martes, 29 de julio de 2014

JORGE GUILLÉN [12.548] Poeta de Castilla-León


Jorge Guillén

Jorge Guillén Álvarez (Valladolid, 18 de enero de 1893 – Málaga, 6 de febrero de 1984) fue un poeta y crítico literario español, integrante de la Generación del 27.

Nace en Valladolid, donde reside durante su infancia y su juventud. Estudió sus primeras letras y Bachillerato en su ciudad natal y, aunque comenzó Filosofía y Letras en Madrid alojado en la Residencia de Estudiantes, se licenció en la Universidad de Granada.Desde 1909 hasta 1911 vivió en Suiza. Su vida transcurre paralela a la de su amigo Pedro Salinas, a quien sucedió como lector de español en La Sorbona desde 1917 a 1923. En esos años hizo varios viajes por Europa; en uno de ellos, en 1919, conoce a Germaine Cahen, con la que se casó dos años más tarde. Tuvieron dos hijos, uno un gran escritor y crítico, Claudio Guillén (1924), y Teresa, que se casó con el crítico Stephen Gilman, un hispanista profesor en Harvard, discípulo de Américo Castro.

Obtuvo su doctorado en 1924 en la Universidad de Madrid con su disertación sobre Góngora, notoriamente difícil y al mismo tiempo expuso uno de sus grandes poemas, el Polifemo. Ocupó la Cátedra de Literatura de la Universidad de Murcia desde 1925 hasta 1929, donde, junto a Juan Guerrero Ruiz y José Ballester Nicolás, fundó la revista literaria Verso y Prosa para sustituir al Suplemento Literario de La Verdad y elevarlo de nivel.

A pesar de sus ocupaciones académicas continuó visitando la Residencia de Estudiantes, limitándolas en sus vacaciones. Esto le permitió conocer a los jóvenes miembros de la Generación del 27 como Rafael Alberti y Federico García Lorca. Mantuvo contacto con ellos. Una vez se citó con Lorca en un Club de Arte en Valladolid, allí Guillén pronunció una introducción de su poemario, en el que se refleja a un hombre compasivo y a un gran poeta a pesar de editar tan solo una colección de poemas.

Empieza a escribir Cántico y publica crítica literaria en la prensa y sus primeros poemas sueltos en revistas. Ya licenciado, ocupa el puesto de lector en la Universidad de La Sorbona (París) hasta 1923, y poco después, con Juan Guerrero Ruiz y José Ballester Nicolás idea fundar la revista Verso y Prosa. En diciembre de 1928 aparece en la Revista de Occidente la primera edición de Cántico; hace un lectorado en la Universidad de Oxford (1929–1931) y en este último año se incorpora a la Universidad de Sevilla.

La Guerra le sorprende en Valladolid y es brevemente encarcelado en Pamplona; vuelve a su Cátedra de Sevilla y se exilia en julio de 1938. Ejerce su labor docente en las Universidades de Middlebury, McGill (Montreal) y en el Wellesley College; en 1947 muere Germaine y se jubila en el Wellesley College en 1957; marcha entonces a Italia, donde contrae segundas nupcias en Florencia (1958) con Irene Mochi-Sismondi, su segunda esposa, y se traslada después a Málaga; sin embargo ya había estado en España por primera vez desde la guerra en 1949, cuando fue a visitar a su padre enfermo. Reanuda su labor docente en Harvard y Puerto Rico, pero una caída con rotura de cadera le aparta de la docencia en 1970; en 1976 recibe el primer Premio Cervantes y en 1977 el Premio Internacional Alfonso Reyes. Fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía en 1983, un año antes de morir en Málaga el 6 de febrero de 1984. Sus restos mortales reposan en el Cementerio Anglicano de San Jorge, Málaga.

Análisis

Por su inclinación a la poesía pura, algunos críticos lo consideran el discípulo más directo de Juan Ramón Jiménez. Guillén se introduce tardíamente en el terreno literario: a los treinta y cinco años publica su primer libro, Cántico, que será ampliado en diversas ediciones, pues desde el principio pensó en su obra como un todo orgánico, al que dio el título general de Aire nuestro. Si Aleixandre es el poeta del pesimismo cósmico, Guillén lo es del optimismo. «El mundo está bien hecho», proclama, lo que en la posguerra española le supuso una cierta enemistad entre los poetas existenciales y sociales que padecían las duras consecuencias de la guerra, por lo cual el poeta se corregirá más tarde, en Clamor: «El mundo de los hombres está mal hecho».

Sus poemas parten de situaciones concretas para extraer de ellas las ideas o sentimientos más quintaesenciados; el estilo que adopta está al servicio de tal proceder: usa un lenguaje extraordinariamente elaborado, tras un riguroso proceso de eliminación y selección; despoja al lenguaje de los halagos de la musicalidad fácil y de otros recursos que tocan directamente nuestra sensibilidad; de ahí que su poesía resulte difícil no por su acumulación de ornato, sino por su condensación y densidad: cada frase, cada palabra intenta desnudar la esencia de lo que el poeta nos presenta. A esta atención por lo esencial responden algunos rasgos de su estilo:

Abundancia de sustantivos, a menudo sin artículo, y de frases nominales, sin verbo, porque los nombres recogen la esencia de las cosas, no su existencia, como el verbo.

Frecuencia de oraciones exclamativas.
Uso preferente del verso corto o de arte menor.

Cántico fue editado por primera vez en 1928 en la Revista de Occidente y constaba sólo de 75 poemas. La versión final, publicada en 1950 en Buenos Aires, tiene 334 poemas divididos en cinco partes: «Al aire de tu vuelo», «Las horas situadas», «El pájaro en la mano», «Aquí mismo» y «Pleno ser». En esta obra exalta el goce de existir, la armonía del cosmos, la luminosidad, plenitud del ser y la integración del poeta en un universo perfecto donde muchas veces se funden amada y paisaje. El optimismo y la serenidad presiden los diferentes poemas que componen el libro.

A causa de la experiencia de la Guerra española, en su siguiente libro poético, Clamor, Guillén toma conciencia de la temporalidad y da entrada a los elementos negativos de la historia: la miseria, la guerra, el dolor, la muerte... Si Cántico es el agradecimiento del poeta por la perfección de la creación, en Clamor se cuartea la creencia en la perfección del cosmos. Sin embargo, no es un libro angustioso o pesimista pues en él domina el deseo de vivir. Esta obra se compone de tres volúmenes Maremágnum (1957), cuyo núcleo central —«Luzbel desconcertado» y «La hermosa y los excéntricos»— presenta la falta de armonía; Que van a dar en el mar (1960), donde desarrolla la idea de la continuidad que proporciona la muerte, y A la altura de las circunstancias (1963), donde aparece la lucha por restablecer el equilibrio.

Homenaje fue publicado en 1967. Como indica su título, Guillén exalta a personas destacadas del mundo de las artes y las ciencias usando las técnicas del monólogo dramático y del retrato.

Con Aire nuestro tituló la compilación de sus tres grandes libros de poesía hasta 1968. Todavía publicaría Y otros poemas (1973) y Final (1982).

La complejidad de la obra guilleniana reside en su ideal de poesía pura, que se resume en: supresión de lo anecdótico, sustantivación de los adjetivos, escasez de verbos, precisión lingüística y concentración temática.

Obras

Lírica

Cántico (75 poemas), Revista de Occidente, Madrid, 1928
Cántico (125 poemas), Cruz y Raya, Madrid, 1936
Cántico (270 poemas), Litoral, México, 1945
Cántico (334 poemas), Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1950
Huerto de Melibea, M., Ínsula, 1954
Del amanecer y el despertar, Valladolid, 1956
Clamor. Maremagnun, Bs. As., Sudamericana, 1957
Lugar de Lázaro, Málaga, Col. A quien conmigo va, 1957
Clamor... Que van a dar en la mar, Bs. As., Sudamericana, 1960
Historia natural, Palma de Mallorca, Papeles de Sons Armadans, 1960
Las tentaciones de Antonio, Florencia/Santander, Graf. Hermanos Bedia, 1962
Según las horas, Puerto Rico, Editorial Universitaria, 1962
Clamor. A la altura de las circunstancias, Bs. As., Sudamericana, 1963
Homenaje. Reunión de vidas, Milán, All'Insegna del Pesce d'oro, 1967
Aire nuestro: cántico, clamor, homenaje, Milán, All'Insegna del Pesce d'oro, 1968
Guirnalda civil, Cambridge, Halty Eferguson, 1970
Al margen, M., Visor, 1972
Y otros poemas, Bs. As., Muchnik, 1973
Convivencia, M., Turner, 1975
Final, B., Barral, 1981
La expresión, Ferrol, Sociedad de Cultura Valle-Inclán, 1981.

Crítica

Lenguaje y poesía (1962)
El argumento de la obra (1969)
En torno a Gabriel Miró: breve epistolario (1973)
«Prólogo» a Obras de Federico García Lorca (1898–1936).





Advenimiento

¡Oh luna, cuánto abril,
qué vasto y dulce el aire!
Todo lo que perdí
volverá con las aves.

Sí, con las avecillas
que en coro de alborada
pían y pían, pían
sin designio de gracia.

La luna está muy cerca,
quieta en el aire nuestro.
El que yo fui me espera
bajo mis pensamientos.

Cantará el mi señor.
En la cima del ansia.
Arrebol, arrebol.
Entre el cielo y las auras.

¿Y se perdió aquel tiempo
que yo perdí?. La mano
dispone, dios ligero,
de esta luna sin año.







Amor dormido

Dormías, los brazos me tendiste y por sorpresa
rodeaste mi insomnio. ¿Apartabas así
la noche desvelada, bajo la luna presa?
tu soñar me envolvía, soñado me sentí.







Anillo

Ya es secreto el calor, ya es un retiro
de gozosa penumbra compartida.
Ondea la penumbra. No hay suspiro
flotante. Lo mejor soñado es vida.

El vaivén de un silencio luminoso
frunce entre las persianas una fibra
palpitante. querencia del reposo:
una ilusión en el polvillo vibra.

Desde la sombra inmóvil, la almohada
brinda a los dos, felices, el verano
de una blancura tan afortunada
que se convierte en sumo acorde humano.

Los dos felices, en las soledades
del propio clima, salvo del invierno,
buscan en claroscuros sin edades
la refulgencia de un estío eterno.

Hay tanta plenitud en esta hora,
tranquila entre las palmas de algún hado,
que el curso del instante se demora
lentísimo, cortés, enamorado.

¡Gozo de gozos: el alma en la piel,
ante los dos el jardín inmortal,
el paraíso que es ella con él,
óptimo el árbol sin sombra de mal!

Luz nada más. He ahí los amantes.
Una armonía de montes y ríos,
amaneciendo en lejanos levantes,
vuelve inocentes los dos albedríos.

¿Dónde estará la apariencia sabida?
¿Quién es quien surge? Salud, inmediato
siempre, palpable misterio: presida
forma tan clara a un candor de arrebato.

¿Es la hermosura quien tanto arrebata,
o en la terrible alegría se anega
todo el impulso estival? (¡Oh beata
furia del mar, esa ola no es ciega!)

Aun retozando se afanan las bocas,
inexorables a fuerza de ruego.
(Risas de Junio, por entre unas rocas,
turban el límpido azul con su juego.)

¿Yace en los brazos un ansia agresiva ?
Calladamente resiste el acorde.
(¡Cuánto silencio de mar allá arriba!
Nunca hay fragor que el cantil no me asorde.)

Y se encarnizan los dos violentos
en la ternura que los encadena.
(El regocijo de los elementos
torna y retorna a la última arena.)

Ya las rodillas, humildes aposta,
saben de un sol que al espíritu asalta.
(El horizonte en alturas de costa
llega a la sal de una brisa más alta.)

¡Felicidad! El alud de un favor
corre hasta el pie, que retuerce su celo.
(Cruje el azul. Sinuoso calor
va alabeando la curva del cielo.)

Gozo de ser: el amante se pasma.
¡Oh derrochado presente inaudito,
Oh realidad en raudal sin fantasma!
Todo es potencia de atónito grito.

Alrededor se consuma el verano.
Es un anillo la tarde amarilla.
Sin una nube desciende el cercano
cielo a este ardor. ¡Sobrehumana, la arcilla!







Cima de la delicia

¡Cima de la delicia!
Todo en el aire es pájaro.
Se cierne lo inmediato
resuelto en lejanía.

¡Hueste de esbeltas fuerzas!
¡Qué alacridad de mozo
en el espacio airoso,
henchido de presencia!

El mundo tiene cándida
profundidad de espejo.
Las más claras distancias
sueñan lo verdadero.

¡Dulzura de los años
irreparables! ¡Bodas
tardías con la historia
que desamé a diario!

Mas, todavía más.
Hacia el sol, en volandas
la plenitud se escapa.
¡Ya sólo sé cantar!








Desnudo

Blancos, rosas... Azules casi en veta,
dos, mentales.
Puntos de luz latente dan señales
de una sombra secreta.
Pero el color, infiel a la penumbra,
se consolida en masa.
Yacente en el verano de la casa,
una forma se alumbra.
Claridad aguzada entre perfiles,
de tan puros tranquilos
que cortan y aniquilan con sus filos
las confusiones viles.
Desnuda está la carne. Su evidencia
se resuelve en reposo.
Monotonía justa: prodigioso
colmo de la presencia.
¡Plenitud inmediata, sin ambiente,
del cuerpo femenino!
Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?
Oh absoluto presente!







Dominio del recuerdo

Un recuerdo -pasado deleitoso-
me ataca y se apodera
tanto de mí que interna primavera
me somete a su acoso.

Aquel amor aun vibra
bajo el impulso de una imagen, mero
fantasma. Pido, quiero.
un imán se me impone fibra a fibra.

El espíritu invade mi existencia
con poder soberano.
Espíritu ya es cuerpo. ¿Quién presencia
tal fusión, tal arcano?

Amor, que fue tan fuerte
durante aquel minuto fenecido,
saliendo de su nido
mental en sensación se me convierte.

Mi memoria ya es carne, ya un placer
-soñado- resucita,
ya la verdad de mi vivir da cita.
¿Alma, cuerpo ? Mi ser.







Duermes. Mi mano toca sueño. Duermes...

Duermes. Mi mano toca sueño. Duermes.
Gozo de tu inocencia confiada,
de tu implícita forma en esa noche
que hace tan suya con amor la mano.

Te siento dormir sin verte,
serenísima, sagrada,
nunca imagen de la muerte,
y oponiéndote a la nada
triunfar como piedra inerte.

La delicada masa de tu sueño
se espesa junto a mí, sin paz nocturna,
que así convive con la invulnerable,
cuyo retorno al despertar es siempre
la súbita inmersión en nuestra dicha.

Sumido en un calor de dos, el sueño
relaja su clausura, casi abierta
dulcemente hacia el día aún isleño.
Calor, amor.
La historia tras la puerta.







El hondo sueño

Este soñar a solas... ¡Si tu vida
de pronto amaneciese ante mi espera!
¿Por dónde voy cayendo? Primavera,
mientras, en tomo mío dilapida

su olor y se me escapa en la caída.
¡Tan solitariamente se acelera
-y está la noche ahí, variando fuera-
la gravedad de un ansia desvalida!

Pero tanto sofoco en el vacío
cesará. Gozaré de apariciones
que atajarán el vergonzante empeño

de henchir tu ausencia con mi desvarío.
¡Realidad, realidad, no me abandones
para soñar mejor el hondo sueño!







El mar es un olvido...

El mar es un olvido,
una canción, un labio;
el mar es un amante,
fiel respuesta al deseo.

Es como un ruiseñor,
y sus aguas son plumas,
impulsos que levantan
a las frías estrellas.

Sus caricias son sueños,
entreabren la muerte,
son lunas accesibles,
son la vida más alta.

Sobre espaldas oscuras
las olas van gozando.







Hacia el final

Llegamos al final,
A la etapa final de una existencia.

¿Habrá un fin a mi amor, a mis afectos?
Sólo concluirán
Bajo el tajante golpe decisivo.

¿Habrá un fin al saber?
Nunca, nunca. Se está siempre al principio
De una curiosidad inextinguible
Frente a infinita vida.

¿Habrá un fin a la obra?
Por supuesto.
Y si aspira a unidad,
Por la propia exigencia del conjunto.
¿Destino?
No, mejor: la vocación
Más íntima.







La caricia adormece...

La caricia adormece,
y a una región conduce
más cercana a la tierra,
a su silencio y sueño,
bien tendidos, dichosos.

Y tu cuerpo está ahí, remoto y mío,
inmóvil, invisible, descuidado,
y mientras me abandono a su nostalgia,
la oscuridad absorbe en su sosiego
de gran remanso nuestro amor flotante.







Las doce en el reloj

Dije: ¡Todo ya pleno!
Un álamo vibró.
Las hojas plateadas
sonaron con amor.
Los verdes eran grises,
el amor era sol.
Entonces, mediodía,
un pájaro sumió
su cantar en el viento
con tal adoración
que se sintió cantada
bajo el viento la flor
crecida entre las mieses,
más altas. Era yo,
centro en aquel instante
de tanto alrededor,
quien lo veía todo
completo para un dios.
Dije: Todo, completo.
¡Las doce en el reloj!







Los fieles amantes

Noche mucho más noche: el amor ya es un hecho.
Feliz nivel de paz extiende el sueño
como una perfección todavía amorosa.
Bulto adorable, lejos
ya, se adormece,
y a su candor en la isla se abandona,
animal por ahí, latente.
¡Qué diario Infinito sobre el lecho
de una pasión: costumbre rodeada de arcano.
¡Oh noche, más oscura en nuestros brazos!







Melenas

¡Oh melenas, ondeadas
a lo príncipe en la augusta
vida triunfante: nos gusta
ver amanecer -¡doradas
surgen!- estas alboradas
de virginidad que apenas
tú, Profusión, desordenas
para que todo a la vez
privilegie la esbeltez
más juvenil, oh melenas!







Mis manos y mis labios y mis ojos...

Mis manos y mis labios y mis ojos
rehacen
con creciente embeleso
próximo al éxtasis,
activo sin embargo,
un incesante viaje
de reconocimiento que a la vez descubre
tanta comarca donde nunca es tarde:
Aurora permanente
sobre cimas y valles.

Entre las combas y las sombras
de tu hermosura no me pierdo,
y tu nombre claro proyecta
luz muy personal sobre tu cuerpo,
que está en mi amor y fuera de
su mágico radio secreto.
Y a esa tu vida, más allá,
bajo sol y luna me entrego,
toda tú estás conmigo,
nuestro doble futuro yo lo quiero.







Perfección

Queda curvo el firmamento,
compacto azul, sobre el día.
Es el redondamiento
del esplendor: mediodía.
Todo es cúpula. Reposa,
central sin querer, la rosa,
a un sol en cenit sujeta.
Y tanto se da el presente
que el pie caminante siente
la integridad del planeta.







Pleno amor

¿Amor envuelve en las formas
de un viento? Se transfigura
bajo un viento nuestro abrazo:
concentrándose está en lucha.
Triunfo habrá para los dos,
gocémonos. ¡Oh, no hay burla
contra la fe ya animal
de toda la criatura!
Desaparece la estancia.
Una luz de anhelo y súplica
crea un ámbito al amor
con muros de sombras juntas.
Infinita, sí, trascurre
la noche. Pero se ajusta
-con la precisión de un mundo
soñado por la absoluta
claridad- a este clarísimo
destino: nuestra ventura.
Y la ventura despacio
va confiándose -nunca
más estrellas en el cielo-
a una pesadumbre suya.
Mientras -la carne es también
alma, reina tu blancura-
un ritmo acoge y acrece
la obstinación -¡qué profunda
masa tanta noche en vela!-
de esta casi calentura,
de este buen ardor.
Palpitan,
humildemente nocturnas,
las estrellas como si
regalasen una luna
de paz.
Paz en la verdad.

II
En la verdad.
Y se anuncia
lo más fabuloso. ¿Tumba
para una resurrección,
para llegar a ser pluma
casi indistinta del aire,
aire sobre el mar, espuma
que fuese nube en un cielo
con voz de mar?
No hay más ruta
que este más allá mortal:
vértigo de una dulzura
que de más vida en más vida
se atropella, se derrumba,
-¡llega a tal embriaguez
el ser que desde su altura
conspira al derrumbamiento!-
y va a la noche desnuda
con un ansia de catástrofe,
o de postrer paz, en fuga
final ¿hacia qué reposos,
qué aplanamientos, qué anchuras?
¿O hacia la aniquilación
desesperada?
Concluya,
concluya tanta inminencia.
Todo se confía -nunca
más estrellas en el cielo--
a su pesadumbre muda,
fatal.

¡Sea!

Fatalmente
puede más que yo la angustia
que me entrega a la catástrofe,
-todo conmigo sucumba-
que no será... que no es
una catástrofe -¡brusca
perfección!- por más que abdique,
y se desplome y se hunda
-amor, amor realizado-
el alma en su carne: puras.







Salvación de la primavera

Ajustada a la sola
desnudez de tu cuerpo,
entre el aire y la luz
eres puro elemento.

¡Eres! Y tan desnuda,
tan continua, tan simple
que el mundo vuelve a ser
fábula irresistible.

...Mi atención, ampliada,
columbra. Por tu carne
la atmósfera reúne
términos. Hay paisaje.

Esos blancos tan rubios
que sobre tu tersura
la mejor claridad
primaveral sitúan.

Es tuyo el resplandor
de una tarde perpetua.
¡Qué cerrado equilibrio
dorado, qué alameda!...)







Susana y los viejos

Furtivos, silenciosos, tensos, avizorantes,
se deslizan, escrutan y apartando la rama
alargan sus miradas hasta el lugar del drama:
el choque de un desnudo con los sueños de antes.

A solas y soñando ya han sido los amantes
posibles, inminentes, en visión, de la dama.
Tal desnudez real ahora los inflama
que los viejos se asoman, tímidos estudiantes.

¿Son viejos? Eso cuentan. Es cómputo oficial.
En su carne se sienten, se afirman juveniles
porque lo son. Susana surge ante su deseo,
que conserva un impulso cándido de caudal.

Otoños hay con cimas y ráfagas de abriles.
-Ah, Susana. -¡Qué horror! -Perdóname. ¡Te veo!







Tréboles

Cada vez que me despierto
mi boca vuelve a tu nombre
como el marino a su puerto.

*

Este volver a empezar
cada jornada sin ti,
esta sensación de mar
que navego y ya perdí...

*

Como si mi voz te alcanzase,
murmura: Amour adoré,
¿No puedes oírme? No sé.

*

Vivos estamos en la frase.
¡Qué lejos ayer de hoy!
Hondo ayer: dos fuimos uno.
Hoy no estás y yo no soy.

*

Gentes que me son extrañas:
esas que me creen solo
sin ver que tú me acompañas.

*

Así voy sin ti: perdido
por entre gentes que anulan
nuestro amor bajo su olvido.

*

La Patria, lejos, en el lodo.
Soledades alrededor.
Navidad a pesar de todo:
hijos, su recuerdo, mi amor.

*

La memoria, malla a malla,
me cubre armando su mundo.
Interior, mi noche calla.
En tu recuerdo me hundo.

*


Ya te lo decía yo.
Era imposible el olvido.
Fuimos verdad. Y quedó.

*

Sobre esta misma almohada
me acompañó su cabeza.
Sé ya ahora cómo empieza
la blancura de la nada.

*

Despierto y como no estás,
no me suena el mundo a mundo:
nunca a solas no hay compás.

*

¡Estaba yo tan contento
de ser yo, yo para ti!
¡Qué alegría ser así
dos historias en un cuento!

*

Lo que un día me dijiste
de nuevo suena en mi oído.
La soledad no es tan triste.
Ser es también no haber sido.







Tú, tú, tú, mi incesante...

¡Tú, tú, tú, mi incesante
primavera profunda
mi río de verdor
agudo y aventura!

¡Tú, ventana a lo diáfano:
desenlace de aurora,
modelación del día:
mediodía en su rosa,

tranquilidad de lumbre:
siesta del horizonte,
lumbres en lucha y coro:
poniente contra noche,

constelación del campo,
fabulosa, precisa,
trémula hermosamente,
universal y mía!

¡Tú más aún: tú como
tú, sin palabras toda
singular, desnudez
única, tú, sola!







Y los ojos prometen...

Y los ojos prometen
mientras la boca aguarda.
Favorables, sonríen.
¡Cómo íntima, callada!

Henos aquí. Tan próximos.
¡Qué oscura es nuestra voz!
La carne expresa más.
Somos nuestra expresión.

De una vez paraíso,
con mi ansiedad completo.
La piel reveladora
se tiende al embeleso.

¡Todo en un sólo ardor
se iguala! Simultáneos
apremios me conducen
por círculos de rapto.

Pero más, más ternura
trae la caricia. Lentas,
las manos se demoran,
vuelven, también contemplan.







Ya se alargan las tardes, ya se deja...

Ya se alargan las tardes, ya se deja
despacio acompañar el sol postrero
mientras él, desde el cielo de febrero,
retira al río la ciudad refleja

de la corriente, sin cesar pareja
-más todavía tras algún remero-
a mí, que errante junto al agua quiero
sentirme así fugaz sin una queja,

viendo la lentitud con que se pierde
serenando su fin tanta hermosura,
dichosa de valer cuando más arde

-bajo los arreboles- hasta el verde
tenaz de los abetos y se apura
la retirada lenta de la tarde.











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