martes, 24 de marzo de 2015

ESTEBAN MANUEL DE VILLEGAS [15.275]

Retrato apócrifo de la edición Sancha de 1774 

Esteban Manuel de Villegas


Esteban Manuel de Villegas (Matute, La Rioja, 5 de enero de 1589 - Nájera, La Rioja, 3 de septiembre de 1669) fue un poeta español del Siglo de Oro.

Cursó estudios de Gramática (especie de Bachillerato) en Madrid, trasladándose después a la Universidad de Salamanca, donde obtuvo el título de Licenciado en Leyes, en el que nunca se ejercitó. De origen hidalgo por parte de padre no tuvo empleo remunerado alguno, aunque lo intentase con recomendaciones en la Corte madrileña, viviendo de los préstamos rentistas de la familia en juros y censos, cuya irregular administración e inseguro cobro le ocasionaron periódicas penurias económicas, especialmente en sus años finales, y le han granjeado fama de pleitista por los numerosos litigios judiciales a que se vio abocado. Se casó a los treinta y seis años con doña Antonia de Leyva Villodas, najerina veinte años más joven que él y de familia acomodada, que le dio siete hijos, de los que sólo le sobrevivieron dos mujeres. En 1651 fue procesado por la Inquisición de Navarra, con sede en Logroño, por polemizar siete años antes con dos frailes sobre el verdadero sentido del libre albedrío de Anselmo de Canterbury, dejándose llevar algo insensatamente por su vasta formación humanista sin medir las graves consecuencias que podía acarrearle enfrentarse a la doctrina de la Iglesia. Tras otros ocho años de enjuiciamiento y once meses en la prisión de Logroño, en 1659 fue condenado por hereje y alguna sátira injuriosa contra los frailes a la pena de abjuración de levi y a cuatro años de destierro, pasando cuatro meses en la población burgalesa de Santa María Ribarredonda, al cabo de los cuales, e implorando perdón por su ancianidad, se le conmutó el resto del castigo por su cumplimiento en Nájera, donde murió con ochenta años.

Obra

Escribió un libro lírico muy original para su tiempo, las Eróticas o amatorias (Nájera, 1618, imprenta de Mongastón, poco reimpreso, destacando la edición de Vicente de los Ríos en 1774, con el impresor madrileño Sancha, que la reeditó en 1797, y la de Narciso Alonso Cortés en 1913), cuya portada, que llevaba, bajo un sol naciente tapando unas estrellas, el provocador lema Sicut sol matutinus. Me surgente, quid istae? (Igual que el sol naciente. Apareciendo yo, ¿qué será de éstas?) le granjeó no pocos enemigos entre las "estrellas" del Siglo de Oro (Cervantes, Lope de Vega, Góngora, entre otros) a causa de fanfarronada tan irritante. El propio autor procuró suprimir el emblema de los ejemplares que pudo, pero su imagen quedaría manchada para siempre en los círculos literarios de la época, aunque alguno le perdonase ese atrevimiento juvenil, como el reconocimiento que le hizo un anciano Lope de Vega en su Laurel de Apolo:


Aspire luego de Pegaso al monte
el dulce traductor de Anacreonte,
cuyos estudios, con perpetua gloria,
libraron del olvido su memoria;
aunque dijo que todos se escondiesen
cuando los rayos de su ingenio viesen...
(Laurel de Apolo, III, 270-274)


El libro posee dos partes; la primera está escrita en heptasílabos y es de temática anacreóntica; la segunda, en endecasílabos y es de tema histórico. Logró poemas delicadísimos en los metros cortos, que manejaba con especial acierto, como los versos musicales y llenos de gracia de las "Cantinelas". Contiene, además, odas, traducciones muy libres de Horacio y de las anacreónticas, elegías, idilios, epigramas y algunos sonetos. Maneja las sílabas cuantitativamente y usa metros sáficos, adónicos, anacreónticos, etcétera, en lugar de las formas corrientes en español. De ahí que su poesía sea puramente formal, esclava de la postura, del rodeo. Por eso se constituyó en el gran precedente del Rococó y el Neoclasicismo del siglo XVIII, cuando logró la fama que se le negó en vida. En los versos largos se nota un fuerte aire culterano, como por ejemplo en la Oda a Felipe III. De su intención de introducir la métrica cuantitativa sólo le salió bien la introducción de la estrofa sáfica-adónica (tres endecasílabos, rematados con un pentasílabo), que vemos en este ejemplo de su Oda al céfiro:



Dulce vecino de la verde selva,
huésped eterno del abril florido,
vital aliento de la madre Venus,
céfiro blando.
(De Las Latinas, libro 4º de la 2ª parte de las Eróticas)


También conoció fortuna su propósito de adaptar el género de la anacreóntica clásica a la poesía española, pues durante el siglo XVIII tuvo numerosos cultivadores, todos formados en la horma de Villegas, especialmente Nicolás Fernández de Moratín y José Cadalso (los pioneros en el género dentro del contexto ilustrado) y Juan Meléndez Valdés y José Iglesias de la Casa. Ya de edad avanzada tradujo la Consolación de la filosofía de Boecio y, escarmentado por su encontronazo con el Santo Oficio, dejó en latín la parte correspondiente al libre albedrío. Escribió además dos tomos de Variae Philologiae, sive dissertationum criticarum, quas inter amicos disserebat, más conocidas como Disertaciones críticas en los que invirtió ocho años; en ellas comentaba los clásicos grecolatinos antiguos y el rastro del manuscrito se perdió en el siglo XVIII en manos de fray Martín Sarmiento; afortunadamente han sido reencontradas en la Biblioteca Nacional por su mejor estudioso, el profesor Julián Bravo Vega. Se puede afirmar sin ambages que esta obra es un monumento del humanismo español. Aparecen comentados, en 231 pequeños ensayos, aspectos textuales, léxicos, métricos, históricos o etimológicos de pasajes controvertidos de Plauto, Catulo, Séneca el Viejo, Lucio Pomponio, Virgilio, Horacio, Tibulo, Propercio, Marcial, Petronio, Ausonio, Símaco y comentarios jurídicos sobre Teodosio, Justiniano y Tertuliano. Por las alusiones del texto sabemos que se relacionaba con eruditos como el murciano Francisco Cascales y Tomás Tamayo de Vargas; con el cronista de Indias Luis Tribaldos de Toledo; con muchos jesuitas, entre ellos Juan Luis de la Cerda (gran comentarista de Virgilio) Juan Eusebio Nieremberg, gran escritor ascético, Ibarra y Santoyo; el político Lorenzo Ramírez de Prado, con quien intercambió un epistolario que se ha conservado; sus parientes Álvaro de Villegas, colegial de Salamanca, y Bernabé de Andrade; los juristas Antonio Pereda y Pedro Pimentel, doctor en ambos derechos; Pedro Alarcón Ocón; Juan Piñero Osorio, obispo de Calahorra; Jacobo Riaño de Gamboa y Juan Bautista Larrea, entre otros. Además, compuso un Discurso contra las comedias o Antiteatro que no llegó a publicar.


De la lira

Quiero cantar de Cadmo,
quiero cantar de Atridas:
mas ¡ay! que de amor solo
sólo canta mi lira.
Renuevo el instrumento,
las cuerdas mudo aprisa;
pero si yo de Alcides,
ella de amor suspira.
Pues, héroes valientes,
quedaos desde este día,
porque ya de amor solo
sólo canta mi lira.




Idilio I

Al Marqués de Alenquer, Conde de Salinas, Virrey y Capitán General del Reino de Portugal.

                       1
    Perezosa estación de siesta grave,
y más que siesta pluma no ocupada,
que la batió otro tiempo vulgar ave,
y agora mano apenas divulgada,
me ocasionaron la que veis süave
égloga culta, bien que desgraciada,
generoso Señor, si en vuestro gremio
no resucita su esperanza el premio.

                       2
    No de aquel hablo que acredita el oro
con faz dolosa y pálida apariencia,
apóstata del crédito y decoro,
contra quien pasma la mayor prudencia,
(que aunque rico no soy, mi techo adoro)
sino de aquel que luce en Vuecelencia
apacible escuchar, que si me escucha
el premio es grande y la merced es mucha.


                       3
    Fértil terreno ofrezco, cultivado
del mejor labrador que aró terreno,
en cuya protección también ganado
amenidad pació de prado ameno.
Éste pues arrastró mi corvo arado,
haciendo proprio, que redima ajeno,
con idioma vulgar en este Idilio
la gravedad latina de Virgilio.

                       4
    Sileno os hablará, Señor, oílde,
pues merece atención su dulce boca,
que aunque es sujeto para vos humilde,
para las selvas es deidad no poca.
Si se humillare a vos, a vos subilde,
heroico sois y la grandeza os toca.
Que quien favonias penetró paredes
igual estilo usó con Ganimedes.


                       5                       
    Alas le ha dado el pensamiento, y galas
de florida estación prado florido,
que para entrar a generosas salas
va pronto, y va (aunque rústico) vestido.
Doseles pues de hoy más cubran sus salas
y bastidores borden su vestido,
si es que merecen ocuparos horas,
éstas que me dictó rimas sonoras.


                       6
    Hace sombra a una cueva, cuando el día
tuesta las crines del león Nemeo,
una arboleda, que por serle pía
flechas resiste del calor febeo,
de quien la luz cansada se desvía,
mientras el aire bulle con aseo,
florida estancia, que al pastor de Anfriso
se la defienden Dafne y Cipariso.


                       7
    Casi arrobado del nativo anhelo
que el pecho inunda, con süave olvido
Sileno yace aquí prestando al suelo
lo que le debe al alma, no al sentido.
De un mirto hizo almohada, cuyo vuelo
era a sus hombros pabellón florido,
ya malignantes Argos impedía
ver lo que en vano el suefio distraía.


                       8
    Cuya quietud dispuso, no afectada
vigilia, no descanso interrumpido,
sino despierta sed bien almorzada
del olio a Baco en urnas ofrecido,
que negociando en él vista cargada,
ancho sosiego y general descuido,
grillos le echó con extasi halagüeño:
que no hay un paso desde el vino al sueñl


                       9
    No allí la amarillez de la vIola
con delicada pluma se ve escrita;
que el requemado humor con fuerza sola
más arrebola que colores quita.
Su faz retrato es ya de la amapola,
sus venas del color que el cielo imita;
y minas fueran de oriental tesoro
si como son de vino fueran de oro.


                       10
    Descomedida la pasión süave
guirnaldas puras le robó insolente,
que porque el verde suelo las recabe
se atrevió a las almenas de su frente.
Luego el letargo allí volvió la llave,
y le cerró los ojos mansamente:
que contra bandoleros cuidados
tales excesos suelen ser candados.


                       11
    De la asa, que alisó larga costumbre,
el cántaro colgaba, que ofrecía
entre líquido humor secreta lumbre,
que vuelve en brasa la región más fría,
centella, que a la más excelsa cumbre
no perdonó jamás, cuya osadía
del mismo Baco se atrevió a la frente,
antes de hollar los áspides de oriente.

                       12
    Viéronle apenas Cromis y Mnasilo,
tiernos rapaces, bien que muy dotados
de atrevida niñez, cuyo jubilo
efectos hoy dará desmesurados;
porque ejerciendo püeril estilo,
a donde el viejo está con pies alados
corren ligeros; que ocasiones tales
sirven de espuela para muchos males.


                       13
    y con las mismas trenzas que antes eran
adorno de su sien, con las robadas,
sus manos y sus pies ligan y alteran
las que el sueiio le echó, las ya alteradas.
Él despertó; más ellos perseveran;
que anima sus acciones libertadas
ver que los ha burlado el viejo grave
con la esperanza de un cantar süave.


                       14
    De la esmeralda en ovas sustenida,
que campo de cristal es de Neptuno,
si no lo es de esmeralda, en quien guarida
halló a sus odios vengativa Juno,
Egle, muchacha de niñez florida,
y del golfo, mayor que otro ninguno,
epílogo en beldad, con quien es fea
la más que cisne blanca, Galatea,


                       15
    Salió volando, y al brindado empleo,
juglar cuanto agradable, alzó la mano,
no perdonando allí del semideo
con liquidada mora al rostro anciano,
antes lo remostó con tanto aseo,
que solamente del cabello cano
el ampo reservó, porque con esto
se hiciese más ridículo el compuesto.


                       16
    Todo esto mira el semicabra, cuando
a los muchachos dos dice riendo:
"Nifios ¿por qué me atáis así burlando?
¿no es harto haber podido estarme viendo?
Soltad me, pues, y oíd, que en acabando,
ésa tendrá su paga. y requiriendo
las dulces cuerdas de un rabel sonoro,
al aire de cristal dio voces de oro.


                       17
    Entonces vieras tú Faunos y Drías
retozar de placer; entonces vieras
las cumbres de los árboles umbrías
moverse al dulce cántico ligeras,
ya las peñas más sordas y más frías
con mayor atención; solo a las fieras
no vieras revolverse, que la grave
canción fue de sus pies pasmo süave.


                       18
    No se alegró jamás tanto la cumbre
del monte de las Musas, ilustrado
de Apolo con su cítara y su lumbre,
ni el Ísmaro, de Orfeo celebrado,
ni menos la tebana pesadumbre
a la voz de Anfión, ni el congelado
Istro, que atento escucha en su ribera
del blanco cisne la razón postrera,


                       19
    porque cantaba regalado y pío
de cómo el mar y tierra, el aire y fuego,
se separaron de aquel gran vacío,
entonces nada, y se juntaron luego,
teniendo paces el calor y el frío,
y lo seco y lo húmedo sosiego,
y dando al fin principio a cuantas cosas
cria el mundo, así feas como hermosas.

                       20
    Cómo se endureció luego decía
la masa de que el orbe se compuso,
y limitada Doris distraía
por hondos senos su cristal difuso,
y cómo poco a poco se imponía
su forma a cada cosa, y al confuso
caos espanto dio la vez primera
dorado el sol con rubia cabellera.


                       21
    Del primero llover, que siempre cae
de levantadas nubes sacudidas
por viento volador que las distrae,
también cantaba en voces no aprendidas,
sonoro imán que espíritus atrae.
Luego refiere cómo las erguidas
selvas se levantaron, y por ellas
fieras vagaron de veloces huellas.


                       22
    También su voz allí dictó a los vientos
la guerra de los bárbaros Titanes,
que en el sol asignaron sus asientos,
y en el cielo arbolaron tafetanes
hasta que defraudados sus intentos
Júpiter alto los mudó en volcanes,
y al Etna de Sicilia que los sufre
dio en vez de llanto lágrimas de azufre.


                       23
    De las piedras por Pirra atrás echadas,
que edad dorada fue, siglo a Saturno,
en quien jamás espléndidas espadas,
ni calzado de horror se vio coturno;
luego de aquellas aves dice airadas,
que ya en tiempo dial y ya en nocturno
el pecho escarban de Prometeo; y luego
canta del mismo cómo roba el fuego.


                       24
    También refiere del muchacho Hilas
la malograda historia, cómo y cuándo
arrebatado fue de aguas tranquilas,
y llorado de un Hércules; sonando
Hilas el monte, el Argonauta Hilas.
y el caso de Pasife harto nefando:
jdichosa si jamás hubiera habido
toros que distrayeran su sentido!


                       25
    ¡Ay, desdichada, sí, virgen Cretea!
¿qué ilusión te engañó? pues las de Preto,
aunque fingida imagen las saltea,
no así amaron el coito indiscreto.
Tú sola en él abominable y fea
permaneciste; tú por dulce objeto
piel remendada y cuernos abrazaste,
y por cuernos y piel selvas erraste.


                       26
    ¡Ay dios, cuán fugitiva al propio lecho
bramido sigues que alentó desvío
de empedernida vaca en su despecho,
vaca que celos da a tu desvarío!
y él a la sombra, recostado el pecho,
descuidado de ti, pace el umbrío
lugar inculto y tIa perezoso
de álamo débil cuerpo belicoso.


                       27
    Ninfas que fecundáis montes dicteos,
cerrad, cerrad las sendas, no distraya
rastro de temerilla sus deseos,
tras cuya juventud furioso vaya,
ni en florida estación juncos Hibleos
diviertan su apetito, ni le atraya
legítima ocasión, porque no rife
rabiosa en celos de otro amor Pasife.


                       28
    Luego tras ésta, el dios de aquella canta
que, siendo en la carrera asaz valiente,
al ver oro lucir pasmó la planta,
debiendo ella pasmar a lo luciente;
y entre lanuda tez (cosa que espanta)
las hennanas del joven imprudente,
que al padre despojó de su luz propia
y de candor las vírgines de Etiopia.


                       29
    Severa al padre, al enemigo pía,
y de un desdén llevada, al mar se entrega
la que por darse a nueva tiranía,
vieja cerviz y pelo fatal siega.
"Scila tú fuiste aquella" -el dios decía-
"y la que, opuesta a la venganza griega,
tal vez echaste al mar de sus reliquias
con muslo ladrador naves duliquias.


                       30
    y agora, en ese Bósforo sentada,
mejilla ostentas purpurada en rosa,
que al mercadante es píldora dorada,
si llega al tacto de tu cinta, odiosa,
cuya pretina siempre es tachonada
de perros ladradores, que a la undosa
región le han dado más abeto y pino,
que a la segur villana el Apenino.


                       31
    No las Sirenes tan malignas fueron
a la sabrosa paz del navegante,
cuyas fletadas gúmenas le hicieron
por alta espuma peregrino errante;
ni los gemidos falsos que encendieron
la caridad del pobre caminante,
contra cuya cerviz se armó de estilo
y de asechanzas el caimán del Nilo.


                       32
    ¡Ay del avaro nauta que traciende
por mar enhiesto circuladas olas,
si a vista desta pérfida las hiende,
contra quien ya no bastan fuerzas solas!'
Dijo, y calló; más luego se suspende
cantando de las cumbres españolas
el precioso metal, cuyo deseo
naves de Tiro trujo al Pirineo.


                       33
    Ni a ti quiso callar, faisán, que fuiste
vianda inocente al padre, ya la tía
venganza tragediosa, pues moriste
para la mesa del señor tardía.
Ni a ti, que por celosa padeciste
de tus hados la última agonía,
Procris, al tiempo que el süave esposo
batió las plumas del arpón brioso.


                       34
    Luego celebra una sumaria idea
de lo que es más sutil, de lo más bello,
por cuya perfección almas grangea,
el que tiene las almas de un cabello.
No entonces bullicioso el aire ondea
verdosas crines sobre pardo cuello
en el robredo rústico, ni deja
que le publique el Alción su queja:


                       35
    Antes rémora fue, si ya no es freno,
al sonoro reír del cristalino
arroyo inquietador, que en verde seno
guarda raíces de coral bien fino,
porque mostró de suavidad Sileno
la suma perfección, cisne divino,
que, como al de Salinas canta ahora,
aguas suspende y vientos enamora.

                       36
    Oh generoso, si joven, discreto,
y sobre quien el Sollauros deshoja,
imaginado por loable objeto
pues te deja tratar su frente roja,
el pindio agricultor con blando efeto
te inspira suavidad, y su congoja
te labra campos fértiles, de modo
que eres sefior de su semilla y todo,


                       37
    ¿qué pudo pues el de Meonia cuando
dictó oficioso la venganza griega,
o el mancebo de Tracia que sonando
lira inferior al Ténaro se llega?
¿qué pudo el viejo Ascreo, que volando
por los celestes piélagos navega,
o el Mantüano espíritu, que ocioso
cantó las armas y el varón piadoso?


                       38
    Plectro tebano que aplacó la ira
del juvenil furor, cuyo segundo
aún no lo ha fomentado la mentira,
por no tener capacidad el mundo,
de hoy más sin duda sonará en tu lira
y en grave estilo meditar profundo,
que a las orejas del mayor Zorlo
haga jueces de su grave estilo.


                       39
    Gózate dulce al padre, al mundo pío,
y del ciervo seglar los años veas,
sonoro a la región, donde el rocío
perlas recama en alas cefireas.
Gózate pío al padre, dulce al río,
mientras, cisne de amor, almas recreas,
y sea de tu voz tal el sonido,
como de tu prosapia el apellido.


                       40
    Estas cosas cantó, que un tiempo Apolo
las meditó sagaz, y agora el río
con boca de cristal las parla solo
al lauro y al ciprés. El sol tardío
ya entonces caminaba al otro polo,
ya su redil las vacas y el cabrío.
La cama al leñador mucho le aplace,
y el día a su pesar noche se hace.






Idilio II - Los cien pasos


Dedicados a Don Jorge Manrique de Lara y Cárdenas,Duque de Maqueda, Virrey y Capitán General del Reino de Orán.

                        1
    Los ciento que dio pasos bella dama,
los mil que dio suspiros tierno río,
siendo ella esquiva más que al sol su rama,
y él, más que el sol amante a su desvío,
yo cantaré, que amor mi pecho inflama,
y no de Marte el plomo, cuyo brío
en el vaciado bronce, resonante,
venganza es ya de Júpiter tonante. 

                        2
    Tú que le has dado con süave huella
alma a las mías y alas a mi pluma,
constelación de Amor hermosa y bella,
aunque nacida no de blanca espuma,
ésta recibe, que si no es querella
de mi tierna pasión, es breve suma
de cuantas se movió veces tu planta
grave, por quien es ya grave Atalanta. 

                        3
    y vos, que el generoso siempre oído
adulzáis con el son de la cometa
del suelto cazador bien repetido,
ya veces reiterado en la escopeta,
agora estéis al arrayán tendido,
de Venus fulminando la saeta,
agora, mientras Febo al mar declina,
blandiendo el pasador entre la encina, 

                        4
    agora de damasco entre la ropa,
debajo del dosel bordado augusto,
despachéis de negocios larga tropa,
interrompiendo de la siesta el susto,
agora en el jinete que galopa,
por no olvidar tan generoso gusto,
queráis batir el lado, que se bate
con el agudo bárbaro acicate. 

                        5
    Si pasos de una dama son de estima,
que como el dueño son graves y bellos,
escuchaldos, Señor, antes que imprima
profano el vulgo su ponzoña en ellos,
que si de la excelencia que os sublima
parte les toca, dudo que los cuellos
de tantos Aristarcos no domados,
se escapen esta vez de ser pisados. 

                        6                        
    y juntamente recibid de un río,
que os besa el pie como fiel vasallo,
el requebrado acanto, si ya el brío
no os sobrelleva de andaluz caballo,
con cuyo beneplácito, ya el mío,
si un tiempo se dispuso a comenzallo,
fin dichoso dará, que en voz difusa
éstos los versos son y ésta es la Musa.

                        7
    Era violetas ya, lo que antes rosa,
y alas de hielo, lo que ardiente paso,
sobre quien acostó noche odiosa
la carrera del sol que iba al ocaso,
cuando los dos de mi pastora hermosa
dieron su luz al horizonte escaso.
Yo los miré, y el cielo, que los vía,
volvió a lucir y comenzose el día, 

                        8
    por cuya luz de innmnerable smna,
veloces más que el mismo pensamiento,
con alado remar naves de plmna
volvieron a surcar mares de viento,
formando visos en lugar de espmna
su no desalentado movimiento,
y alegres alternando aquella salva,
que por patrona se le debe al Alba. 

                        9
    Luego en la grama, estrado de la ve!
hijas de Venus la violeta y rosa,
una se ensancha y otra se despliega,
y cada cual se vuelve más hermosa.
También el mar, que el pájaro navega,
medio calmó la inundación briosa,
y por vía de halagos a las flores
les sosacó los más de sus olores.

                       10
    Luego se vio mover divina planta
que amenidad brotó por cada orilla,
mientras a su epiciclo se adelanta
ésta, que es luna en pálida servilla,
de cuyo acceso admiración fue tanta
al ya que la contempla Najerilla,
que abrir le hizo tras sus pies de nieve
boca de perlas que cristales bebe. 

                       11
    Y alzando de sus urnas la cabeza,
de verbenas y lirios coronada,
bien fuese estimación de su belleza,
o bien rigor de fuerza enamorada,
como la dulce tórtola, que empieza
a penetrar los vientos lastimada,
en dulce son con labios de corales
sembró por su cristal querellas tales: 


                       12
    "O tú, que agora por mi bien paseas
la gran juridicción de este distrito
y con tu blando respirar recreas
mi grave padecer, que es infinito,
dulce serrana, bienvenida seas,
para reparo del mayor conflito
que el ciego dios con flechas de diamante
pudo imprimir en corazón de amante. 

                       13
    Después que con tu pie nevado y terso
pisaste el suelo que el Abril colora,
tumbose el so4 pasmose el universo,
viendo volver a mi cristal la Aurora,
y con esmaltes de color diverso,
(bien que no tales) la dedálea Flora,
por solo hacer retrato de tus flores,
esta margen pintó de mil colores. 

                       14
    Estaba ya cubriendo a sus hijuelos,
con alas de piedad toda dormida,
desquitándose allí de mil desvelos
que la tuvieron casi enmudecida,
la dulce Filomena, a quien los cielos
dieron más suavidad que alegre vida,
cuando al sentir el Alba en tus madejas
dejó sus hijos y empezó sus quejas. 

                       16
    Siguiéronse a la voz desta avecilla
otras, que congregaron tus dos ojos,
extendiéndose ya por nuestra orilla,
donde el jazmín aún siente mis enojos.
Sólo tu pecho, dura pastorcilla,
es mármol frío, es ásperos abrojos,
pues con tenerme esclavo el albedrío
aún no quieres llamarte dueño mío. 

                       17
    Si es presunción, merezca este desprecio
en recompensa ya piadoso estilo,
que es para mi terneza el golpe recio,
y para tanto amor severo el filo.
y pues con mi cristal no tienen precio
los que redundan del egipcio Nilo,
estima mi deidad, y esta grandeza
halle cabida en tu mayor belleza 

                       18
    que bien Endimión pudo villano
y entre las selvas rústico vaquero,
merecer de su amor gozar temprano,
como sus brazos al primer lucero;
que la luna, al mirarle tan lozano,
no se curó del hábito grosero,
antes de Latmia en la brefiosa cumbre
mezcló con su sayal su blanca lumbre. 

                       19
    ¿Pues qué diré del ganadero Anquises?
Mas pregúntale a Venus citerea,
quién es el hortelano de sus lises
o el pincel en el Ida de su idea.
¿Agrícola de mares no era Ulises?
¿Pues cómo de Calipso gozó dea?
Mas cuando el ciego Amor dispara el oro,
lo que menos se estima es el decoro.

                       20
    Ni soy tan bajo yo, que bien pudiera
tener entre los dioses cetro y silla,
pues mientras ellos gozan de su esfera,
yo rijo a su pesar tan ancha orilla,
a donde, si tendió la Primavera
alfombra nacarada y amarilla,
es porque sabe que mis pies son tales
que hollar merecen regios sitiales

                       21
    Del Indio mar al Bósforo cimmerio,
que sobre parda crin nieve sustenta,
hasta donde vibró cristiano imperio
la cruz sagrada, de su Dios sangrienta,
saben que al Ebro, no más que al iberio
golfo, de plata mi caudal aumenta
con tanta copia, que alabarme puedo,
que si mucha le doy, con más me quedo. 

                       21
    ¿Qué precioso metal pródigo envía
al gran Tercero, del mayor segundo,
el mineral, que Antártico lo cría
para su diestra que sustenta el mundo,
que no lo tenga mi campaña umbría,
ya en lo más alto, ya en lo más profundo?
Porque el oro que dan nuestras arenas
no está, cual suele, repartido en venas. 

                       23
    Cien haces tengo de coral bruñido,
todos labrados con aliño al torno,
para quemar en honra de tu olvido
sobre el altar de amor con grato adorno.
Pues dime ¿qué serán los que el florido
bosque marino me dará en retorno
de haberle dado, para más aumento,
a secas plantas, húmedo alimento? 

                       24
    De esmeraldas, zafiros y rubíes
tengo en un camarín tan grande copia,
que si lo ves, no es mucho que porfíes
ser el público erario de Etiopia.
¿Pues qué, si de bordados carmesíes
te muestro acaso mi vivienda propia?
sin duda que dirás que sus cuarteles
sufren la carga de cien mil doseles. 

                       25
    Sobre basas no al olio contrahechas
sino robustas de diamante fijo
firmes estriban, blancas y derechas,
con molduras que causan regocijo,
columnas de cristal, que fueron hechas
por industria de artífice prolijo,
más de seiscientas, y éstas son el homb
que sustenta la máquina, y asombro. 

                       26
    Corona de amethista es la techumbI
que en proporción se parte en artesones
lagunares, que han sido de su cumbre
como de mi deidad logrados dones,
y para honor de tanta pesadumbre,
de esmeraldas fijó tantos balcones,
que te podré jurar, mi bien, que apenas
se extienden en mi mar tantas arenas.

                       27
    Últimamente es éste mi palacio,
capaz de aposentar al gran Neptuno,
donde, si quieres asistir de espacio,
tendrás después de mil sirvientes, uno
que cefiirá tus sienes de topacio,
y si a tu honestidad no es importuno,
él, por su mano -tal amor le mueve-,
calzará de cristal tu pie de nieve. 

                       28
    Ninfas verás aquí blancas y bellas,
que, aunque contigo no serán hermosas,
podrán bien competir con las estrellas,
tales son sus claveles y sus rosas.
Éstas serán tus damas y doncellas,
por ser muy serviciales y graciosas,
-si tanto nombre pueden merecello-,
blancas en rostro, verdes en cabello. 

                       29
    y si tuvieres de pisar espumas
gusto tal vez, carrozas tengo, y tales
que llevada serás de blancas plumas
iguales en pureza a los cristales.
Que aunque nuestra región no es la de Cumas,
abunda tanto en estos animales,
que, si por cisnes va, iuncir podría
más de diez mil carrozas en un día. 

                       30
    Ven pues, serrana, ven y no te escondas,
serás, con ser esposa de este río,
Tetis feliz de las mejores ondas
que vayan a dar lustre al mar umbrío.
Mira que es justo que al amor respondas
con dulce agradecer, no con desvío,
antes que ese desdén y ese recato
lleguen a padecer el plomo ingrato." 

                       31
    Dijera más, si no que de repente
se volvió la región cual antes era,
o más oscura que ébano de oriente,
o negra más que mi pasión severa.
Pero la luz que le negó a la fuente
se la prestó al lugar, que ya la espera,
al tiempo que su pie, blanco al miralle,
decendiendo esta vez, pisó en la calle. 

                       32
    Quedó el amante desdeñado y tierno,
en éxtasis mortal todo arrobado,
y como el campo en medio del hibierno,
el de su cara seco y agostado,
hasta que con un jay!, del alma interno,
rescate de su espíritu alterado,
volvió de aquel letargo, y al no verla
en agua se deshizo perla a perla. 

                       33
    Ya camina mi sol, dulces pastores,
salid a verle; gozaréis sus rayos
que están vertiendo aquí y allí mil flores
a quien no perderán tibios desmayos.
Salid, salid, veréis los dos Amores
colgar de los claveles de sus mayos,
que quien su labio viere o su mejilla,
estimará por cuerdo al Najerilla. 

                       34
    El Alba así cuajada de arreboles
no se mostró tan plácida y lozana,
aunque recame bien sus tornasoles
de aljófar blanco y colorada grana,
como se muestra bella con dos soles,
Aurora más feliz, nuestra aldeana
un sábado a la tarde, que podría
jurar que vio tres soles en un día. 

                       35
    Sobre túnica más que nieve pura
yo vi pellico azul, que si no era
del mar de su marfil vela segura,
era a lo menos velo de su esfera,
en cuya frente más que la blancura
pude notar la proporción severa,
pues dejado de ser brufiido espejo
era el fiscal allí su sobrecejo. 

                       36
    Nube delgada por sus hombros lleva,
que sombra mereció ser de su lumbre,
de una tela, que el Betis hizo nueva
para encubrir lo excelso de su cumbre,
de quien el viento a despeñarse prueba,
ya por inclinación, ya por costumbre,
y haciendo globos del cendal sencillo,
suele juntar su soplo a su soplillo.

                       37
    Como hueco pavón, que al aire riza
plumas, que del pastor fueron despojos,
en quien sagaz Mercurio se desliza
adormeciendo sus despiertos ojos,
tal iba por la calle haciendo riza,
ya suspendiendo, ya quitando enojos,
ya dando al viento transparente y cano
flores que se nacieron en su mano.

                       38
    Con esta suavidad, con este brío
llegó de su cabafia a los umbrales,
habiéndose llevado el albedrío
de mil amantes con sus dos corales,
labios que al dulce pensamiento mío
servirán de cadenas inmortales,
si no es que quieran despertar desvelos,
entre safia y desdén, rabiosos celos. 

                       39
    y sin hacer caudal de amantes penas,
hijas bastardas de sus hebras de oro,
que fueron casi más que tus arenas,
Najerilla, y los llantos que yo lloro,
se entró en las salas de su estancia amenas,
templo de la beldad, aras que adoro,
y ocultada su luz dorada y pía,
volviose a continuar la noche fría. 




Idilio III - Dafne y Dametas


                     1     
    Viniéronse a juntar Dafne y Dametas,
pastor de cabras uno, otro vaquero,
mientras las unas pacen inquietas
y las otras el sol huyen severo,
cuales por las roturas más secretas
y cuales, al soplar cierzo ligero,
por las amenas sombras distraídas,
con paz gozadas, con piedad movidas. 

                     2
Era robusto, sí, Dafne, y mancebo,
al ejercicio duro entonces dado.
Dametas mozo, pero no tan nuevo
en el oficio de guardar ganado.
Rigen cayados de taray y acebo,
y cada cual sombrero coronado
de acebuche y laurel, y al cabo dellos,
zurrones pardos sobre blancos cuellos. 

                     3
La floja ociosidad, y el grave estío,
de la pesada siesta entonces grave,
el susurrar del Céfiro y el rio,
fresca la sombra, querellosa el ave,
la vacada extendida y el cabrio
aún no cansado del pacer süave,
en Dafne ocasionaron voz dispuesta,
y en Dametas después voz y respuesta. 

DAFNE
                     4
"¿No ves, oh Polifemo, como tira
la blanca Galatea a tu ganado
con muestras de retozo, no de ira,
manzanas libres desde el mar salado?
Vuelve, gigante, pues, el rostro y mira
con cuánta desnudez, con cuánto agrado
del pecho de coral perlas derrama
y con su boca de cristal te llama. 

                     5
Llárnate duro y amador grosero;
y tú, cantando al son de tu cicuta,
mísero no la ves; antes austero
huyes el cuerpo a la tirada fruta.
Sólo tu mastinillo lisonjero
la sigue juguetón, que se reputa
por digno del favor de Galatea,
y ella se lanza al mar, y ella rastrea. 

                     6
Pero ya desde allá vuelve lozana,
Como el acanto en medio del estío,
cuando las verdes hojas engalana,
cuando al fin de arrebol purpura el brío.
Ella, pues, bien quisiera serte humana
sin darte a ConoCer su desvarío.
Que en las cosas de amor siempre acontece
que lo que no es hermoSo lo parece. 

                     7
Respetos vence y honras destituye
sólo por conmover tu pecho duro,
y si otras veces tus halagos huye,
hoy les promete paces de seguro.
Postra pues esta vez, postra y destruye
las altiveces de su enhiesto muro,
que Amor al que se atreve da saetas."
Pero escuchad al bárbaro en Dametas. 

DAMETAS 

                     8
"Vila, no hay duda, vila, cabrerizo,
sí, por el Pan que rige mi manada,
desde el instante que en mis cabras hizo
tiro burlón con fruta colorada,
y aunque su desnudez me satisfizo,
no por eso de mi será obligada.
Que la miré no hay duda, y con deseo,
sí, por el reluciente con que veo 

                     9
sol de mi frente, que será en mis días
luz a mis pasos, lumbre a mi camino,
si ya no son verdad las profecías
del mísero Telemo el adivino,
que plegue al cielo que en sus canas frías
se vengue alodio del infausto sino,
y desmintiendo el juicio de Telemo,
ciegue a sus hijos, deje a Polifemo. 

                     10
Soy, si me adviertes, cuerdo enamorado,
y en extremo sagaz, pues, porque sea
de su loca pasión más estimado,
desdén hago al amor de Galatea;
celos la doy, y finjo que el agrado
de Cénife me abrasa y espolea;
celebro su hermosura, y ella entonces
pierde el color y queda cual los bronces. 

                     11
Otras veces rabiosa con los celos
sale del hondo mar, como la loba
que va desalentada a sus hijuelos
en busca del villano que los roba.
Luego mis hatos escudriña, ve los
negros rincones de mi parda alcoba;
y yo por más encarecer su yerro
hago al descuido que la ladre el perro. 

                     12
Ella con esto se halla tan rendida
de la tierna pasión que Venus labra,
que ya esté vergonzosa, ya corrida,
agora cele, agora se desabra,
siempre busca mi amor de amor herida,
como el cabrito el paso de la cabra,
cuando en el monte con furor violento
oye la rama sacudida al viento. 

                     13
Verás que ya el regalo, ya el mensaje,
me envía cuidadosa, a quien yo luego
cierro las puertas, dándole hospedaje,
si no a su amor, a la afición que niego.
Otras veces al fin digo a su paje
que, si pretende mejorar su fuego,
jure de darme por Neptuno y Doris
fin a mis gustos, gusto a mis amores, 

                     14
y que en la siempre verde cabellera
désta que miras vega caudalosa
me mulla lecho conyugal siquiera,
pues hijo soy de dios, si ella es diosa.
Con esto parte el nuncio y se aligera,
aunque cual virgen la halla vergonzosa.
Rayo que Venus despeñó en mi seno,
bien sé que en ella sembrará veneno. 

                     15
No soy tan fiero, no soy tan deforme
como dicen de mí los que me afean,
antes al buen dictamen soy conforme,
si las aguas del mar no lisonjean,
donde una siesta, cuando más enorme
el sol las dora y ellas lo platean,
pude mirarme bien, porque su espejo,
del rostro que me hurtó, sacó un reflejo. 

                     16
Vime robusto en él, no femenino,
aunque robusto, por extremo hermoso,
erguido como el álamo y el pino,
y más que el ciervo corredor, brIoso,
pero del suelto, que a mis manos vino,
con que ayer era Céfiro ganchoso,
la de Zeusipo malcasada nuera,
gozó una espalda y la cabeza entera. 

                     17
Vime este sol también, que es por Apolo
igual al que de luz nace en Oriente;
solo le tengo, porque aquél es solo,
y esto conviene al cielo de mi frente.
No peino crin, no cejas alcoholo,
pero de barba y crin hago un torrente,
que desgajado por espalda y pecho
con ser inmenso mar les vengo estrecho. 

                     18
El blanco diente, que alimenta y cría
el elefante asiático y tardío,
negro parece más que noche umbría,
si llega a compararse con el mío;
y porque de Cotítaris sabía
una lición, que tengo a desvarío,
al mirarme tan plácido y sereno
luego tres veces me escupí en el seno." 

                     19
Esto apenas cantó Dametas, cuando
Dafne besó su faz, y él a su beso
respondió con abrazos, engendrando
amor en ellos, amoroso exceso;
y cual su flauta a cítara trocando
poco a poco se van del monte espeso,
con su vacada el uno al fresco río,
y el otro a su redil con su cabrío. 




Cantilena de un pajarillo

Yo vi sobre un tomillo
Quejarse un pajarillo,
Viendo su nido amado,
De quien era caudillo,
De un labrador robado.
Vile tan congojado
Por tal atrevimiento
Dar mil quejas al viento,
Para que al cielo santo
Lleve su tierno llanto,
Lleve su triste acento.
Ya con triste armonía,
Esforzando el intento,
Mil quejas repetía;
Ya cansado callaba,
Y al nuevo sentimiento
Ya sonoro volvía.
Ya circular volaba,
Ya rastrero corría,
Ya pues de rama en rama
Al rústico seguía;
Y saltando en la grama,
Parece que decía:
«Dame, rústico fiero,
Mi dulce compañía»;
Y que le respondía
El rústico: «No quiero.»







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