viernes, 23 de mayo de 2014

EUGENIO GARCÍA-DÍAZ [11.793]


Eugenio García-Díaz

Eugenio García-Díaz (Carahue, Chile   1930). Poeta, comentarista literario. Autor de “Una ciudadela bajo la luna” (1948), “El tiempo vuelve” (1952), “Cuarteto para un día de otoño” (1957), “El corazón y su recuerdo” (1961), “El juglar iluminado” (1967), “Iniciación en la hoguera” (1971), “En las esquinas lilas, el viento” (1998), entre otros.




A CADA INSTANTE QUE SE DESLIZA

A cada instante que se desliza
entre la cal de los huesos,
a cada paso algo de la vida se destruye,
irremediablemente se torna en fuego,
algo dejamos de ser para convertimos
en palabras sin sentido,
en sueños de peces heridos,
en obstinaciones de pájaros negros.

Guardamos aquellos recuerdos
de nuestras citas en lugares clandestinos,
ocultos por murallas carcomidas por la lluvia.
Viejas, polvorientas y descoloridas calles
por las que suele pasar una estrella
en un constante delirio de aventuras.

Una máquina insaciable de horas nos sacrifica
para encontramos de pronto inventando objetos,
destrozados nuestros corazones por perdidos viajes,
prisioneros en las redes de los días inútiles.

Pero alguien insiste en decir aquellas palabras
que hacen renacer las orquídeas
y mientras ascendemos por escalinatas blancas,
bandadas de golondrinas, de prisa,
retornan a la dinastía de la luz.



GENIO GARCÍA-DÍAZ (TRES POEMAS)
NO PODRIAN LAS CIUDADES

No podrían las ciudades
vivir sin esquinas,
los ilusos no tendrían lugares
para pegar carteles y consignas

Y los paraderos de los buses
estarían junto a los molinos.

Y las mariposas
que te sueñan
y te guiñan a los ojos,
tendrían que darte una cita
en el corazón de una estrella.

Nos juntaremos allí
en la vieja esquina
de nuestra juventud.



VUELO EN EL ASCENSOR DE MIS SUEÑOS

Vuelo en el ascensor de mis sueños
y qué de cosas insólitas recuerdo,
aprisionado en su caja de metal,
me agradaría subir, subir,
apretar un conmutador
que dijera infinito,
y llevar... llevar de pasajera
la imagen de una rubia dactilógrafa,
charlar con ella,
abrirle una ventana a mi ascensor
ser tal vez cosmonauta.
viajar cielo arriba, muy arriba,
aprisionando una mano de mujer.



TU Y YO

Tú y yo,
íbamos diciendo palabras mágicas,
abriendo surcos al agua,
vertiendo en los trigales
la fresca caricia
de los ríos colindantes.

Fue una mañana, un día,
un siglo en el secreto calendario
del amor y de la vida.

Camino adelante está la estrella,
nuestro legado es sólo pasión,
luz, en la tempestad,
aliento, en la desesperanza,
paz, en la ciega vorágine
de la Humanidad herida.

Débil árbol para contener el viento,
pero no importa,
se juntarán todas las manos,
todos los labios que saben a ternura
y entonces las banderas
serán recogidas por el viento,
y el mensaje llegará al hombre
para que florezca la paz,
necesaria flor
en la ancha campiña del mundo.




Égida de la intemperie
Autor: Eugenio García-Díaz
Santiago de Chile: Vorágine, 1950



CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1951-07-29. AUTOR: RICARDO LATCHAM
Eugenio García Díaz, en “Égida de la Intemperie”, se coloca en la actitud de muchos poetas que viven rezagados. Las imágenes lo traicionan, el lenguaje se le escapa de las manos y muchas de sus intuiciones líricas pierden intensidad al ser trasladadas a un lenguaje apenas esquemático. Tomemos, al azar, dos tremendos ripios:

“Una nube sin ancla
en el inmenso día se debate en agonía”

y,

“Volver mil veces
hacia la ignota abadía
y besar su dintel corintio”.

En el primer caso, el lugar común resalta con el agravante de que el verbo debatir es repudiable en castellano por lo malsonante, y en el segundo ni por un milagro se podría besar un dintel, que es la parte superior de una puerta o ventana. Sin embargo, en el fondo hay una musiquita que puede transformarse en algo más consistente si el poeta se corrige y estudia las formas.




El corazón y su recuerdo
Autor: Eugenio García-Díaz
Santiago de Chile: Eds. Inecupebe, 1961



CRÍTICA APARECIDA EN LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EL DÍA 1962-02-17. AUTOR: EDMUNDO CONCHA
Ocurre con frecuencia que, cada vez que uno coge un libro de versos para leerlo con la mejor disposición de ánimo, descubre que no entiende nada, que su experiencia de lector es la misma que habría ganado fijando los ojos en una página en blanco. Pero, esto de no entender nada en poesía, después de todo, no importa, no quita ni pone. Lo grave, lo crítico, lo catastrófico, es que al leer poema tras poema, no se siente nada.

Este divorcio entre la poesía y sus lectores no es de ahora, aunque es solo de nuestro siglo. Antaño, la poesía, la clásica, la romántica, la parnasiana e incluso la modernista, era clara como el agua y a sus fuentes todos acudían a beber con igual provecho. Pero en este siglo, puntualmente después de la primera guerra mundial, la poesía también quedó mala de la cabeza. Se hizo ininteligible, igual que la música y la pintura, en su afán de representar lo mejor posible el caos del nuevo orden. Los poetas de ahora, dispuestos a no decir nada de frente, dijérase que organizan pacientemente sus propios galimatías. Esta clase de poetas –autodenominados metafísicos- se dan hasta en nuestro apacible Chile, poblado todavía por tres millones de personas que viven en el campo.

Afortunadamente hay un grupo de poetas, de distintas generaciones, que son remisos a las modas que deshumanizan, cuyos nombres son: Ángel Cruchaga Santa María, Juvencio Valle, Julio Barrenechea, Juan Guzmán Cruchaga, Óscar Castro, Nicanor Parra, Efraín Barquero y otros. Es más, actualmente, en la mayoría de los vates chilenos, se advierte una saludable orientación hacia la claridad, encabezada incluso por el más grande de todos, el que alguna vez también hizo de las sombras su propia canción de fiesta: “Canto General”, “Odas elementales”, “Viajes”, “Piedras de Chile”, están al alcance no solo de los iniciados.

En este terreno, al sol y a la intemperie, florece la poesía de Eugenio García Díaz, joven poeta que trabaja... detrás de las rejas de un Banco. ¿Hay algo más antinómico que un Banco y un poeta? Esta circunstancia, con todo, no ha liquidado la inspiración de Eugenio García Díaz. Al contrario, parece que, por la fuerza de los contrastes, la hubiese robustecido. Testimonio: su libro de poemas “El corazón y su recuerdo” (1)(1) El libro fue publicado en 1961 por Ediciones INECUPEBE: la editorial del "Instituto de Extensión Cultural del Personal del Banco del Estado". (N. del ed.)., con composiciones cuyo contenido no juega a las escondidas. En sus páginas, todos los mensajes son claros y comprensibles. Eugenio García Díaz, so pretexto de estilizar, no ha tergiversado sus propias vivencias. De esta suerte, el lector, al tomar contacto con su libro, reencuentra su propio haz de recuerdos, penitencias, ilusiones, etc. Véase, por ejemplo, este fragmento del poema que da título al libro:

“Mirando en torno de esta soledad
me abruma el espejo de los años
y cruzan por la memoria dolorida
antiguos barrios suburbanos,
abruptos pregones callejeros,
tranvías con sus sonidos de hojalatas sueltas
rodando entre vías e imprecaciones de maquinistas.
De mi infancia llegan estas imágenes
de un patio donde un aroma fragante
me recuerda, con lágrimas,
un tiempo pasado de caricias.
Todo fue ayer, pero me parece hoy;
así es de distante, de cerca, la memoria;
yo trepo por las columnas de mis recuerdos,
ando entre todo lo turbio y nebuloso
y surgen rostros, manos en ademanes de decir adiós”.

“El corazón y su recuerdo” contiene 5 poemas de alcance disparejo, aunque ninguno con olor a tinta y a papel. Vienen precedidos por un prólogo del novelista Guillermo Atías, quien avisa: “Eugenio García Díaz rechaza la atmósfera cargada de la ciudad enferma de progreso, donde el canto recuerda un alarido. Cierra los ojos para buscar dentro de sí estas canciones que nos entrega hoy, como hechas de misteriosas ruinas, de un viejo lenguaje perdido para el hombre. Si nos dejamos llevar, si como él cerramos los ojos y lo acompañamos en su vagancia, sentiremos otra vez el murmullo de esas cuerdas sepultadas en los sueños”.


Nos dice:

“La vida es una constante pesadilla,
un permanente atenazar de deseos;
soledad penosa
del que mira hacia adelante
y tiene náuseas de la vida,
eso es ser abandonado,
eso es estar herido,
eso es estar hastiado,
es hacer penitencia para ser polvo,
polvo o arena, invisible y eterna”.


Y en otro poema:


“Recordemos distancias sin medidas,
largos espacios entre un pesar y otro;
iremos de la vida al mundo,
de la lágrima a la risa,
de nuestro corazón a todo corazón que ame;
iremos repitiendo,
como si fueran las únicas palabras,
las consignas de nuestro duelo”.








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