miércoles, 4 de febrero de 2015

JOSÉ ALFREDO SOTO [14.686] Poeta de México



José Alfredo Soto 

Originario de la ciudad de Mazatlán, México es estudiante de la carrera de Lengua y Literatura hispanoamericanas en la facultad de Filosofía y letras de la UAS. Ha publicado en algunas revistas y periódicos locales. Es miembro del consejo editorial en la revista Fricciones.




Tres veces

Dejar como el viento deja,
como el aire
que huye
así
de los pulmones
sin regresar,
y sostener las cadenas para ya no dejar
¿Cómo? Si se va
es  porque es viento y no sabe
ni de agua ni de rocas ni de las ventanas
cuando están abiertas,
solamente
porque es
y porque no es
lo que fue acumulando
una capa de polvo.





Retroceso

Un grito arrojado de regreso a la garganta
inunda el cuarto con un silencio
de nostalgia,
agudo, un silbo
que satura el oído  y le regresa
al reposo umbrío,
la memoria  se marchita,
se encoje a un tamaño primigenio
una multitud de dientes, lácteos,
pequeñitos, se aferra
de nuevo a las encías de infancia.
Caminas de la puerta a la ventana,
miras paso a paso
el camino en el espejo,
y olvidas avanzar.
Hay algo, un yo
afuera
que me extiende
en y sobre
el tiempo
y sobre todo, del tiempo
que es como yo, /un vistazo mínimo,
diminuto,
un átimo.

Es materia que parte de mí
estoy en ello, me extiende,
me tiene por las manos
no lo siento,
lo presiento acaso.

Hay algo, un yo
afuera
que cubre todo,
abarca la primera
y la última
estrella,
y es como yo, / parte de mí,
diminuto,
un átomo.

No tiene que ver con el yo / cuando digo yo,
es lluvia para una ventana cerrada,
un reloj de luz tras un muro de tormenta,
se dice roca sobre mi mano
y se parece a ti
cuando te escucho
y dices yo.





Bajo sombras,
en una esquina, en una calle
de cristal, oculta, la luz se eleva,
el ave incrusta sus alas,
derrama sus alas,
en hierro,
en sabia
en polvo,
en una columna.
Es
un regordete
adonis de mármol.
Las horas
tatúan casi esmerilan
sus impulsos
de suicida,
elegantemente fundado
en oxido
y sus rechonchos desnudos brazos
desbordados
desbordan luz y no ve
porque no tiene ojos
pero llora,
llora ríos concéntricos.
Él. Una esquina,
mi ciudad.





Somos

Somos un fósil de calcificadas voces,
roca de melenas que ruge
palabras como coronas, nardos
de rubiáceos pétalos que
en cada página comienzan
y esperan terminar.

Somos cascada sobre los relieves,
evitando formas
pasando de ellos al pasar
como  grito
por los niveles del grito
y quedamos acaso un poco,
lo suficiente.





“Detrás de cada vagina hay una botella de licor”
me dijo así mi padre.

Ahora me toca a mí
Cuando la sombra en la cabeza
de sus hijos, detenida,
mi herencia de polvo,
grotesca, grácil, así sea.
Así mismo,
misma silla, misma mesa,
mismo vaso,
una carcajada igual,
me toca.
Y es bonito porque no se sabe
como debemos
llorar.

Desde el fondo de la sangre hacia adentro
los de mi estirpe lloran
(vierten la mirada)
con miel de flor, con nombre
se me va el alma
por la boca  a donde las almas
miran su cuerpo
y mi padre y mi abuelo
y una sola sonrisa (de frente)
de cristal.

Junto a esas cejas, mundo,
donde la escarcha crese
y pasa
de los labios;
un paño de transparencia,
un manantial para borrar los ojos
desaprender lo no aprendido, pero no
no quiero,
pero bebo.

Me falta el cuerpo sin mi sangre,
beber de ella es perder y ser hermoso y fuerte
irse de los ojos
a donde dos cuerpos que se alejan,
a donde mis ancestros,
seguir la vista
y el tiempo:
una cama para dos
que nunca duermen nunca
en la misma noche.





Tú, este lugar, estás
repleta de brazos, tienes tu reflejo,
que son tus años y reflejo
solamente de ti misma.

Son tus gentes brazos
engazados en bronce
y tu costillas frías, tú
eres espina reflejante,
escalinata, parques
y adoquines azulados,
polvo de cristal
de hombre herido que se vierte
por las fisuras,
y reflejos de humo y mieles
de la muerte de ti misma
que muere
en tus brazos y en otra
y otra y otra
sangre iluminada.

Se invierte ahora, penetramos
por tus poros, manantiales
tus costillas, ahora
también vetas
de proyectiles hacia sí mismos.

Y ahí,
ahí estamos nosotros
encendiéndonos
porque somos luz,
escondiéndonos
porque la luz que somos hiere,
nos hiere
y en las ranuras acomodamos el cuerpo,
nos despojamos.
Esas  agujas y plumas,
esos dolores de la sangre que te llena
somos nosotros,
nosotros que bramamos
desde tus costillas, reflejados
y en el vaivén de tus manos,
somos engranes cada vez
más muertos.

Después
de vez en vez
mucho después
en el polvo
revividos.




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