jueves, 4 de septiembre de 2014

JUAN CARLOS CABRERA PONS [13.181]


JUAN CARLOS CABRERA PONS

San Cristóbal de Las Casas, México   1986.
Juan Carlos Cabrera Pons nació en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, el 22 de noviembre de 1986. Actualmente estudia la licenciatura en Literatura y Ciencias del Lenguaje en la Universidad del Claustro de Sor Juana, en la Ciudad de México, donde radica desde hace algunos años.
Ha asistido a diversos talleres de creación literaria y realizado lecturas de su obra en varios lugares del país. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía "Mérida" 2008 por su poemario Cuatro piezas danesas.



Ángel en picada
(fragmentos)

I

La primera luz y la última
son y siempre han sido la misma luz.
Un golpe luminoso contra el pecho. Un golpe.
Al principio fue la herida y sólo entonces
—solamente entonces— la creación
y como consecuencia la caída. Insisto.
Somos y siempre hemos sido la misma luz:
el instante preciso anterior
al contacto contra el suelo.


II

El primer ángel cayó de las alturas
cayó desde una nube dorada. Acarició
su grito la penumbra
hirió de grietas
la oscuridad. Dijo:
“Hay una espina
en la tierra. Hay una espina que hiere
—dijo— y en su punta hay un jardín.”




La gaviota
(Rådhuspladsen)

Como una cabra alada la gaviota desentierra Copenhague
hunde el cuello entre sus brazos de ceniza
se relíe
y todo si no es blanco lo devora.
¿La has visto al amanecer?
¿mareada? ¿la gaviota?
¿mareada desde el alba
en su labor insólita de oleaje?
la corteza del pan no la perdona
y las manchas soñolientas de tu rostro
bajo sus viejas alas blancas las esconde.
Mareada dando vueltas como ciega
—más que ciega la gaviota
todo lo que no es blanco lo devora
y todo si no es blanco contradice.

Y Copenhague
la blanca
la blanca blanquísima Copenhague
el colmo de la nieve
desde una interior fuente se descubre
rompiendo los cimientos del planeta
elevándose en el aire
jalada en las alturas por gaviotas.
Desnuda se relíe
bosteza y se levanta.
El sol de molestarla se enrojece
y toda blanca de boda es Copenhague.

Entonces lo sabíamos
no se puede extrañar en Copenhague
no
ni morirse
que la ausencia que se cae como una roca
sobre sus viejas torres blancas se estremece
y el tiempo que se baila en tus arrugas lo devora
y todo si no es suyo contradice
y no
no se puede morir.
—¿La has visto? ¿la muerte?
¿desnuda como un muerto
en su labor insólita de río?
Es una encrucijada como ausente
y no
no se puede morir.

Toda blanca de boda es Copenhague
y todos expectantes blanquecinos
no despiertan al discurso pajaresco de la muerte
ni a las plumas de aquel pájaro inefable.






Johanna

Recordar cuando sólo me mirabas
antes
         aún antes de tu ombligo.

Enramada entre tus dedos
con tus manos tan temblando de temblores
y tus ojos tan temiendo de temor
mucho antes del contacto con tu ombligo
cuando sólo me llamabas
con tu voz incomprensible acariciando
mi nombre impronunciable
aún antes del primer contacto
recordarlo todo
desde el instante de mis manos en tu ombligo
hasta volverte a preguntar si ya eras mía
hasta el último temblor de ti
          es tan sólo un recuerdo
girasol.

                  Y recordar cuando sólo
me mirabas
es tan sólo un recuerdo.





Ida junto al fuego*

Ida es lo primero que recuerdo.

Debió ser antes el fuego
pero aquella noche juraba
que Ida fue primera en la creación.
Ida juraba lo contrario
con la botella verde entre los labios
recostada sobre la tierra
junto al fuego.

También recuerdo que hacía frío
y nunca supimos quién encendió la fogata
quién las demás fogatas
quién el primer fuego.
Yo cerraba los ojos por el humo
tocía de tanto en tanto
y me parecía que Ida
era producto de la ceguera.

Alrededor del fuego
un círculo de bultos hechos de pura sombra
–con o sin cigarro
con o sin frío
pero con botellas verdes
y definitivamente sin Ida–
no se percataban de la noche.
Esto hacía más difícil la soledad.
La soledad que era el mejor atributo de mí mismo.

"¿No la has visto –preguntó el de la guitarra
tomándome del brazo– ¿a Ida? ¿no la conoces?"
Tenía un aliento como de cremación
y sus ojos como cremados "¿no la conoces?".
Debía estar ciego de alcohol y de humo
un tanto más que nosotros "¿la has visto?".
"Se ha ido –le dijo Ida
rascándose la nuca– es ida con la noche
es ida por el fuego
se ha ido". Su cabello era por cierto
reflejo de la llama. ¿La has visto?

Él no me soltaba
sus ojos no me soltaban
lloraban por la noche lloraban
por el fuego lloraban
wish you were here 
de kan ikke slå os ihjel
¿es que nadie la ha visto?
Ida reía de su propia broma
y su garganta era la noche hecha caverna
mientras hurgaba mi cabello con su mano
y acercaba la botella hasta sus labios con la otra.
"Yo no lo sé –le dije– amigo
–a pesar de todo amigo–
pero me han dicho que a Ida sólo la encuentran
los que buscan la ceguera".

De todas formas él estaba ebrio
de noche humo y alcohol
y ve a saber qué pastillas.
De todas formas hacía frío.
Ida continuaba sobre el suelo
con sus ojos clavados en la llama
charlando de no sé qué canciones viejas
mientras yo cerraba los ojos por el humo
y por creer que todo aquello
era producto de la ceguera.

El de la guitarra parecía odiar
su garganta o su guitarra.
A ratos todavía nos miraba como buscándonos
como si nos hubiera buscado toda su vida
y yo a ratos me tomaba en serio
aquello de ignorarlo ciegamente.
De todas formas el aire estaba ebrio
y parecía invitarnos a seguirlo.
De todas formas estábamos perdidos
de todas formas.

A todo esto y alrededor del fuego
un círculo de bultos hechos de pura sombra
no se percataban de Ida
primogénita de la llama.
El mundo continuaba atravesando el fuego
convirtiéndose en humo
y se alejaba hacia la noche.

. . . . . . . . . . . . . . . .
*Nota: Poema incluido en el poemario Cuatro piezas danesas, ganador del Premio de Poesía "Mérida" 2008, otorgado por el Ayuntamiento de Mérida.






Muerte patas arriba

para Lea

1. Muerte patas arriba

Desde el revés de tu caída caigo
luciernagueo.
Luciernagueante revés de tu caída voy cayendo
voy cayendo hasta el abismo de tu sexo.
Mi situación es la caída y te lo imploro
no me sueltes porque caigo
porque caigo y ya no paro
y ya no paro.
Luciernagueo.



2. La mariposa negra gigante

Nació en la noche de mi ventana
y dio a posarse en un rincón del techo.
Yo era niño y le temía. Dije:
"Sobre una mariposa y otra
me has doblado las alas por la espalda.
Durmiendo estrepitoso entre alas negras
te he hecho el amor
me has volteado las alas."



3. Miles de mariposas blancas

Desde el letargo de tu vuelo caigo
luciernagueo. Pajareo lápices al vuelo
caigo.
De pronto caigo resolviéndome de mares
y de males
por cada agujero de tu cuerpo
y cada agujero brilla blanco
y parpadea.
Parpadeo.




Dice "burbuja"

Hermosa muerte la tuya
cosa incierta.
Venir a morir acaso a un mundo incierto
venir a morir y sólo
llegar acaso
y sólo llegar de frente hasta mis ojos
y casi al contacto tuyo
cuando en mi piel te bañas pluma enfermiza
sin tiempo de darte nombre
te me revientas.

Hermosa muerte la tuya
como diciendo "no te me mueras".





Rosa de los vientos

Mi rosa de los vientos se ha perdido
o la he perdido yo qué más me da
dejose y me ha dejado la marchita
¡Marchita!
Interrumpida rosa
dejose y me ha dejado interrumpido
sin norte desterrado testaruda
y marchito
la testaruda
que se ha perdido en mí como en la guerra
y se ha perdido en tal como ella sola
marchita rosa interrumpida de los vientos
que se ha perdido en mí que más me da
y no se encuentra ya la testaruda
que se ha perdido.





No sé qué de las aves

Algo de ave hay en su presencia
y en el disfraz impredecible de plumaje
que cubre el baile sigiloso de su recuerdo.
Algo silencioso en la distancia
parecido al vuelo
–imperceptible aunque presente–
ocurre en la amarga desnudez de su lejanía.
Y yo estoy como para morir cantando
eso de  que «yo soy Ícaro
y vuelvo de la muerte más profunda.
Que yo soy el eterno volador
y vuelvo porque amo la caída.
Vuelvo a ti para caer de nuevo
(y caería otras tantas veces
aunque el precio fueran las alturas)
porque la caída es mi plumaje».

El mundo un sueño me parece
como de estar volando. Un vuelo
–me parece– como de estar cayendo.
Un sueño como estar volando y cantar:
«Mísero yo y por siempre maldito
si de sus plumas no digo mi almohada
y de su ausencia no canto la sed.
Mísero yo y por siempre
por siempre desterrado de mí mismo
si de su vuelo no caigo desnudo
para cantar del mundo sus despojos.
Que estoy como para cantar llorando
que yo soy Ícaro el de las caídas
y mísero de mí si no me caigo
y de sus plumas no invento la muerte».






Plegaria del colibrí

para Lea

Porque espero devorarme de tus alas la impaciencia
y esclarecer de pronto
de aguaclara
la espuma lenta de tu pronto roce
porque espero
ojalá me lloviera de repente.
Y me lloviera lenta lluvia y cada gota
–pues cada gota entre las plumas inconstantes
de tu aleteo impaciente
es un instante o como instante
del imposible esclarecer de tu inconstancia.

Y aunque nada de esto es necesario
y todo instante es mentiroso
como cada gota entre los párpados renace
y cada pluma en realizarse parpadea
y no hay más ya nada sin caída
espero.

Porque no hay desnudez si no está el agua de por medio
y porque muero de arrancarte cada pluma
y cada una de tus plumas impacienta
y porque la impaciencia es una gota en la caída
y he de caer en la inconstancia de tu vuelo
y porque espero devorarme de tus plumas
y esclarecerte lo más pronto
y la continuidad de tu aleteo me impacienta
porque me va de arriba abajo
de sí que no
y porque en cada gota el mundo se detiene
y mi impaciencia se deleita de tus alas
de tus alas impacientes
–en pleno vuelo mía
en pleno vuelo espero–
espero
y ojalá me lloviera de repente.





De porqué las aves no usan sombrillas

No eras tú de plumas ni sequías
ni quién para escaparte.
Cansada de sillones y de nubes
de esperas
y de salas de espera
mirabas por la ventana
como soñando vuelos o caídas
haciendo el gesto de los muertos en la historia.

Y sin embargo
no cae la lluvia aquí para evadirte
ni cantan para ti los sapos
su canto sacro y perezoso
ni te esperaba el viejo
con su reflejo gris sobre la acera
y el dobladillo en trozos
los niños cazadores de resfriados
ni se hicieron para ti los puentes
o los pasos peatonales
ni te esperaba –en fin– el ave
bañándose en instante de caída
ni tú podías saberlo.
Ni creo que lo supieras:
los pájaros detestan las sombrillas.

Por mi parte fui testigo incerciorable
del acto más liberador:
súbitamente tú
girando la perilla de una puerta que era polvo
trazaste el gesto de un instante de caída suspendido
y abriste la sombrilla
por hacer un vuelo del abrirla.
Alada así
goteaste lento por las calles.









No hay comentarios:

Publicar un comentario