lunes, 3 de septiembre de 2012

7668.- EMMA DE CARTOSIO


Emma de Cartosio

Escritora argentina, poeta, cuentista, ensayista y docente, nacida en 1928 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos. Egresó de la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Cultivó indistintamente géneros diversos. En Argentina es grandemente reconocida sobre todo por su poesía. Integró diversas instituciones culturales. Becaria por el Instituto de Cultura Hispánica, Madrid, 1963, allí estudió la poesía española contemporánea y publicó artículos sobre el tema, en varios de los principales diarios de Argentina y España. Residió en París en 1965 y 1969. Dio conferencias sobre literatura en general y poesía en particular, en países latinoamericanos y en el interior de Argentina. Viajera incansable visitó Europa, África, Medio Oriente y numerosos países de Latinoamérica, sobre dichos viajes escribió crónicas para el diario La Nación y otros periódicos. Escritora de lengua española, escribió también en francés un libro de cuentos por lo que podemos también considerarla como una escritora francófona.

Retrato fotográfico de la escritora argentina Emma de Cartosio,  Autor: Lagos (1897 - 1995)


Obras publicadas

Madura soledad, 1948.
Antes de tiempo, 1950.
Cuentos del ángel que bien guarda, 1958.
El Arenal perdido, 1958.
Elegías analfabetas, 1960.
Tonticanciones para Grillito, 1962.
La Lenta mirada, 1964.
En La Luz de París, 1967.
Cuando el sol selle las bocas, 1968.
Contes et récits de La Pampa, 1971.
Cuentos para la niña del retrato, 1973.
Cuentos del perdido camino, 1976.
Automarginada, 1980.
Allá Tiempo y hace lejos, 1993.

Premios

Faja de Honor de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores), Argentina, 1948.
Fondo Nacional de las Artes, Argentina, 1962.
Premio Accessit Leopoldo Panero, España, 1967.
Fondo Nacional de las Artes, Argentina, 1968.
Pluma de Plata, Pen Club Internacional de Buenos Aires, Argentina, 1980.
La Fleur de Laure, Francia, 1980.
Premio Dupuytren, Argentina, 1980.
Faja de Honor de la Sade (Sociedad Argentina de Escritores), Argentina, 1993.
Premio Trayectoria, Gente de Letras de Buenos Aires, Argentina, 2000.




DIOS EN UNA VIEJA ESTANCIA

Si me lo preguntan
si después de decir el amor y la tristeza
él llegase del espejo que aún no me mira
que estará en la última habitación que ocupe
si entonces me lo preguntan
lo habré olvidado.
Pero ahora puedo decir:
no es para el oído, el gusto ni la piel
no huele, ni siquiera es la imagen que miras
si antes no lo contemplas.

Después
es alto mar de viento entre frondas;
salobre, tu piel cuando de otras se enamorara,
el suave golpe de la mente, el inmóvil de la llanura.
eso después,
después que lo contemples en su darse
más neto y desnudo, en rostro despojado de tiempo.
Yo lo he visto,
basta inclinar el pecho sobre piernas flexionadas
dejar los ojos en la tierra de mis pies descalzos
y lentamente abrirlos a ese tronco, el primero, al próximo
a todos los que hacen este monte y mirarlo
como debe ver el que sale de un espejo
que durante generaciones a generaciones reflejara.

Yo lo he visto 
es vuelo de hojas e innumerables troncos diferentes,
la sección que aleja los descalzos del verde
la breve que va de la hojarasca al primer arranque de ramas
un apenas en el durar del espacio,
un siempre en la permanencia del aire.
Sé que lo he visto con otro rostro,
que lo he olvidado,
tal vez era el mar que al mar iba
que del mar volvía al mar.
También he olvidado ese rostro tuyo,
pero cuando el último espejo me ausente la mirada,
la luz sea la de su última imagen y quede sin Nadie,
regresarán los rostros de él
y éste dejará indicios de serlo
en los salobres labios, en la piel clausurada
en el viento del oído, en los ojos del espejo.

(De Criaturas sin muerte, Madrid, 1967)






NOSOTROS

A mis camaradas de encierro

No queremos la calma del lago que refleja sin venir ni irse,
rechazamos la seriedad opaca de los planetas habitados.
Somos estrellas, extinguidas o no, pero que brillan en la noche
de este firmamento a ras de tierra, a ras de angustia.
Escribimos o callamos, reímos o las lágrimas nos exhiben
pero el estar cada uno a solas con nuestro cada uno
nos salva y condena reiterada, alucinadamente.
Estamos solos o locos, da lo mismo, entre enfermos diplomados
de médicos y psicólogos que fracasan si nos enfrentan
con drogas o preguntas pues nos sobra lo que les falta.
Inocentes y feroces deambulamos por sangre y pasillos
buscando lo que poseemos y ellos pretenden quitarnos;
negándonos a crecer porque detestamos ser adultos.
Nosotros, los niños crueles y puros gritamos con voz
o silencio pero jamás aceptaremos el infierno
de los profesionales de negar el paraíso.
Nosotros somos fieles a las leyes naturales de la vida.






SELF SERVICE

Iba sola y se servía un steak con papas fritas
una fruta quizás pan, y se sentaba junto a la pared
o la vidriera porque iba temprano o muy tarde.
Una mañana llegó con la multitud; su bandeja
tropezaba con gestos actitudes movimientos
y tal vez para huir de sí misma se sirvió nada
sentándose a contemplar sus árboles de Cluny.
Un camarero y la señorita de los tickets
la echaron entre las risas contenidas
de la gente que come comida sin árboles
que bebe sin otoño, que ama sin amor.
Hicieron bien.





EL ROSTRO
  
Y un día la adultez comienza a repetir
inocentemente esa actitud habitual en los niños
echarse de bruces sobre un mapamundi: el césped
o el frío tabernáculo de las baldosas en verano.

Echarse de bruces a mirar tierras y mares,
la liturgia del instinto en las hormigas
o el vegetal santo y seña del misterio sobre el patio.
Echarse de bruces a mirar el acaecer
de los juegos impuestos por Algo o Alguien.

Mirar el espacio, al tiempo con los antiguos
inocentes ojos, mientras el muro de la soledad
reverbera hasta fingir otro cristalino e impenetrable.
De pronto, caen los muros de luz bajo
la imperativa noche de la ternura humana
traída por una piel que echada de bruces, junto
a la nuestra, mira sin ver lo que sin ver
miramos.

Manos o raíces, filones o galaxias: mímica
perecedera del Eterno Rostro que nos miró de frente
el día en que nacimos y que de frente y silencio
nos mira cuando el amor nos echa de bruces y amamos.

(De: El arenal perdido, 1958).






AROMA A PARAÍSOS

El aroma a paraísos subía de nuestros frágiles
cuellos porque enhebrábamos sus lilafores, con amor
de joven padre que teme herir hasta con su sonrisa al hijo.
Era el verano alrededor de nuestra niña piel
aún no tatuada por contentos y desazones que vendrían 
más tarde, con rigurosa precisión de mecanismo perfecto.
Era la dicha de aún no ser humanos, sino niñez a secas
que combina armónicamente espacio y tiempo, unidos
con el ajuste del oxígeno al hidrógeno en el agua.
Era un cierto desgano en obedecer órdenes y prejuicios
porque éramos libres aunque se nos sujetase a normas
que violábamos sin negra culpa ni grises arrepentimientos.
Éramos la infancia borroneando palotes y letras 
en el gran pizarrón de la madre Tierra, mal leidos
por los adultos que todo lo disecan y estudian.
Sí, la infancia era flores de paraíso en torno
a los frágiles cuellos, a los alocados proyectos
que enfrentaban a los mayores que no podían maniatarnos.
Era el reino del dulzón aroma color lilazul intenso;
de la mágica complicidad con animales y vegetales,
sin aún enterarnos que moriríamos en adultos
semejantes a los padres los tíos los abuelos, la gente.
Era el paraíso y las flores de paraíso.

(Inédito, Publicado en Diario La Prensa, 20.10.95)






DÍAS DE SALIDA

 Del brazo de la mujer madura que teme a sus hijos
del brazo del hombre que me ama y quisiera amar
del brazo de alguien que se mira a sí mismo en mí
del brazo de mi brazo que lo da a mi madre muerta
                            salgo a las calles
me enloquece la locura razonada de los cuerdos
los escaparates con maniquíes de mirada fija
la gente con pintados ojos de marioneta
las despiadadas langostas humanas que me devoran
                            y regreso al Instituto
del brazo de un temor que no se atreve a confesárselo
del brazo de una ternura que acepto y no sé retribuir
del brazo del egoísmo que ensaya múltiples espejos
del brazo de la única para quien nunca crecemos
                             y aúllo
                             sin garganta
                             sin voz
                        aúllo
                        aúllo
                        aúllo.


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