die Lunte frisch,
Und, wie im Weiher schnellt der Fisch,
Fort setzt er über Kraut und Schmelen,
Wirft mit den Läufen Kies und Staub;
Die Meute mit geschwollnen Kehlen
Ihm nach wie rasselnd Winterlaub.
Man höret ihre Kiefern knacken,
Wenn fletschend in die Luft sie hacken;
In weitem Kreise so zum Tann,
Und wieder aus dem Dickicht dann
Ertönt das Glockenspiel der Bracken.

Was bricht dort im Gestrippe am Revier?
Im holprichten Galopp stampft es den Grund;
Ha! brüllend Herdenvieh! voran der Stier,
Und ihnen nach klafft ein versprengter Hund.
Schwerfällig poltern sie das Feld entlang,
Das Horn gesenkt, waagrecht des Schweifes Strang,
Und taumeln noch ein paarmal in die Runde,
Eh Posto wird gefaßt im Heidegrunde.
Nun endlich stehn sie, murren noch zurück,
Das Dickicht messend mit verglastem Blick,
Dann sinkt das Haupt und unter ihrem Zahne
Ein leises Rupfen knirrt im Thimiane;
Unwillig schnauben sie den gelben Rauch,
Das Euter streifend am Wacholderstrauch,
Und peitschen mit dem Schweife in die Wolke
Von summendem Gewürm und Fliegenvolke.
So langsam schüttelnd den gefüllten Bauch
Fort grasen sie bis zu dem Heidekolke.

Ein Schuß: »Hallo!« ein zweiter Schuß: »Hoho!«
Die Herde stutzt, des Kolkes Spiegel kraust
Ihr Blasen, dann die Hälse streckend, so
Wie in des Dammes Mönch der Strudel saust,
Ziehn sie das Wasser in den Schlund, sie pusten,
Die kranke Sterke schaukelt träg herbei,
Sie schaudert, schüttelt sich in hohlem Husten,
Und dann – ein Schuß, und dann – ein Jubelschrei!
Das grüne Käppchen auf dem Ohr,
Den halben Mond am Lederband,
Trabt aus der Lichtung rasch hervor
Bis mitten in das Heideland
Ein Waidmann ohne Tasch' und Büchse;
Er schwenkt das Horn, er ballt die Hand,
Dann setzt er an, und tausend Füchse
Sind nicht so kräftig totgeblasen,
Als heut es schmettert übern Rasen.
»Der Schelm ist tot, der Schelm ist tot!
Laßt uns den Schelm begraben!
Kriegen ihn die Hunde nicht,
Dann fressen ihn die Raben,
Hoho hallo!«

Da stürmt von allen Seiten es heran,
Die Bracken brechen aus Genist und Tann;
Durch das Gelände sieht in wüsten Reifen
Man johlend sie um den Hornisten schweifen.
Sie ziehen ihr Geheul so hohl und lang,
Daß es verdunkelt der Fanfare Klang,
Doch lauter, lauter schallt die Gloria,
Braust durch den Ginster die Viktoria:

»Hängt den Schelm, hängt den Schelm!
Hängt ihn an die Weide,
Mir den Balg und dir den Talg,
Dann lachen wir alle beide;
Hängt ihn! Hängt ihn
Den Schelm, den Schelm! – –«







[de «Estampas de la landa»]

IV - El estanque

Yace tan quieto en la luz matutina,
tan en paz, cual conciencia pïadosa;
si con besos su espejo oestes rozan,
no lo siente la flor de la orilla;
tiemblan libélulas sobre él allí,
bastoncillos auriazules, carmín;
la araña de agua, a la imagen del sol
dirige la danza en el fulgor;
guirnalda de gladiolos en la margen
el arrullo oye del cañaveral;
viene y va un murmullo süave,
como si susurrara: ¡paz! ¡paz! ¡paz!…



 [aus »Heidebilder«]

IV - Der Weiher

Er liegt so still im Morgenlicht,
So friedlich, wie ein fromm Gewissen;
Wenn Weste seinen Spiegel küssen,
Des Ufers Blume fühlt es nicht;
Libellen zittern über ihn,
Blaugoldne Stäbchen und Karmin,
Und auf des Sonnenbildes Glanz
Die Wasserspinne führt den Tanz;
Schwertlilienkranz am Ufer steht
Und horcht des Schilfes Schlummerliede;
Ein lindes Säuseln kommt und geht,
Als flüstr' es: Friede! Friede! Friede! –





[de «Estampas de la landa»]

IV a - El cañaveral

¡Calla!, ¡calla!, ¡silencio!, él düerme.
Libélula, las alas mueve suave,
que la áurea tela no suene estridente,
y tú, haz guardia, verdor de la margen,
no has de dejar caer guijarro alguno.
En un plumón de nube está su sueño,
y sobre él deja ondear en susurros
su abovedada copa el árbol viejo;
donde el sol arde, muy en la altura,
sus alas balancea un ave,
y –escurridizo pececillo– cruza
su sombra el espejo del estanque.
¡Calla!, ¡calla!, se ha estremecido,
una ramilla al caer lo ha movido,
que estaba el pardillo llevando al nido;
¡mm, mm!, rama, tu verde tela extiende…
¡mm, mm!, ya bien profundo duerme.





[aus »Heidebilder«]

IV a - Das Schilf

Stille, er schläft, stille! stille!
Libelle, reg die Schwingen sacht,
Daß nicht das Goldgewebe schrille,
Und, Ufergrün, halt gute Wacht,
Kein Kieselchen laß niederfallen.
Er schläft auf seinem Wolkenflaum,
Und über ihn läßt säuselnd wallen
Das Laubgewölb' der alte Baum;
Hoch oben, wo die Sonne glüht,
Wieget der Vogel seine Flügel,
Und wie ein schlüpfend Fischlein zieht
Sein Schatten durch des Teiches Spiegel.
Stille, stille! er hat sich geregt,
Ein fallend Reis hat ihn bewegt,
Das grad zum Nest der Hänfling trug;
Su, Su! breit, Ast, dein grünes Tuch –
Su, Su! nun schläft er fest genug.





[de «Estampas de la landa»]

XII - El chico en el pantano

¡Oh, horrendo es andar por el pantano,
cuando bulle el humo de la landa,
como fantasmas vuélvense los vahos
y el zarcillo ganchillo hace en la mata,
a cada paso un breve hontanar brota,
y por la hendija algo canta y borbota;
oh, horrendo es andar por el pantano,
cuando crepita el hálito en las cañas!

Temblando aprieta el niño la cartilla
y, como perseguido, corre;
hueco sobre el llano el viento silba…
¿Qué es el crujido que en el seto se oye?
–¡Es el enterrador, el espectral,
que hurta al maestro lo mejor del turbal;
uh, uh, irrumpe como res perdida!
Temeroso, el niñito se encoge.

Inquietante el pino cabecea,
tocones hay en la costa absortos;
entre tallos cual lanzas gigantescas,
el chico corre, el oído pronto.
¡Y qué chasquido y murmullos allí!
–¡Es la hilandera infeliz,
es la hechizada hilandera
devanando en las cañas, Leonor!

¡A correr, a correr, y con premura,
como si prenderlo quisieran;
ante sus pies salen burbujas,
sisea algo bajo las suelas
como una melodía espectral;
–el violinista es, desleal,
Knauf, el del violín, que despluma
mientras las bodas se celebran!

Y se hiende el pantano, un suspiro
sale ya de la cavidad abierta;
¡ay, de Margret, la maldita, es quejido
que clama: oh, oh, mi alma en pena!
Como un corzo herido el niño salta;
si no estuviera el ángel de la guarda,
vería un cortador luego en lo ardido
del turbal su pálida osamenta.

Poco a poco se afirma el suelo,
y junto al sauce, más allá,
(el chico se detiene en el lindero)
tiembla en la lámpara una luz natal.
Toma hondo aliento, y atrás, al pantano
dirige aún la vista, azorado:
¡sí, en la landa fue horrendo;
oh, fue terrible en el cañaveral!

(Traducción: Héctor A. Piccoli)





[aus »Heidebilder«]

XII - Der Knabe im Moor

O schaurig ist's übers Moor zu gehn,
Wenn es wimmelt vom Heiderauche,
Sich wie Phantome die Dünste drehn
Und die Ranke häkelt am Strauche,
Unter jedem Tritte ein Quellchen springt,
Wenn aus der Spalte es zischt und singt,
O schaurig ist's übers Moor zu gehn,
Wenn das Röhricht knistert im Hauche!

Fest hält die Fibel das zitternde Kind
Und rennt als ob man es jage;
Hohl über die Fläche sauset der Wind –
Was raschelt drüben am Hage?
Das ist der gespenstige Gräberknecht,
Der dem Meister die besten Torfe verzecht;
Hu, hu, es bricht wie ein irres Rind!
Hinducket das Knäblein zage.

Vom Ufer starret Gestumpf hervor,
Unheimlich nicket die Föhre,
Der Knabe rennt, gespannt das Ohr,
Durch Riesenhalme wie Speere;
Und wie es rieselt und knittert darin!
Das ist die unselige Spinnerin,
Das ist die gebannte Spinnlenor',
Die den Haspel dreht im Geröhre!

Voran, voran, nur immer im Lauf,
Voran als woll' es ihn holen;
Vor seinem Fuße brodelt es auf,
Es pfeift ihm unter den Sohlen
Wie eine gespenstige Melodei;
Das ist der Geigemann ungetreu
Das ist der diebische Fiedler Knauf,
Der den Hochzeitheller gestohlen!

Da birst das Moor, ein Seufzer geht
Hervor aus der klaffenden Höhle;
Weh, weh, da ruft die verdammte Margret:
»Ho, ho, meine arme Seele!«
Der Knabe springt wie ein wundes Reh,
Wär' nicht Schutzengel in seiner Näh',
Seine bleichenden Knöchelchen fände spät
Ein Gräber im Moorgeschwele.

Da mählich gründet der Boden sich,
Und drüben, neben der Weide,
Die Lampe flimmert so heimatlich,
Der Knabe steht an der Scheide.
Tief atmet er auf, zum Moor zurück
Noch immer wirft er den scheuen Blick:
Ja, im Geröhre war's fürchterlich,
O schaurig war's in der Heide!









1 comentario:

  1. Muchas gracias por darnos los poemas de esta grandiosa Poeta. La amo! Gracias Fernando Sabido.

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