lunes, 25 de agosto de 2014

LENA YAU [13.019]


LENA YAU

Nacida en Caracas, VENEZUELA en 1968, Lena obtuvo en La Universidad Católica Andrés Bello la Licenciatura en Letras. Más tarde cursaría estudios de postgrado en los campos de la Comunicación Social y de la Filología Hispánica.

En 1999 se traslada a Madrid, desde donde colabora con  artículos de opinión en la prensa de Estados Unidos y de Latinoamérica. También ha dictado conferencias sobre literatura digital en las sedes del Instituto Cervantes en Pekín, Shanghai y Madrid.

Su blog "Mil Orillas", que  ha ocupado importantes posiciones  según diferentes estudios, apareció en junio de 2006: "es un sitio que pensé para bosquejar textos y hacer ejercicios narrativos", diría la escritora.  Entre poemas y relatos, aparece también un personaje, Juan, un pintor  signado por el sobrepeso.

Porque el investigar  la relación  entre la comida  y la literatura ha sido una constante en la trayectoria de Lena Yau, quien explica este fenómeno como una síntesis de su interés en la gastronomía, en el hecho culinario como expresión cultural y su necesidad de escribir.

En la actualidad, Lena trabaja en una novela escrita a partir de "Mil orillas",  al tiempo que  prosigue su investigación para que nuevos volúmenes de "El sabor de la eñe" vean la luz. 






Del hambre



Esas piedras
que me arrojas
son el mal pan
de tu infancia.



VI

A Camilo Pino.

Las dunas se movían hacia mi plato de sopa.
Y yo que no, que no, dunas quietas, fuera de mi plato, por favor.
 
Entonces dejaron de moverse y mi sopa se transformó sucesivamente en carpaccio, albóndigas de anchoas, bocartes vivos que sacudían las aletas.
 
Abrí la ventana: las dunas eran olas.
 
Los bocartes saltaron.
 
Hambre, pensé.
 
Desperté.



VIII

El ansia sumó letras
El deseo infló las sábanas
El vacío se despeñó del lienzo.

(La bestia respira fuerte sobre tu nuca).

Antes del verbo
y de la carne
fue el hambre.





Nested

Hilos dulces van de tu lengua a la mía.
Me alimentas como a un ave.
Yo abro los ojos y la boca al mismo tiempo.
Sin pensar.
Ávida y dócil
me esponjo y me comprimo a la vez.
Somos un nido allende los sueños.





Parhelia

Despertar de los ojos de la niña muerte,
del pez que intento devolver al estanque
con las varillas de un abanico isabelino
que antes estuvo en Aranjuez,
despertar de sus trozos destrozos de cristal gelatina,
blancos irisados pútridos,
de la sauna pública, de una vitrina sucia y de la náusea,
del baile de gogós submarinistas,
de un subterráneo,
del inglés al español al ladino al francés,
de ladrones plurilingües,
entender sin entender
siríaco y friulano,
rogarle a Plinio El Viejo
entre lágrimas
que olvide al volcán,
huir de una nube ardiente de azúcar rosa.
Despertar de golpes de tacón en mi frente,
de cámaras fotográficas perdidas,
de agendas y plumillas recuperadas,
abrir los ojos sucesivamente,
encenderle la luz a cada pequeño horror.
Descubrir que la tachadura
rompió el papel
que llevaba mi nombre.
Prensar los párpados.
No quedan sueños.






Nociones elementales de jardinería

Lluvia
no intentes
reventarme
el cuerpo.

(Él se adelantó).

Usó mis manos
para arrancar
los rosales
sin herirse.

Removió la tierra
agostó las raíces
y tras una cerveza
se fue pisoteando
lo que fuimos.

(No. No miró)

Lava mis ojos
lluvia.

Borra la sangre
llévate el barro
deja el dolor.

Quiero hacer con él
un broche
que me recuerde

(cada día)

que de jardinería nada sé.






Toledo

El reflejo en la ventana
le habla de la memoria del trueno
del amor a la tormenta
del camino hacia un libro
y de sus huellas en el agua de Lisboa.
(El Tagus me tragó, nunca regresé a mí).

La mirada en el café
le cuenta su pasión por la novela negra
describe una comida en familia
tararea una canción folk que aprendió en Perth
y se abre.
(Siento cosas).

Ella ríe.
Él también.

¿Sabes que tu risa es descarada?
(¿Sí? Escríbelo en un poema).
Suéñame pero no me nombres.
(Intentaré no pronunciarte).

Si se secara el Atlántico
habría dos Toledos menos en el mapa
y dos amantes nuevos en la cama.

Entonces ella podría escucharle decir
que lo que enciende sus ganas
no son sus ojos de niña
no es la intuición de sus pezones
no es el eco de sus letras.

Lo que le arde,
le quema,
le chamusca,
es su hermosa impúdica irresistible
risa de puta.





saborgar

hizo girar el molinillo sobre la palma de mi mano
lloviznó polvo pimienta
dejó correr el aceite de oliva
me ordenó buen provecho
me lamí descarada mirando sus ojos
fuimos dos perros
esa noche memorable.






Gone

Hoy no me acordé de ti.
La vida siguió
(como siempre).
En la alameda
los árboles
temblaron sus hojas
para dejarlas morir.
Quizás en ese instante
sentí algo
parecido a tu nombre.
Me detuve.
(No era tu voz).
Miré mis zapatos
y calculé el tiempo.
Hace mucho
que no aplasto
colillas encendidas.


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