viernes, 19 de octubre de 2012

BILL MOHR [8.103] Poeta de Estados Unidos


William Mohr Moonday poetry reading

Bill Mohr

(Estados Unidos), poeta, ensayista, actor, editor y  antólogo. Nació en Norfolk, Virginia, y creció ahí y en otras ciudades costeras. Doctor por la Universidad de California en San Diego. Ha dirigido un número de revistas literarias. Actualmente es Profesor Asistente en la California State University. Vive en Long Beach con su esposa, Linda Fry.


Versión al español del poeta José Luis Rico


Leche

Un cubo de leche. Hundo el dedo. Oigo el movimiento de unos labios. Una línea morada rodea mis dedos y envuelve mi mano hasta que está ceñidamente vendada y redonda como el corazón de un gran vegetal. Mi mano punza como si pudiera partirse a la mitad y formar labios para sostener leche inflamada. Estoy viejo y solo. La cubeta está vacía. Oigo el movimiento de unos labios.


Después de muchos años de amor

A mediodía la arena
estaba tan caliente que corrimos
de vuelta al estacionamiento
y encontramos volcada
nuestra moto – el tripié
había penetrado tan hondo
en el asfalto
que se cayó. La enderezamos
y maldijimos las pequeñas
estrellas de mar
de brea aferradas
a nuestros maletines de grupa. Antes
de que se endureciera más,
frotamos nuestras toallas
arenosas en la costra.
Pudimos quitar la mayoría.
Por una vez, ninguno de los dos
culpó al otro.


Un milagro

Para Bob Flanagan

Aturdido por beber tequila anoche,
recuerdo que moví las brasas mientras
el alba sopló su neblina hacia un claro.
Bob cantaba y tosía, cantaba y tosía. Incluso entonces
me pregunté cuánto tiempo iba a aguantar.
Cada vez que se sacudía su cuerpo, me estremecí
pero amé su ingenio sagaz y contaminado.
Esta noche de nuevo está en el hospital, solo,
y este poema es como una mesera que merece
una gran propina –media cuenta– por decirme
que es hora de que deje mi café y vaya
a rescatarlo, a realizar el único milagro
que tengo permitido en esta vida, pero no, no es cierto
porque no es a Bob a quien yo debo salvar.


Arrugas


1

Como si pudiera hacer todo menos esfumarse
la vida de mi madre ahora es sólo pequeñas historias
y lo que recuerdo de ellas después:
su gusto por planchar y beber cerveza en noches cálidas.
Yo también amo alisar arrugas de camisas
con puños azul cielo o verde oscuro o blancos.
Esta noche estoy bebiendo cerveza, la radio toca
“Bird of Prey Blues”, seguida de “All for You”.
Para emborracharme, bastan muy pocas cervezas.
Incluso así, hoy no tengo suficientes
para hacerlo. Termino otras tres camisas
e imagino que las arrugas se levantan,
me encapan y se enroscan
como pétalos de un ramo invisible.
Pienso en mi madre, en primera fila -las demás sillas plegadas-
en Fort Rosecrans mientras yo, de pie, hablé del hombre
cuyo uniforme ella planchaba, el hombre cuyas cenizas
marcharon lentamente ante nosotros.
En esta última camisa, la plancha no funciona.
Se enrolla de una esquina, se abulta y no se deja alisar.

2

Un par de horas después, aún hace demasiado calor para dormir:
mis pies descalzos sobre un repecho de madera, abierto el gran marco de vidrio.
El rumor de que la proporción es sólo enfoque vuelto
del revés es tan verdad como para saber que es evasivo.
El té de hierbabuena se enfría en la mesa lentamente, así que sé
que no es el tiempo el que altera esta claridad.
Mi madre dice, “No creo que alguna vez conozcamos realmente a otra persona.
Ni siquiera sé si terminamos de conocernos a nosotros”.
Sentada en su cocina, se niega a merendar
pues insiste en que se llenó en la comida y la alegra mi visita
que ha sido tan larga como para que conversemos.
A sus 75, ella arma con tablas un bancal
en su jardín de irises, gladiolas, azucenas.
Esta tarde ambos intentamos tomar el mismo pedazo de papel
y rocé las yemas de sus dedos.
Mis manos son casi tan pequeñas como las de ella.
La calidez que brotó de su mano en un instante
fue un accidente desenfocado y puro,
el lento calor de sus tres años de viuda calcinando un cuarto
donde él se sentaba antes de pararse, se dormía, doblaba toallas,
y murió.

Versiones de José Luis Rico y Robin Myers


EL TOPE

Al sur de Pasadena en el carril de extrema izquierda, justo antes
de remontar la loma a lo largo de Chavez Ravine, un tope
jalonea levemente la columna de dirección: la llanta delantera de mi lado
se inclina y vuelve a enderezar.
                                               No importa qué tan viejo
o arruinado sea el auto que conduzco, éste es el único instante
que no intercambiaría: una precognición completa me podría tentar tan sólo
si estuviera escrita en una poética demasiado personal para que alguien más la entienda,
de la que esto podría servir como un ejemplo íntimo.


ARS POÉTICA

Yo no estaba en un sendero o cerca de un arroyo o lago.
En la luz grisácea de una tormenta a fuego lento,
oí la madera podrida de los árboles caídos
esperando mi ruido para soltar esporas incandescentes.

Una vez, cruzando a prisa una espesura de montaña
vi un luminoso tubo de hilos como un globo triturado,
suspendido, tenso, veteado de sombras ondulantes.
Una oruga de librea, explicó alguien mientras chispas

se decantaban en un hoyo de fuego. Pero ese nombre
no bastó: esas sílabas sólo volvían difusa
la reverencia inmóvil del lapso minúsculo
que la crisálida se permitió como cima galáctica.

Al día siguiente un monje habló de ciclos
del deseo evasivo. Mientras hablaba, yo froté
una pequeña lágrima con el dedo acojinado
de la mano izquierda de mis guantes de motociclista.

Había golpeado duro contra el pavimento, pero el rebote
me levantó. Sin huesos rotos, sin laceraciones.
Me distraigo fácilmente: no hay mucha oportunidad
de escapar a la pegajosa rueda del sufrimiento.

Cuando él pasó de largo, sonrió dilectamente,
aunque no era para mí en cuanto tal. Él no tenía otra bendición
a dispensarme. No obstante, había crecido en la pobreza, pensé,
esos dientes necesitaron mantenimiento cuando joven.



EL PROBLEMA DEL TRANVÍA

Y luego a la Razón se le rompió una Tabla,
 Emily Dickinson
 Aún consternado ante el tirón
            de los afectos y el destino, y por cómo
                        hubiera sido otro el resultado,

esbozo nimias madejas de
            figuras alargadas sobre tierra,
                        obsesionado con el problema

del tranvía: cinco pasajeros y un hombre
            de edad, bajo y fornido que es mi gemelo
                        amarrados al suelo en un desvío distendido

del mediodía de Philippa Foot.
            Lo extraño es que el tranvía
                        no se moverá hasta que todos

sus amigos, los que fueron tentados a servir
            como reemplazos, se hayan reunido
                        para mirar: de todos los candidatos improbables,

¿cómo fue que terminé accionando
            el interruptor?  Y no tengo respuesta,
                        malévola o benigna, para ellos.

Puedo imaginar los decibeles
            de las vías, pero no el chillido
                        de incredulidad mientras jalo la palanca,

riendo para mí: no le hace
            ningún favor a alguno de los cinco
                        si mato a mi gemelo.

Las reglas exigen que un
            sobreviviente aleatorio reemplace
                        mis dedos en el interruptor

y doy media vuelta y reemplazo a él o a ella
            en la curva de sobrevivientes esperando
                        la aceleración del siguiente

tranvía en que todos van de pie,
            los susurros a empujones de pasajeros
                        cruzando tribulaciones en privado.

                     
Nota al pie 1: Si la madre de uno es la única persona amarrada sobre la segunda vía, entonces la mayoría de la gente elegirá la muerte de cinco desconocidos sobre la vía número uno, aunque con notables excepciones monomaníacas. Norman Bates, por ejemplo, al presentársele esta disyuntiva diría “¿Cuáles cinco personas?,” mientras su pulgar seguiría colocado firmemente sobre la vía número 2.



Nota al pie 2: Algunas veces este problema es descrito en términos de una situación creada por un “filósofo maligno” que ha atado a seis personas a una vía, cinco de las cuales son desconocidos y una de los cuales es un amigo de la persona al mando del interruptor. Pero, ¿cómo es que la persona ante el interruptor se ha ganado la confianza del Filósofo Maligno, para poder controlar el interruptor? De hecho, si yo soy la persona ante el interruptor, ¿cómo es que permití que el Filósofo Maligno atara gente a las vías?


NAKED CHEF

I love a naked chef, you say,
jabbing on earrings as I stir
oatmeal. I toss my bathrobe
over a chair beside your lunch --
sandwich, slice of cantaloupe,
peach. You're right. I'm sleek
without clothes. I don't get
dressed when you leave, but wash
dishes, thinking of the cheap alarm
clock I bought yesterday in an aisle
with bird cages and plastic bags
bulging with orange and red fish.
As a child I loved to squeeze
those bags, fingers pinching
the world's trapped softness;
now I wash plums by filling up
a plastic bag, wiggling them around.
"Pick as many as you want," a bride's
mother urged as she tied yellow and pink
balloons to bushes behind a bed
and breakfast restaurant. A breeze
made them bounce and click
like eggs in boiling water.



YOUR SKIN

A woman who gave you
a massage a year ago
said you have the softest
skin she's ever rubbed.
You did it by yourself
for a long time, straining
to reach the part between
the shoulder blades, but only
able to cover the skin
and not rub it in. So that's
where you asked me to start
the first time your back hurt
but when I rubbed your lotions
between your shoulder blades,
that's where your skin
seemed softest of all,
as if the skin there
were the tap root
of the flesh and
all the warmth of
the lotions trickled
to this crevice in
a riverbed and flowered.
You have the prettiest
eyes after you come,
you say, and I only wish
they were always soft.


BIG BAND, SLOW DANCE

"Were you close?" I'm asked, as if grief
Would sting less deeply were we friends
As well as son and father. Further apart
Two men could never meet, though blood bends

Through arteries, veins and capillaries
Summoned into Presence by his pleasure.
Oh that I could have grown more slowly --
Remember being small, and cradled like treasure.







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