sábado, 30 de marzo de 2013

JUAN RAMÓN COUCHET [9583]


Juan Ramón Couchet nació en La Plata, ARGENTINA  en 1929, donde murió el 14 de agosto de 1992.  Publicó, entre 1966 y 1987, los libros de poemas: “Ovni”, “Las trompetas y el juego”, “Del amor en la ciudad” (edición compartida), “Sobre vampiros”, “Mis crímenes y los del obispo”, “La inédita aventura de Henry Rider Haggard”, “Los plebeyos hacedores de Frankenstein”, “Itinerario de museo y humo”, “Las fauces del tobogán”, “De barcos fantasmas y otros cuentos”, “El topo y la muchacha de los cabellos lacios”, “Absurdo y linaje” y “El vano justiciero”.







EL VANO JUSTICIERO


a Arturo Cuadrado 
y Alejandrina Devescovi



PRÓLOGO

ACASO, TAL VEZ, QUIZÁ…

Acaso, tal vez, quizá
un día 
tendré la salvación 
por mi deber cumplido.
Microorganismos, plantas, 
bosques, praderas, 
montañas y misterios 
me comprenden.

(En fin, 
ha llegado mi hora: 
debo ingerir el desayuno.)




RACCONTO

CAMINÉ POR TODA RUTA…

Caminé por toda ruta 
–asfalto, barro, rodados. –
Rompí zapatos, 
conseguí pezuñas.

Confieso: 
no pude echar 
a rodar coros.



HE AUSCULTADO… 

He auscultado 
manjares y carroñas, 
irreemplzables chefs, 
inmundos buitres, 
todo lo saciable.
–Otra vez les contaré 
del hambre. –

(Siento vergüenza: 
voy a vomitar 
al excusado.)




FUERA DE MÍ…

Fuera de mí, 
cansado 
me albergan 
gnomos, 
productos envasados.
Vencí al hambre.
A la utilería, 
no.




UNA VEZ QUISE…

Una vez quise 
escalar montañas.
Provisto del equipo 
salí a cumplir; 
mi sueño 
se transformó 
en pesadilla: 
contemplé la hazaña 
desde el último piso 
de un elegante 
rascacielos.




INDUDABLE…

Indudable: 
las fotografías 
exhibidas 
en tumbas, bóvedas y criptas 
son sólo 
el mito del cadáver.

Por fortuna, 
algunos negativos 
se salvaron.




ENCENDERÉ LA LUZ…

Encenderé la luz 
en noches de tormenta.
–No habrá necesidad 
si hay luna llena. –
Indagaré en latín 
satanistas volúmenes.

(Esto ocurrirá 
siempre y cuando 
halle mis anteojos.)




NO OCURRE NADA…

No ocurre nada, 
pero el silencio acecha.
Salgo, 
encuentro una 
leyenda: 
siglos, capa, 
colmillos y nobleza.

(De repente, 
rompe el encantamiento 
un conjunto de rock.)




EN UNA RESIDENCIA…

En una residencia
umbría 
alguien aullaba.
Violé el cerrojo, 
extraje el revolver 
con su bala de plata.
Sorprendido encontré 
a un ejecutivo 
ante su caja fuerte. 
Me retiré: 
era el principio 
de otra atroz leyenda.




PUEDE SER…

Puede ser 
–me dijeron con sorna. –
Avanzo, retrocedo, 
giro, vuelvo: 
quiero trazar 
el círculo perfecto.

(Desperté abrazado 
en un rastrero baile.)




ADELANTE…

Adelante 
la hembra 
indicada 
su juego.
El hogar chisporroteaba.
Amanecía; 
le dejé mi paga.

(Fue como avivar 
un fuego de artificio.)




SIEMPRE TUVE EL ANTOJO…

Siempre tuve el antojo 
de tener un retoño.
Como cualquier mujer 
quedé abortado 
por infantiles páramos.

(La flora me perdone.)




ESTOY SEGURO…

Estoy seguro 
de haber saldado 
mis ingenuas deudas:
libros, 
inocentes regalos. 
Recibí intimaciones 
burocráticas.
Opté 
por el libre albedrío.

(Las cubrí 
con flores 
enviadas por correo.)




RECUERDO… 

Recuerdo 
una película 
donde dos contendientes 
se jugaban 
tanto al mal
como al bien.

(Hoy los vaqueros
se venden en las tiendas.)




ENCUENTRO PACIENTES…

Encuentro pacientes 
figuras con sus cañas 
a la espera tenaz 
del alimento.

El pez podrá sobrevivir 
en alguna pileta abandonada.

(Sus pescadores, 
no.)




ESPERO…

Espero; 
el humanismo aguarda.
Los niños son cambiantes 
con sus juegos: 
siempre retornan 
al regazo.

Alguna vez 
un hastiado tecnólogo 
rescatará 
tomos de aventuras.

(Ese ha de ser 
el Día.)




DUBITATIVO ESTUVE…

Dubitativo estuve 
en la encrucijada.
Elegí el sendero 
–¿el apropiado?–
La imponente mansión 
abrió sus puertas.

(Mi gemelo esperaba.)




NO HABRÁ FINAL…

No habrá final 
ni fin: 
recorreré 
los mismos territorios.

(Pienso en vano 
que una galaxia 
cuerda 
me detenga.)




HE PASADO SIGLOS…

He pasado siglos 
–en términos humanos.–
Traté desde el estiércol 
a la rosa, 
desde la ebullición 
hasta la cibernética.

¿Seguirá el justiciero?

(Entérense 
en el próximo capitulo.)





EPÍLOGO

LA EMPINADA SENDA…

La Empinada Senda 
ordena: 
cumpliré su mandato. 
Deberé abandonar 
el texto.

(Me acosan los 
adverbios con sus 
dudas.)



De: “El vano justiciero” (versión completa), Botella Al Mar, 1987. 
Imagen tapa libro: archivo de la talita dorada.
Seguimos difundiendo poetas, escritores, que no deseamos que el olvido sepulte. 
Es nuestro grano de arena, en este, nuestro oficio terrestre. 
En todo caso, que sea el lector quien tenga la posibilidad de la última palabra.



J. Ramón Couchet: Sobre vampiros, 1973

“La vida es el sueño de una sombra”
Píndaro


PRÓLOGO

La fiera apareció 
–era su escena–. 
La presentí a mis espaldas 
mientras transitaba
senderos nunca hallados;
circunvoluciones,
acertijos,
diagramas.
Sentía su jadeo 
su pequeñez,
su orgasmo unipersonal.
Algo 
que me impulsó a dame cuenta.

(Sin alarido absurdo 
ni histérica sorpresa 
comprendí que la bestia 
era un espejo.)





RACCONTO


I

El reloj de pared 
va a dar la hora;
el candelabro,
la vajilla,
las sillas en su sitio
–sólo una ocupada:
la de la cabecera del señor–.

El reloj da la hora 
el comensal levántase.
Las velas se consumen.


II

La sociedad me excluye 
a mí, el aristócrata, 
de la ciudad 
ahora arrullada 
por los iconoclastas 
de la noche, 
esos mediocres siervos 
del sillón sin pantuflas 
ni leños ni lecturas.


III

No hay diálogo 
la lengua se descarna
en búsquedas, 
el verbo carcome 
la yugular.

(El cuello permanece expectante 
de adjetivación.)


IV

Jamás podré apartarme 
de tramados gobelinos
donde el sueño se aferra a la pared 
y su secuela es una cándida 
muchacha de pupilas de lince, 
teniendo a la derecha su figura
y a la izquierda su mito.

(Infortunadamente, 
el mayordomo 
fue a buscar una llave.)


V

Anochece, 
caen de mis ojos 
lagañas de acuarios congelados, 
de museos informes, 
de zoos indecisos.

Me despiertan 
mi copa 
y la utopía.


VI

Yo conocí una vez 
la luz del sol 
en un amanecer 
lleno de extrañas premoniciones, 
hasta que comprobé 
la austeridad lunar.


VII

Te atestiguo, noche, 
con tu sol invertido, 
con tus complacencia de hóspita lesbiana 
en asexual temática.

(La ley de los opuestos 
reposa en anaqueles.)


VIII

Eres un estadio 
donde los cipreses y las calles, 
mintiendo la gestalt de su armonía, 
copulan.

Luego, 
lo estéril de tu sombra.


IX

El cigarrillo –esclavo de la lumbre– 
busca en ti 
un punto de salvación 
inédita: la luz, 
porque es prueba de su muerte.

(Tu oscuridad, sincronizadamente, 
nos aspira y exhala.)


X

Después 
del crepúsculo 
percibo 
las garras de la rosa.

Sin embargo, 
la niebla es más sutil 
que mis pisadas.


XI

Salgo, 
las gárgolas 
meditan sobre su rara estirpe 
de artesanía y musgo.

El gato negro escapa 
como si se hubieran 
apagado los cirios 
de la misa diabólica.

(Nuestro señor de las tinieblas 
pareciera que a veces 
necesita descansar.)

Prosigo, 
en mi sigilo encuentro 
semáforos en gris 
y dos callejas
formando cruz.

Siento un alborozo: 
voy a morir en paz, 
pero me llama 
el resplandor de un bar.


XII

Abro la puerta, 
(descolgaron los ajos 
conjeturo.)

Entonces, 
después del primer vaso, 
pido otra vuelta y cuelgo 
el complejo formal 
en el perchero.


XIII

El colmillo gotea 
(acaso la copa rebasada.)

Afuera, 
masticando su soledad, 
aguarda una mujer sin nombre. 


XIV

Ya reparto mis dones: 
por ejemplo 
el frívolo mordisco, 
con sabor a hiedra, 
que he heredado 
de ese muro 
donde no regocijan 
incisión 
ni caricia. 


XV

Necesito 
la tierra de mi solar natal, 
en el fondo de mi ataúd, 
para congraciarme 
con historia y escudo.

Requiero, en fin, 
el íntimo sarcófago 
que me impida 
ser partícipe 
del beso que se inmola 
al mediodía.


XVI

Elévense 
cadáveres que invoco: 
tú, muñeca de trapo; 
tú, soldadito inocuo, 
salgan en esta noche 
a danzar la vieja infancia, 
la inocencia.

(Para acoplarse han tenido 
infinidad de reinos 
donde la luna duerme.)


XVII

Mi cripta 
deberá ser 
únicamente 
un juguete inasido, 
una pollera insípida, 
un estertor anónimo.


XVIII

En medio de tapices, 
donde un buitre se come la carroña 
de ocultas cacerías, 
espero el gran momento 
antes que el alba 
desteja las tinieblas 
del insondable ciclo.


XIX

Me siento cansado: 
el vómito 
ha sido de tersura 
y desgarro.
–La hemoglobina juega 
su ritual en la sangre 
no consagrada–.

Paradójicamente, 
suenan unas campanas.


EPÍLOGO

Entré en el laberinto 
–allá en mi mundo 
jamás me satisfizo 
verme obligado a doblar la esquina–.
Flores de plástico, 
como hechos de parlante memoria, 
deglutían carnívoras 
la mosca de mi aséptico ensueño:
alas y podredumbre eran sorbidas 
con tal racionalismo profesional 
que, succionaba la linfa de mis huesos, 
les grité mi perfume.

Burlé reptiles 
apenas liberados del cascarón intuido, 
luché con trogloditas 
disfrazados de oráculos, 
me rozaron arañas 
y esqueletos.

(Al otro día comentaba los hechos 
como si hubiera viajado 
en el ingenuo tren fantasma 
de la feria.)


“Sobre vampiros”, Ediciones Flor y Truco, Buenos Aires, 1973. 
Tapa y dibujos de Miguel Ángel Ricciotti. Archivo de la talita dorada.


Seguimos difundiendo poetas, escritores, que no deseamos que el olvido sepulte. 
Es nuestro grano de arena, en este, nuestro oficio terrestre. 
En todo caso, que sea el lector quien tenga la posibilidad de la última palabra.

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