miércoles, 4 de febrero de 2015

ADALBERTO GARCÍA LÓPEZ [14.690] Poeta de México



Adalberto García López 

(Culiacán, Sinaloa, México  1993), poeta, director de la revista  Fricciones, actualmente estudia el 5to semestre en la Licenciatura de Lengua y  Literatura Hispánicas. Ha participado en varios congresos y encuentros estudiantiles.  Sus textos han aparecido en diversas publicaciones impresas y digitales.




Maríntimo

A Mirtha Sánchez:

tú lo has visto con tus ojos,
yo a través de tus palabras.

Y el mar ha callado hace mucho tiempo
todo su cementerio.
Llegada la noche intenta lanzar un grito,
un enmudecido grito en el rubor de la oscuridad
pero sus muertos se lanzan a la orilla,
en busca de piedra alguna para anclarse:
rasgan la arena, las conchas, los cangrejos
porque el mar se arrepiente de dejarlos ir
tras coquetear con la orilla
(la soledad es también inmensa para ella)
y los jala con su red de espuma y sales
dentro de sí,
muy dentro de sí.




Despedida

Este caminar sin descanso que no termina por incinerar
el terco e inútil canto de los pájaros.





Invitación

Ella lo invita a pasar; él entra.
Ella espera que él escupa flores de la boca
pero él sólo asiente con la cabeza,
tiene la raíz amarrada a su columna.
Reproductor en play, Louis Armstrong,
            I see trees of green, red roses, too,
            I see them bloom, for me and you
Una luz diurna se recuesta en los objetos de la habitación
y ella trenza sus palabras al humo que roe adentro.
Él corta, extiende, llora, grita, muerde,
se le van quedando vacíos los bolsillos,
lentamente avanza de puntitas:
atrás quedaron las precisas muecas,
hoy hay mal tiempo,
                        Baby, it’s cold outside





Al viejo Luca

Qué motivo había, viejo Luca,
Para que fueras dardo
A tan altas horas de la jornada

Grítame cuál es la frontera de este mundo
Tú, a diferencia del pelícano, no fuiste ciego:
Por tus ojos desfilaron pedazos de tu vida
El mismo cielo, distinto río

Qué motivo, viejo Luca,
Acaso el amor no pobló salvo el filo del Sena
Y la soga y el cuchillo y la corbata

(Cerca de donde reposó tu cuerpo
Hay un judío, amigo tuyo, que canta en ninguna lengua:
Dale mis saludos)




Hotel El Congreso, habitación 136

La lluvia cae como el azúcar
en el café. Muchas gotas,
mucha gente afuera, sintiendo
todas esas gotas en su espalda
rompiéndose igual que el cielo con
sus relámpagos. Bostezo. Ahora
la televisión no para de querer
dialogar conmigo. Me mantengo
ocupado, o por lo menos, trato de
fingirlo. Esta habitación que hoy
habito se sabe sola y ajena: me
escupe su silencio; me araña. En
un par de horas el sol va a tejer
sus rayos de luz sobre el cabello
de ella y simulará que un fuego
nace de ella, que el día pende
de un solo cabello de ella. Una
guerra se hará. Pero regresando
al hoy, a lo que acontece frente
a mis ojos y cuerpo: este terrible
pensamiento de la vida, mi vida
y lo demás. No sé si la pluma
seguirá su desfile por esta hoja
o terminará de recaer al arduo
hábito de caminar de puntitas. Los
lobos de esta ciudad cosmopolita
aúllan a la luna. La luz parpadea
pero poco importa porque madre
duerme, es víctima del sueño, yo
sólo consuelo al sueño cuando
consigo la tregua de soñar con ella.
Sigo pensando. Pienso. Veo el cielo,
ahogo dudas. Como si una enorme
sábana líquida que en sus orillas
tuviera un bordado de espuma cayera
sobre mí. Sin piedad alguna, sin
remordimiento. Ya la noche oculta
algunas de sus estrellas; el periódico
llega a la calle y hay olas que hacen
eco en la costa. Una sirena de patrulla
canta en estos serenos momentos.




Sueño número 93

De tu piel brotó el paisaje.
Tinta negra
desenlazaban los nudos de tu piel.





Pendo de un hilo
tocando tu húmeda piel:
pendo en sus filos.





Ligera y suave.
Ligera como un beso:
plumaje de ave.




Pétalos rojos,
diluvio de amapolas
que abren los ojos.




Te vas, me voy pero me quedo porque te quedas.
Vuelve amor, amor mío, te vas y no regresas.

Despistado el sol carnal, lloro por ser la presa,
¡infame presa me digo! ¡el dolor no cesa!

Se escapa de mi cuerpo la mar de tu presencia,
la solemnidad de tu corriente que me besa.

Ojos abajo, acaso fincados en la fecha
-nunca abiertos, nunca cerrados a tus venas-

donde mi boca hizo a tu boca disuelta
y donde habrá de esconderse la vergüenza.

El dolor no cesa: soy la herida abierta.
Que el dolor no cesa: te vas y no regresas.





Canción para ahuyentar el odio

I

Eso que me enerva la sangre
hasta dejarla toda odio y amarga,
que desata lo bestia que hay en mí
y procura los colmillos, las garras.
Eso, compañeros, amada, Corazón,
que ulcera los besos que doy
cada mañana cuando me levanto.
Lo duro de eso, que encabrona el alma,
que hace temblar de furia mis palabras
y lastima aun cuando no estoy solo.
Eso de aullido, de muro, de ceguera que arde,
va dejando las sombras, rompiendo la lámpara,
va tejiéndose enfrente de nosotros.



II

La furia que desbocan mis huesos,
las blasfemias que escupen mis ojos.
Quien ha visto a la amargura en sus rodillas
sabrá lo que duelen estas angustias
y las espinas de estas angustias.
Duele de verdad, duele muchísimo.
Bruno, con carbón dando filo a la cólera,
llevo las heridas a que sanen a fuerza de resentimiento.
Y aquello que permanece quieto,
en silencio, acallado, termina por incinerarse,
termina por ser canción, melodía de odio,
perfecta sinfonía de amargura.




III

Un escalofrío por mi cuerpo y un temblor sucede:
el recuento de los daños arroja
la mutilación de una extremidad,
sangre coagulada, pedazos de vida mía.
Me puebla, poco a poco desaparezco.
Apenas el viento es brisa,
consigue ahorcarme en un difunto grito.
Y uno aquí solo con goteras que soportar.
Tan solo, que la soledad se queda encerrada en un cajón.
Qué vergüenza, qué pena: ni morirse cubre el bochorno.




IV

¿Dije canción, melodía o perfecta sinfonía?
Aullido, alarido, se conglomera la rabia en mi garganta
Acuso mala postura, desenfreno en mis movimientos.
Con hierro hirviendo dejen marca sobre mí,
dejen un áspero signo de abandono,
constancia y cartografía de aquello que hirió,
de todo aquello que, bajo el sol, terminó por cremar la vida.
Y es que en su flama están las huellas de mi nombre
azuzando mis brazos, mis puños.





Alea jacta est

Tan míos pueden ser tus ojos
que tiemblo al pensar qué vagas palabras
podría ofrecerte a ti
en esas horas de vigilia.

Resiste, sé valiente:
consigue otro umbral donde velar tu sueño.
Resguarda tus horas y energía
aún, demasiado tempranas para el sol.

Tiemblo
y me sumerjo en la medianoche
que arranca a destajos mis manos,
mis manos que tuyas
empeñan una brava alegría,
una sufrida sonrisa,
un breve golpe a la puerta de la vida.





Eres el tiempo que rebota de un lugar a otro,
tiempo aparte, tiempo muerto.

Eres un camaleón que finge cantar
cuando le piden que cante:
camaleón que se reconoce mudo y actor,
también eres la fragilidad del agua,
la simetría del fuego,
te caes y vuelves polvo y viento.

Quizá porque tu nombre
está hecho de mirto y eucalipto
es que tiemblas a la orilla del río
juntando tus palmas, ensayando tu labia.

Eres la tierra que pronto se olvida:
eres la vida donde no ocurre nada.





Medianoche

Ella duerme.
Su mirada está cercada de soledad,
él entra al cuarto para tenerla cálida
y lleva tanta luz a su cuerpo
que termina por encandilar su sueño.






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