viernes, 25 de julio de 2014

OSKAR MARIA GRAF [12.499] Poeta de Alemania



OSKAR MARIA GRAF

Oskar Maria Graf (22 julio 1894 a 28 junio 1967) fue un escritor alemán.
Escritor alemán nacido en Berg (Starnberger See) en 1894 y fallecido en Nueva York (Estados Unidos de América) en 1967. Fue el noveno de los once hijos de un panadero y una campesina; tras la temprana muerte de su padre, Graf aprendió el oficio de éste. Llevó una vida bastante bohemia hasta que fue llamado para hacer el servicio militar, del que fue liberado al poco tiempo tras hacerse pasar por loco. Se unió a los círculos revolucionarios y participó en la Revolución de noviembre de 1918. Fue arrestado en diversas ocasiones y, a pesar de ello, consiguió abrirse camino como dramaturgo del Teatro Laboral de Múnich.

Desde 1933 vivió fuera de Alemania; primero estuvo en Viena, donde participó en el levantamiento de febrero, por lo que tuvo que trasladarse de nuevo, en este caso a Brünn, en la antigua Checoslovaquia. En mayo de 1933 publicó en el periódico de los trabajadores vieneses su artículo Verbrennt mich! (¡Quemadme!), su protesta contra la prohibición de su obra por parte de los nacionalsocialistas. En 1938 consiguió huir a Nueva York; en 1958 obtuvo la nacionalidad americana.

A pesar de su mordaz crítica social, Graf fue sobre todo un escritor popular; su obra destila un profundo amor a la humanidad. Sus novelas presentan rasgos muy típicos de la novela regional en la línea de Luis Thoma y Johan P. Hebel. Su amor a la tierra bávara no se queda sólo en la descripción idílica de las montañas, sino que se compromete con las personas, con los habitantes de los Alpes, buscando la justicia por encima de todas las cosas. Su lenguaje está marcado por el dialecto, para él un recurso estilístico natural.

Sus primeros intentos literarios tuvieron lugar en el marco de la lírica (Die Revolutionäre, Los revolucionarios, 1917); sin embargo, fue su novela autobiográfica Wir sind Gefangene (Somos prisioneros, 1927) la que le hizo famoso. En ella presenta un cuadro de Múnich antes de la I Guerra Mundial, una imagen de Baviera totalmente desconocida, a través de la cual se puede explicar el ascenso de Hitler. También su Notizbuch des Provinzschriftstellers Oskar Maria Graf (Libro de notas del escritor provinciano Oskar Maria Graf, 1931), escrito con una gran dosis de humor, es una buena contribución a su autobiografía, que concluyó con Das Leben meiner Mutter (La vida de mi madre, 1940 versión inglesa; 1956 versión alemana).

Con sus Kalendergeschichten (Historias de calendario, 1929), impregnadas de puro dialecto bávaro, consiguió dotar de nuevo significado a este género tan antiguo y apreciado en las letras alemanas. Su colección de narraciones Das bayerische Dekameron (El Decamerón bávaro, 1928) y su Bayerisches Lesebücherl (Librito de lectura bávaro, 1924) aumentaron su fama entre las más diversas clases sociales. La figura del oportunista quedó perfectamente reflejada en sus dos novelas Bolwieser (1931) y Anton Sittinger (1937). Contemporáneos como Th. Mann, C. Zuckmayer o L. Feuchtwanger reconocieron su obra como una de las más importantes del siglo. Aún en el exilio, Graf permaneció siempre fiel a su lengua y a su Baviera natal, a pesar de que su obra no fue reconocida por la crítica alemana hasta el redescubrimiento de la literatura alemana escrita en el exilio, donde Graf ocupó una posición destacada en su lucha constante contra el nacionalsocialismo.


Obras 

Publicaciones alemanas

Die Revolutionäre (1918), Gedichte
Amen und Anfang (1919), Gedichte
Frühzeit (1922), Jugenderlebnisse
Ua-Pua (1921), Indianerdichtungen
Zur freundlichen Erinnerung (1922), soziale Novellen
Bayrisches Lesebücherl (1924), Kulturbilder
Die Traumdeuter (1924), Erzählungen
Die Chronik von Flechting (1925), Roman
Finsternis (1926), Sechs Dorfgeschichten
Wunderbare Menschen (1927), Chronik und Autobiographie
Wir sind Gefangene (1927), Autobiographisches ISBN 3-423-01612-4
Licht und Schatten (1927), soziale Märchen
Bayrisches Dekameron (1928), Erzählungen ISBN 3-548-60345-9
Die Heimsuchung (1925), Roman
Im Winkel des Lebens (1927), Erzählungen
Kalendergeschichten (1929) Geschichten aus Stadt und Tierra ISBN 3-423-11434-7
Notizbuch des Provinzschriftstellers Oskar Maria Graf (1932), sátira ISBN 3-935877-49-8
Bolwieser (1931), Roman; Neuausgabe 1964 Unter dem Titel Die Ehe des Herrn Bolwieser ISBN 3-442-72253-5
Alle gegen Einer (1932), Roman
Dorfbanditen (1932), Jugenderinnerungen
Der harte Handel (1935), Bauernroman ISBN 3-423-11480-0
Der Abgrund (1936), Roman (überarbeiteten Fassung "Die gezählten Jahre" (1976)
Anton Sittinger (originalmente Sittinger bleibt Obenauf) (1937), Roman ISBN 3-423-12453-9
Der Quasterl (1938), Dorf-und Jugendgeschichten
Das Leben meiner Mutter (1940 en englischer Sprache, 1946 in deutscher Fassung) ISBN 3-423-10044-3
Unruhe um einen Friedfertigen (1947), Roman, Nueva York, Aurora-Verlag ISBN 3-471-77264-2
Mitmenschen (1948), Erzählungen
Die Welt der Eroberung (1949), Roman; Neuauflage 1959 Unter dem Titel Die Erben des Untergangs ISBN 3-423-11880-6
Menschen aus meiner Jugend auf dem Dorfe (1953), Erzählungen
Der ewige Kalender (1954), Gedichte
Die Flucht ins Mittelmäßige (1959), Roman
Un Manchen Tagen. Reden, Gedanken und Zeitbetrachtungen (1961)
Der Grosse Bauernspiegel (1962), Erzählungen
Größtenteils schimpflich (1962), Jugenderinnerungen
Altmodische Gedichte eines Dutzendmenschen (1962)
Er nannte sich Banscho (1964), Roman
Gelächter von außen. Aus meinem Leben 1918-1933 (1966)
Reise in die Sowjetunion 1934 (1974)





Palabras para uno.
OSKAR MARIA GRAF
Traducido del alemán por Carlos Chávez





SOBRE EL FERVOR Y LA PLEGARIA

Y llega una hora que se enarca sobre todos nosotros:  al instante reconocemos en lo más hondo que somos algo menor.

Sobre el pozo de nuestro dolor ajeno braman los trombones este acorde: ¡un coloso se ha levantado! ¡Uno que es grande por su puro ser!

Así debe tomarte el fervor, donante del mundo. Tu redención de la cárcel de las cosas solo brilla en tu impotencia.

Desnudo e insignificante –seas rey o mendigo- te quiere a ti el poderoso.

Y por tu plegaria se sabe si perteneces a los de arriba o a los de abajo.

El de abajo implora satisfacción. Ayuda es lo que espera, compensación, limosna. Su creencia es un mendigo malhumorado y se extingue, viene a menos cuando falta ese dono.

El de arriba reza al todopoderoso. De su boca no sale ni una súplica. No es el exhausto quien grita sino un iniciado estupefacto que saca fuerzas de esa consciencia y el motivo último de su hacer. El fervor es para él perpetuo recuerdo de la gracia.

Mira:
Aquí se hace visible lo intangible de la vida humana:
Siervo y señor.

Ni el curso del mundo ni las transfiguraciones de los poderes visibles ni la pobreza o el imperio muestran las diferencias. El gesto del fervor, la manera de creer, los quehaceres del alma, sí.

Por el poderoso reza el señor. A él le reza.

La suerte del siervo es pedir. Mendigar algo. Timarle algo a lo eterno es para él el fervor.

Sabiendo esto y las bondades de ser todos iguales ante ti, dios, ¡no me dejes en paz, hundirme en la tierra!

Todo lo finito arde en las llamas de tu infinitud.

Se desmorona horrorizado mi pensamiento.






SOBRE ALGO

Queremos dejar la sabiduría a la forma, el poetizar al poeta, el hablar al hablante, el construir al constructor y el trabajo en el todo a cada una de las partes incontables que se desprenden de la eternidad, y que tengan la misma suerte, es decir: que sean por medio de quien comprende un paso más allá.

Atentos, queremos quedarnos al margen de las horas que van y vienen, diferentes a un lastre, y que se revelan tan solo a quien sufre por ellas.

A ti te queremos, único, tocar en nuestro acaso. Y buscamos en nuestro fervor y en la esperanza tu chispa y la eterna semilla de todo ser y acontecer.

Los poetas están para que tu innombrable secreto se haga a voces. La forma, para desenredarlo. En la cadencia del hablante se balancea tu ubicuidad y no hay piedra en el mundo entero que fuera puesta sin el soplo de tu designio fatal.

Hubo pueblos cuyo completo discurrir fue solo un parpadeo tuyo y otros que, como oasis ya dados, se embriagaron con tu perfume a través de los siglos.

Muertos están, dispersos, malogrados y sus restos son hoy llamados nación o masa.

Si no fuera por tu indulgencia, no habría más que niebla y cieno. Pero cogiste de las multitudes, que antes eran una, los ojos y los trajiste al ahora. Solos e incomprendidos por su vecindad, son odiados, perseguidos y burlados, esos ojos. No hay nombre permanente para ellos como tampoco lo hay para ti.

La distinción del ahora es el desamparo. Su presencia es cambiante, su ser fluido y su manera depende de miles de obligaciones.

Pero tu heraldo y tú sois tan reales que todo lo viviente se asusta al otro lado de vuestra irrealidad.

Entonces quien lea esto dirá : ¿Para qué?

Y lo angustioso es que nunca podrá recibir respuesta.

Lo inquietante es que todo intento de aclararos cesa de ser vuestro.

Ni “ente” ni “dios”. Más unitario aún es considerado tu ser. Y la palabra, esa que lleva cada uno en la boca, te mata por su imposible cuadratura.

Pero como la palabra es nuestro castigo y tanteo nuestro eterno desasosiego, lo más ajeno y desdeñable te resulta lo más cercano y siempre llega de las profundidades de la verdad incognoscible, y así nos atrevemos a nombrarte “ALGO”.

“Dame algo” dice el hambriento al que come.

“Que seas algo” dice la madre al hijo.

“Me suenas de algo” dice quien reconoce a un amigo.

“Va a pasar algo” dicen muchos cuando el tiempo está comprimido y el aire cargado de decisión.

Las innumerables conversaciones que hacen del día ruido inservible están entretejidas por esta palabrita desapercibida, como de miga de pan, “ALGO”.

Cuando la vida nos vapulea, cuando, insoportable, la necesidad nos llega o la fortuna bendice a un hombre y le confunde con su afán de posesiones, cuando frente a frente se abisman los amantes en un solo ser y extrañamente tienden con caricias un puente de barro, ahí detrás de todo estás tú, como una sombra, y calculas aquello que es bueno y robustece cada uno de tus átomos.

“Siempre hay algo que no pende de un solo lado”, leí una vez en la puerta de la casa de un campesino y sobre la inscripción había pesadas y huidizas nubes a un lado que dejaban entrever el sol al otro. Así en continua suspensión, el fino polvo de la comprensión cayó sobre mi alma.

Me pregunta un amigo: “¿Así que pensadores, profetas y estilos iniciaron la traición al querer arrojar luz a ese secreto y levantar sobre su base visible, con la tenacidad y concisión de toda una vida, el edificio de su doctrina?”

Y dolorido yo digo: “Sí”.

“Y ¿quién nos va a conducir entonces?”, me suelta.

Y más dolorido aún me sale: “Nadie”.

“Pero tú dices que alguien es el más próximo a ese algo”.
y respondo: “El tartamudo ignorante”.

Me mira mi amigo y pregunta: “¿Por qué?”

“Porque él lleva en el resplandor de sus ojos desamparados el secreto intacto y completo, sin que lo pueda manosear con palabras confusas”.

Mi amigo mueve la cabeza.

Una sensación nos rodea como si estuviéramos en el espacio exterior.

“Dijiste una vez que el poeta deja que el secreto se haga a voces”.

“A voces – nada más”.

“¿Y la forma lo desenreda?” pregunta el amigo y entonces me mira a los ojos.

“Esa es la maldición: al inicio de la obra suya, el estilo encuentra una chispa, pero al empezar a aclararla mata él mismo su creación”.

“¿El reconocimiento no cuenta nada?” pregunta el amigo.

Y yo: “Solo como cosa que se deshace del uso para el mundo fugaz de los vivos, un camino que lleva mejor hacia el bosque, pero jamás un sublime y funcional hacerse-más-fuerte de nuestra certidumbre, restablecida, de ser más ricos en eternidad”.

Y mi amigo: “¿No es así todo absurdo?”

Ahí está de nuevo el árbol, nos rodea cada día, vívido. Están ahí los muros. La luz, los recuerdos de calles, mañana y cómo seguirá.

Al dejar a mi amigo me sobreviene un dolor de solitario ser. Permanezco en la escalera, miro al cielo y quisiera maldecir al dios que nos ve desde los astros y nos separa cuando queremos tocarlo.

ALGO gotea ingente y doloroso en mi alma.






SOBRE EL ALMA

De lo incierto resulta seguro que la personificación aún mantiene despierto lo profundo en cada ser viviente. Todo ente es una reja alrededor del sentido y, sin embargo, lo último no es el sentido. Está todavía por ser encontrado. Puede aclararse y aquellos que viven merodeando la vida envejecen al poseerlo. Cuánto recuerdan de pronto henchidos a esponjas repletas de agua.

Un movimiento, un solo roce tuyo les escurre unas gotas, y si es demasiado brusco, su relleno se va y mueren, vacías.

Entonces arrastra con ellas su juego el viento caprichoso y las lleva a la nada de la cantidad.

Los expertos acuñaron para estos procesos la palabra “destino” y los hermanos del vacío callan satisfechos, pues les resulta como si a través de la muerte de una de esas esponjas conservaran a un compañero.

En su corrillo vive el odio contra lo inmutable, contra lo apasionado y desamparado, en cuya más honda profundidad arde la dolorosa incomprensión.

Esa incomprensión victima y resquebraja, alza al alto júbilo en instantes tambaleantes los corazones de los despreciados, es su abismo y su radiante cúspide, cuyas brillantes superficies glaciares reflejan la sonrisa de ALGO.

Reflejar y permanentemente reconocer que hay una inconcebible vastedad hasta la gracia de la concepción.

Y en el éxodo del suplicio, en el camino por cosas y bosques de lo real aparente,  se encuentran con los portadores del dolor los arrogantes salteadores de la seducción. No son violentos.

Ríen y reparten perlas de alivio a los caminantes. Se comportan con reverencia y aparentan poder conjurar de sus astutos ojos todo lo bueno del mundo.

Y el sediento, el atormentado, el herido, sigue sus tentaciones sin ira, sin saber que encuentran con los portadores del dolor los arrogantes salteadores de la seducción. No son violentos.

Ríen y reparten perlas de alivio a los caminantes. Se comportan con reverencia y aparentan poder conjurar de sus astutos ojos todo lo bueno del mundo.

Y el sediento, el atormentado, el herido, sigue sus tentaciones sin ira, sin saber que en todos esos regalos, en un lecho de paz, en la comida y bebida acechan poderosas gotas para el dolorido.

En el prolongado éxodo, en algún recodo, está la figura lastimosa del mendigo de  reconocimiento, que expirando gimotea: “Te equivocaste, amigo”.

Pero cuando se inclina su destinatario, halla una piedra desmoronada.

Claro está el día en el cielo. Pasa de largo el vacío y sonríe. Quema el sol. A lo lejos ninguna sombra se asoma. El cuerpo cansado duele. Polvo bebe el aliento.
Y como no hay lugar que ofrezca reposo, el agotado va a un campo a descansar. Se busca un trocito de suelo mullido, se tumba y duerme.

Lo despiertan el alboroto y la bronca y lo sacan de allí. Y tras él, la maldición de un vacío le da caza.

Abandonados, dejados solos, hambrientos: así quiere el ALGO a sus niños del dolor.

A menudo entre dudas, grita un torturado en el calabozo de la desesperación: “¿Por qué solo yo? ¡Yo!”

Maldice sin saber que si obtuviera respuesta, el viento lo cogería como a una esponja escurrida...

Así de dura es la amistad del padre hacia sus destellos perdidos.

Otros saben. Otros respiran. Otros beben el zumo de la satisfacción. Otros viven reglados de año en año y siempre están rodeados de sus semejantes. Tú, sin embargo – tú, el tú que como semilla de trigo desperdigada te desprendiste, tú has sido separado de los semejantes a ti, por los siglos. Y mirar sobre las puertas de lo pretérito no te es permitido. Apático y descontento te dejas llevar por los callejones de lo visible, golpeado y atormentado por lo nunca reconocible en ti.

Tu alma es la pira sobre la que ardes lentamente. Y cuando el humo de la quema sube de las casas de los años – solo un instante – miras por encima de la curvatura del todo y ves cómo también se alzan de otras profundidades lejanas, olvidadas, postreras columnas de humo...

Esta es tu suerte en la hora de tu delito.

Pues el alma está solo en aquel que es nada en la cuadratura de lo vario, y todo llega a ser al ser olvidado.






HEIMAT ÜBERALL

So grün hab' ich das Gras noch nie gesehen,
noch nie den See so blau.
Ich muss verwundert stehen bleiben
Und frage mich:"Was ist geschehen?"
Ich kenn doch die Gegend so genau
und könnte blind das kleinste Ding beschreiben.
Ich denke nicht ans Weitergehen
und schaue nur in dieses Grün und Blau ...

Mir ist, als stünde ich wie in den Kindertagen
erstaunt und dennoch tief bekannt
vor diesem fremden Wasser und den Wiesenstreifen
und ich vermag es nicht zu sagen,
wie mich dieses Wiedersehen übermannt 
mit diesem Gras, mit jedem Wellenschlagen,
als würde meine Heimat eine Welt umgreifen,
als wär' ich nicht mehr fremd in diesem Land ...





MEIN ZIMMER

Was ich im Lauf der Zeiten liebgewann,
das hängt verstreut an meinen Zimmerwänden:
Tolstoi und Goethe, Lincoln und Lenin,
Ein Bild von Marx, von Masaryk und Thomas Mann,
drei Aquarelle (Wiesen, Berge, Wolken drüberhin)
dazwischen, werktäglich und ohne Drum und Dran
und dennoch wie das Krönende schlechthin,
hängt meine alte Mutter, und mir vollenden
sich gleichsam nach geheimnisvollem Sinn
Zusammenhänge, die mir erst nach schweren Jahren
und wie durch einen Zufall offenbar geworden sind.-
Denn manchmal, wenn ich grübelnd oder sehr zerfahren
in meinem Zimmer auf und nieder gehe und zerquält
nach Worten ringe, eine klare Ordnung im Geschehen suche,
wird das, was ich bisher für einen Wandschmuck hielt,
zu einer in sich ruhenden und beispielhaften Welt,
aus der mein Herz den größten Trost gewinnt.-
Mein Blick fällt unverhofft auf so ein Bild,
und langsam rührt mich eines Menschen Leben an,
in seinem Glück, in seiner Lust und seinem Fluche,
und wenn es sich zutiefst entblättert und entschält,
erglänzt es als ein Gleichnis aller Menschenmühen.-
Doch nie erschöpft es sich in einem Werk, in einem Buche,
weil es zu vielgesichtig ist und unaussprechlich bleibt.
Es mag wohl sein, daß manchmal einer es erfühlt
und überwältig zittert wie in innerstem Erglühen,
wenn er sein Denken bis zum Grund der Gründe treibt,
wie ich in manchem Anflug starker Freudigkeit.
Dann wird es mir erst ganz bewußt: Nicht hohle Schemen
und bildgewordne Zeugen der Unsterblichkeit
sind all die Männer, die von meinen Wänden schauen.
Ihr tiefstes Wesen ist dem Leben einverleibt
wie jede Wiese, jeder Berg, die Wolken hoch im Blauen.
Und auferlegt ist jedem jene schwere Fruchtbarkeit
der Mutter, die nur geben kann und niemals nehmen
und sich erfüllt als das Verschenkende in jeder Zeit.-
In solchen Augenblicken will mir manchmal scheinen,
als sei in meinem Zimmer etwas von dem reinen
Zusammenklang von Menschensein und hoher Ewigkeit.

© Paul List Verlag
Ullstein Heyne List GmbH & Co. KG, München
Jahrbuch der Oskar Maria Graf-Gesellschaft e .V. 1996, Ausgewählte Gedichte“ , S. 54 ff.











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