jueves, 13 de septiembre de 2012

MARCELO PELLEGRINI [7.820]


Marcelo Pellegrini 

(Valparaíso, Chile, 1971).
Poeta, ensayista y traductor, Doctor en Literatura por la Universidad de California, Berkeley. Ha obtenido la Beca del Taller de Poesía de la Fundación Pablo Neruda (1993). Mención honrosa del Premio Municipal de Literatura de Santiago (1998). Como poeta ha publicado Poemas, 1996; El árbol donde envejece la muerte, 1997; Ocasión de la ceniza, 2003 (libro que reúne íntegramente los textos precedentes como también numerosos poemas inéditos) y El sol entre dos islas, 2005. Como traductor una de sus últimas publicaciones es Figuras del original, Ed Beudedrais & Manulibris, Santiago de Chile, 2006 que reúne sus versiones de poetas en lengua inglesa y portuguesa y como ensayista Confróntese con la sospecha: ensayos críticos sobre poesía chilena de los 90 Ed Universitaria, Santiago de Chile, 2006. En la actualidad enseña literatura hispanoamericana en la Universidad de Wisconsin, EEUU.

En 2007 publica el libro La Fuga (Poemas 1992-2007). Editorial Beuvedráis-Manulibris.



Teoría y práctica fluvial

Ella dijo:

Me han traído a país sin río,
tierras-Agar, tierras sin agua

pero siempre vivió cerca
del tajo de agua
que habitaba en su cabeza.

Así nosotros en el río
imaginario por donde
se deslizan las miradas
y las sílabas entre rocas, montes, dunas

blancas

sagrado río sagrados meandros

del pensamiento

praxis de agua sin cobijo
frente al humo que se eleva,

teoría de su curso
hacia el mar, hacia sus ojos.



Un pájaro golpea la ventana

Al comienzo un extraño sordo ruido
como si una uña intentara escarbar
el aire que se refleja en la nada
como en un espejo nuestra callada
sorpresa al ver a ese pequeño pájaro
golpear la ventana que da al patio
para seguir el curso de la luz
su alada hermana en el aire y el éter
(el otro aire) una y otra vez otra
y otra un dos tres el niño abre su boca
para que entre el pájaro y qué busca
con ahínco de Narciso que no sabe
el duro seco beso en el cristal
en la mano ahora extendida del niño
que comienza tumba y termina nido 
el pájaro insiste en ese camino
obstáculo no impedimento sí
nosotros no dejamos de mirar
ojos cerrados boca abierta manos
extendidas huesos hacia la nada
cómo en las praderas nunca sombrías
un pájaro golpea la ventana



Bur Oak, Quercus macrocarpa

Mi pequeña barca arribó por fin a la orilla
en que se encuentra el árbol más hermoso
orilla de calma no es el mar pero sí un filo
de agua que se confunde con el cielo
quizá el océano de este lugar
su oleaje un beso traspasado de nubes
“Este árbol es un dios” centenario o milenario —no sé—
catedral donde los pájaros ofician el misterio de su canto
Quercus macrocarpa como dice el signo que nos informa
sobre su origen roble nativo de este lugar
bajo su sombra el viento es una bandera invisible
que en el otoño despega las hojas de las ramas
hojas de amor en fuga
que corren sobre el silencio
entre tibias sílabas de espuma
el aire es un niño que danza
en las raíces de este abuelo roble
recién nacido en la tormenta
el aire es la humedad del beso 
que se conjuga en las primeras gotas de lluvia
una caricia de árbol
lenta seda que arde en un país
perdido con sus ojos
sombra que navega liviana 
estremecida por el agua
sus pequeñas manos penetran
las ramas encantadas como una luz a la deriva
su copa es la corona
del musgo perdido
la canción dicha en silencio
que rumia loas joyas tronco muerde el cristal
la sorna de un cuervo contra la nieve
que nos habla de Poe en el frío de Baltimore
never more
                        never more 
estamos aquí a la hora de la incandescencia
en el minuto en que los grillos reverberan
el árbol nada dice 
a pesar de nuestro oído atento
al frenesí de las galaxias
que espejean al borde del cielo
sílabas razones dudas sentencias
incendio taciturno del amor
el agua un firmamento
el rumor cristalino deshaciéndose
árbol en el margen del cielo
un río fluye entre las nubes
compañía de los dioses
bajo los párpados los triángulos
del sueño flor del invierno
fruto del cielo en el lugar de todos los lugares
porque “este árbol es un dios”
el fuego y la rosa son uno
como una sustancia venida de lejos
entre burbujas como espejos
ojos abiertos en su lágrima
húmedo archipiélago
que susurra al oído del árbol
            la límpida agonía se transforma
            en tenue y dura gema sin aliento
            de un costado sigue la voz del viento
            y su luz se la lleva hacia otra forma 
a lo que el árbol responde
            deja que me arrulle vacía cuna
            lágrima y mejilla no tierna luna
            escuchando todas las sumas voces
            tierno clamor es atrapado en goces
así se inició el júbilo de las cosas
el croar incesante de las ranas
entre el fuego y el grito de los insectos
las flores y la hierba
acariciando el árbol entre la sed
el cerezo cercano
la estatua firme en el adiós del viento
las montañas a lo lejos
adustas moles caídas del cielo
el verde extendido sobre la tierra
el sol que ha negado sus dones para el sacrificio
la araña y sus leves tentáculos
amasando la nada
la ciega mosca de mil ojos
la flor tenue del suspiro
la hojarasca dorada
sobre la curva del aire
el pájaro que perfora el oído del cielo
peste y luz zafiro y heces
en el duelo insuficiente
para el abrazo del árbol
que se detiene y dice
            toda una palabra como el comienzo
            en esa voz que quiere su final
            varado en esta tierra canto y pienso
            en la bocas que besan mi tendal
la luna establece su camino de plata
marea de una luz desconocida
dos cuervos en vuelo sobre la playa
en sus alas la sombra de Edgar Allan
sobre su áspero papel
nacen constelaciones de tinta
helado celaje
simetría angélica o demoniaca
sombrío alto vuelo
palabra blanca en la página negra
veneno del amor
veneno de la lengua
veneno de amor en la lengua
veneno de lengua de amor
maraña en los recodos del beso
el arco del sol se completa
la noche desciende atareada en su labor
se deposita en nuestros hombros
con una sonrisa que desconocemos
a esta hora el rayo y el grito de las aves
son caricia de lentas alas brillantes
que estremecen el cielo
nada se parece a sí mismo
jornadas del vapor
del canto del respiro
perdido en la noche y sus ojos
aquí a los pies del árbol más hermoso



De: La fuga (Poemas 1992-2007). Santiago: Beuvedráis /
Manulibris, 2007, pp. 108-110).


Tietê nocturno

A José Luiz Passos

É noite e tudo é noite. Uma ronda de sombras,
Soturnas sombras, enchem de noite tão vasta
O peito do rio, que é como si a noite fosse água,
Água noturna, noite líquida, afogando de apreensões
As altas torres do meu coração exausto.

Mário de Andrade


Como un dios destruido e iluminado
o como serpiente negra y lenta
apartas tus ojos del mar,
Tietê, río de siete vidas
y siete certezas,
huyendo de las aguas cual niño taciturno,
fija la mirada en las nubes que pasan.
Raro curso, como extraño abismo,
haces por los territorios de tu deseo.
Tu camino, capullo transparente,
pierde la memoria y se ata a su destino.
No hay nadie en las extensas planicies,
sólo un murmullo que no conoces,
un frío que habita esas rutas,
terrible viajero sonámbulo.
No eres nadie pero eres todo,
Tietê, río inconcebible,
pareja armonía de agua muerta
que todo lo transforma en légamo.
Nos apartas del mar
en tu peregrinaje
pero nos llevas hacia otras melancolías,
río, ajeno río de donde todos nacemos.
Tus puentes no son puentes,
son arcos en honor de fútiles victorias.
La noche camina junto a ti
como en tantas ocasiones,
y es ahí donde eres más río y más agua,
más asombro en la espesura,
lecho de estrellas,
alas de un águila caída.
Te pierdes, nos perdemos en ti,
somos hijos de ese viaje,
de los peces muertos a nuestro paso,
ángeles que nos hablan con voz muda.
A tu vera los oscuros habitantes de la ciudad
duermen el sueño de un sueño,
errancia de la luz.
Quizá nosotros también huimos
sin saber de qué, sin saber a dónde,
regresos sin fin y sin memoria.
¿Qué será de ti después de tanto tiempo sin tiempo?
¿Qué lugares te esperan, qué corazones muertos?
Seguirás en tu huida hacia el abismo,
hacia los brazos del horizonte oculto.
Seguiremos tu ruta
y veremos repartido tu cuerpo
en todas las planicies,
lento río sin nombre,
noche líquida que nos abandona.



Textos inéditos


“Si de fuego no, de aire”

Ante la inminencia del invierno
el enaltecido sol al borde de una nube
vuela hacia el otro hemisferio
para acariciar otros cuerpos
y en un segundo del que no tenemos noticia
va del fuego al aire con aire distante
descansa cual niño
su ojo cerrado adormecido
por el narcótico arrullo
de las estrellas (sus menores hermanas)
amigas nuestras solidarias
que juntan fuego sagrado
para nosotros mientras
el hermano astro rey cansado
navega sobre el cielo
al borde de un segundo
ante la inminencia
la inminencia
del invierno.



Mirlo

Para Waldo y Eli, con el recuerdo de los mirlos de París

Vestido de negro fuego, el mirlo busca la fruta exuberante. Sus alas son el aliento de la tarde, el vaho que una nube graba en el cielo, efímero rastro de una eternidad que huye con la lluvia. El tumulto de la calle le hurta su canto pero no el tierno estrépito de su urbano aleteo; de pronto, su ráfaga cruza por sobre nuestras cabezas y se dirige al puesto de las frutas con la rapidez de un jadeo. Se posa cerca de nuestro parloteo, echa un par de miradas furtivas, recoge una cereza y de inmediato emprende el vuelo hacia la cornisa de un edificio cercano, orgulloso de su hallazgo. Nosotros, sorprendidos y risueños, tan sólo enmudecemos.



10 de diciembre, 2006

El justo sol de invierno anunciaba una diáfana mañana. Nuestros espíritus se libraron de un peso de siglos, pero ni siquiera para una alegre despedida guardamos las flores sobrevivientes. Esa fue nuestra justicia: la indiferencia hacia quien había muerto mucho tiempo antes y ahora dejó de existir.


Amor tardío

pero las uvas
nos hablarán del mosto
por su baba

José-Miguel Ullán


Del licor al estruendo
hay una sola vía:
tus ojos, no los míos
saliva de la córnea
en el amor tardío.

De la lengua al aliento
hay un solo camino:
estas sílabas rotas
que nada nos dirán
entre el agua y las rocas.

Entre tacto y bullicio
hay un mosto que hierve
piedra de cal y canto
del sol su majestad
lagar desierto blanco.

Entre el árbol y el día
hay brumas que descienden
besando las semillas
frente al mar frente a Dios
un no sé quién se anilla.






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